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domingo, 3 de noviembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: «El amor al prójimo es un aspecto esencial del amor a Dios que acoge y promueve su proyecto creador» / Por P. José María Prats

 

* «Amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas»

Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:

Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34

P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio Jesús nos recuerda el doble mandamiento del amor: «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser ... y a tu prójimo como a ti mismo».

Todos percibimos la santidad y belleza de este mandamiento pero tal vez no hayamos profundizado en su razón y su alcance. El mandamiento del amor tiene su raíz y fundamento en la misma naturaleza del ser: Dios, origen, destino y sentido del ser «es amor» (1 Jn 4,8) porque es comunión de tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– que viven en la mutua donación de sí mismas. Y del libre desbordamiento de este amor procede la creación: Dios nos ha creado para invitarnos a participar de su plenitud de vida. Por ello nuestro ser está “diseñado” para vivir en el amor, es decir, en la donación de sí mismo, pues sólo así puede integrarse en la vida de Dios, que es amor.

En concreto, para poder amar, Dios nos ha hecho libres, pues el amor es, necesariamente, una decisión libre de entregarse a una persona. Y esta libertad comporta la capacidad de rechazar la invitación de Dios a responder a su amor e integrarse en su plenitud de vida, rechazo que supone bloquear el dinamismo esencial de nuestro ser y frustrar su realización, impidiéndole alcanzar el fin para el que fue creado: es lo que la doctrina cristiana llama “el infierno”, el malogro de la propia existencia.

El amor, como dice Jesús, debe dirigirse en primer lugar a Dios porque ésta es nuestra relación esencial. Su iniciativa creadora y redentora a través de la cual Él se da a nosotros exige una respuesta proporcionada según nuestras posibilidades. La ausencia de esta respuesta es profundamente  injusta y bloquea el dinamismo esencial del ser. Lo decimos en el prefacio de la misa: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado”. La oración, la acción de gracias, el culto, la ofrenda de nosotros mismos es una respuesta justa, necesaria e ineludible al que nos ha creado por amor, nos sostiene en el ser y nos ha redimido por el sacrificio de Cristo. Sin esta respuesta se trunca la relación vivificante con Dios y no puede haber salvación.

Pero amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El amor al prójimo, por tanto, no es otra cosa que un aspecto esencial del amor a Dios que acoge y promueve su proyecto creador.

El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: 

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús le contestó: 

«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: 

«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». 

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: 

«No estás lejos del Reino de Dios». 

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Marcos 12, 28b-34

domingo, 27 de octubre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: «Jesús, que pueda ver y contemplar el mundo con los ojos de la fe y con el poder de la gracia» / Por P. José María Prats

 * «El evangelio presenta al ciego Bartimeo como modelo del hombre caído que se convierte en discípulo de Jesús: Cree que Jesús puede salvarlo de la situación lamentable en que se encuentra y se pone a gritar con todas sus fuerzas: ‘Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí’. Es interesante notar lo que dice el evangelio a continuación: ‘Muchos lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí’. A lo largo de la historia –y quizá hoy más que nunca– los habitantes de Jericó han hecho todo lo posible por detener el impulso del hombre hacia Jesús, pero la persona verdaderamente audaz es capaz –como Bartimeo– de vencer esta resistencia y gritar todavía más fuerte: ‘Hijo de David, ten compasión de mí’»

 Domingo XXX del tiempo ordinario – B:

Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125 / Hebreos 5, 1-6 / Marcos 10, 46-52

P. José María Prats / Camino Católico.- Los Padres de la Iglesia, cuando interpretan alegóricamente la Escritura, ven representada en algunos pasajes la historia de la salvación. Éste es el caso, por ejemplo, de la parábola del Buen Samaritano o del relato de la curación del ciego Bartimeo que nos presenta el evangelio de hoy.

En ambos pasajes el simbolismo de las ciudades de Jerusalén y Jericó juega un papel muy importante. Jerusalén, situada a 740 metros sobre el nivel del mar y sede del Templo, representa la comunión con Dios, mientras que Jericó, situada junto al Mar Muerto a 250 metros por debajo del nivel del mar, bastión de los antiguos cananeos idólatras, representa el rechazo y alejamiento de Dios.

Aquel hombre de la parábola del Buen Samaritano que, yendo de Jerusalén a Jericó, fue atacado por unos bandidos que «lo desnudaron, lo apalearon y se marcharon dejándolo medio muerto» (Lc 10, 30) representa –como dice Orígenes– al ser humano que, seducido por Satanás, fue despojado de la gracia y quedó sometido al poder del pecado, en una situación lamentable.

Ese hombre apaleado aparece de nuevo en el evangelio de hoy bajo la figura del ciego Bartimeo: Habita en Jericó, lejos de Dios, a quien ha rechazado; privado de la luz de la gracia y sometido por el poder del pecado, es incapaz de ver el verdadero sentido de su existencia; y al no poder acceder al árbol de la vida de donde recibía de Dios todo cuanto necesitaba, tiene que vivir mendigando limosnas.

Pero vemos ahora que junto a este ciego pasa un camino por el que anda Jesús con sus discípulos (su Iglesia) en dirección a Jerusalén; (es importante notar que este pasaje se sitúa en el contexto del último viaje de Jesús, desde Cesarea de Filipo hasta Jerusalén). Si Adán recorrió el camino de Jerusalén a Jericó, Jesús es el Nuevo Adán que recorre ese mismo camino en sentido contrario para reabrir las puertas de la Ciudad Santa con su pasión, muerte y resurrección.

El evangelio presenta al ciego Bartimeo como modelo del hombre caído que se convierte en discípulo de Jesús: Cree que Jesús puede salvarlo de la situación lamentable en que se encuentra y se pone a gritar con todas sus fuerzas: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».

Es interesante notar lo que dice el evangelio a continuación: «Muchos lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”». A lo largo de la historia –y quizá hoy más que nunca– los habitantes de Jericó han hecho todo lo posible por detener el impulso del hombre hacia Jesús, pero la persona verdaderamente audaz es capaz –como Bartimeo– de vencer esta resistencia y gritar todavía más fuerte: «Hijo de David, ten compasión de mí».

Y vemos cómo ante esta insistencia Jesús se detiene y dice a sus discípulos: «llamadlo». El encuentro con Jesús se establece por mediación de la Iglesia a la que el Señor ha enviado a todos los hombres para decirles: «Ánimo, levántate, que Jesús te llama». Y esta llamada despierta en Bartimeo y en todos los que responden a ella un dinamismo y unas energías insospechadas: «Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús»; era el manto con el que había cubierto su desnudez cuando fue despojado por Satanás del vestido blanco y radiante de la gracia.

Y cuando Jesús le pregunta «¿qué quieres que haga por ti?», Bartimeo no pide gloria, poder o riquezas sino capacidad para ver: «Maestro, que pueda ver». Pide capacidad para contemplar el mundo con los ojos de la fe y con el poder de la gracia, que vence sobre el egoísmo y las pasiones que esclavizan al hombre.

La curación de Bartimeo era entendida por los primeros cristianos como una figura del bautismo por medio del cual el hombre dejaba de ver el mundo con los ojos de la carne para pasar a contemplarlo con los ojos de la fe. Y por el bautismo se convertía en discípulo de Cristo y miembro de su Iglesia, es decir, del cortejo de los que siguen a Jesús en su camino de regreso a Jerusalén: «Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». 

Pidámosle al Señor que renueve hoy en nosotros el poder de esta visión y de esta gracia que un día recibimos por el bautismo y que nos tiene que llevar hasta la Ciudad Santa.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.

 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:

 «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!».

Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más:

«¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 

Jesús se detuvo y dijo:

«Llamadle». 

Llaman al ciego, diciéndole: 

«¡Ánimo, levántate! Te llama». 

Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 

Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: 

«¿Qué quieres que te haga?».

El ciego le dijo: 

«Rabbuní, ¡que vea!». 

Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». 

Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

Marcos 10, 46-52

domingo, 22 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Sólo puede convertirse en el servidor de todos el que sabe que recibirá por ello «el ciento por uno» / Por P. José María Prats

 


* «Seguimos a Jesús porque nos ha deslumbrado la belleza de su persona y de su mensaje, porque creemos que, verdaderamente, Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Pero este seguimiento a menudo implica cosas que no queremos oír porque contradicen pasiones muy arraigadas, y entonces preferimos no preguntar y seguir a Jesús a la vez que rivalizamos con nuestros hermanos por el poder o incumplimos cualquier otro de sus mandamientos. Nos lo ha dicho la Carta de Santiago: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?»

Domingo XXV del tiempo ordinario – B:


Sabiduría 2, 12.17-20 / Salmo 53 / Santiago 3, 16–4,3 / Marcos 9, 30-37


P. José María Prats / Camino Católico.-  El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús dirigiéndose a Jerusalén donde va a vivir su pasión, muerte y resurrección. Él se lo dice muy claro a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Sin embargo, ellos «no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle». De hecho, lo que les daba más miedo era “entender”. Preferían poner esas palabras difíciles de Jesús entre paréntesis y dedicarse a sus asuntos: a discutir «quién era el más importante» de ellos.

Esta escena nos ha de hacer reflexionar, porque todos compartimos en mayor o menor medida esta incoherencia de los discípulos. Seguimos a Jesús porque nos ha deslumbrado la belleza de su persona y de su mensaje, porque creemos que, verdaderamente, Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque sabemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Pero este seguimiento a menudo implica cosas que no queremos oír porque contradicen pasiones muy arraigadas, y entonces preferimos no preguntar y seguir a Jesús a la vez que rivalizamos con nuestros hermanos por el poder o incumplimos cualquier otro de sus mandamientos. Nos lo ha dicho la Carta de Santiago: «¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?».

Asumir plenamente el mensaje de Jesús no es nada fácil. Supone, como se nos decía el domingo pasado, negarse a uno mismo y compartir la cruz del Señor o, como se nos dice hoy, convertirse en «el último de todos y el servidor de todos». No es fácil dar este salto porque instintivamente buscamos acceder a la gloria sin pasar por la cruz.

Sólo la fe es capaz de dar este salto: sólo se atreve a morir el que está seguro de que tras la muerte le espera la resurrección; sólo puede negarse a sí mismo y convertirse en el servidor de todos el que sabe que recibirá por ello «el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,30).

Seamos astutos y aspiremos con audacia a la gloria para la que fuimos creados. Dejemos aparte por un momento nuestros afanes y pasiones y escuchemos con atención todo lo que el Señor tiene que decirnos. Y si no entendemos algo, preguntémosle sin miedo: Él nos dará su Espíritu para que podamos entender su palabra y someter a ella nuestra vida.

P. José María Prats



Evangelio

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía:

«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará».

Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:

«¿De qué discutíais por el camino?».

Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo:

«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».

Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:

«El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».

Marcos 9, 30-37

domingo, 15 de septiembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: Dios esculpe en nosotros el rostro de Cristo golpeando con la cruz el egoísmo y la soberbia / Por P. José María Prats

* «La cruz no nos gusta, pero llama a la puerta para purificar nuestra casa, para derribar pedestales y vanidades, recordarnos nuestra dependencia radical de Dios y ponernos en comunión con el sufrimiento humano ante el cual a menudo permanecemos indiferentes. Dice Jacinto Verdaguer que “al aguijón del sufrimiento y al ladrido de la calumnia, los buenos responden amén y los santos amén, aleluya”, pues saben que Cristo ha hecho que la cruz ya no sea un instrumento de tortura sino un trampolín que nos dispara hacia la vida eterna. Porque lo importante, lo decisivo en el momento de la muerte, no será que nuestra vida haya sido más o menos placentera, sino que Dios haya esculpido en nosotros la maravilla del rostro de Cristo»

Domingo XXIV del tiempo ordinario – B:


Isaías 50, 5-9a / Salmo 114 / Santiago 2, 14-18 /  Marcos 8, 27-35


P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio de hoy encontramos una de las sentencias más conocidas de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es una afirmación lapidaria que nos invita a reflexionar sobre la cruz como instrumento de salvación.

De hecho, el mensaje central del cristianismo es que la vida es un misterio de muerte y resurrección. Por el pecado nos separamos de Dios y nuestra naturaleza humana quedó deformada y corrompida, prisionera del egoísmo y del afán de autoafirmación. Pero el Hijo de Dios ha asumido esta naturaleza herida, la ha destruido en la Cruz y, resucitando, la ha reconstruido santa y gloriosa, tal como había anunciado: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19).

La vida cristiana no es otra cosa que participar en esta muerte y resurrección del Señor para que muera el «hombre viejo» que habita en nosotros y renazca un «hombre nuevo» a imagen de Cristo, revestido de justicia y santidad. Esta transformación se realiza en lo más íntimo de la persona por el bautismo, tal como dice San Pablo: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,4). Pero esta transformación del núcleo esencial de la persona que acontece en el bautismo tiene que extenderse a todo su ser por la participación cotidiana en la muerte y resurrección del Señor que tiene lugar en la propia vida y en la eucaristía. Así describe un anciano del Apocalipsis a los que han alcanzado la eterna bienaventuranza: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» (Ap 7,14).

La cruz no nos gusta. Como San Pedro, a quien Jesús llama «Satanás» por intentar desviarlo del camino de la cruz, huimos instintivamente de ella. La Cruz del Señor es, como dice San Pablo, «escándalo para los judíos y necedad para los gentiles», mas para los llamados, «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Co 1,23-24).

Como el artista esculpe una bella imagen dando golpes con un martillo y un cincel sobre un bloque informe de mármol, así Dios esculpe en nosotros el rostro de Cristo golpeando con la cruz el egoísmo y la soberbia de nuestro «hombre viejo». La cruz no nos gusta, pero llama a la puerta para purificar nuestra casa, para derribar pedestales y vanidades, recordarnos nuestra dependencia radical de Dios y ponernos en comunión con el sufrimiento humano ante el cual a menudo permanecemos indiferentes.

Dice Jacinto Verdaguer que “al aguijón del sufrimiento y al ladrido de la calumnia, los buenos responden amén y los santos amén, aleluya”, pues saben que Cristo ha hecho que la cruz ya no sea un instrumento de tortura sino un trampolín que nos dispara hacia la vida eterna. Porque lo importante, lo decisivo en el momento de la muerte, no será que nuestra vida haya sido más o menos placentera, sino que Dios haya esculpido en nosotros la maravilla del rostro de Cristo.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:

«¿Quién dicen los hombres que soy yo?».

Ellos le dijeron:

«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas».

Y Él les preguntaba:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Pedro le contesta:

«Tú eres el Cristo».

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.

Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:

«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Marcos 8, 27-35

domingo, 31 de julio de 2022

Homilía del evangelio del domingo: «Enséñanos, Señor, a usar sabiamente los bienes de la tierra, tendiendo siempre a los bienes eternos» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* “Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. Lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros”

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domingo, 17 de octubre de 2021

Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Quieres alzarte sobre todo y «ser como Dios» o revestirte de Cristo y participar de su misión redentora? / Por P. José María Prats

* “Podemos, como los apóstoles Santiago y Juan, centrarnos en nosotros mismos buscando la propia gloria como si la vida de los demás nos fuera ajena. Se trata entonces de buscar seguridades materiales, poder y honores que nos pongan en una situación de privilegio que nos permita vivir evitando el sufrimiento y las miserias propias de la condición humana. Algo parecido a lo que hacen los grandes especuladores que entran con todo su poder y conocimiento en el Mercado de Valores para multiplicar su fortuna y vivir una vida regalada sin importarles hundir a muchos en la miseria. Y podemos también dejar a un lado la defensa a ultranza de nuestros intereses aparentes y unirnos a Jesús para asumir con Él la miseria material y espiritual de la humanidad viviendo nuestra vida como entrega, lucha y esfuerzo por redimirla desde dentro, conscientes de que nuestra felicidad es inseparable de la felicidad de los demás”

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viernes, 1 de noviembre de 2019

Homilía de Todos los Santos: Sólo es capaz de entregar su vida por los demás el que sabe que la recuperará en plenitud para siempre / Por P. José María Prats

«Negar el Cielo es negar la dignidad del ser humano, que queda reducido a un cúmulo de átomos con fecha de caducidad… La esperanza de la vida eterna no nos lleva, como algunos han querido hacernos creer, a desentendernos de este mundo sino, como demuestra la historia, a construir un mundo mejor aquí en la tierra… Dice la Carta a los hebreos que Jesús, con su muerte aniquiló el poder del maligno y «liberó a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos» (Hb 2,15). Pidamos a todos los santos la recuperación de esta fe en la vida eterna que nos devuelve nuestra dignidad, nuestra esperanza y la libertad para construir un mundo mejor»

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jueves, 11 de octubre de 2018

Palabra de Vida 11/10/18: «Vuestro Padre os dará el Espíritu Santo» / Por P. Jesús Higueras

(CaminoCatólico.com) Espacio “Palabra de Vida” de 13 TV  del 11 de octubre de 2018, jueves de la 27ª semana de Tiempo Ordinario,  presentado por el padre Jesús Higueras, en el cual se comenta el evangelio del día.
Evangelio: san Lucas 11, 5-13:
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?».            

miércoles, 10 de octubre de 2018

Palabra de Vida 10/10/18: «Señor, enséñanos a orar» / Por P. Jesús Higueras

(CaminoCatólico.com) Espacio “Palabra de Vida” de 13 TV  del 10 de octubre de 2018, miércoles de la 27ª semana de Tiempo Ordinario,  presentado por el padre Jesús Higueras, en el cual se comenta el evangelio del día.
Evangelio: san Lucas 11, 1-4:
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación”».

martes, 9 de octubre de 2018

Palabra de Vida 9/10/18: «Marta lo recibió en su casa» / Por P. Jesús Higueras

(CaminoCatólico.com) Espacio “Palabra de Vida” de 13 TV  del 9 de octubre de 2018, martes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario,  presentado por el padre Jesús Higueras, en el cual se comenta el evangelio del día.
Evangelio: san Lucas 10, 38-42:
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose. dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».                

lunes, 8 de octubre de 2018

Palabra de Vida 8/10/18: «¿Quién es mi prójimo?» / Por P. Jesús Higueras

(CaminoCatólico.com) Espacio “Palabra de Vida” de 13 TV  del 8 de octubre de 2018, lunes de la 27ª semana de Tiempo Ordinario,  presentado por el padre Jesús Higueras, en el cual se comenta el evangelio del día.
Evangelio: san Lucas 10, 25-37:
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».
Él respondió:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente . Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
-«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, sy acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
-«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
-«Anda, haz tú lo mismo».