* «Amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas»
Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:
Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34
P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio Jesús nos recuerda el doble mandamiento del amor: «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser ... y a tu prójimo como a ti mismo».
Todos percibimos la santidad y belleza de este mandamiento pero tal vez no hayamos profundizado en su razón y su alcance. El mandamiento del amor tiene su raíz y fundamento en la misma naturaleza del ser: Dios, origen, destino y sentido del ser «es amor» (1 Jn 4,8) porque es comunión de tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– que viven en la mutua donación de sí mismas. Y del libre desbordamiento de este amor procede la creación: Dios nos ha creado para invitarnos a participar de su plenitud de vida. Por ello nuestro ser está “diseñado” para vivir en el amor, es decir, en la donación de sí mismo, pues sólo así puede integrarse en la vida de Dios, que es amor.
En concreto, para poder amar, Dios nos ha hecho libres, pues el amor es, necesariamente, una decisión libre de entregarse a una persona. Y esta libertad comporta la capacidad de rechazar la invitación de Dios a responder a su amor e integrarse en su plenitud de vida, rechazo que supone bloquear el dinamismo esencial de nuestro ser y frustrar su realización, impidiéndole alcanzar el fin para el que fue creado: es lo que la doctrina cristiana llama “el infierno”, el malogro de la propia existencia.
El amor, como dice Jesús, debe dirigirse en primer lugar a Dios porque ésta es nuestra relación esencial. Su iniciativa creadora y redentora a través de la cual Él se da a nosotros exige una respuesta proporcionada según nuestras posibilidades. La ausencia de esta respuesta es profundamente injusta y bloquea el dinamismo esencial del ser. Lo decimos en el prefacio de la misa: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado”. La oración, la acción de gracias, el culto, la ofrenda de nosotros mismos es una respuesta justa, necesaria e ineludible al que nos ha creado por amor, nos sostiene en el ser y nos ha redimido por el sacrificio de Cristo. Sin esta respuesta se trunca la relación vivificante con Dios y no puede haber salvación.
Pero amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El amor al prójimo, por tanto, no es otra cosa que un aspecto esencial del amor a Dios que acoge y promueve su proyecto creador.
El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó:
«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?».
Jesús le contestó:
«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba:
«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo:
«No estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Marcos 12, 28b-34