* «Poco a poco, sentí que algo se desbloqueaba en mí. Todavía necesité un cierto tiempo para volver a ir a misa. Al principio, no comulgaba. No quería tomar la Hostia mientras no estuviese convencida de que allí estaba el Cuerpo de Cristo. Lo consideraba una falta de respeto. Así que, cuando llegó el momento, y para simbolizar que quería entrar de nuevo en la Iglesia católica, me fui sola a Asís y luego a Roma, y allí comulgué. Sola en mi banco, sentí una alegría intensa, ¡no podía dejar de sonreír! Desde hace dos años, ¡tantas cosas han cambiado en mi vida! Y al mismo tiempo, no he perdido nada. La fe no ha venido a sustituir a los elementos que ya existían, ha venido a iluminarlo todo con una nueva luz»
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