* «Nosotros tendemos a comportarnos como Marta. Intentamos hacer el bien en la familia, el trabajo, la vida ordinaria. Pero a menudo nos olvidamos de lo único necesario: el diálogo con Dios. Y entonces todo lo que hacemos va perdiendo sentido y eficacia… El diálogo con Dios, realizado de una u otra forma según la vocación de cada uno, tiene su fuente y culmen en la eucaristía, el diálogo por excelencia entre Dios y el ser humano, donde Él renueva su entrega incondicional por nosotros en la Cruz y nosotros respondemos con nuestra propia entrega diciendo: ‘Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’»
Domingo XVI del tiempo ordinario - C
Génesis 18, 1-10a / Salmo 14 / Colosenses 1, 24-28 / San Lucas 10, 38-42
P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy, Jesús acude a la casa de Marta y María. Marta era una mujer responsable y perfeccionista que quiere atender a Jesús lo mejor que pueda. María, en cambio, se dedica a gozar de la presencia y de la conversación con Jesús. Marta se queja e, inesperadamente, Jesús la amonesta y alaba la actitud de María.
Si se tratara de una escena de este tipo en nuestra casa podríamos decir muchas cosas. Por ejemplo, que es justo repartirse el trabajo y que, por lo tanto, María debería colaborar un poco. O que no es bueno ser tan perfeccionista dejando solos a los invitados, porque ellos desean sobre todo nuestra compañía.
Pero ésta no es una escena en una casa cualquiera con un invitado cualquiera. El invitado es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y ésta es la clave de todo. El mensaje principal de este pasaje es que “sólo una cosa es necesaria” para el ser humano: el diálogo de amor con Dios. Para esto ha sido creado: para integrarse en el diálogo trinitario de amor. Todo lo demás sólo tiene sentido en la medida en que sirve de mediación para este diálogo.
Nosotros tendemos a comportarnos como Marta. Intentamos hacer el bien en la familia, el trabajo, la vida ordinaria. Pero a menudo nos olvidamos de lo único necesario: el diálogo con Dios. Y entonces todo lo que hacemos va perdiendo sentido y eficacia.
La primera lectura nos dice que este diálogo es el que trae la vida a nuestra existencia, el que la hace fecunda. Abrahán se apresura a acoger a la Trinidad, responde a su iniciativa de establecer un diálogo, una convivencia. Y como consecuencia de ello, Sara concibe un hijo en su ancianidad. Esta fecundidad que resulta del diálogo con Dios se pone de manifiesto especialmente en la Anunciación. María es la mujer consagrada por entero a este diálogo, que escucha y acoge incondicionalmente la Palabra de Dios, y por ello su vida es incomparablemente fecunda.
Nuestra vida, por tanto, debe ser un diálogo permanente con Dios, pero la forma concreta en que se establece este diálogo depende de la vocación de cada uno.
Los religiosos y religiosas contemplativos, por ejemplo, realizan este diálogo de forma muy directa y explícita, rezando puntualmente el oficio divino, adorando al Santísimo Sacramento, practicando la lectio divina, etc.
Los laicos tienen por misión ordenar las realidades del mundo conforme al designio divino: la familia, la economía, la industria, la política, etc. Por ello, dialogan con Dios a través de su trabajo vivido como ofrenda a Dios y servicio a los hombres. Pero para que este trabajo sea verdaderamente un diálogo con Dios es necesaria la oración explícita que lo ofrece, toma conciencia de la presencia providente de Dios, da gracias por los dones recibidos, pide ayuda y aliento para poder realizarlo según la voluntad divina, etc.
El diálogo con Dios, realizado de una u otra forma según la vocación de cada uno, tiene su fuente y culmen en la eucaristía, el diálogo por excelencia entre Dios y el ser humano, donde Él renueva su entrega incondicional por nosotros en la Cruz y nosotros respondemos con nuestra propia entrega diciendo: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos».
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude».
Le respondió el Señor:
«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
San Lucas 10, 38-42
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