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sábado, 20 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: La salvación es un don de Dios que procede de lo alto y que nosotros hemos de acoger y secundar, como la Virgen María / Por P. José María Prats

* «El don y la iniciativa divina se manifiestan en la concepción virginal de María; la necesaria colaboración del ser humano con este don, en la total disponibilidad de la Virgen: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. Ésta es la gran lección que hoy nos da la palabra de Dios: la salvación no es una conquista humana, no puede alcanzarse solamente por el progreso del derecho, la tecnología o la ciencia médica… ¿Por qué el bienestar que nos afanamos en atrapar se nos escurre entre las manos? Porque hemos dejado de mirar hacia lo alto, porque hemos olvidado que la paz, la armonía, la unidad, la justicia y la verdadera alegría son dones que proceden de lo alto y que hemos de acoger –como María– con la alabanza, la acción de gracias y la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios»

Domingo IV de Adviento – A

Isaías 7, 10-14 / Salmo 23 / Romanos 1, 1-7 / San Mateo 1, 18-24


P. José María Prats / Camino Católico.-   Estamos ya en el cuarto domingo de Adviento, a las puertas de la Navidad, y la liturgia de hoy nos propone el pasaje del evangelio según San Mateo que describe las circunstancias entorno al nacimiento de Jesús.

Lo que más llama la atención en este pasaje es el interés en remarcar que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo, pues se repite dos veces en un mismo párrafo. Primero se nos dice que María, estando desposada con José y antes de vivir juntos, «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» y, un poco más abajo, el ángel pide en sueños a José que no tenga reparo en acoger a María en su casa «porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo».

¿Por qué Jesús, el Hijo de Dios encarnado, tenía que nacer de una mujer virgen? ¿Es que hay algo malo en que un hombre y una mujer casados se unan para tener un hijo? Por supuesto que no: la unión de los esposos como manifestación de su amor y de su disponibilidad para acoger el don de la vida es algo precioso y santo. Pero aquí se trata de otra cosa, se trata de manifestar la lógica de la salvación: que el ser humano no puede redimirse a sí mismo.

Cuando un hombre y una mujer se unen para concebir un hijo, este acto es una iniciativa humana que Dios secunda para engendrar la vida. Pero la salvación del ser humano, la victoria definitiva sobre el poder del mal que se inicia con la concepción de Jesús, no es una conquista humana sino un don de Dios que nosotros hemos de secundar.

El don y la iniciativa divina se manifiestan en la concepción virginal de María; la necesaria colaboración del ser humano con este don, en la total disponibilidad de la Virgen: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Ésta es la gran lección que hoy nos da la palabra de Dios: la salvación no es una conquista humana, no puede alcanzarse solamente por el progreso del derecho, la tecnología o la ciencia médica. La salvación es un don de Dios, un don que procede de lo alto y que nosotros –como María– hemos de acoger y secundar.

¿Por qué hoy tantos, teniendo las mejores tecnologías de la comunicación, se sienten tan solos? ¿Por qué tantas casas, confortables y hasta lujosas, se han convertido en infiernos por la división de los que las habitan? ¿Por qué teniendo más recursos que nunca, medio mundo se sigue muriendo de hambre? ¿Por qué el bienestar que nos afanamos en atrapar se nos escurre entre las manos? Porque hemos dejado de mirar hacia lo alto, porque hemos olvidado que la paz, la armonía, la unidad, la justicia y la verdadera alegría son dones que proceden de lo alto y que hemos de acoger –como María– con la alabanza, la acción de gracias y la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios.

Dice el salmo 120: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

P. José María Prats

Evangelio: 


La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.


Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: 


«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». 


Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: 


«Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’».


Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.


San Mateo 1, 18-24

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