* «Hijo de las lágrimas de una madre comprometida con la salvación eterna del que dio a luz. Madre coraje que arrancó al buen Dios tu conversión. Santa Mónica te dio vida dos veces: al mundo y a la fe que confesamos los cristianos. San Agustín, ayúdanos con tu intercesión a vivir también nosotros en la verdad. Ahórranos tiempo en la búsqueda y que contigo y la ayuda de Santa Mónica confesemos la fe en el Dios Trino que trae seguridad y confianza a las almas tan curiosas y buscadoras de Dios como la tuya»
P. Carlos García Malo / Camino Católico.- Cada 28 de agosto la Iglesia celebra a San Agustín. “Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”, dijo San Agustín. Este gran Santo es uno de los 36 doctores de la Iglesia y es patrón de «los que buscan a Dios”; también fue autor de varios libros de teología y filosofía, siendo sus obras más famosas las “Confesiones” y «La ciudad de Dios».
San Agustín de Hipona nació el 13 de noviembre en el año 354 en la ciudad de Tagaste, ubicada al norte de África. Fue hijo de Patricio y de Santa Mónica, quien rezó durante varios años por la conversión de su esposo y de su hijo. Durante su juventud, se entregó a una vida libertina y cometió varios pecados de impureza. Convivió con una mujer durante 14 años y ambos tuvieron un hijo llamado Adeodato, que murió siendo joven.
También perteneció durante nueve años a la secta de los Maniqueos hasta que conoció a San Ambrosio, cuyo testimonio le impresiona y le motiva a acercarse a Dios.
Un día, cuando Agustín estaba en un jardín, sumido en una profunda crisis existencial, escuchó la voz de un niño que le decía : «Toma y lee ; toma y lee». El Santo abrió una biblia que tenía al lado y abrió una página al azar. Se encontró con el capítulo 13,13-14 de la carta de San Pablo a los romanos que decía: «Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos…revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias». Esta lectura marcó su conversión y desde ese momento resolvió permanecer casto y entregar su vida a Cristo.
En el año 387 es bautizado junto a su hijo. Su madre fallece ese mismo año. Regresó a África y quiso llevar un estilo de vida monástica. Sin embargo, Dios tenía otros planes para él.
Un día fue y asistió a la Eucaristía en Hipona. El Obispo, Valerio, lo vio y se enteró de su conversión y santidad. Entonces le dijo que necesitaba con urgencia a un sacerdote que lo asistiera en su labor. A pesar de su resistencia y lágrimas, Agustín entendió el llamado del Señor.
Es ordenado sacerdote y cinco años después fue ordenado Obispo, dirigió la diócesis de Hipona por 34 años. San Agustín utilizó sus dotes intelectuales y espirituales para atender a las necesidades de su rebaño. Combatió las herejías del tiempo, debatió contra las corrientes contrarias a la fe, acudió a varios consejos de obispos en África y viajó constantemente para predicar el Evangelio. Su intenso trabajo pastoral le forjó un gran prestigio dentro de la Iglesia.
El 28 de agosto del 430 enfermó y falleció. Su cuerpo fue enterrado en Hipona, pero luego trasladado a Pavia, Italia.
Para Benedicto XVI, San Agustín ha sido un “buen compañero de viaje” en su vida y ministerio. En enero del 2008 se refirió a él como “hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral… dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”.
Pidamos a San Agustín que interceda ante el Señor para que vivamos en la verdad:
Hijo de las lágrimas de una madre comprometida con la salvación eterna del que dio a luz.
Madre coraje que arrancó al buen Dios tu conversión.
Santa Mónica te dio vida dos veces: al mundo y a la fe que confesamos los cristianos.
Agustín de Hipona, buscador infatigable de la verdad sin dobleces ni demagogias.
Estudioso de las letras y filósofo profundo.
Y a la vez de vida disipada y, hasta en momentos, frívola e inmoral.
El Señor salió a tu encuentro y te quiso sacerdote aun conociendo tu resistencia.
«Tarde te amé, belleza infinita», escribirías más adelante.
«Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva».
Y te deleitabas en la oración y en el silencio.
Y de esa intimidad brotaron tus homilías que causaban éxtasis a cuantos te escuchaban y tus escritos que rezuman dulce saber y vértigo del alma.
«Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón anda inquieto, hasta descansar en ti».
Obispo de Hipona te entregaste a la predicación del que es la Verdad absoluta del universo.
Aclamado y amado San Agustín, ayúdanos con tu intercesión a vivir también nosotros en la verdad.
Ahórranos tiempo en la búsqueda y que contigo y la ayuda de Santa Mónica confesemos la fe en el Dios Trino que trae seguridad y confianza a las almas tan curiosas y buscadoras de Dios como la tuya.
Amén.
San Agustín de Hipona, ruega por nosotros.
Carlos García Malo