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miércoles, 21 de mayo de 2025

Merche Gil ha afrontado un cáncer: «hemos vivido la enfermedad confiando en Dios y en los médicos; tuve que aprender a abandonarme en el Señor, aceptando la cruz, sabiendo que es el camino hacia el cielo»


Merche Gil con su esposo Óscar y sus hijos Gonzalo y Alejandro

* «Reconozco que me cuesta pensar cómo se puede vivir un acontecimiento como este sin fe, y lo he pensado mucho durante estos meses. Para mí la fe ha sido uno de los pilares fundamentales estos meses, el diagnóstico llegó unos días antes de la Semana Santa del año pasado y puedo asegurar que ha sido la que más unida he estado al Señor y a la Virgen. Sabemos que de este sufrimiento Dios sacará un bien mayor. Por supuesto que la fe no quita el dolor, pero se vive de otra manera» 

Camino Católico.-  Merche Gil vive la fe, junto a su familia, en la Parroquia Inmaculada Concepción de Ntra. Sra. de Alcorcón de la diócesis de Getafe. Esposa y madre de familia, en marzo de 2024 le diagnosticaron un cáncer de mama. Su vida cambió de la noche a la mañana, pero la enfermedad le ha unido más al Señor. El testimonio lo ha contado en el último número de 'Padre de Todos’. 

- Tu historia es de total esperanza, sobre todo en los últimos meses... ¿Por qué?

- En marzo de 2024 en una revisión rutinaria me diagnosticaron cáncer de mama en estadio I, pero se trataba del tipo de cáncer más agresivo. En cuestión de una semana desde el diagnóstico, empecé el tratamiento porque era preferible hacerlo cuanto antes. Han sido 16 sesiones de quimioterapia, después la cirugía para eliminar el tumor, 15 sesiones de radioterapia y 6 meses de quimioterapia preventiva. 

- ¿Cómo has vivido este tiempo de enfermedad?

- Al principio es un golpe importante, te enfrentas a una enfermedad grave de forma inesperada, con la incertidumbre que conlleva, con un tratamiento duro que hasta el final no se sabe si funcionará y teniendo que parar de golpe la actividad habitual.  

Lo primero que hicimos fue contárselo a nuestros hijos, a nuestro párroco y vicario parroquial, a nuestro obispo D. Ginés, y a muchos sacerdotes amigos y seminaristas, pidiéndoles que rezaran por nosotros. Esto pasó cuatro días antes del día de San José y decidí ofrecer cada momento de la enfermedad por los sacerdotes y seminaristas. 

Yo, que suelo querer tener todo controlado y organizado, tuve que aprender a abandonarme en el Señor, aceptando la cruz, sabiendo que es el camino hacia el cielo. La enfermedad nos ha permitido parar y ver la belleza de lo que nos rodea. Cuando uno busca tener todo bajo control, Jesús nos pide que confiemos y que abandonemos la creencia de que nosotros podemos con todo. 

Además, hemos contado con mucha gente que ha rezado por mí y por mí familia, sacerdotes, amigos, todos los grupos de la parroquia, en especial nuestro grupo de matrimonios, familias y profesores del colegio Juan Pablo II, monjas de muchísimos sitios, las familias del familión, compañeros de trabajo, todos ellos nos han cuidado, acompañado, no ha habido un solo día en el que no haya habido un mensaje, una llamada, un abrazo, una visita, un detalle … en todo momento no hemos dejado de dar gracias a Dios, a los médicos y a todas las personas que han estado a nuestro lado.

- ¿Nunca pensaste en tirar la toalla?

- Nunca he pensado en tirar la toalla, hemos vivido la enfermedad con esperanza, incluso con alegría e intentando no perder la sonrisa (aunque a veces haya habido lágrimas y momentos más difíciles), confiando en Dios y en los médicos. 

La vida es un regalo y tenemos que aprovechar cada momento, tanto bueno como malo. 

- La fe, ¿qué papel ha jugado?

- Reconozco que me cuesta pensar cómo se puede vivir un acontecimiento como este sin fe, y lo he pensado mucho durante estos meses. Para mí la fe ha sido uno de los pilares fundamentales estos meses, el diagnóstico llegó unos días antes de la Semana Santa del año pasado y puedo asegurar que ha sido la que más unida he estado al Señor y a la Virgen. Sabemos que de este sufrimiento Dios sacará un bien mayor. Por supuesto que la fe no quita el dolor, pero se vive de otra manera. 

- ¿Cómo lo ha vivido tu familia?

- Al principio lo vivieron con preocupación, sobre todo por no saber a qué nos enfrentábamos, como iba a cambiar el día a día, pero también lo han vivido con fe y acompañados. Óscar, mi marido, no ha dejado de estar a mi lado, con cariño, amor y paciencia infinita, acompañándome a todas las sesiones de quimioterapia, estando en todo momento, incluso sin pelo me decía que estaba guapa… 

Gonzalo y Alejandro, que ya son adolescentes, han sido muy generosos, comprensivos con la situación, cariñosos y responsables, estando a la altura de las circunstancias en todo momento. Dios me puso al mejor marido y a los mejores hijos que podría tener. 

En octubre del año pasado celebramos nuestro 20 aniversario de matrimonio, esperamos a terminar las sesiones de radioterapia y en noviembre pudimos hacer una misa de acción de gracias acompañados por muchos amigos. 

- Estamos en tiempo pascual que ha empezado fuerte: muerte del Papa Francisco, un gran apagón… ¿Es tiempo para la esperanza?

- Siempre es tiempo para la esperanza, durante estos meses me ayudó mucho la ponencia de D. Ginés sobre la esperanza que dio en octubre. 

Precisamente el Papa Francisco decía que en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. 

No sabemos lo que va a pasar mañana, pero no podemos perder la esperanza. La vida puede cambiar en un instante, y de repente hay que vivir el día a día, y simplemente amar y ser amado. 

- Podríamos decir que estás viviendo tu propio Jubileo…

- Sí, ahora estamos viviendo un momento especial, sólo quedan dos semanas para terminar el tratamiento preventivo (que sigue teniendo efectos secundarios, aunque más leves), me encuentro bien, hace dos meses pude volver a trabajar y aunque sabemos que quedan unos años de revisiones, podemos decir que es un momento alegre, coincidiendo además con la Pascua. 

- En la diócesis eres muy activa, entre otras cosas, con el Familión. ¿De qué te encargas exactamente?

- Si, en la diócesis formo parte del consejo pastoral diocesano, soy la presidenta de la Acción Católica y la vicepresidenta del Familión, y en la parroquia soy la secretaria del consejo pastoral y colaboramos toda la familia en lo que podemos.

Con respecto al Familión, nuestros objetivos son colaborar en la tarea evangelizadora de las familias, acompañar a las familias a vivir su vocación, ofrecer medios de formación, acoger a las familias en dificultades y trabajar en la tarea educativa de la familia. Y lo hacemos con distintas actividades:  formación, peregrinaciones, ejercicios espirituales, y las más conocida es el encuentro de familias en Málaga, que desde hace unos años hacemos en dos semanas para poder acoger a todas las familias que quieren participar.

- Y ya estáis preparando los dos grandes encuentros para este verano…

- Sí, este año serán del 17 al 23 de agosto y del 24 al 30 de agosto, llevamos ya unos meses preparando los dos encuentros de verano, tenemos una coordinadora general del Familión y dos equipos, uno para cada semana, además de un número importante de matrimonios que antes y durante la semana del encuentro colaboran en muchas cosas. Se han inscrito más de 150 familias, lo cual es un regalo y todo el trabajo merece la pena.

sábado, 10 de mayo de 2025

Ismael Peralta, padece espina bífida: «Cristo crucificado me recuerda que tengo que vivir mi discapacidad sonriendo y sujetándome a la cruz; junto al Señor puedo conseguir cualquier cosa»


Ismael Peralta

Camino Católico.- Ismael Peralta vive con el tipo más grave de espina bífida. Desde que nació su discapacidad le marca el día a día, pero lejos de hundirse y tirar la toalla intenta subirse a la Cruz con Cristo. Incluso ha participado en la Javierada de este año con la Delegación de Juventud de la diócesis. Su testimonio se lo ha ofrecido a Hugo Luquero en el último número de 'Padre de Todos'. 

- ¿Cuántas veces has peregrinado a Javier?

- Dos veces. La primera no pude hacer el camino porque fui con una úlcera en el pie, y la segunda ha sido la de este año. Me animé y pude hacer la caminata. 

- ¿Qué es lo que te ha enganchado de estas peregrinaciones?

- En las peregrinaciones me gusta conocer a gente nueva de diferentes parroquias, acercarme más a Cristo, pero lo que especialmente tiene para mí más importancia en la de Javier es ver el Cristo crucificado sonriendo, porque cada vez que le miro me recuerda cómo tengo que vivir mi cruz. En mi caso es mi discapacidad. Así es como lo tengo que vivir: sonriendo y dándome cuenta de que Cristo sufrió más por mí y que va a estar presente en cada momento de mi vida sujetándome la cruz. 

- Y peregrinas con muletas…

- En esta última caminata logré hacer 9 Km con las muletas. No he llegado a hacerlo entero, pero con esto me he dado cuenta de mis límites y de lo afortunado que soy de poder recorrer esa distancia con entrega para seguir avanzando en el camino al cielo. 

- ¿Cuál es la gracia que te otorga Dios al peregrinar?

- La manera de amar. Dios lo que siempre me pide, lo que sabe que puedo dar, es el 1 %. Pero con amor y entrega puedo darlo, y con eso Cristo me da el 100 %. Junto al Señor puedo conseguir cualquier cosa porque no soy ningún héroe, el héroe es Cristo.

- ¿Volverías el año que viene?

- Todas las veces que Dios me lo pida.

jueves, 13 de febrero de 2025

‘Los evangelizadores: la fe edificadora de los peregrinos enfermos en Lourdes’, un documental testimonial de Laurent Jarneau


Camino Católico.-  Durante varias temporadas de peregrinaciones, Laurent Jarneau del Santuario de Lourdes (Francia) ha ido al encuentro de hombres y mujeres enfermos o discapacitados, pero todos portadores de una esperanza indecible arraigada en Jesucristo. Sí provocan una cierta admiración por el valor y el amor que demuestran, estos héroes ordinarios son sobre todo heraldos de la fe. El documental plasma el testimonio de estas personas que no tiene precio.

Con rostros resplandecientes que logran ocultar la prueba del sufrimiento y llevados por voces a la vez suaves y enérgicas, la nueva película de Laurent Jarneau ilustra con razón la feliz formulación del presidente del pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella: «Los peregrinos enfermos están llamados a asumir la conciencia y la responsabilidad de llevar la buena nueva del Evangelio que salva desde su propia condición. Por tanto, se puede afirmar que los primeros evangelizadores del santuario de Lourdes son realmente ellos, los enfermos».


Efectivamente, las personas enfermas (o discapacitadas) son los primeros evangelizadores. Sólo hay que verlos y escucharlos. A continuación algunas frases elegidas.


Lydie: «Entre el cuerpo y el alma, prefiero mi alma. ¡Tenemos más ganas de ir al cielo que de caminar!» Andrew: «Para mí es un contacto cercano y casi perfecto con el Señor, eso es una curación». Evelyne: «Creo profundamente que hay algo después de la muerte y para mí ese algo, es este amor infinito en el que estaremos inmersos, pero este amor por mí ya es ahora». Sophie: «La oración si la sueltas, es concreta y pragmática: la discapacidad ocupa todo el lugar...»


Cedric: «¡Por más bajo que estemos, con Dios nos levantamos siempre!» Hermana Catarina: «Se dice que es a la sombra de la cruz donde está la resurrección. Así que esto es lo que me da la alegría». Martine: «¡Mi vida habría sido tan triste y aburrida sin Cristo ni María!» Jean-Noël: «Hay mucho sufrimiento de la gente de a pie: en su alma también se vive un infierno».


Raymonde: «Cuando tienes fe y alegría, tienes que compartirlas con los demás». Jeanne: «La fe es la compañera de todos los días: uno se levanta con la fe, nos acostamos con ella. La fe es un 90% de esperanza y un 10% de duda». Hermano Matthieu: «La enfermedad es un mal que se dice en nosotros, pero el bien también se dice en nosotros». Alexiane: «¡Rezo, rezo mucho! Sí, me encanta rezar».


«Esta perspectiva nos permite mirar a través de la fe a todo enfermo que se convierte en peregrino para captar la presencia de Cristo que pide ayuda y que, a su vez, ofrece su amor salvador», subraya Fisichella.

El documental termina con la mirada de Jeanne, que tiene una miopatía, cuyas palabras ilustran perfectamente las de Mons. Fisichella: «Cuando Jesús dice: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” es una palabra que me ha marcado mucho porque se identificaba con los más pequeños de todos y daba un mensaje también a los cuidadores, es maravilloso tener la oportunidad de curar a Cristo, tener a Cristo al alcance de la mano. Así que esta palabra me parece muy fuerte y si la tomamos más en serio, creo que después de todo podríamos llamar a los hospitales “santuario”». La película termina rindiendo homenaje a Andrew y Lydia que fallecieron por culpa de la enfermedad. Su testimonio de esperanza no se borrará nunca del corazón de todos aquellos que lo recibieron.

lunes, 27 de enero de 2025

Papa Francisco en mensaje para la Jornada del enfermo: «El dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real»

* «¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas»     


27 de enero de 2025.- (Camino Católico)  “El dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real”: Lo escribe el Papa Francisco en su Mensaje para la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero, y cuyo texto ha difundido esta mañana la Oficina de Prensa de la Santa Sede. 

"La esperanza no defrauda y nos hace fuertes en la tribulación” es el título del Mensaje en este año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos ‘peregrinos de esperanza’. Tomado de la carta de san Pablo a los Romanos, contiene - como especifica el Pontífice - “palabras consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes”, en particular en quienes sufren enfermedades y, además del propio sufrimiento, ven sufrir a los seres queridos que los asisten.

“En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros”, señala el Papa. "Necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu". A continuación, Francisco invita a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir. El texto completo del mensaje del Papa es el siguiente:

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

CON OCASIÓN DE LA XXXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

11 de febrero de 2025

«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)

y nos hace fuertes en la tribulación

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.

Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).

Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.

1. El encuentro. Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos.

La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987).

2. Y esto nos conduce al segundo punto de reflexión: el don. Ciertamente, nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene del Señor, y que por eso es, ante todo, un don que hemos de acoger y cultivar, permaneciendo “fieles a la fidelidad de Dios”, según la hermosa expresión de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, Prefacio).

Por lo demás, sólo en la resurrección de Cristo nuestros destinos encuentran su lugar en el horizonte infinito de la eternidad. Sólo de su Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios» (Rm 8,38-39). Y de esta “gran esperanza” deriva cualquier otro rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No sólo eso, sino que el Resucitado también camina con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos permite reconocerlo presente en la fracción del Pan, vislumbrando en ese estar con nosotros, aun en los límites del presente, ese “más allá” que al acercarse nos devuelve valentía y confianza.   

3. Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas.

Y es importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la oscuridad de la prueba, no sólo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero de la vida, en el amor y la proximidad (cf. Lc 10,25-37).

Queridos enfermos, queridos hermanos y hermanas que asisten a los que sufren, en este Jubileo ustedes tienen más que nunca un rol especial. Su caminar juntos, en efecto, es un signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (cf. ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita.

Toda la Iglesia les está agradecida. También yo lo estoy y rezo por ustedes encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos y hermanas se han dirigido a ella en las dificultades:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Los bendigo, junto con sus familias y demás seres queridos, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 14 de enero de 2025 

                                                                                  FRANCISCO

Fotos: Vatican Media

martes, 24 de diciembre de 2024

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio: «Contraje una enfermedad incurable y me preparé para la muerte, pero fui curado milagrosamente»

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio

* «En el momento de la enfermedad, llevaba ya nueve años de cura, tenía 33 años, y me preparé para la muerte que llegaba inminente. El Dr. Pozuelo Escudero, gran endocrino discípulo del Dr. Marañón, acertó con el tratamiento, y fui recuperándome durante varios años, hasta que, por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas, fui curado milagrosamente de la noche a la mañana. Era el 27 de septiembre, san Vicente de Paúl. Y aquí me tenéis» 

Vídeo de la Diócesis de Córdoba  en el que Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cuenta su testimonio de 50 años de sacerdocio

* «La enfermedad fue una fuerte experiencia de impotencia, de postración, de despojamiento de todo proyecto de futuro, de preparación gozosa para la muerte. Aquel año 1982-1983 entendí como nunca y para siempre en medio de la enfermedad que mi vida era toda para el Señor, porque le sentí a él tan cercano y cariñoso como nunca. Fue verdaderamente un desposorio en la Cruz, que me ha marcado definitivamente»

Camino Católico.- Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio el 22 de diciembre de este año 2024. En una carta dirigida a sus fieles cuenta su testimonio de ordenación, da gracias y explica la curación de una enfermedad incurable con 33 años por por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas. Lo hace por escrito y en vídeo. Esta es la carta que ha escrito:

50 años de sacerdote

Lo hemos venido anunciando durante todo este año 2024, la ordenación de diácono fue el 5 de mayo (domingo del buen Pastor, IV de Pascua) y la de presbítero fue el 22 de diciembre de 1974. Era cuarto domingo de adviento, como este año. Nos dieron a elegir tres fechas, y elegimos esta. Para mí, era una fecha entrañable y familiar: cumpleaños de mi padre y san Demetrio, su santo y el mío. Y a partir de ese año, aniversario de mi ordenación sacerdotal. Cuando llega esta fecha cada año, doy gracias a Dios y recuerdo el ambiente de mi casa familiar, donde todos confluíamos para anticipar la alegría de la Navidad y felicitarnos por haber sido tan agraciados (es el día de la Lotería nacional, y a mí me tocó el Gordo).

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, hace 50 años, cuando fue ordenado sacerdote

Llegamos este año al 50 aniversario de aquel día feliz, frio con niebla desde la mañana en Toledo y hasta la tarde en Puente del Arzobispo, mi pueblo, donde celebré mi primera Misa el mismo día de la ordenación. Ya estaba destinado en la parroquia de El Buen Pastor, de Toledo. Pasé una semanita de vacaciones con mis padres, y me incorporé rápidamente a mi parroquia. Estaba deseando ejercer como cura, y disfruté mucho en aquella primera parroquia, en la que tenía mil niños de catequesis, doscientos cincuenta adolescentes de confirmación, y más de doscientos catequistas. En el confesonario, tarea interminable, y además ocho colegios, que visitaba todas las semanas. Comunión a enfermos, grupo de jóvenes, la Acción Católica, y todos los días varias Misas de exequias por la cercanía al hospital, cuando todavía no había tanatorios. Qué feliz he sido, ya desde aquellos primeros años de coadjutor con D. Justo Rey mi párroco, un buen párroco.

Quiero pediros que me ayudéis a dar gracias a Dios por este gran regalo para mí y para su Iglesia. Por el sacerdote pasan multitud de gracias a diario para repartir a todos los demás. Uno es consciente de cómo Dios se sirve de mi vida para acercar a muchos, para consolar a otros, para estimular a todos a continuar en el camino de la santidad. Mi vida quedó «expropiada para utilidad pública». Y a pesar de mis pecados, he vivido para los demás.

Alguno puede pensar que todo ha sido de color rosa en mi vida sacerdotal. No ha sido así, gracias a Dios. Enviado a estudiar a Roma por segunda vez en 1981 (la primera fue en 1977), contraje una enfermedad incurable, que me postró en cama durante un año completo. Llevaba ya nueve años de cura, tenía 33 años, y me preparé para la muerte que llegaba inminente. El Dr. Pozuelo Escudero, gran endocrino discípulo del Dr. Marañón, acertó con el tratamiento, y fui recuperándome durante varios años, hasta que, por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas, fui curado milagrosamente de la noche a la mañana. Era el 27 de septiembre, san Vicente de Paúl. Y aquí me tenéis.

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, en la Diócesis de Tarazona, primer destino episcopal en el cual inició su camino de servicio como Pastor de la Iglesia

La enfermedad fue una fuerte experiencia de impotencia, de postración, de despojamiento de todo proyecto de futuro, de preparación gozosa para la muerte. Aquel año 1982-1983 entendí como nunca y para siempre en medio de la enfermedad que mi vida era toda para el Señor, porque le sentí a él tan cercano y cariñoso como nunca. Fue verdaderamente un desposorio en la Cruz, que me ha marcado definitivamente. Quizá cuando llegue me eche a temblar, pero puedo afirmar que desde aquella experiencia (y han pasado más de 40 años) miro la muerte con deseo sereno, con alegría de encontrarme con el amor de mi vida, Jesucristo mi Señor. Y este deseo sereno relativiza todo cualquier otro sufrimiento, que no han faltado a lo largo de mi vida. Puedo decir por gracia de Dios que me he encontrado con el amor de mi alma precisamente en la Cruz compartida, la suya y la mía para la redención del mundo.

De todo lo realizado, o mejor de lo que Dios ha hecho a través de mí, señalo la ordenación de 75 presbíteros en Córdoba, además de otros 15 en Tarazona, diocesanos y religiosos. Ese es un momento culminante para el obispo. Y con ello los miles y miles de personas, niños, jóvenes, adultos y ancianos, cuyos ojos han brillado al predicarles y hablarles de Jesucristo. Para dar a conocer su amor quisiera vivir toda mi vida. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Recibid mi afecto y mi bendición, y rezad por mi:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba