viernes, 24 de diciembre de 2010
Etsuro Sotoo, escultor-jefe de la Sagrada Familia: “Al futuro no nos llevará la ciencia, sino la fe”
* "Sin saber nada y sin obligarla a nada, mi mujer empezó a recibir catequesis y se ha convertido al catolicismo hace unos dos años. Era una budista muy fuerte. Cuando nuestra hija tenía siete años fue bautizada. Estoy muy contento porque a partir de Gaudí he visto la Verdad, la fe y el amor"
* En la Sagrada Familia de Barcelona "lo que hay es vida eterna. Llevo 32 años aquí y todavía descubro cosas nuevas. Gaudí dijo que aquí estaba la respuesta a las preguntas de cada uno. Mirando a la Sagrada Familia encontrarán alguna pista para hallar el Camino. La Sagrada Familia es un gran libro. Ojalá que lean todas las páginas y, si no es así, que al menos lean bien alguna de ellas"
24 de diciembre de 2010.- Etsuro Sotoo nació en 1953 en Fukuoka, Japón. Trabajaba como profesor de arte en la Universidad de Kioto cuando decidió tomarse un año sabático para viajar por Europa, estudiar los “orígenes de la piedra” y trabajar como restaurador en Alemania.
Al visitar Barcelona y conocer la Sagrada Familia se quedó prendado de la obra maestra de Gaudí. Sin apenas hablar español, pidió a los responsables de la construcción del templo que le permitieran “picar piedra”. Este japonés ha trabajado en las figuras de los ángeles músicos, la decoración frutal de los pináculos de las torres o la fachada del Nacimiento.
Lo que iban a ser unos meses de trabajo en la Sagrada Familia se han convertido en más de 30 años. Mirar donde miraba Gaudí le condujo a Dios y le permitió entender el sentido de la obra del arquitecto. Asegura que detrás de las piedras hay vida eterna. Leer más...
miércoles, 25 de junio de 2008
Testimonios de conversiones / Autor: Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida»: son palabras de Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est.
Así, con un encuentro imprevisto, con una respuesta inesperada al deseo profundo del corazón, comienzan las historias de conversión que llenan las siguientes lineas. Las palabras de estos testigos de la fe podrían ser las de cada uno de nosotros en algún momento de nuestra vida.
La Casa de Dios es ahora mi casa
La desorientación es una característica propia de la juventud, en España y en cualquier parte del globo. También lo es la búsqueda, el deseo de algo más. Todo ello marcó, hace años, la vida de Etsuro, un joven japonés con inquietudes artísticas, dispuesto a embarcarse en cualquier barco que apuntase hacia la felicidad. Hoy, años después, es escultor en los trabajos de reconstrucción del templo de la Sagrada Familia, en Barcelona: «Desde joven, yo buscaba algo, pero no sabía qué era lo que estaba buscando, como todos los jóvenes. Y como escultor, la piedra era mi obsesión; a través de ella pensaba que iba a encontrar eso que estaba buscando. Así, después de unos años, la piedra me llevó a Europa, a trabajar en la Sagrada Familia, y la Sagrada Familia me presentó a don Antonio Gaudí. Y él me ha llevado al mundo de la fe».
La mentalidad oriental de profundizar y no quedarse en la superficie llevó a Etsuro Sotoo de Japón a Europa, y de Gaudí a Cristo. «La Sagrada Familia -explica- me aceptó como escultor. Como japonés, pensé que tenía que conocer a Gaudí. Yo pensaba que, para saber qué era lo que tenía que hacer, tenía que preguntar a Gaudí. Pero no había casi escritos suyos; para saber qué era lo que quería hacer Gaudí, ¿dónde mirar? Entonces tomé la decisión de no mirar a Gaudí, sino mirar adonde miraba Gaudí, e intentar llegar adonde quería llegar Gaudí. Con este pensamiento en mente, he sentido mucha libertad. Gaudí miraba a Cristo, y yo ahora miro a Cristo. En Japón, el cristianismo es minoritario, pero existe la buena costumbre de, si quieres aprender algo, tienes que aprender a amar el trabajo, amar tus herramientas, amar los materiales. Entonces, ¿quién fue el que dijo que el amor es lo más importante? Jesús. Y decidí seguirle. Me bauticé hace años. Mi vida ha cambiado totalmente. Antes de convertirme, entraba en la Sagrada Familia y me sentía como si entrara en la casa de otro; hoy, cada día me siento como si entrara en mi casa; es la Casa de Dios, pero es como mi casa».
De pronto, conocí a un sacerdote...
«Yo estaba hundido. Vivía en la nada más absoluta. No tenía ninguna esperanza, y lo único que quería era morirme»: quien así habla es Emilio. Echa la vista atrás y sólo ve sufrimiento. «Me dedicaba a vegetar -dice-. Estaba matriculado en la Universidad, pero llevaba diez años y no hacía nada. Lo único que hacía era esperar a que la vida pasase, porque ya ni siquiera esperaba una respuesta. Todos los días eran lo mismo: fumarme unos porros y esperar a que la vida pasase. A todo el mundo que encontraba le hacía la misma pregunta: ¿Quiénes somos?, ¿por qué estamos aquí? Dime algo. Y la gente lo único que me decía era: Tómate en serio la Universidad, tómate en serio tu trabajo, búscate un hobby. Eran respuestas finitas, cuando yo necesitaba una respuesta infinita,
total, a todo. De pronto, de forma casual e imprevista, conocí a un hombre, un sacerdote, que en apenas diez minutos que estuve con él, me miró de una manera tal que comprendí que sabía lo que a mí me pasaba.
Sabía qué era lo que yo buscaba, y él me devolvió el sentido que yo buscaba. Ese día me fumé un par de porros y le fui a ver. Y aquel hombre me dio la respuesta; yo no me acuerdo de lo que me dijo, fue una conversación de cinco minutos, pero intuí que él se daba cuenta, que comprendía lo que me pasaba. Me puse en sus manos. Él me dijo que hay un lugar, un sitio en el que todo esto que yo me planteaba tiene un significado, y ese sitio es la Iglesia. Me invitó a un campamento y yo me fui para allá, porque no tenía nada que perder y sí todo que ganar, como así fue. Lo que más me sorprendió fue la unidad que vi allí, una unidad hermosa. Entre aquellos monitores había algo que a mí me conmovió. Y yo me entregué; pensaba: Esto es lo que yo busco».
Hoy, después de tantos años, Emilio afirma ser «un hombre feliz y libre, y me pongo el mundo por montera. Luego creces, te casas y tienes hijos, y hay momentos duros, pero las cosas ya no me determinan. Soy un hombre absolutamente de todas las circunstancias, con un sentido de la vida, que es lo fundamental, que es lo que me faltaba a mí y que le falta al hombre de hoy. Quien encuentra este sentido, lo tiene todo».
Si antes era feliz, ahora lo soy más
María Vallejo-Nágera es hoy una escritora de éxito. Sus libros gozan de una gran popularidad, pero quizá el mayor logro de su vida sea el haber encontrado la fe. «Yo era una persona feliz -afirma-, y mi vida estaba centrada en mi familia, mi marido y mis hijos. Después encontré la fe y la ha enriquecido muchísimo. Si ya era feliz, ahora lo soy muchísimo más. Fue un encontronazo de lo más inesperado». ¿Cómo sucedió? Ella misma lo cuenta: «Yo era una persona muy agnóstica y muy rebelde. Unos amigos me pidieron que les acompañara a una peregrinación a Medjugorje. Yo fui con ellos, más guiada por la curiosidad que por la fe. Me cautivó el ambiente, no lo puedo explicar con palabras, me cautivó ver la cantidad de gente joven que había allí, orando en misa, cuando yo siempre me había aburrido en misa y me parecía una celebración vacía. Me quedé perpleja al descubrir esa fe tremenda de todos aquellos jóvenes. Eran los años siguientes a la guerra de Bosnia, y vi la fe de esta gente en los peores momentos de su vida».
Después de este primer contacto, María quiso profundizar en la fe católica, «porque yo había sido bautizada, mis padres eran muy creyentes y yo siempre había ido a colegios católicos. Lo primero que hice fue acudir a un sacerdote que me ayudara y él me lo explicó todo, porque yo no entendía el significado de la misa, y me pidió que leyera los evangelios, que me cautivaron como escritora. Acudí a las fuentes de mi fe. Fui investigando quién me podía ayudar y fui tirando del hilo hasta que descubrí los tesoros impresionantes que tiene mi fe».
Hoy, María hace balance y afirma: «Mi vida ha cambiado, a nivel personal poco, porque sigo siendo la misma persona, pero a nivel de felicidad me ha cambiado mucho los esquemas. Ahora soy una mujer mucho más agradecida; cada día que pasa es un pequeño milagro; cada vez que veo un bebé por la calle, veo un milagro. Me he dado cuenta de que vivimos rodeados permanentemente de milagros. Agradezco la vida a cada segundo que pasa».
Os haré salir de vuestros sepulcros...
Un encarcelado recibe la Sagrada Comunión Al paso de una procesión
Son días de Semana Santa. A las calles salen los pasos con las representaciones de la pasión y muerte de nuestro Señor. A los creyentes, esta expresión de la fe les mueve a la reflexión y a la oración; y a los alejados, les puede llevar incluso a la conversión, así de sorprendente es Dios. Es la historia de Javier: «Yo andaba interesado por la cultura, la política, los viajes y cualquier cosa de este mundo. Una mala experiencia y unas decepciones personales, durante las cuales llegué a sufrir un accidente, me crearon un intenso malestar de animo. Viendo una procesión de Semana Santa, me surgió la siguiente reflexión: Dios me ha creado, Cristo ha muerto por mí, ¿cuántas veces y de qué manera me acuerdo de Él? ¿No será este mundo un gran teatro que nos esconde la verdad de Dios?»
Lo siguiente es seguir abriendo la puerta que Dios entorna para nosotros, y que nos lleva a descubrir otros tesoros. Dice Javier que, «poco después, la lectura de temas religiosos y la devoción me descubrieron otras cosas que antes no había visto. Especialmente la devoción a la Madre de Dios; creo que es la mística mas correspondida por la gracia, la que recibe un auxilio o una respuesta inmediata».
El Señor no ha querido dejarme escapar
«Mi conversión empieza justo en el momento en que voy a darme de baja como católico»: así de rotundo se expresa Alfonso. Su historia es parecida a la de muchos que, poco a poco, van dejando la Iglesia y luego, al cabo de los años, la redescubren como un tesoro. Afirma:
«Yo, cuando tuve uso de razón, le prometí a Dios que iba a rezar un Padrenuestro cada día. Antes, hice la Comunión y fue la primera y la última vez que piso una iglesia, pero no dejo de rezar ese Padrenuestro. Van pasando los años, y llega un momento en que me topo con una frase de monseñor Setién, cuando dice que él nunca oficiaría un funeral por una víctima de ETA porque sus feligreses no lo entenderían. Entonces yo me reboté y no entendía cómo alguien que creía en Dios podía decir tal brutalidad. Tenía 17 años, y entonces decido que ya no quiero ser católico. Cojo a Jesucristo y me lo llevo al budismo y a cualquier otro sitio menos a la religión católica. En ésas, tengo una fuerte experiencia de preguntarme por aquello en lo que yo siempre había creído, y decido darme de baja como católico. Entonces me entero de que hay una cosa que se llama curso para hacer la Confirmación -yo no sabía ni que era un sacramento-. Lo hago, y en este proceso reconozco a Jesucristo y Él me va poniendo en mi camino a muchas personas que me ayudaron, entre ellas a una religiosa que me ayuda mucho».
Para Alfonso, más que un fogonazo, la conversión ha sido «un camino lento. Hoy veo que el Señor me ha mimado mucho desde pequeño y no me ha querido dejar escapar. Yo me siento un elegido del Señor, que en un momento de mi vida le abandonó, pero luego vino en mi busca. Ha sido muy intenso; ahora echo la vista atrás y me da vértigo. Mi vida ha cambiado radicalmente, en valores, y la veo llena de gracia, muy cerca del Señor. Ha cambiado radicalmente».
En la Iglesia es donde realmente se está bien
Marcos y Arlene son cubanos. Llegaron a España hace seis años; su historia es también la de un viaje espiritual hacia la fe católica. «En Cuba -afirma Marcos- conocimos a Jesús en la Iglesia evangélica, y, al llegar a España, intentamos seguir en alguna comunidad, pero poco a poco nos fuimos alejando y dejándolo todo, hasta que llegamos a una fase de nuestra vida bastante mala, de estar incluso a punto de separarnos, con un hijo en común. Entonces una compañera de trabajo nos invitó a hacer un cursillo. Ahí me di cuenta de que el Señor me estaba trayendo otra vez hacia Él, a la Iglesia, donde realmente se está bien, y ello me sirvió para encontrarme con Él y conmigo mismo».
En la forma de hablar de Marcos se nota la pasión de los conversos, de los que tienen presentes los días en los que andaban por la cunetas de la vida. Hoy recuerda agradecido: «Mi vida era un desastre, y ahora es todo muy diferente. Doy gracias a Dios cuando miro mi vida. Al darte cuenta de que eres hijo de Dios, sabes que tienes Alguien muy por encima, dueño de todo cuanto sucede en nuestra vida. Sé que Dios siempre está a mi lado y me lleva sobre sus hombros, que me acompaña en los momentos más difíciles y en los más felices. Todo ello es lo que da sentido a mi vida. Vivo con la certeza de que en todo lo que me pasa Dios está ahí, que no hay casualidades. Además, para mí, el vivir esto en el matrimonio es una magnitud superior. Si vivir la vida como cristiano es mirar el mundo desde un piso 60, vivirlo en matrimonio es algo superior. Vives la fe en tu pequeña Iglesia doméstica, con tu mujer y tu hijo, rezando juntos antes de dormir. Es algo que te hace vivir la vida al cien por cien. Después de todo el día trabajando fuera de casa, llegas a casa y es como si te metieras de nuevo dentro de esa Iglesia doméstica y vuelves a estar otra vez muy pegado a Dios».
Llegué a pensar en el suicidio
La conversión de Vidal comienza al darse cuenta de que las cosas no lo llenan todo, que el mundo no da lo que prometen los anuncios y la mentalidad dominante. Echa la vista atrás y dice que fue «educado en la fe; hice la Comunión, y luego pasé de todo. Desde muy joven empecé con la fiesta y la diversión; no caí en la droga, pero siempre estuve en torno a ella y al alcohol. Así hasta los 18 años, en que me dio por lo contrario: cambié mi vida, pero la centré en el trabajo y en el dinero. Al poco tiempo, conseguí mi propia empresa, tenía empleados, ganaba mucho dinero. Entonces yo estaba en contra de Dios, de la Iglesia, del Papa; para mí, todo eso era un engaño. En un momento dado, todo lo que tenía se derrumbó y me vine abajo. Yo tenía mujer e hijos -ella quería casarse por la Iglesia, pero yo no- y tenía mucho dinero, pero yo no era feliz.
Tenía todo, pero este apego al dinero, la autosuficiencia, el ser más que nadie..., todo ello me produjo un vacío. Estaba asqueado y todo se vino abajo, incluso la empresa que tenía. Vi que no tenía sentido mi vida, y llegué a pensar en el suicidio. Incluso preparé los papeles para que a mi mujer no le faltara de nada y que la hipoteca se quedase pagada.
Entonces apareció una persona, una tía mía, que me dijo: A ti lo que te pasa es que tienes un gran vacío de Dios en tu vida. Eso me hizo empezar a buscar un sacerdote, y cuando lo encontré le dije: Tengo que hablar con usted, porque me está pasando algo. Me empezó a hablar de su propia vocación, que él también venía del fango, y me invitó a hacer un Cursillo de Cristiandad. Yo no sabía lo que era y me lo tomé como último recurso para mi vida. A través de este encuentro personal con el Señor, me encontré con un Dios cercano, un Dios amigo, y me reencontré con la Iglesia. A los dos meses me casé con mi mujer y bautizamos a nuestros hijos en la misma celebración».
Han pasado ya cuatro años, y Vidal afirma estar «cada vez más enamorado del Señor, de mi familia. Y mi vida ha cambiado; ahora trabajo lo justo para vivir, sin otra ambición que perseverar en la fe y, sobre todo, transmitir a mis hijos la mejor herencia, que es lo que me ha dado el Señor. He aprendido a amar, a querer a mi mujer, siento en mi interior una paz indescriptible. Me falta mucho por limar, por supuesto, pero siento que mi vida no soy yo el que la llevo, y que el Señor, inmerecidamente, me ha elegido».
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Fuente: Alfa y Omega