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lunes, 8 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio: La Inmaculada Concepción de María es abogada de gracia y ejemplo de santidad / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «La liturgia habla de María Inmaculada como de un ‘modelo de santidad’. La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos ‘conformes a su imagen’ (Rm 8, 29). Es de hecho ‘abogada de gracia’ antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: ‘Haced lo que Él os diga’»

Elegidos para ser santos e inmaculados  

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Génesis 3, 9-15.20  /  Salmo 97  /  Efesios 1, 3-6.11-12  / San Lucas 1, 26-38

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  Para que la solemnidad de la Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración de los «privilegios» de María, sino que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a la luz de las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados a ser santos e inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo contempla este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo.

¿Que representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa del día, cuando dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el «comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». He aquí, entonces, lo que celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en la que existe como la promesa y la garantía de que todo el plan irá hacia su cumplimiento: «¡Nada es imposible para Dios!». María es la prueba de ello. En Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es llamada «madre de la Iglesia».

María no se presenta, en cambio, sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino también como quien está ante nosotros «como modelo de santidad para el pueblo de Dios». Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada.

La liturgia habla de Ella como de un «modelo de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos «conformes a su imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia» antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga». 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

Evangelio

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:

«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El ángel le contestó:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

San Lucas 1, 26-38

domingo, 8 de diciembre de 2024

Papa Francisco en homilía, 8-12-2024: «La Inmaculada es hermosa en su fecundidad en su saber morir para dar vida, en su olvidarse de sí misma para cuidar a quien, pequeño e indefenso, se aferra a Ella»

* «La Inmaculada pues no es un mito, ni una doctrina abstracta, ni un ideal imposible; sino que es la propuesta de un proyecto hermoso y concreto, el modelo plenamente realizado de nuestra humanidad, a través del cual, por gracia de Dios, todos podemos contribuir para mejorar nuestro mundo»

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «Hoy nosotros contemplamos a María Inmaculada, y le pedimos que su Corazón lleno de amor nos conquiste, que nos convierta y haga de nosotros una comunidad donde la filiación, la esponsalidad y la maternidad sean regla y criterio de vida; donde las familias se reúnan, los esposos compartan todo, los padres y las madres estén presentes, en carne y hueso, cercanos a sus hijos, y los hijos cuiden a sus padres. Esta es la belleza de la que nos habla la Inmaculada, esta es la ‘belleza que salva al mundo” y frente a la cual también nosotros, como María, queremos responder al Señor: Heme aquí, «que se cumpla en mí lo que has dicho’» 

8 de diciembre de 2024.- (Camino Católico)  “La Inmaculada es hermosa en su fecundidad, es decir, en su saber morir para dar vida, en su olvidarse de sí misma para cuidar a quien, pequeño e indefenso, se aferra a Ella” ha reflexionado el Papa Francisco en su homilía de la Misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, que ha presidido con los nuevos Cardenales, en la Basílica de San Pedro.


“A María Inmaculada le pedimos que su Corazón lleno de amor nos conquiste, nos convierta y haga de nosotros una comunidad donde la filiación, la esponsalidad y la maternidad sean regla y criterio de vida”., ha orado Francisco. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

SANTA MISA CON LOS NUEVOS CARDENALES Y EL COLEGIO CARDENALICIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María

Domingo, 8 de diciembre de 2024

«¡Alégrate!, llena de gracia» (Lc 1,28). Con este saludo, el Ángel reveló a María, en la humilde casa de Nazaret, el misterio de su Corazón inmaculado que, desde la concepción, es «inmune de la mancha del pecado original» (B. Pío IX, Const. ap. Ineffabilis Deus, 8 diciembre 1854). De muchas maneras, a lo largo de los siglos, con palabras e imágenes, los cristianos han intentado representar tal don, destacando la gracia y la dulzura en las facciones de la “Bendita entre todas las mujeres” (cf. Lc 1,42), por medio de los rasgos somáticos y las categorías de muy diversas razas y culturas.

Y de hecho la Madre de Dios —como observó san Pablo VI— nos muestra “lo que todos tenemos en el fondo del corazón: la imagen auténtica de la humanidad […] inocente, santa, […] porque su ser es todo armonía, candor, sencillez ―así es María: toda armonía, candor, sencillez―; es todo transparencia, amabilidad, perfección; es todo belleza” (cf. Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada, 8 diciembre 1963).

Detengámonos pues un momento a contemplar esta belleza a la luz de la Palabra de Dios, en tres aspectos de la vida de María que hacen que sea para nosotros cercana y familiar. ¿Cuáles son estos tres aspectos? María hija, María esposa y María madre.

Antes que nada, miremos a la Inmaculada como hija. Los textos sagrados no hablan de su infancia; el Evangelio, en cambio, nos la presenta ingresando en la historia como una chica joven, rica de fe, humilde y sencilla. Es la “virgen” (cf. Lc 1,27), en cuya mirada se refleja el amor del Padre y en cuyo corazón puro, la gratuidad y el agradecimiento, son el color y el perfume de la santidad. Aquí la Virgen se nos muestra hermosa como una flor, crecida de manera desapercibida y finalmente lista para abrirse en la total entrega de sí. Porque la vida de María es un continuo donarse.

Esto nos conduce a la segunda dimensión de su belleza: la de esposa, es decir, aquella que Dios eligió como compañera para su proyecto de salvación (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 61). Esto dice el Concilio: Dios escogió a María, escogió una mujer como compañera para su plan de salvación. No hay salvación sin la mujer porque también la Iglesia es mujer. Y Ella respondió “sí” diciendo: «Yo soy la servidora del Señor» (Lc 1,38). “Servidora” no en el sentido de “sometida” y “humillada”, sino de persona “fiable”, “estimada”, a quien el Señor le confía los tesoros más queridos y las misiones más importantes. Su belleza pues, poliédrica como la de un diamante, revela un nuevo aspecto: el de la fidelidad, la lealtad y el cuidado que caracterizan el amor recíproco de los esposos. Tal como lo concebía san Juan Pablo II, cuando escribía que la Inmaculada «aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que “consagra” totalmente una persona humana a Dios» (Carta enc. Redemptoris Mater, 39).

Y llegamos así a la tercera dimensión de la belleza. ¿Cuál es esta tercera dimensión de la belleza de María? La de madre. Este es el modo más común en que la representamos: con el Niño Jesús en brazos, o bien, en el belén, inclinada sobre el Hijo de Dios acostado en un pesebre (cf. Lc 2,7). Siempre presente junto a su Hijo en todas las circunstancias de la vida: cercana en el cuidado y escondida en la humildad; como en Caná, donde intercede por los esposos (cf. Jn 2,3-5); en Cafarnaúm, donde es alabada por su escucha de la Palabra de Dios (cf. Lc 11,27-28); o al pie de la cruz ―la mamá de un condenado―, donde el mismo Jesús nos la entrega como madre (cf. Jn 19,25-27). Aquí la Inmaculada es hermosa en su fecundidad, es decir, en su saber morir para dar vida, en su olvidarse de sí misma para cuidar a quien, pequeño e indefenso, se aferra a Ella. 

Todo esto está contenido en el Corazón puro de María, libre del pecado, dócil a la acción del Espíritu Santo (cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris Mater, 13), dispuesto a dar a Dios, por amor, «el homenaje del entendimiento y de la voluntad» (Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 5; cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, 3).

El riesgo, sin embargo, sería pensar que se trate de una belleza lejana, una belleza demasiado alta, inalcanzable. Pero no es así. De hecho, también nosotros la recibimos como don en el Bautismo, cuando somos liberados del pecado y hechos hijos de Dios. Y con ella se nos confía la llamada a cultivarla, como la Virgen, con amor filial, esponsal y materno, gratos al recibir y generosos al dar, hombres y mujeres del “gracias” y del “sí”, dichos con las palabras, pero sobre todo con la vida ―es hermoso encontrar hombres y mujeres que son su vida dicen gracias y dicen “sí”―; dispuestos a darle lugar al Señor en nuestros proyectos y a acoger con ternura materna a todos los hermanos y hermanas que encontramos en nuestro camino. La Inmaculada pues no es un mito, ni una doctrina abstracta, ni un ideal imposible; sino que es la propuesta de un proyecto hermoso y concreto, el modelo plenamente realizado de nuestra humanidad, a través del cual, por gracia de Dios, todos podemos contribuir para mejorar nuestro mundo.

Lamentablemente, a nuestro alrededor vemos cómo la pretensión del primer pecado, el de querer ser “como Dios” (cf. Gn 3,1-6), sigue hiriendo a la humanidad, y cómo esta presunción de autosuficiencia no produce ni amor, ni felicidad. En efecto, quien exalta como conquista el rechazo de todo vínculo estable y duradero, no genera libertad. Quien le falta el respeto al padre y a la madre, quien no quiere hijos, quien considera a los demás como un objeto o como un fastidio, quien considera el compartir como una pérdida y la solidaridad como un empobrecimiento, no difunde alegría ni futuro. ¿De qué sirve tener dinero en el banco, comodidades en los departamentos, falsos “contactos” en el mundo virtual, si luego los corazones permanecen fríos, vacíos o cerrados? ¿De qué sirven los altos niveles de crecimiento financiero de los países privilegiados, si medio mundo muere a causa del hambre y de la guerra, mientras los demás se quedan mirando con indiferencia? ¿De qué sirve viajar por todo el planeta, si luego cada encuentro se reduce a la emoción del momento, a una fotografía que ya nadie recordará al cabo de algunos días o algunos meses?


Hermanos y hermanas, hoy nosotros contemplamos a María Inmaculada, y le pedimos que su Corazón lleno de amor nos conquiste, que nos convierta y haga de nosotros una comunidad donde la filiación, la esponsalidad y la maternidad sean regla y criterio de vida; donde las familias se reúnan, los esposos compartan todo, los padres y las madres estén presentes, en carne y hueso, cercanos a sus hijos, y los hijos cuiden a sus padres. Esta es la belleza de la que nos habla la Inmaculada, esta es la “belleza que salva al mundo” y frente a la cual también nosotros, como María, queremos responder al Señor: Heme aquí, «que se cumpla en mí lo que has dicho» (
Lc 1,38).

Celebramos esta Eucaristía junto con los nuevos cardenales. Son hermanos a quienes les he pedido que me ayuden en el servicio pastoral de la Iglesia universal. Vienen de numerosas partes del mundo, portadores de una única Sabiduría con muchos rostros, para contribuir al crecimiento y a la extensión del Reino de Dios. Encomendémoslos de manera particular a la intercesión de la Madre del Salvador.

Francisco

Fotos: Vatican Media, 8-12-2024

Papa Francisco en oración a la Inmaculada, 8-12-2024: «Tu voz, Madre, nos dice: “Hijos míos, estén atentos, ¡no se olviden de las obras del alma! El verdadero Jubileo está dentro de sus corazones»

* «Madre, Madre Inmaculada, hoy es tu fiesta y nosotros nos reunimos en torno a ti. Las flores que te ofrecemos quieren expresar nuestro amor y nuestra gratitud;  pero tú ves y agradeces, sobre todo, esas flores escondidas que son las oraciones, los suspiros, también las lágrimas, especialmente las lágrimas de los pequeños y los pobres. Míralas Madre»

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con toda la veneración y la oración del Papa 

* «Madre, libéranos de la envidia. Que seamos hermanos todos, que nos queramos, nada de envidia, es un vicio malo que arruina por dentro. Y también hoy, María, nos repites: “¡Escúchenlo! Escúchenlo y hagan lo que Él os diga” (cfr Jn 2,5). ¡Gracias Madre, gracias Madre Santa! ¡Gracias porque todavía, en este tiempo pobre de esperanza, nos das a Jesús, nuestra Esperanza! ¡Gracias Madre!» 

8 de diciembre de 2024.- (Camino Católico)  Este domingo 8 de diciembre, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el Papa Francisco se ha trasladado a la Plaza de España en Roma para llevar a cabo el tradicional acto de veneración a la estatua de la Purísima. Antes de ello, realizó una parada en la Basílica de Santa María la Mayor, donde rindió homenaje a la Salus Populi Romani. 

El Pontífice ha sido recibido por el recientemente creado Cardenal Baldassare Reina, Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma, y por el alcalde de la capital italiana, Roberto Gualtieri. Allí, el Papa oró junto a los fieles presentes y a los que siguieron la ceremonia a través de los medios de comunicación. Asimismo, se han entonado cánticos y letanías en honor de la Santísima Virgen.

El Santo Padre ha depositado una ofrenda floral, se ha recogido en oración y ha pronunciado una breve plegaria. El Papa ha aludido a la preparación al Jubileo Ordinario de 2025, que comienza en 16 días, y aseguró que "será un mensaje de esperanza para la humanidad atormentada por las crisis y las guerras". También menciona la multiplicidad de obras en curso en Roma con motivo de este gran evento, reconoció la importancia y la necesidad de estos trabajos, a la vez que recordó que "el verdadero Jubileo no está fuera, está dentro".

"Es dentro donde hay que trabajar para preparar el camino al Señor que viene". En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la oración del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Acto de veneración a la Inmaculada en la Plaza de España

ORACIÓN DEL SANTO PADRE FRANCISCO A MARÍA INMACULADA

Plaza de España

Domingo, 8 de diciembre de 2024

Madre, Madre Inmaculada,
hoy es tu fiesta y nosotros nos reunimos en torno a ti.
Las flores que te ofrecemos quieren expresar
nuestro amor y nuestra gratitud; 
pero tú ves y agradeces, sobre todo, esas flores escondidas
que son las oraciones, los suspiros, también las lágrimas,
especialmente las lágrimas de los pequeños y los pobres.
Míralas Madre.

Madre nuestra, Roma se prepara para un nuevo Jubileo
que será un mensaje de esperanza para la humanidad
probada por las crisis y la guerra.
Por esto hay obras en todas partes de la ciudad:
esto –tú lo sabes– provoca no pocos disgustos,
y eso es signo de que Roma está viva,
se renueva y busca adaptarse a las exigencias,
para ser más acogedora y más funcional. 

Pero tu mirada de Madre ve otras cosas.
Y me parece escuchar tu voz
que con sabiduría nos dice: “Hijos míos,
están bien estas obras, pero estén atentos,
¡no se olviden de las obras del alma!
El verdadero Jubileo está dentro;
dentro de sus corazones,
dentro de las relaciones familiares y sociales.
Está dentro de quien necesita trabajar para preparar
el camino al Señor que viene”.

Es una buena oportunidad para hacer una buena confusión
y pedir perdón por todos los pecados.
Dios perdona todo, perdona siempre, siempre.

¡Madre Inmaculada te agradecemos!
Esta recomendación tuya nos hace bien,
la necesitamos tanto porque, sin quererlo,
nos arriesgamos a ser presas totalmente
de la organización, de las cosas por hacer,
y entonces, la gracia del Año Santo,
que es tiempo de renacimiento espiritual,
de perdón y de liberación social,
esta gracia jubilar puede no darse, puede ser sofocada.

Aquí el alcalde prepara todas estas cosas
para que estas cosas salgan bien.
Rezamos por el alcalde, por este trabajo.

Seguramente estuviste presente en la sinagoga de Nazaret
aquel día en que Jesús por primera vez
predicó a la gente de su país.
Leyó aquel pasaje del profeta Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por esto me ha consagrado con la unción
Y me ha enviado a llevar a los pobres el anuncio alegre,
a proclamar a los presos la liberación
y a los ciegos la vista,
a devolverle la libertad a los oprimidos
a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
Luego se sentó y dijo: “Hoy se ha cumplido
esta Escritura que han escuchado” (v. 21).
Tú Madre estabas allí, en medio de la gente asombrada,
estabas orgullosa de Él, de tu Hijo,
y al mismo tiempo presagiabas el drama
de la cerrazón y la envidia, que genera violencia.
Este drama tú lo has atravesado
y siempre lo atravieses, con tu corazón inmaculado
colmado del amor del Corazón de Cristo.

Madre, libéranos de la envidia.
Que seamos hermanos todos,
que nos queramos, nada de envidia,
es un vicio malo que arruina por dentro.

Y también hoy, María, nos repites: “¡Escúchenlo!
Escúchenlo y hagan lo que Él os diga” (cfr Jn 2,5).
¡Gracias Madre, gracias Madre Santa!
¡Gracias porque todavía,
en este tiempo pobre de esperanza,
nos das a Jesús, nuestra Esperanza!
¡Gracias Madre!

Francisco

Fotos: Vatican Media, 8-12-2024