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martes, 13 de mayo de 2008

Fallece «una de las más heroicas salvadoras católicas del Holocausto»

Irena Sendler salvó la vida a 2.500 niños judíos
VARSOVIA, (
ZENIT.org).- Irena Sendler, conocida como «el ángel del Gueto de Varsovia» por haber salvado del Holocausto a 2.500 niños judíos, falleció este lunes en Varsovia a la edad de 98 años.

Irena era una asistente social polaca quien organizo y dirigió un grupo de mas de 20 personas para salvar de la muerte segura a esos pequeños en ese barrio de la capital polaca bajo la ocupación nazi. Como ella explicó después, pudo realizar esta labor gracias a la ayuda de religiosas polacas.

La
Fundación Internacional Raoul Wallenberg, una organización no gubernamental educativa internacional, fundada por el argentino Baruj Tenembaum, que ha analizado y documentado numerosos casos de salvadores del Holocausto, en declaraciones a Zenit ha calificado a Sendler como «una de las mas heroicas salvadoras católicas del Holocausto». Esta fundación con sedes en Jerusalén, Nueva York y Buenos Aires, recuerda que esta labor le llevó a Irena a soportar la tortura en la cárcel nazi y una condena a muerte que por suerte no se ejecutó.
Irena Sendler nació en Polonia en 1910. Cuando Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia el cual llevaba los comedores comunitarios de la ciudad. Allí trabajó incansablemente para aliviar el sufrimiento de miles de personas tanto judías como católicas.

Gracias a ella, estos comedores no sólo proporcionaban comida para huérfanos, ancianos y pobres sino que además entregaban ropa, medicinas y dinero. Para evitar las inspecciones, registraba a las personas bajo nombres católicos ficticios o las inscribía como pacientes de enfermedades muy contagiosas como el tifus o la tuberculosis.
Pero en 1942, con la designación de un área cerrada para alojar a los judíos, conocida como el «Gueto de Varsovia», las familias sólo podían esperar una muerte segura. Irena se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos organizado por la resistencia polaca, explica la Fundación Wallenberg en su biografía enviada a Zenit. Logró obtener un pase del Departamento de Control Epidémico de Varsovia para poder ingresar al gueto en forma legal.
Persuadir a los padres de separarse de sus hijos era una labor horrorosa para una joven madre como Irena. «¿Puedes asegurar que vivirá?», Irena preguntaba a los angustiados padres. Pero sólo podía garantizar que morirían si se quedaban. «En mis sueños, todavía puedo oírlos llorar cuando dejaban a sus padres», decía después.
Tampoco era fácil encontrar familias que quisieran darle cobijo a niños judíos. Comenzó a sacar a los niños en una ambulancia como victimas del tifus, después tuvo que utilizar cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercadería, bolsas de patatas, ataúdes...

El rescate de un niño requería la ayuda de al menos diez personas. Los niños eran los primeros transportados a unidades de servicio humanitario y luego a un lugar seguro. Luego les buscaba ubicación en casas, orfanatos y conventos. «Envié a la mayoría de los niños a establecimientos religiosos», recordaba. «Sabía que podía contar con las religiosas».

El único registro de sus verdaderas identidades de los niños lo conservaba en frascos enterrados debajo de un árbol de manzanas en el patio de un vecino, frente a las barracas alemanas. En total, los frascos contenían los nombres de 2.500 niños.

El 20 de octubre de 1943, Irena fue detenida y encarcelada por la Gestapo. Era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos y soportó la tortura para no traicionarles. Le rompieron los pies y las piernas. «Pero nadie pudo quebrar su voluntad. Irena pasó tres meses en la prisión de Pawiak donde fue sentenciada a muerte», explica Baruj Tenembaum.

Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un «interrogatorio adicional». Al salir, le gritó en polaco «¡Corra!». Al día siguiente halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Irena continuó trabajando con una identidad falsa.
Al finalizar la guerra, Irena desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2.500 niños que colocó con familias adoptivas. Los reunió con sus parientes diseminados por todo Europa, pero la mayoría había perdido a sus familias en los campos de concentración nazis.

Los niños sólo la conocían por su nombre clave Jolanta. Pero años más tarde, cuando su foto salió en un periódico, tras ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra, fue reconocida por muchas de las personas a las que salvó.

Tras la guerra trabajó para bienestar social; ayudó a crear casas para ancianos, orfanatos y un servicio de emergencia para niños.

En 1965 recibió el título de Justa entre las Naciones por la organización Yad Vashem de Jerusalén y en 1991 fue declarada ciudadana honoraria de Israel.

Para ver el video sobre la vida de Irena Sendler haz click sobre la imagen

viernes, 4 de abril de 2008

Un corazón grande es siempre fecundo / Autor: José María Moriano, L.C.

¿Cuál es el verdadero rostro del amor? Tal vez podamos encontrar una respuesta en Irena Sendler. Sentada en su silla de ruedas esta sencilla ancianita polaca, acoge con un gran corazón a las innumerables personas que van a visitarla. Con sus 97 años y una sonrisa angelical nadie la creería portadora de un secreto tan bien guardado.

La sorpresa llegó cuando un grupo de alumnos de un instituto de Kansas (Estados Unidos) quiso, al terminar su trabajo de final de curso sobre los héroes del Holocausto, buscar el lugar de su tumba. Descubrieron que no existía dicha tumba, porque ella aún vivía.

Cuando Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, el cual manejaba los comedores comunitarios de la ciudad.

En 1942 Irena, horrorizada por las condiciones en que se vivía en el ghetto de Varsovia se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos. Consiguió identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas.

Comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus o sirviéndose de todo lo que estaba a su alcance para esconderlos y sacarlos de allí: cestos de basura, cajas de herramientas, ataúdes... cualquier elemento se transformaba en una vía de escape.

Pero no le bastaba mantener a esos niños con vida: quería que un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, sus historias personales y sus familias. Por ello, ideó un archivo en donde anotaba los datos en pequeños trozos de papel y los guardaba dentro de botes de conserva, que luego enterraba bajo un manzano en el jardín de su vecino. Allí guardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de 2,500 niños.

Un día los nazis supieron de sus actividades. El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. Le rompieron los pies y las piernas… De sus labios nunca salió el nombre de ningún niño.

Más adelante, encontró en un colchón de paja de su celda una estampa ajada de Jesucristo. La conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979, en que se la obsequió a Juan Pablo II.

Sentenciada a muerte, pudo escapar camino del lugar de la ejecución. La resistencia había sobornado al soldado que la llevaba porque querían salvarla, y con ella el secreto de la ubicación de los niños.

Al finalizar la guerra, ella misma desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2,500 niños que colocó con familias adoptivas. Los reunió con sus parientes diseminados por toda Europa, pero la mayoría había perdido a sus familiares en los campos de concentración…

Años más tarde, su historia apareció en un periódico acompañada de fotos suyas de la época y varias personas empezaron a llamarla para decirle:
“Recuerdo tu cara… soy uno de esos niños, te debo mi vida, mi futuro y quisiera verte…”.

Su padre, un médico que falleció de tifus cuando ella era todavía pequeña, le inculcó lo siguiente: “Ayuda siempre al que se está ahogando, sin tomar en cuenta su religión o nacionalidad. Ayudar cada día a alguien tiene que ser una necesidad que salga del corazón”.

Irena Sendler no deja de recibir flores y mensajes de sus queridos niños. No se considera una heroína; nunca se adjudicó crédito alguno por sus acciones. Siempre que se le pregunta sobre el tema, Irena contesta: "Podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el día en que yo muera".

El amor encuentra soluciones ahí donde todo invitaría al desaliento y la desesperanza. Como Irena, siempre contaremos a nuestro lado con una persona a quien poder amar desinteresadamente, despertando en ella nuevas ilusiones e ideales, porque un corazón grande es siempre fecundo.


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Fuente: http://www.buenasnoticias.org/