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viernes, 4 de abril de 2008

Un corazón grande es siempre fecundo / Autor: José María Moriano, L.C.

¿Cuál es el verdadero rostro del amor? Tal vez podamos encontrar una respuesta en Irena Sendler. Sentada en su silla de ruedas esta sencilla ancianita polaca, acoge con un gran corazón a las innumerables personas que van a visitarla. Con sus 97 años y una sonrisa angelical nadie la creería portadora de un secreto tan bien guardado.

La sorpresa llegó cuando un grupo de alumnos de un instituto de Kansas (Estados Unidos) quiso, al terminar su trabajo de final de curso sobre los héroes del Holocausto, buscar el lugar de su tumba. Descubrieron que no existía dicha tumba, porque ella aún vivía.

Cuando Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, el cual manejaba los comedores comunitarios de la ciudad.

En 1942 Irena, horrorizada por las condiciones en que se vivía en el ghetto de Varsovia se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos. Consiguió identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas.

Comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus o sirviéndose de todo lo que estaba a su alcance para esconderlos y sacarlos de allí: cestos de basura, cajas de herramientas, ataúdes... cualquier elemento se transformaba en una vía de escape.

Pero no le bastaba mantener a esos niños con vida: quería que un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, sus historias personales y sus familias. Por ello, ideó un archivo en donde anotaba los datos en pequeños trozos de papel y los guardaba dentro de botes de conserva, que luego enterraba bajo un manzano en el jardín de su vecino. Allí guardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de 2,500 niños.

Un día los nazis supieron de sus actividades. El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. Le rompieron los pies y las piernas… De sus labios nunca salió el nombre de ningún niño.

Más adelante, encontró en un colchón de paja de su celda una estampa ajada de Jesucristo. La conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979, en que se la obsequió a Juan Pablo II.

Sentenciada a muerte, pudo escapar camino del lugar de la ejecución. La resistencia había sobornado al soldado que la llevaba porque querían salvarla, y con ella el secreto de la ubicación de los niños.

Al finalizar la guerra, ella misma desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2,500 niños que colocó con familias adoptivas. Los reunió con sus parientes diseminados por toda Europa, pero la mayoría había perdido a sus familiares en los campos de concentración…

Años más tarde, su historia apareció en un periódico acompañada de fotos suyas de la época y varias personas empezaron a llamarla para decirle:
“Recuerdo tu cara… soy uno de esos niños, te debo mi vida, mi futuro y quisiera verte…”.

Su padre, un médico que falleció de tifus cuando ella era todavía pequeña, le inculcó lo siguiente: “Ayuda siempre al que se está ahogando, sin tomar en cuenta su religión o nacionalidad. Ayudar cada día a alguien tiene que ser una necesidad que salga del corazón”.

Irena Sendler no deja de recibir flores y mensajes de sus queridos niños. No se considera una heroína; nunca se adjudicó crédito alguno por sus acciones. Siempre que se le pregunta sobre el tema, Irena contesta: "Podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el día en que yo muera".

El amor encuentra soluciones ahí donde todo invitaría al desaliento y la desesperanza. Como Irena, siempre contaremos a nuestro lado con una persona a quien poder amar desinteresadamente, despertando en ella nuevas ilusiones e ideales, porque un corazón grande es siempre fecundo.


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Fuente: http://www.buenasnoticias.org/

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