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jueves, 12 de septiembre de 2013
Anton Gordillo, nuevo monje de Monserrat, era profesor universitario, investigador y un viaje a Venezuela cambió su vida: “sentí que el mundo sin Dios no tiene sentido”
* “La reflexión sobre lo absurdo de un mundo sin Dios me hizo ver que lo que yo necesitaba era entregarme a Dios de manera total. Dos años después de aquel viaje a Venezuela vine a Montserrat”
* “Hay muchas maneras de intentar cambiar las cosas, pero yo soy un teórico, un científico. Siempre he pensado que puedo entregarme mejor a Dios desde la oración. Esta es, para mí, la mejor manera de intentar cambiar el corazón de los hombres”
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miércoles, 30 de abril de 2008
miércoles, 23 de abril de 2008
Líderes religiosos internacionales invitan a no relacionar religión con violencia
sábado, 9 de febrero de 2008
Solemnidad de la dedicación de la Basílica de Montserrat / Autor: P. Abad Josep M. Soler
"Ningún proyecto contingente puede pretender tener la exclusividad de representar el Evangelio "
Publicamos la homilia del Abad del Monasterio de Montserrat, Josep M. Soler, peronunciada el domingo 3 de febrero, en la cual se disiente del documento publicado por el episcopado español ante las elecciones.
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
3 de febrero de 2008
Is 56, 1-6; Heb 12, 18-19; Lc 2, 22-40
Cuando el peregrino ha subido la montaña -como vosotros hoy, queridos hermanos y hermanas- y llega a la plaza de Santa María, contempla la fachada de nuestro monasterio y en lo alto se encuentra con una frase latina: "Urbs Jerusalem Beata, dicta pacis visio"; es decir: "Ciudad santa de Jerusalén, llamada «visión de paz»". Esta frase corresponde a la liturgia de la dedicación de una iglesia; por lo tanto, a la liturgia del aniversario de la dedicación de esta basílica de Montserrat.
El peregrino que viene a visitar a Santa María en este santuario suyo es invitado, pues, a entrar en la basílica como si entrara en Jerusalén. De hecho, la experiencia de los peregrinos al llegar a este lugar es parecida a la descrita en el salmo: ¡Qué alegría! ...Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén (Ps 121, 1-2). La referencia a la "ciudad santa de Jerusalén" de la frase de nuestra fachada, tiene que ser entendida con un triple significado. Por una parte, evoca la Jerusalén bíblica, la capital histórica del pueblo de Israel, en la cual estaba el templo que hacía presente la gloria de Dios. Allí, los peregrinos subían, y suben todavía hoy, llenos de alegría para alabar el nombre del Señor, deseando la paz dentro de sus muros (cf. Ps 121, 4.8). La Jerusalén de la tierra, sin embargo, no es la definitiva. Hay otra Jerusalén, la del cielo, donde está la plenitud de la paz y de la luz sin ocaso porque la llena de claridad la gloria de Dios, Jesucristo es la lámpara que la ilumina (cf. Ap 21, 23). Es a esta Jerusalén sin oscuridad, ni luto, ni llanto, ni muerte porque Dios estará con ellos y enjugará las lágrimas de los ojos (cf. Ap 21, 4), a la que apunta la frase de nuestra fachada. Entre las dos realidades, entre los dos significados de la frase, hay otro. La Jerusalén futura es anticipada, en favor de los que hacemos camino hacia ella, en los lugares donde se reúne la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos; es decir, en las iglesias. En esta basílica, también.
Por eso, el peregrino de Montserrat, una vez ha atravesado los arcos de entrada al recinto y ha tomado conciencia de que en la basílica encontrará la gloria de Dios en la Palabra proclamada y en la celebración de los sacramentos, es invitado por una
inscripción que hay en el centro del atrio a alimentarse de Jesucristo, el hijo de la Virgen María, con el fin de poder continuar su camino de la vida hacia la Jerusalén del cielo. Hacerse peregrino de Santa María es tomar conciencia de que toda la vida es una peregrinación para encontrarse con su Hijo divino en la plenitud de la ciudad de la paz.
La salvación que, según el evangelio que hemos escuchado, Jesús llevó a la casa de Zaqueo y que motivó su conversión y su compromiso hacia los otros, se hace realidad, también, en esta basílica. El Señor entró el día de la dedicación, hoy hace 416 años, y aquí anuncia día tras día su Evangelio. Aquí se deja encontrar por los que lo buscan sinceramente, aunque su vida no haya sido muy digna. Aquí les ofrece la posibilidad de conversión y el perdón, junto con la alegría profunda de la salvación; les da la gracia para tener un trato justo, equitativo y lleno de amor a los otros. Aquí él se hace presente en la mesa eucarística para ser alimento en nuestro camino, a veces pesado pero siempre sostenido por él y animado por la mirada serena de la Imagen Morena de su Madre.
El camino de la vida, lo hacemos junto con mucha otra gente, y son numerosos los que no comparten nuestra fe. En la escuela de la Iglesia, iluminada por el magisterio del concilio Vaticano II, hemos aprendido que los cristianos, respetando las
conciencias de las personas y la autonomía de la comunidad política, tenemos que ser, al estilo de Jesús, servidores de la sociedad de la cual formamos parte. Sabemos que ningún proyecto contingente, de carácter sociológico o político, puede pretender tener la exclusividad de representar el Evangelio. En nuestra sociedad plural, los miembros de la Iglesia no podemos pretender tener ningún monopolio; tenemos que proponer de una manera serena, atrayente y esperanzada, sin imposiciones, la luz que nos viene del Evangelio sobre la persona humana y la convivencia en sociedad. Lo tenemos que hacer a través del diálogo y de la misericordia, y no de la confrontación. Este diálogo tiene que partir de la convicción profunda de la propia identidad cristiana y tiene que aceptar respetuosamente a los otros que no tienen en la Iglesia su hogar espiritual (cf. Obispos de Cataluña, "Creer en el Evangelio...", n. 7), con voluntad de convivencia y de construir juntos una sociedad más humana, más justa, más respetuosa de la dignidad y de los derechos de cada persona; eso nos pide trabajar por la paz con todos los medios éticamente legítimos. Estas convicciones nos tienen que guiar en nuestro camino de la ciudad terrenal a la ciudad del cielo.
Hoy, nosotros -los peregrinos de Montserrat y los que participáis en esta celebración por medio de la radio y la televisión- somos invitados, no sólo a vivir en esta basílica la alabanza y la plegaria como anticipación de la Jerusalén celestial, sino también a descubrir nuestro misterio interior de bautizados. No sólo la basílica es un templo. También lo es el cristiano. Lo diremos en el canto que acompañará la comunión, repitiendo unas palabras de san Pablo: sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros (1Cor 3, 16-17). A partir de estas palabras entendemos mejor el significado de esta basílica y de todas las iglesias y capillas del mundo. La gloria de Dios está presente en esos lugares y Jesucristo actuando junto con el Espíritu Santo para que nosotros seamos templos de Dios y el Espíritu habite en nuestro interior. Ésta es, por gracia, nuestra dignidad. Y a esta dignidad misma es llamada la humanidad entera. Por eso cada persona es sagrada y merece el mayor respeto.
Peregrinos de Santa María como somos, celebramos con gozo y con agradecimiento el aniversario de la dedicación de esta basílica, casa solariega de nuestro pueblo, y acogemos la salvación que nos es ofrecida.
Publicamos la homilia del Abad del Monasterio de Montserrat, Josep M. Soler, peronunciada el domingo 3 de febrero, en la cual se disiente del documento publicado por el episcopado español ante las elecciones.
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
3 de febrero de 2008
Is 56, 1-6; Heb 12, 18-19; Lc 2, 22-40
Cuando el peregrino ha subido la montaña -como vosotros hoy, queridos hermanos y hermanas- y llega a la plaza de Santa María, contempla la fachada de nuestro monasterio y en lo alto se encuentra con una frase latina: "Urbs Jerusalem Beata, dicta pacis visio"; es decir: "Ciudad santa de Jerusalén, llamada «visión de paz»". Esta frase corresponde a la liturgia de la dedicación de una iglesia; por lo tanto, a la liturgia del aniversario de la dedicación de esta basílica de Montserrat.
El peregrino que viene a visitar a Santa María en este santuario suyo es invitado, pues, a entrar en la basílica como si entrara en Jerusalén. De hecho, la experiencia de los peregrinos al llegar a este lugar es parecida a la descrita en el salmo: ¡Qué alegría! ...Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén (Ps 121, 1-2). La referencia a la "ciudad santa de Jerusalén" de la frase de nuestra fachada, tiene que ser entendida con un triple significado. Por una parte, evoca la Jerusalén bíblica, la capital histórica del pueblo de Israel, en la cual estaba el templo que hacía presente la gloria de Dios. Allí, los peregrinos subían, y suben todavía hoy, llenos de alegría para alabar el nombre del Señor, deseando la paz dentro de sus muros (cf. Ps 121, 4.8). La Jerusalén de la tierra, sin embargo, no es la definitiva. Hay otra Jerusalén, la del cielo, donde está la plenitud de la paz y de la luz sin ocaso porque la llena de claridad la gloria de Dios, Jesucristo es la lámpara que la ilumina (cf. Ap 21, 23). Es a esta Jerusalén sin oscuridad, ni luto, ni llanto, ni muerte porque Dios estará con ellos y enjugará las lágrimas de los ojos (cf. Ap 21, 4), a la que apunta la frase de nuestra fachada. Entre las dos realidades, entre los dos significados de la frase, hay otro. La Jerusalén futura es anticipada, en favor de los que hacemos camino hacia ella, en los lugares donde se reúne la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos; es decir, en las iglesias. En esta basílica, también.
Por eso, el peregrino de Montserrat, una vez ha atravesado los arcos de entrada al recinto y ha tomado conciencia de que en la basílica encontrará la gloria de Dios en la Palabra proclamada y en la celebración de los sacramentos, es invitado por una
inscripción que hay en el centro del atrio a alimentarse de Jesucristo, el hijo de la Virgen María, con el fin de poder continuar su camino de la vida hacia la Jerusalén del cielo. Hacerse peregrino de Santa María es tomar conciencia de que toda la vida es una peregrinación para encontrarse con su Hijo divino en la plenitud de la ciudad de la paz.
La salvación que, según el evangelio que hemos escuchado, Jesús llevó a la casa de Zaqueo y que motivó su conversión y su compromiso hacia los otros, se hace realidad, también, en esta basílica. El Señor entró el día de la dedicación, hoy hace 416 años, y aquí anuncia día tras día su Evangelio. Aquí se deja encontrar por los que lo buscan sinceramente, aunque su vida no haya sido muy digna. Aquí les ofrece la posibilidad de conversión y el perdón, junto con la alegría profunda de la salvación; les da la gracia para tener un trato justo, equitativo y lleno de amor a los otros. Aquí él se hace presente en la mesa eucarística para ser alimento en nuestro camino, a veces pesado pero siempre sostenido por él y animado por la mirada serena de la Imagen Morena de su Madre.
El camino de la vida, lo hacemos junto con mucha otra gente, y son numerosos los que no comparten nuestra fe. En la escuela de la Iglesia, iluminada por el magisterio del concilio Vaticano II, hemos aprendido que los cristianos, respetando las
conciencias de las personas y la autonomía de la comunidad política, tenemos que ser, al estilo de Jesús, servidores de la sociedad de la cual formamos parte. Sabemos que ningún proyecto contingente, de carácter sociológico o político, puede pretender tener la exclusividad de representar el Evangelio. En nuestra sociedad plural, los miembros de la Iglesia no podemos pretender tener ningún monopolio; tenemos que proponer de una manera serena, atrayente y esperanzada, sin imposiciones, la luz que nos viene del Evangelio sobre la persona humana y la convivencia en sociedad. Lo tenemos que hacer a través del diálogo y de la misericordia, y no de la confrontación. Este diálogo tiene que partir de la convicción profunda de la propia identidad cristiana y tiene que aceptar respetuosamente a los otros que no tienen en la Iglesia su hogar espiritual (cf. Obispos de Cataluña, "Creer en el Evangelio...", n. 7), con voluntad de convivencia y de construir juntos una sociedad más humana, más justa, más respetuosa de la dignidad y de los derechos de cada persona; eso nos pide trabajar por la paz con todos los medios éticamente legítimos. Estas convicciones nos tienen que guiar en nuestro camino de la ciudad terrenal a la ciudad del cielo.
Hoy, nosotros -los peregrinos de Montserrat y los que participáis en esta celebración por medio de la radio y la televisión- somos invitados, no sólo a vivir en esta basílica la alabanza y la plegaria como anticipación de la Jerusalén celestial, sino también a descubrir nuestro misterio interior de bautizados. No sólo la basílica es un templo. También lo es el cristiano. Lo diremos en el canto que acompañará la comunión, repitiendo unas palabras de san Pablo: sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros (1Cor 3, 16-17). A partir de estas palabras entendemos mejor el significado de esta basílica y de todas las iglesias y capillas del mundo. La gloria de Dios está presente en esos lugares y Jesucristo actuando junto con el Espíritu Santo para que nosotros seamos templos de Dios y el Espíritu habite en nuestro interior. Ésta es, por gracia, nuestra dignidad. Y a esta dignidad misma es llamada la humanidad entera. Por eso cada persona es sagrada y merece el mayor respeto.
Peregrinos de Santa María como somos, celebramos con gozo y con agradecimiento el aniversario de la dedicación de esta basílica, casa solariega de nuestro pueblo, y acogemos la salvación que nos es ofrecida.
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