* «Todo el mundo es vulnerable a la acción de Satanás»
* «Hasta Madre Teresa fue exorcizada en sus últimos años»
* «Hitler y Stalin estaban poseídos por Satanás»
28 de febrero de 2010.- En su «consulta» cuelgan imágenes del Padre Pío, de Juan Pablo II y de Cándido Amantini, su preceptor. No aparece nada inquietante a la vista: ni olor a azufre ni potros para atar a los poseídos. «A los que vienen a verme les aconsejo que primero vayan al médico o al psicólogo. En la mayoría de los casos hay una base física o psicológica para explicar sus sufrimientos. Los psiquiatras me envían los casos incurables. No hay rivalidad. El psiquiatra establece si es una enfermedad; el exorcista, si hay una maldición», explica el padre Gabriele Amorth, exorcista oficial de la diócesis del Papa, a la revista «María Mensajera». Publicamos un vídeo explicando quien es el P. Amorth. Leer más y ver vídeo...
Mostrando entradas con la etiqueta video vida espiritual. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta video vida espiritual. Mostrar todas las entradas
domingo, 28 de febrero de 2010
«Al diablo le gusta adueñarse de los que ocupan cargos políticos» explica el P. Gabriele Amorth
Etiquetas:
Brujería,
dar testimonio,
Diablo,
exorcismo,
maldición,
maleficio,
P. Gabriele Amorth,
posesión diabólica,
satanás,
satanismo,
video,
Video Testimonio,
video vida espiritual
miércoles, 29 de octubre de 2008
lunes, 11 de agosto de 2008
martes, 5 de agosto de 2008
Las herejías de la iglesia-secta "Creciendo en gracia" en la que su lider dice que es Jesucristo
Creemos que muchos hermanos evangelicos intentan vivir una vida acorde con el evangelio y que son hombres y mujeres de profunda oración. Por eso, no podemos considerar la iglesia "Crecer en Gracia" como parte de los evangélicos sino como una secta. Tienen un satélite propio en el espacio y una estación de televisión llamada "Tele Gracia" . Su líder-fundador, José Luis de Jesús Miranda dice que es Jesucristo. En el siguiente reportaje se puede ver todas las herejías que proclama y la gran incidencia que está teniendo.
Los siguientes vídeos pueden herir los sentimientos religiosos´por su claridad expositíva, pero verlos puede suponer que muchas personas abran los ojos.
Vídeo 1
Vídeo 2
Los siguientes vídeos pueden herir los sentimientos religiosos´por su claridad expositíva, pero verlos puede suponer que muchas personas abran los ojos.
Vídeo 1
Vídeo 2
Etiquetas:
herejías,
Iglesia Crecer en Gracia,
Jesucristo,
sectas,
Testimonio,
video,
video reflexión,
video reportaje,
Video Testimonio,
video vida espiritual
miércoles, 30 de julio de 2008
Video de un exorcismo real
Enfrentamiento: Jesús contra el diablo
En dos videos de 10 minutos de duración cada uno, podemos ver la realización de un exorcismo por parte del padre Elie Rahhal, grabado por Tele Lumiere. Las imagenes pueden afectar la sensibilidad de las personas pero son un vivo testimonio del poder de Jesucristo sobre Satanás. Precisamente porque una imagen vale más que muchas palabras, queremos que el espectador asuma interiormente que con las cuestiones ocultistas mejor no tener ningún contacto. El hijo de Dios tiene poder sobre todo y vino para liberarnos de toda tiniebla y afectación de cualquier mal.
Video 1
Video 2
En dos videos de 10 minutos de duración cada uno, podemos ver la realización de un exorcismo por parte del padre Elie Rahhal, grabado por Tele Lumiere. Las imagenes pueden afectar la sensibilidad de las personas pero son un vivo testimonio del poder de Jesucristo sobre Satanás. Precisamente porque una imagen vale más que muchas palabras, queremos que el espectador asuma interiormente que con las cuestiones ocultistas mejor no tener ningún contacto. El hijo de Dios tiene poder sobre todo y vino para liberarnos de toda tiniebla y afectación de cualquier mal.
Video 1
Video 2
¿Has abortado a Cristo?: Mira el video, escucha, y ora para sanarte
Video 1
Video 2
Video 3
Video 4
Video 2
Video 3
Video 4
Etiquetas:
aborto,
Amor,
familia,
matrimotio,
muerte,
procreación,
sexualidad,
vida,
video,
Video Oración,
video reflexión,
video vida espiritual
sábado, 26 de julio de 2008
jueves, 24 de julio de 2008
Videos de la Ewtn de Benedicto XVI con los jóvenes en la clausura de Sydney
Video 1
Video 2
Video 3
Video 4
Video 5
Video 6
Video 7
Video 8
Video 9
Video 10
Video 11
Video 12
Video 13
Video 14
Video 15
Video 16
Video 17
Video 18
Video 19
Video 20
Video 21
Video 22
Video 23
Video 24
Video 25
Video 26
Video 2
Video 3
Video 4
Video 5
Video 6
Video 7
Video 8
Video 9
Video 10
Video 11
Video 12
Video 13
Video 14
Video 15
Video 16
Video 17
Video 18
Video 19
Video 20
Video 21
Video 22
Video 23
Video 24
Video 25
Video 26
Etiquetas:
Benedicto XVI,
Jornada Mundial de la Juventud,
Sydney,
video,
Video Oración,
video programa,
video reflexión,
Video Testimonio,
video vida espiritual
miércoles, 23 de julio de 2008
martes, 22 de julio de 2008
La esencia de algunos mensajes de Benedicto XVI en Sydney en video
El Bautismo no es un rito, es un DON DE DIOS
La vida del hombre no está gobernada por la suerte
La esperanza para todos, es CRISTO
La esperanza es CRISTO reunidos en un sólo pueblo LA IGLESIA
La vida del hombre no está gobernada por la suerte
La esperanza para todos, es CRISTO
La esperanza es CRISTO reunidos en un sólo pueblo LA IGLESIA
lunes, 21 de julio de 2008
Testimonios de jóvenes y entrevista a la Hermana Glenda, en la catedral de la Almudena, con motivo de la JMJ
Etiquetas:
Benedicto XVI,
Hermana Glenda,
Jornada Mundial de la Juventud,
Sydney,
Testimonio,
video,
Video Testimonio,
video vida espiritual
domingo, 20 de julio de 2008
Se confirman los rumores: Madrid acogerá la Jornada de la Juventud 2011
El anuncio del papa en video
España ya había acogido este evento en 1989, en Santiago de Compostela
SYDNEY, (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha confirmado los rumores: al final de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud Benedicto XVI ha vuelto a dar cita a los jóvenes del mundo en Madrid 2011.
"Llega ahora el momento de deciros adiós o, más bien, hasta la vista. Os doy las gracias a todos por haber participado en la Jornada Mundial de la Juventud 2008, aquí en Sydney, y espero que nos volvamos a ver dentro de tres años", dijo el Papa en su despedida.
"La Jornada Mundial de la Juventud 2011 tendrá lugar en Madrid, en España". Los miles de españoles estallaron en gritos y aplausos, enarbolando banderas de color rojo y amarillo.
"Hasta ese momento...", comenzó a decir el Papa, pero tuvo que detenerse riendo, pues los gritos no cesaban. "Hasta ese momento --continuó--, recemos los unos por los otros, y demos ante el mundo un alegre testimonio de Cristo. Que Dios os bendiga".
España, la ciudad de Santiago de Compostela, ya había acogido la Jornada Mundial de la Juventud en el año 1989, presidida por Juan Pablo II y con la participación de medio millón de jóvenes.
Era el tercer lugar en el que se celebraba un encuentro de esas características después de Roma y Buenos Aires.
El arzobispo de Santiago de Compostela era entonces monseñor Antonio María Rouco, quien acogerá por segunda vez una Jornada Mundial de la Juventud, pero ahora como cardenal y arzobispo de la capital española.
España ya había acogido este evento en 1989, en Santiago de Compostela
SYDNEY, (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha confirmado los rumores: al final de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud Benedicto XVI ha vuelto a dar cita a los jóvenes del mundo en Madrid 2011.
"Llega ahora el momento de deciros adiós o, más bien, hasta la vista. Os doy las gracias a todos por haber participado en la Jornada Mundial de la Juventud 2008, aquí en Sydney, y espero que nos volvamos a ver dentro de tres años", dijo el Papa en su despedida.
"La Jornada Mundial de la Juventud 2011 tendrá lugar en Madrid, en España". Los miles de españoles estallaron en gritos y aplausos, enarbolando banderas de color rojo y amarillo.
"Hasta ese momento...", comenzó a decir el Papa, pero tuvo que detenerse riendo, pues los gritos no cesaban. "Hasta ese momento --continuó--, recemos los unos por los otros, y demos ante el mundo un alegre testimonio de Cristo. Que Dios os bendiga".
España, la ciudad de Santiago de Compostela, ya había acogido la Jornada Mundial de la Juventud en el año 1989, presidida por Juan Pablo II y con la participación de medio millón de jóvenes.
Era el tercer lugar en el que se celebraba un encuentro de esas características después de Roma y Buenos Aires.
El arzobispo de Santiago de Compostela era entonces monseñor Antonio María Rouco, quien acogerá por segunda vez una Jornada Mundial de la Juventud, pero ahora como cardenal y arzobispo de la capital española.
Imponente clausura de la JMJ: El Papa desafía a los jóvenes a guiar el mundo hacia Cristo
Para ver los video-resumen de la Misa de clausura haz clic sobre las imagenes
SYDNEY, (ACI).- En el marco de una soleada mañana australiana, ante más de medio millón de fieles que colmaron el Hipódromo de Radwick en Sydney, el Papa Benedicto XVI clausuró la JMJ 2008 desafiando a los jóvenes a transformar el mundo según el plan de Dios.
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros” Fueron las primeras palabras de la homilía del Papa en la homilía de la Misa final. "Hemos visto esta promesa cumplida, con el poder del Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio a los confines de la tierra. En estos días yo también he venido como Sucesor de Pedro a esta magnífica tierra Australiana".
"He venido a confirmarlos en su fe, mis hermanos jóvenes hermanos y hermanas y a alentarnos a que abran sus corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que este gran encuentro de jóvenes 'venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo'", agregó el Pontífice.
"Que la llama del amor de Dios -continuó- descienda para llenar vuestros corazones, que los una plenamente con el Señor y su Iglesia y les envíe a ustedes, cual nueva generación de apóstoles para acercar el mundo a Cristo".
El Pontífice preguntó luego: “Pero ¿Cuál es el 'poder' del Espíritu Santo? ¡Es el poder de la vida de Dios! Es el poder del mismo Espíritu que rige sobre las aguas en los albores de la creación".
"Aquí en Australia esta 'Gran tierra Austral del Espíritu Santo' todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable en la presencia del Espíritu y en el poder de la belleza de la naturaleza… hemos tenido una vívida experiencia de la presencia y el poder del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Hemos visto a la Iglesia como es verdaderamente: el cuerpo de Cristo, una comunidad viviente de amor, reuniendo a todas las personas de todas las razas, naciones y lenguas de todos los tiempo y lugares, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado”, dijo también el Papa, interrumpido por los aplausos de una multitud que lo seguía con sorprendente atención.
Sin embargo, advirtió Benedicto XVI, "la gracia del Espíritu no es algo que podemos merecer o lograr sino que sólo lo podemos recibir como don puro…es por ello que la oración es tan importante: la oración diaria, la oración privada en el sosiego de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, así como la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia”.
Desafío a los jóvenes
Luego dirigiéndose a los jóvenes el Papa preguntó en tono de paterno desafío: "Queridos jóvenes, permítanme ahora hacerles una pregunta ¿Qué van a dejar ustedes para las próximas generaciones? ¿Están construyendo sus vidas sobre báses sólidas construyendo algo que perdurará? ¿Están viviendo su vida de manera que abra el camino al Espíritu en medio de un mundo que quiere olvidar a Dios o que incluso lo rechaza en nombre de una libertad falsamente concebida? ¿Cómo están utilizando los dones que han recibido, el 'poder' por el cual el Espíritu Santo está ahora mismo preparado para liberar dentro de ustedes? ¿Qué legado van a dejar a los jóvenes del futuro? ¿Qué diferencias apostarán?"
“El mundo -prosiguió el Santo Padre- necesita esta renovación, En muchas de nuestras sociedades, junto con la prosperidad material, un desierto espiritual se está extendiendo, un vacío interior, un temor sin nombre, un sentimiento silencioso de desesperación…la Iglesia también necesita de esta renovación. La Iglesia necesita especialmente de los dones de los jóvenes, de todos los jóvenes…Todos aquellos que el Señor llama al sacerdocio y a la vida consagrada."
“No tengan miedo de decir 'Sí' a Jesús, de encontrar gozo en hacer su voluntad, entregándose completamente en la búsqueda de la santidad y utilizando todo su talento al servicio de los demás”.
Luego de invocar la protección de María, terminó con su saludo habitual en diferentes lenguas alentando a los peregrinos a “llevar la Buena Nueva”. A los peregrinos de lengua española les dijo: “Queridos jóvenes, en Cristo se cumplen todas las promesas de salvación verdadera para la humanidad. Él tiene para cada uno de vosotros un proyecto de amor en el que se encuentra el sentido y la plenitud de la vida y espera de todos vosotros que hagáis fructificar los dones que os ha dado, siendo sus testigos de palabra y con el propio ejemplo. No lo defraudéis".
Noticias Relacionadas
235 mil peregrinos pasan la noche en oración
Prensa australiana reconoce éxito de JMJ Sydney 2008
Alegría de los peregrinos opacará protestas contra JMJ 2008
Jóvenes de la JMJ 2008 reflexionan sobre Espíritu Santo y misión
Más de 400 jóvenes de las Islas Salomón en JMJ Sydney 2008
SYDNEY, (ACI).- En el marco de una soleada mañana australiana, ante más de medio millón de fieles que colmaron el Hipódromo de Radwick en Sydney, el Papa Benedicto XVI clausuró la JMJ 2008 desafiando a los jóvenes a transformar el mundo según el plan de Dios.
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros” Fueron las primeras palabras de la homilía del Papa en la homilía de la Misa final. "Hemos visto esta promesa cumplida, con el poder del Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio a los confines de la tierra. En estos días yo también he venido como Sucesor de Pedro a esta magnífica tierra Australiana".
"He venido a confirmarlos en su fe, mis hermanos jóvenes hermanos y hermanas y a alentarnos a que abran sus corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que este gran encuentro de jóvenes 'venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo'", agregó el Pontífice.
"Que la llama del amor de Dios -continuó- descienda para llenar vuestros corazones, que los una plenamente con el Señor y su Iglesia y les envíe a ustedes, cual nueva generación de apóstoles para acercar el mundo a Cristo".
El Pontífice preguntó luego: “Pero ¿Cuál es el 'poder' del Espíritu Santo? ¡Es el poder de la vida de Dios! Es el poder del mismo Espíritu que rige sobre las aguas en los albores de la creación".
"Aquí en Australia esta 'Gran tierra Austral del Espíritu Santo' todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable en la presencia del Espíritu y en el poder de la belleza de la naturaleza… hemos tenido una vívida experiencia de la presencia y el poder del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Hemos visto a la Iglesia como es verdaderamente: el cuerpo de Cristo, una comunidad viviente de amor, reuniendo a todas las personas de todas las razas, naciones y lenguas de todos los tiempo y lugares, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado”, dijo también el Papa, interrumpido por los aplausos de una multitud que lo seguía con sorprendente atención.
Sin embargo, advirtió Benedicto XVI, "la gracia del Espíritu no es algo que podemos merecer o lograr sino que sólo lo podemos recibir como don puro…es por ello que la oración es tan importante: la oración diaria, la oración privada en el sosiego de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, así como la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia”.
Desafío a los jóvenes
Luego dirigiéndose a los jóvenes el Papa preguntó en tono de paterno desafío: "Queridos jóvenes, permítanme ahora hacerles una pregunta ¿Qué van a dejar ustedes para las próximas generaciones? ¿Están construyendo sus vidas sobre báses sólidas construyendo algo que perdurará? ¿Están viviendo su vida de manera que abra el camino al Espíritu en medio de un mundo que quiere olvidar a Dios o que incluso lo rechaza en nombre de una libertad falsamente concebida? ¿Cómo están utilizando los dones que han recibido, el 'poder' por el cual el Espíritu Santo está ahora mismo preparado para liberar dentro de ustedes? ¿Qué legado van a dejar a los jóvenes del futuro? ¿Qué diferencias apostarán?"
“El mundo -prosiguió el Santo Padre- necesita esta renovación, En muchas de nuestras sociedades, junto con la prosperidad material, un desierto espiritual se está extendiendo, un vacío interior, un temor sin nombre, un sentimiento silencioso de desesperación…la Iglesia también necesita de esta renovación. La Iglesia necesita especialmente de los dones de los jóvenes, de todos los jóvenes…Todos aquellos que el Señor llama al sacerdocio y a la vida consagrada."
“No tengan miedo de decir 'Sí' a Jesús, de encontrar gozo en hacer su voluntad, entregándose completamente en la búsqueda de la santidad y utilizando todo su talento al servicio de los demás”.
Luego de invocar la protección de María, terminó con su saludo habitual en diferentes lenguas alentando a los peregrinos a “llevar la Buena Nueva”. A los peregrinos de lengua española les dijo: “Queridos jóvenes, en Cristo se cumplen todas las promesas de salvación verdadera para la humanidad. Él tiene para cada uno de vosotros un proyecto de amor en el que se encuentra el sentido y la plenitud de la vida y espera de todos vosotros que hagáis fructificar los dones que os ha dado, siendo sus testigos de palabra y con el propio ejemplo. No lo defraudéis".
Noticias Relacionadas
235 mil peregrinos pasan la noche en oración
Prensa australiana reconoce éxito de JMJ Sydney 2008
Alegría de los peregrinos opacará protestas contra JMJ 2008
Jóvenes de la JMJ 2008 reflexionan sobre Espíritu Santo y misión
Más de 400 jóvenes de las Islas Salomón en JMJ Sydney 2008
Etiquetas:
Benedicto XVI,
dar testimonio,
Espíritu Santo,
Jornada Mundial de la Juventud,
jóvenes,
meditación,
misión,
reflexión,
Sydney,
video,
video vida espiritual
sábado, 19 de julio de 2008
El Espíritu Santo, Él es el artesano de las obras de Dios. ¡Dejen que sus gracias les formen! / Autor: Benedicto XVI
Para ver los video-resumen de la vigilia de la JMJ haz clic sobre la imagen
Dios está siempre con nosotros
Dios está siempre con nosotros
Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud, que presidió en la noche del sábado en el hipódromo de Randwick, ante 235 mil jóvenes.
Queridos jóvenes
Una vez más, en esta tarde hemos oído la gran promesa de Cristo, «cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza», y hemos escuchado su mandato: «seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1, 8). Éstas fueron las últimas palabras que Cristo pronunció antes de su ascensión al cielo. Lo que los Apóstoles sintieron al oírlas sólo podemos imaginarlo. Pero sabemos que su amor profundo por Jesús y la confianza en su palabra los impulsó a reunirse y esperar en la sala de arriba, pero no una espera sin un sentido, sino juntos, unidos en la oración, con las mujeres y con María (cf. Hch 1, 14). Esta tarde nosotros hacemos lo mismo. Reunidos delante de nuestra Cruz, que tanto ha viajado, y del icono de María, rezamos bajo el esplendor celeste de la constelación de la Cruz del Sur. Esta tarde rezo por vosotros y por los jóvenes de todo el mundo. Dejaos inspirar por el ejemplo de vuestros Patronos. Acoged en vuestro corazón y en vuestra mente los siete dones del Espíritu Santo. Reconoced y creed en el poder del Espíritu Santo en vuestra vida.
El otro día hablábamos de la unidad y de la armonía de la creación de Dios y de nuestro lugar en ella. Hemos recordado cómo nosotros, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, mediante el gran don del Bautismo nos hemos convertido en hijos adoptivos de Dios, nuevas criaturas. Y precisamente como hijos de la luz de Cristo, simbolizada por las velas encendidas que tenéis en vuestras manos, damos testimonio en nuestro mundo del esplendor que ninguna tiniebla podrá vencer (cf. Jn 1, 5).
Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el «cómo» llegar a ser testigos. Tenemos necesidad de conocer la persona del Espíritu Santo y su presencia vivificante en nuestra vida. No es fácil. En efecto, la diversidad de imágenes que encontramos en la Escritura sobre el Espíritu -viento, fuego, soplo- ponen de manifiesto lo difícil que nos resulta tener una comprensión clara de él. Y, sin embargo, sabemos que el Espíritu Santo es quien dirige y define nuestro testimonio sobre Jesucristo, aunque de modo silencioso e invisible.
Ya sabéis que nuestro testimonio cristiano es una ofrenda a un mundo que, en muchos aspectos, es frágil. La unidad de la creación de Dios se debilita por heridas profundas cuando las relaciones sociales se rompen, o el espíritu humano se encuentra casi completamente aplastado por la explotación o el abuso de las personas. De hecho, la sociedad contemporánea sufre un proceso de fragmentación por culpa de un modo de pensar que por su naturaleza tiene una visión reducida, porque descuida completamente el horizonte de la verdad, de la verdad sobre Dios y sobre nosotros. Por su naturaleza, el relativismo non es capaz de ver el cuadro en su totalidad. Ignora los principios mismos que nos hacen capaces de vivir y de crecer en la unidad, en el orden y en la armonía.
Como testigos cristianos, ¿cuál es nuestra respuesta a un mundo dividido y fragmentario? ¿Cómo podemos ofrecer esperanza de paz, restablecimiento y armonía a esas «estaciones» de conflicto, de sufrimiento y tensión por las que habéis querido pasar con esta Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud? La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. Dios nos ha hecho el uno para el otro (cf. Gn 2, 24) y sólo en Dios y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos. Y, sin embargo, frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad «perfecta». No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual.
Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al Espíritu Santo de Cristo, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del Espíritu. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del Espíritu Santo (cf. 1 Co 3, 16). En efecto, es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio (cf. Lumen gentium, 4). Lamentablemente, la tentación de «ir por libre» continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y la segunda como rígida y carente de Espíritu.
La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 813); es un don que debemos reconocer y apreciar. Pidamos esta tarde por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de darnos media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo. Queridos jóvenes, ¿acaso no es gracias a vuestra fe que amigos en dificultad o en búsqueda de sentido para sus vidas se han dirigido a vosotros? Estad vigilantes. Escuchad. ¿Sois capaces de oír, a través de las disonancias y las divisiones del mundo, la voz acorde de la humanidad? Desde el niño abandonado en un campo de Darfur a un adolescente desconcertado, a un padre angustiado en un barrio periférico cualquiera, o tal vez ahora, desde lo profundo de vuestro corazón, se alza el mismo grito humano que anhela reconocimiento, pertenencia, unidad. ¿Quien puede satisfacer este deseo humano esencial de ser uno, estar inmerso en la comunión, de estar edificado y ser guiado a la verdad? El Espíritu Santo. Éste es su papel: realizar la obra de Cristo. Enriquecidos con los dones del Espíritu, tendréis la fuerza de ir más allá de vuestras visiones parciales, de vuestra utopía, de la precariedad fugaz, para ofrecer la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.
Amigos, cuando recitamos el Credo afirmamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». El «Espíritu creador» es la fuerza de Dios que da la vida a toda la creación y es la fuente de vida nueva y abundante en Cristo. El Espíritu mantiene a la Iglesia unida a su Señor y fiel a la tradición apostólica. Él es quien inspira las Sagradas Escrituras y guía al Pueblo de Dios hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13). De todos estos modos el Espíritu es el «dador de vida», que nos conduce al corazón mismo de Dios. Así, cuanto más nos dejamos guiar por el Espíritu, tanto mayor será nuestra configuración con Cristo y tanto más profunda será nuestra inmersión en la vida de Dios uno y trino.
Esta participación en la naturaleza misma de Dios (cf. 2 P 1, 4) tiene lugar a lo largo de los acontecimientos cotidianos de la vida, en los que Él siempre esta presente (cf. Ba 3, 38). Sin embargo, hay momentos en los que podemos sentir la tentación de buscar una cierta satisfacción fuera de Dios. Jesús mismo preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Este alejamiento puede ofrecer tal vez la ilusión de la libertad. Pero, ¿a dónde nos lleva? ¿A quién vamos a acudir? En nuestro corazón, en efecto, sabemos que sólo el Señor tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69). Alejarnos de Él es sólo un intento vano de huir de nosotros mismos (cf. S. Agustín, Confesiones VIII, 7). Dios está con nosotros en la vida real, no en la fantasía. Enfrentarnos a la realidad, no huir de ella: esto es lo que buscamos. Por eso el Espíritu Santo, con delicadeza, pero también con determinación, nos atrae hacia lo que es real, duradero y verdadero. El Espíritu es quien nos devuelve a la comunión con la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo ha sido, de modos diversos, la Persona olvidada de la Santísima Trinidad. Tener una clara comprensión de él nos parece algo fuera de nuestro alcance. Sin embargo, cuando todavía era pequeño, mis padres, como los vuestros, me enseñaron el signo de la Cruz y así entendí pronto que hay un Dios en tres Personas, y que la Trinidad está en el centro de la fe y de la vida cristiana. Cuando crecí lo suficiente para tener un cierto conocimiento de Dios Padre y de Dios Hijo -los nombres ya significaban mucho- mi comprensión de la tercera Persona de la Trinidad seguía siendo incompleta. Por eso, como joven sacerdote encargado de enseñar teología, decidí estudiar los testimonios eminentes del Espíritu en la historia de la Iglesia. De esta manera llegué a leer, en otros, al gran san Agustín.
Su comprensión del Espíritu Santo se desarrolló de modo gradual; fue una lucha. De joven había seguido el Maniqueísmo, que era uno de aquellos intentos que he mencionado antes de crear una utopía espiritual separando las cosas del espíritu de las de la carne. Como consecuencia de ello, albergaba al principio sospechas respecto a la enseñanza cristiana sobre la encarnación de Dios. Y, con todo, su experiencia del amor de Dios presente en la Iglesia lo llevó a buscar su fuente en la vida de Dios uno y trino. Así llegó a tres precisas intuiciones sobre el Espíritu Santo como vínculo de unidad dentro de la Santísima Trinidad: unidad como comunión, unidad como amor duradero, unidad como dador y don. Estas tres intuiciones no son solamente teóricas. Nos ayudan a explicar cómo actúa el Espíritu. Nos ayudan a permanecer en sintonía con el Espíritu y a extender y clarificar el ámbito de nuestro testimonio, en un mundo en el que tanto los individuos como las comunidades sufren con frecuencia la ausencia de unidad y de cohesión.
Por eso, con la ayuda de san Agustín, intentaremos ilustrar algo de la obra del Espíritu Santo. San Agustín señala que las dos palabras «Espíritu» y «Santo» se refieren a lo que pertenece a la naturaleza divina; en otras palabras, a lo que es compartido por el Padre y el Hijo, a su comunión. Por eso, si la característica propia del Espíritu es de ser lo que es compartido por el Padre y el Hijo, Agustín concluye que la cualidad peculiar del Espíritu es la unidad. Una unidad de comunión vivida: una unidad de personas en relación mutua de constante entrega; el Padre y el Hijo que se dan el uno al otro. Pienso que empezamos así a vislumbrar qué iluminadora es esta comprensión del Espíritu Santo como unidad, como comunión. Una unidad verdadera nunca puede estar fundada sobre relaciones que nieguen la igual dignidad de las demás personas. Y tampoco la unidad es simplemente la suma total de los grupos mediante los cuales intentamos a veces «definirnos» a nosotros mismos. De hecho, sólo en la vida de comunión se sostiene la unidad y se realiza plenamente la identidad humana: reconocemos la necesidad común de Dios, respondemos a la presencia unificadora del Espíritu Santo y nos entregamos mutuamente en el servicio de los unos a los otros.
La segunda intuición de Agustín, es decir, el Espíritu Santo como amor que permanece, se desprende del estudio que hizo sobre la Primera Carta de san Juan, allí donde el autor nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4, 16). Agustín sugiere que estas palabras, a pesar de referirse a la Trinidad en su conjunto, se han de entender también como expresión de una característica particular del Espíritu Santo. Reflexionando sobre la naturaleza permanente del amor, «quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (ibíd.), Agustín se pregunta: ¿es el amor o es el Espíritu quien garantiza el don duradero? La conclusión a la que llega es ésta: «El Espíritu Santo nos hace vivir en Dios y Dios en nosotros; pero es el amor el que causa esto. El Espíritu por tanto es Dios como amor» (De Trinitate 15,17,31). Es una magnífica explicación: Dios comparte a sí mismo como amor en el Espíritu Santo. ¿Qué más podemos aprender de esta intuición? El amor es el signo de la presencia del Espíritu Santo. Las ideas o las palabras que carecen de amor, aunque parezcan sofisticadas o sagaces, no pueden ser «del Espíritu». Más aún, el amor tiene un rasgo particular; en vez de ser indulgente o voluble, tiene una tarea o un fin que cumplir: permanecer. El amor es duradero por su naturaleza. De nuevo, queridos amigos, podemos echar una mirada a lo que el Espíritu Santo ofrece al mundo: amor que despeja la incertidumbre; amor que supera el miedo de la traición; amor que lleva en sí mismo la eternidad; el amor verdadero que nos introduce en una unidad que permanece.
Agustín deduce la tercera intuición, el Espíritu Santo como don, de una reflexión sobre una escena evangélica que todos conocemos y que nos atrae: el diálogo de Cristo con la samaritana junto al pozo. Jesús se revela aquí como el dador del agua viva (cf. Jn 4, 10), que será después explicada como el Espíritu (cf. Jn 7, 39; 1 Co 12, 13). El Espíritu es «el don de Dios» (Jn 4, 10), la fuente interior (cf. Jn 4, 14), que sacia de verdad nuestra sed más profunda y nos lleva al Padre. De esta observación, Agustín concluye que el Dios que se entrega a nosotros como don es el Espíritu Santo (cf. De Trinitate, 15,18,32). Amigos, una vez más echamos un vistazo sobre la actividad de la Trinidad: el Espíritu Santo es Dios que se da eternamente; al igual que una fuente perenne, él se ofrece nada menos que a sí mismo. Observando este don incesante, llegamos a ver los límites de todo lo que acaba, la locura de una mentalidad consumista. En particular, empezamos a entender porqué la búsqueda de novedades nos deja insatisfechos y deseosos de algo más. ¿Acaso no estaremos buscando un don eterno? ¿La fuente que nunca se acaba? Con la Samaritana exclamamos: ¡Dame de esta agua, para que no tenga ya más sed (cf. Jn 4, 15)!
Queridos jóvenes, ya hemos visto que el Espíritu Santo es quien realiza la maravillosa comunión de los creyentes en Cristo Jesús. Fiel a su naturaleza de dador y de don a la vez, él actúa ahora a través de vosotros. Inspirados por las intuiciones de san Agustín, haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión.
Este mismo don del Espíritu Santo será mañana comunicado solemnemente a los candidatos a la Confirmación. Yo rogaré: «Llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor». Estos dones del Espíritu -cada uno de ellos, como nos recuerda san Francisco de Sales, es un modo de participar en el único amor de Dios- no son ni un premio ni un reconocimiento. Son simplemente dados (cf. 1 Co 12, 11). Y exigen por parte de quien los recibe sólo una respuesta: «Acepto». Percibimos aquí algo del misterio profundo de lo que es ser cristiano. Lo que constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros hacemos, sino lo que recibimos. Después de todo, muchas personas generosas que no son cristianas pueden hacer mucho más de lo que nosotros hacemos. Amigos, ¿aceptáis entrar en la vida trinitaria de Dios? ¿Aceptáis entrar en su comunión de amor?
Los dones del Espíritu que actúan en nosotros imprimen la dirección y definen nuestro testimonio. Los dones del Espíritu, orientados por su naturaleza a la unidad, nos vinculan todavía más estrechamente a la totalidad del Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 11), permitiéndonos edificar mejor la Iglesia, para servir así al mundo (cf. Ef 4, 13). Nos llaman a una participación activa y gozosa en la vida de la Iglesia, en las parroquias y en los movimientos eclesiales, en las clases de religión en la escuela, en las capellanías universitarias o en otras organizaciones católicas. Sí, la Iglesia debe crecer en unidad, debe robustecerse en la santidad, rejuvenecer y renovarse constantemente (cf. Lumen gentium, 4). Pero ¿con qué criterios? Con los del Espíritu Santo. Volveos a él, queridos jóvenes, y descubriréis el verdadero sentido de la renovación.
Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza.
Y ahora, mientras nos preparamos para adorar al Santísimo Sacramento en el silencio y en la espera, os repito las palabras que pronunció la beata Mary MacKillop cuando tenía precisamente veintiséis años: «Cree en todo lo que Dios te susurra en el corazón». Creed en él. Creed en la fuerza del Espíritu de amor.
Queridos amigos, el Espíritu Santo dirige nuestros pasos para seguir a Jesucristo en el mundo de hoy, que espera de los cristianos una palabra de aliento y un testimonio de vida que inviten a mirar confiadamente hacia el futuro. Os encomiendo en mis plegarias, para que respondáis generosamente a lo que el Señor os pide y a lo que todos los hombres anhelan. Que Dios os bendiga.
----------------------------------------------------
Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana
Queridos jóvenes
Una vez más, en esta tarde hemos oído la gran promesa de Cristo, «cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza», y hemos escuchado su mandato: «seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1, 8). Éstas fueron las últimas palabras que Cristo pronunció antes de su ascensión al cielo. Lo que los Apóstoles sintieron al oírlas sólo podemos imaginarlo. Pero sabemos que su amor profundo por Jesús y la confianza en su palabra los impulsó a reunirse y esperar en la sala de arriba, pero no una espera sin un sentido, sino juntos, unidos en la oración, con las mujeres y con María (cf. Hch 1, 14). Esta tarde nosotros hacemos lo mismo. Reunidos delante de nuestra Cruz, que tanto ha viajado, y del icono de María, rezamos bajo el esplendor celeste de la constelación de la Cruz del Sur. Esta tarde rezo por vosotros y por los jóvenes de todo el mundo. Dejaos inspirar por el ejemplo de vuestros Patronos. Acoged en vuestro corazón y en vuestra mente los siete dones del Espíritu Santo. Reconoced y creed en el poder del Espíritu Santo en vuestra vida.
El otro día hablábamos de la unidad y de la armonía de la creación de Dios y de nuestro lugar en ella. Hemos recordado cómo nosotros, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, mediante el gran don del Bautismo nos hemos convertido en hijos adoptivos de Dios, nuevas criaturas. Y precisamente como hijos de la luz de Cristo, simbolizada por las velas encendidas que tenéis en vuestras manos, damos testimonio en nuestro mundo del esplendor que ninguna tiniebla podrá vencer (cf. Jn 1, 5).
Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el «cómo» llegar a ser testigos. Tenemos necesidad de conocer la persona del Espíritu Santo y su presencia vivificante en nuestra vida. No es fácil. En efecto, la diversidad de imágenes que encontramos en la Escritura sobre el Espíritu -viento, fuego, soplo- ponen de manifiesto lo difícil que nos resulta tener una comprensión clara de él. Y, sin embargo, sabemos que el Espíritu Santo es quien dirige y define nuestro testimonio sobre Jesucristo, aunque de modo silencioso e invisible.
Ya sabéis que nuestro testimonio cristiano es una ofrenda a un mundo que, en muchos aspectos, es frágil. La unidad de la creación de Dios se debilita por heridas profundas cuando las relaciones sociales se rompen, o el espíritu humano se encuentra casi completamente aplastado por la explotación o el abuso de las personas. De hecho, la sociedad contemporánea sufre un proceso de fragmentación por culpa de un modo de pensar que por su naturaleza tiene una visión reducida, porque descuida completamente el horizonte de la verdad, de la verdad sobre Dios y sobre nosotros. Por su naturaleza, el relativismo non es capaz de ver el cuadro en su totalidad. Ignora los principios mismos que nos hacen capaces de vivir y de crecer en la unidad, en el orden y en la armonía.
Como testigos cristianos, ¿cuál es nuestra respuesta a un mundo dividido y fragmentario? ¿Cómo podemos ofrecer esperanza de paz, restablecimiento y armonía a esas «estaciones» de conflicto, de sufrimiento y tensión por las que habéis querido pasar con esta Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud? La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. Dios nos ha hecho el uno para el otro (cf. Gn 2, 24) y sólo en Dios y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos. Y, sin embargo, frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad «perfecta». No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual.
Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al Espíritu Santo de Cristo, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del Espíritu. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del Espíritu Santo (cf. 1 Co 3, 16). En efecto, es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio (cf. Lumen gentium, 4). Lamentablemente, la tentación de «ir por libre» continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y la segunda como rígida y carente de Espíritu.
La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 813); es un don que debemos reconocer y apreciar. Pidamos esta tarde por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de darnos media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo. Queridos jóvenes, ¿acaso no es gracias a vuestra fe que amigos en dificultad o en búsqueda de sentido para sus vidas se han dirigido a vosotros? Estad vigilantes. Escuchad. ¿Sois capaces de oír, a través de las disonancias y las divisiones del mundo, la voz acorde de la humanidad? Desde el niño abandonado en un campo de Darfur a un adolescente desconcertado, a un padre angustiado en un barrio periférico cualquiera, o tal vez ahora, desde lo profundo de vuestro corazón, se alza el mismo grito humano que anhela reconocimiento, pertenencia, unidad. ¿Quien puede satisfacer este deseo humano esencial de ser uno, estar inmerso en la comunión, de estar edificado y ser guiado a la verdad? El Espíritu Santo. Éste es su papel: realizar la obra de Cristo. Enriquecidos con los dones del Espíritu, tendréis la fuerza de ir más allá de vuestras visiones parciales, de vuestra utopía, de la precariedad fugaz, para ofrecer la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.
Amigos, cuando recitamos el Credo afirmamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». El «Espíritu creador» es la fuerza de Dios que da la vida a toda la creación y es la fuente de vida nueva y abundante en Cristo. El Espíritu mantiene a la Iglesia unida a su Señor y fiel a la tradición apostólica. Él es quien inspira las Sagradas Escrituras y guía al Pueblo de Dios hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13). De todos estos modos el Espíritu es el «dador de vida», que nos conduce al corazón mismo de Dios. Así, cuanto más nos dejamos guiar por el Espíritu, tanto mayor será nuestra configuración con Cristo y tanto más profunda será nuestra inmersión en la vida de Dios uno y trino.
Esta participación en la naturaleza misma de Dios (cf. 2 P 1, 4) tiene lugar a lo largo de los acontecimientos cotidianos de la vida, en los que Él siempre esta presente (cf. Ba 3, 38). Sin embargo, hay momentos en los que podemos sentir la tentación de buscar una cierta satisfacción fuera de Dios. Jesús mismo preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Este alejamiento puede ofrecer tal vez la ilusión de la libertad. Pero, ¿a dónde nos lleva? ¿A quién vamos a acudir? En nuestro corazón, en efecto, sabemos que sólo el Señor tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69). Alejarnos de Él es sólo un intento vano de huir de nosotros mismos (cf. S. Agustín, Confesiones VIII, 7). Dios está con nosotros en la vida real, no en la fantasía. Enfrentarnos a la realidad, no huir de ella: esto es lo que buscamos. Por eso el Espíritu Santo, con delicadeza, pero también con determinación, nos atrae hacia lo que es real, duradero y verdadero. El Espíritu es quien nos devuelve a la comunión con la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo ha sido, de modos diversos, la Persona olvidada de la Santísima Trinidad. Tener una clara comprensión de él nos parece algo fuera de nuestro alcance. Sin embargo, cuando todavía era pequeño, mis padres, como los vuestros, me enseñaron el signo de la Cruz y así entendí pronto que hay un Dios en tres Personas, y que la Trinidad está en el centro de la fe y de la vida cristiana. Cuando crecí lo suficiente para tener un cierto conocimiento de Dios Padre y de Dios Hijo -los nombres ya significaban mucho- mi comprensión de la tercera Persona de la Trinidad seguía siendo incompleta. Por eso, como joven sacerdote encargado de enseñar teología, decidí estudiar los testimonios eminentes del Espíritu en la historia de la Iglesia. De esta manera llegué a leer, en otros, al gran san Agustín.
Su comprensión del Espíritu Santo se desarrolló de modo gradual; fue una lucha. De joven había seguido el Maniqueísmo, que era uno de aquellos intentos que he mencionado antes de crear una utopía espiritual separando las cosas del espíritu de las de la carne. Como consecuencia de ello, albergaba al principio sospechas respecto a la enseñanza cristiana sobre la encarnación de Dios. Y, con todo, su experiencia del amor de Dios presente en la Iglesia lo llevó a buscar su fuente en la vida de Dios uno y trino. Así llegó a tres precisas intuiciones sobre el Espíritu Santo como vínculo de unidad dentro de la Santísima Trinidad: unidad como comunión, unidad como amor duradero, unidad como dador y don. Estas tres intuiciones no son solamente teóricas. Nos ayudan a explicar cómo actúa el Espíritu. Nos ayudan a permanecer en sintonía con el Espíritu y a extender y clarificar el ámbito de nuestro testimonio, en un mundo en el que tanto los individuos como las comunidades sufren con frecuencia la ausencia de unidad y de cohesión.
Por eso, con la ayuda de san Agustín, intentaremos ilustrar algo de la obra del Espíritu Santo. San Agustín señala que las dos palabras «Espíritu» y «Santo» se refieren a lo que pertenece a la naturaleza divina; en otras palabras, a lo que es compartido por el Padre y el Hijo, a su comunión. Por eso, si la característica propia del Espíritu es de ser lo que es compartido por el Padre y el Hijo, Agustín concluye que la cualidad peculiar del Espíritu es la unidad. Una unidad de comunión vivida: una unidad de personas en relación mutua de constante entrega; el Padre y el Hijo que se dan el uno al otro. Pienso que empezamos así a vislumbrar qué iluminadora es esta comprensión del Espíritu Santo como unidad, como comunión. Una unidad verdadera nunca puede estar fundada sobre relaciones que nieguen la igual dignidad de las demás personas. Y tampoco la unidad es simplemente la suma total de los grupos mediante los cuales intentamos a veces «definirnos» a nosotros mismos. De hecho, sólo en la vida de comunión se sostiene la unidad y se realiza plenamente la identidad humana: reconocemos la necesidad común de Dios, respondemos a la presencia unificadora del Espíritu Santo y nos entregamos mutuamente en el servicio de los unos a los otros.
La segunda intuición de Agustín, es decir, el Espíritu Santo como amor que permanece, se desprende del estudio que hizo sobre la Primera Carta de san Juan, allí donde el autor nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4, 16). Agustín sugiere que estas palabras, a pesar de referirse a la Trinidad en su conjunto, se han de entender también como expresión de una característica particular del Espíritu Santo. Reflexionando sobre la naturaleza permanente del amor, «quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (ibíd.), Agustín se pregunta: ¿es el amor o es el Espíritu quien garantiza el don duradero? La conclusión a la que llega es ésta: «El Espíritu Santo nos hace vivir en Dios y Dios en nosotros; pero es el amor el que causa esto. El Espíritu por tanto es Dios como amor» (De Trinitate 15,17,31). Es una magnífica explicación: Dios comparte a sí mismo como amor en el Espíritu Santo. ¿Qué más podemos aprender de esta intuición? El amor es el signo de la presencia del Espíritu Santo. Las ideas o las palabras que carecen de amor, aunque parezcan sofisticadas o sagaces, no pueden ser «del Espíritu». Más aún, el amor tiene un rasgo particular; en vez de ser indulgente o voluble, tiene una tarea o un fin que cumplir: permanecer. El amor es duradero por su naturaleza. De nuevo, queridos amigos, podemos echar una mirada a lo que el Espíritu Santo ofrece al mundo: amor que despeja la incertidumbre; amor que supera el miedo de la traición; amor que lleva en sí mismo la eternidad; el amor verdadero que nos introduce en una unidad que permanece.
Agustín deduce la tercera intuición, el Espíritu Santo como don, de una reflexión sobre una escena evangélica que todos conocemos y que nos atrae: el diálogo de Cristo con la samaritana junto al pozo. Jesús se revela aquí como el dador del agua viva (cf. Jn 4, 10), que será después explicada como el Espíritu (cf. Jn 7, 39; 1 Co 12, 13). El Espíritu es «el don de Dios» (Jn 4, 10), la fuente interior (cf. Jn 4, 14), que sacia de verdad nuestra sed más profunda y nos lleva al Padre. De esta observación, Agustín concluye que el Dios que se entrega a nosotros como don es el Espíritu Santo (cf. De Trinitate, 15,18,32). Amigos, una vez más echamos un vistazo sobre la actividad de la Trinidad: el Espíritu Santo es Dios que se da eternamente; al igual que una fuente perenne, él se ofrece nada menos que a sí mismo. Observando este don incesante, llegamos a ver los límites de todo lo que acaba, la locura de una mentalidad consumista. En particular, empezamos a entender porqué la búsqueda de novedades nos deja insatisfechos y deseosos de algo más. ¿Acaso no estaremos buscando un don eterno? ¿La fuente que nunca se acaba? Con la Samaritana exclamamos: ¡Dame de esta agua, para que no tenga ya más sed (cf. Jn 4, 15)!
Queridos jóvenes, ya hemos visto que el Espíritu Santo es quien realiza la maravillosa comunión de los creyentes en Cristo Jesús. Fiel a su naturaleza de dador y de don a la vez, él actúa ahora a través de vosotros. Inspirados por las intuiciones de san Agustín, haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión.
Este mismo don del Espíritu Santo será mañana comunicado solemnemente a los candidatos a la Confirmación. Yo rogaré: «Llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor». Estos dones del Espíritu -cada uno de ellos, como nos recuerda san Francisco de Sales, es un modo de participar en el único amor de Dios- no son ni un premio ni un reconocimiento. Son simplemente dados (cf. 1 Co 12, 11). Y exigen por parte de quien los recibe sólo una respuesta: «Acepto». Percibimos aquí algo del misterio profundo de lo que es ser cristiano. Lo que constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros hacemos, sino lo que recibimos. Después de todo, muchas personas generosas que no son cristianas pueden hacer mucho más de lo que nosotros hacemos. Amigos, ¿aceptáis entrar en la vida trinitaria de Dios? ¿Aceptáis entrar en su comunión de amor?
Los dones del Espíritu que actúan en nosotros imprimen la dirección y definen nuestro testimonio. Los dones del Espíritu, orientados por su naturaleza a la unidad, nos vinculan todavía más estrechamente a la totalidad del Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 11), permitiéndonos edificar mejor la Iglesia, para servir así al mundo (cf. Ef 4, 13). Nos llaman a una participación activa y gozosa en la vida de la Iglesia, en las parroquias y en los movimientos eclesiales, en las clases de religión en la escuela, en las capellanías universitarias o en otras organizaciones católicas. Sí, la Iglesia debe crecer en unidad, debe robustecerse en la santidad, rejuvenecer y renovarse constantemente (cf. Lumen gentium, 4). Pero ¿con qué criterios? Con los del Espíritu Santo. Volveos a él, queridos jóvenes, y descubriréis el verdadero sentido de la renovación.
Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza.
Y ahora, mientras nos preparamos para adorar al Santísimo Sacramento en el silencio y en la espera, os repito las palabras que pronunció la beata Mary MacKillop cuando tenía precisamente veintiséis años: «Cree en todo lo que Dios te susurra en el corazón». Creed en él. Creed en la fuerza del Espíritu de amor.
Queridos amigos, el Espíritu Santo dirige nuestros pasos para seguir a Jesucristo en el mundo de hoy, que espera de los cristianos una palabra de aliento y un testimonio de vida que inviten a mirar confiadamente hacia el futuro. Os encomiendo en mis plegarias, para que respondáis generosamente a lo que el Señor os pide y a lo que todos los hombres anhelan. Que Dios os bendiga.
----------------------------------------------------
Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana
Etiquetas:
Benedicto XVI,
dones,
Espíritu Santo,
Jornada Mundial de la Juventud,
jóvenes,
meditación,
reflexión,
Santísima Trinidad,
Sydney,
video,
video vida espiritual
El Viacrucis de la JMJ en video
Video 1
Video 2 - 1ª Estación
Video 3 - Continuación de la 1ª Estación
Video 4 - 2ª Estación
Video 5 - Continuación 2ª Estación
Video 6 - 3ª Estación
Video 7 - Continuación 3ª Estación
Video 8 - 4ª y 5ª Estación
Video 9 - 6ª Estación
Video 2 - 1ª Estación
Video 3 - Continuación de la 1ª Estación
Video 4 - 2ª Estación
Video 5 - Continuación 2ª Estación
Video 6 - 3ª Estación
Video 7 - Continuación 3ª Estación
Video 8 - 4ª y 5ª Estación
Video 9 - 6ª Estación
Suscribirse a:
Entradas (Atom)