Poco a poco, y como sin venir a cuento, al ir pasando los días, me venían a la cabeza trozos de las homilías, de los discursos del Papa, de la catequesis del obispo de Mallorca… y eso a pesar de que la mitad de las veces, de puro cansado que estaba, no era capaz de mantener la atención a lo que nos decían. Todavía estoy impresionado de lo fuerte que se me han grabado los mensajes por dentro. Eso me ha hecho pensar que el Espíritu Santo si que ha trabajado en mi, y lo ha hecho a su manera, que es sin que yo me diera cuenta, y además lo ha hecho cuando yo estaba cansado y sin fuerzas, para que yo no me equivoque y me crea que el mérito es mío y de lo listo que soy, sino que quede clarito que ha sido cosa suya.
La otra parte del mensaje es “y seréis mis testigos”. A esta parte es a la que le he dado más vueltas, porque al fin y al cabo, el viaje ya está hecho, mejor o peor, y no lo podemos cambiar. Ahora lo que toca es lo de ser testigos. Y yo pensé: ¿y ahora, que narices hago para ser testigo?
Me vino a la cabeza un día una frase de san Agustín que me gusta mucho. Es una frase de sus confesiones, y en la que el santo le dice a Dios: “dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras”. Esto quiere decir que, para que podamos hacer algo, Dios nos lo tiene que conceder primero, nosotros no podemos nada. Es como la anécdota que contó don Jesús de cuando le compraba las flores a su madre con el dinero que ella le daba.
Pues lo de ser testigos de Dios, en el fondo, es una tontería, porque ya se va a encargar Él de hacerlo todo. Por eso, cuando salió lo de los grupos de los jueves, me alegré tanto, y así lo dije la noche de los testimonios, porque es la mejor forma de ser testigos de Cristo, o al menos es la mejor forma que yo tengo: juntarme con vosotros, que como dijo Arturo aquella noche, tenéis todos “corazones grandes”, y como los Apóstoles, en grupo, vivir juntos nuestra fe, que ya se convertirá el mundo si Dios quiere que lo convirtamos.
Además, con lo de ser mis testigos, yo me agobié en el viaje, porque el año que viene empiezo a trabajar, y hasta ahora era muy “fácil” eso de ser testigo de Cristo, en clase, con mis amigos, que aunque me da un poco de corte, en el fondo sé que aunque me vacilen, nunca van a pensar mal de mí. En cambio, en el trabajo, ¿con qué cara intento yo convertir a mi jefe? No me veo capaz. Pero como nos dijo el obispo de Mallorca, no se trata tanto de hacer, como de ser. Eso me ha dado mucha paz, pensar que lo único que tenemos que hacer para ser como los Apóstoles es ser nosotros mismos, siendo buenos cristianos, y lo mismo que antes, con eso convertiremos el mundo si Dios quiere que lo hagamos.