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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

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jueves, 7 de agosto de 2008

Testimonio después de Sydney: "El Espíritu Santo si que ha trabajado en mi..." / Autor: Jaime Barbeyto

"... lo ha hecho cuando yo estaba cansado y sin fuerzas"
(De Caná a Sidney)“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos”. Este era el lema de la JMJ. Cuando estábamos volviendo a casa me entró la duda: ¿habré recibido el Espíritu Santo? Al principio me entró el agobio, pensé que no, que había desaprovechado el viaje. Me entró la vergüenza de pensar que durante el viaje había “pasado” de Dios para pasármelo bien yo, como que no le había dedicado el tiempo suficiente, ni tampoco las ganas, y me sentí fatal de pensar que, por mi culpa, todas las gracias que Dios ha volcado en este viaje yo me las había perdido. No había cambiado nada en mí, no había sentido nada especial, sino más bien al contrario, había desaprovechado el sagrario que teníamos en Melbourne, había rezado menos de lo que me había propuesto antes del viaje…

Poco a poco, y como sin venir a cuento, al ir pasando los días, me venían a la cabeza trozos de las homilías, de los discursos del Papa, de la catequesis del obispo de Mallorca… y eso a pesar de que la mitad de las veces, de puro cansado que estaba, no era capaz de mantener la atención a lo que nos decían. Todavía estoy impresionado de lo fuerte que se me han grabado los mensajes por dentro. Eso me ha hecho pensar que el Espíritu Santo si que ha trabajado en mi, y lo ha hecho a su manera, que es sin que yo me diera cuenta, y además lo ha hecho cuando yo estaba cansado y sin fuerzas, para que yo no me equivoque y me crea que el mérito es mío y de lo listo que soy, sino que quede clarito que ha sido cosa suya.

La otra parte del mensaje es “y seréis mis testigos”. A esta parte es a la que le he dado más vueltas, porque al fin y al cabo, el viaje ya está hecho, mejor o peor, y no lo podemos cambiar. Ahora lo que toca es lo de ser testigos. Y yo pensé: ¿y ahora, que narices hago para ser testigo?

Me vino a la cabeza un día una frase de san Agustín que me gusta mucho. Es una frase de sus confesiones, y en la que el santo le dice a Dios: “dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras”. Esto quiere decir que, para que podamos hacer algo, Dios nos lo tiene que conceder primero, nosotros no podemos nada. Es como la anécdota que contó don Jesús de cuando le compraba las flores a su madre con el dinero que ella le daba.

Pues lo de ser testigos de Dios, en el fondo, es una tontería, porque ya se va a encargar Él de hacerlo todo. Por eso, cuando salió lo de los grupos de los jueves, me alegré tanto, y así lo dije la noche de los testimonios, porque es la mejor forma de ser testigos de Cristo, o al menos es la mejor forma que yo tengo: juntarme con vosotros, que como dijo Arturo aquella noche, tenéis todos “corazones grandes”, y como los Apóstoles, en grupo, vivir juntos nuestra fe, que ya se convertirá el mundo si Dios quiere que lo convirtamos.

Además, con lo de ser mis testigos, yo me agobié en el viaje, porque el año que viene empiezo a trabajar, y hasta ahora era muy “fácil” eso de ser testigo de Cristo, en clase, con mis amigos, que aunque me da un poco de corte, en el fondo sé que aunque me vacilen, nunca van a pensar mal de mí. En cambio, en el trabajo, ¿con qué cara intento yo convertir a mi jefe? No me veo capaz. Pero como nos dijo el obispo de Mallorca, no se trata tanto de hacer, como de ser. Eso me ha dado mucha paz, pensar que lo único que tenemos que hacer para ser como los Apóstoles es ser nosotros mismos, siendo buenos cristianos, y lo mismo que antes, con eso convertiremos el mundo si Dios quiere que lo hagamos.

Gente, me ha encantado conoceros, así que espero que nos sigamos viendo todos los jueves o cuando sea, pero que nos sigamos viendo. Buen verano y poneos cremita en la playa que el sol de aquí no es como el de Sidney!

La trastienda de la JMJ: La cruz y la misericordia de Dios en el Cardenal George Pell / Autor: Fulgencio Espa

(De Madrid al Cielo) George Pell, ex jugador de fútbol australiano, es en la actualidad cardenal-arzobispo de Sydney. Su figura, enorme (tanto por dentro como por fuera), nos ha dejado a algunos un tanto impresionados. Es necesario profundizar en su figura.

En agosto del año 2002, George Cardinal Pell fue acusado por un menor de 12 años de abuso sexual. Pell abandonó voluntariamente la sede episcopal hasta el esclarecimiento de la cuestión. Tiempo después, el acusador confesó la calumnia y las aguas volvieron a su cauce, haciendo buenas, eso sí, las palabras del refrán "calumnia que algo queda".

Fue un tiempo de tribulación para el cardenal. Durante ese tiempo -y no sé si antes-, Pell confió su dirección espiritual al entonces Consiliario del Opus Dei en Australia. Recibió mucho apoyo y no menos comprensión.
Lo cierto es que una vez restablecida la figura del Cardenal, fue descubierto un cáncer terminal al que había sido su director espiritual. Catalán de nacimiento, decide venir a morir a España. En concreto, pasa sus últimas semanas en la universidad de Navarra, con cuidados paleativos y una atención personalizada.

Enterado de esto, el Cardenal Pell no pierde el tiempo. Poco antes de que su amigo muera, cogió un avión para España -24 horas de vuelo, 10 de escalas, 8 de diferencia horaria- para atender a su amigo sacerdote. Fue a la universidad de Navarra y pidió atender integralmente al antiguo consiliario. Dormía en su cuarto, le limpiaba, le ayudaba... y le dio los sacramentos. Una semana. Y, por lo visto, siempre decía lo mismo "tengo que estar aquí para atender a aquel que más me quiso en momentos de dificultad". Esa es la talla del cardenal Pell.

Está en la trastienda de la JMJ la heroica lucha del arzobispo de aquella diócesis. Su homilía de la Misa de comienzo de la jornada no tiene desperdicio. Imprímela. Rézala... Viene de uno de los grandes...

martes, 5 de agosto de 2008

Después de Sydney: "Los momentos más felices de mi vida han sido los que me he sentido cerca de Cristo" / Autor: Eduardo Castro López

(De Caná a Sidney) Han pasado ya varios días desde que el último grupo de nuestra Parroquia llegó a Madrid, y me atrevo a decir que todos habremos contado nuestro viaje a familiares y amigos entre cinco y diez veces, muchas de las cuales suponen enseñar las fotos y mostrar los recuerdos a modo de koalas o boomerang que nos hemos traído.

Nuestro viaje podría pasar desapercibido como un gran viaje de placer al fin del mundo sino fuese por la inyección del Espíritu Santo que hemos recibido, por la paz interior que nos ha llenado esos días y por nuestro encuentro con Cristo. Pero eso desgraciadamente solo lo entendemos nosotros; nadie a quien se lo contemos podrá sentir o percibir lo mismo. Es cierto que personas que han vivido algún otro encuentro con Cristo en una JMJ te “entenderá”, si es un creyente o un familiar se alegrará mucho de ver lo feliz que estas por estar cerca de Él, y si no es creyente se alegrará de verte feliz, pero se centrará en las fotos de la Opera, de canguros o a lo sumo de lo cerca o lejos que estaba el Papa de nosotros.

Los momentos más felices de mi vida han sido los que me he sentido cerca de Cristo, independientemente de que mi situación personal en ese momento sea buena o mala, pero bien es cierto, que yo al menos, me empeño una y otra vez en alejarme de aquello que me hace sentirme bien, que me da paz interior y que hace que mis problemas se vean desde una perspectiva mucho mas asequible.

Nos han pedido que demos testimonio, que no fallemos a Cristo en esto, que lo que hemos vivido lo compartamos, y mas aún con quién lo necesita. Hemos recibido mucho en este viaje y ahora nos toca a nosotros, hay que contar lo vivido porque si hemos sido tan felices, como no vamos a querer compartir esa felicidad con los demás. Y no debemos olvidar que solos es difícil, si creemos que Sydney´08 ha terminado en Barajas, difícilmente continuará en nuestros corazones y será imposible dar testimonio.

Esto no puede acabar aquí, debemos continuar unidos en nuestro “grupo Sydney”, y recibir catequesis de D. Jesús (que ha sido lo que más he agradecido de este viaje) o de D. Nicolás o D. Juan Luis. Juntos será mucho más fácil que divulguemos lo vivido, por el bien de todos.

"Estuvimos todo el día rezando...hemos sido felices...hemos estado con Dios y eso llena a cualquiera" / Autor: Andrés Mª Vicent

(De Caná a Sidney) Hace ya una semana que volvimos de Sidney y creo que todos desearíamos seguir ahí. Por lo menos eso es lo que se deduce navegando por esa galaxia llamada "tuenti" dento de este universo de internet. En la ventanita que indica el estado del usuario, practicamente todos los "peregrinoscana" se refieren a su estancia en las antípodas: "missing sidney", "viva el Papa" , "austalianize", "caminando hacia Galilea", "viva Sidney", "missing Australia" , menos alguna que no satisfecha todavía se ha apresurado a estar en "NY".

Yo antes de partir no hubiese creído en este resultado, no creo que muchos lo hubiesen hecho.

Que 121 adolescentes con sus "pavos" y sus hormonas volviesen encantados de tener misa y meditación diaria, adoraciones e incluso rosarios. ¡Sin alcohol! Normalmente cuando en una fiesta no hay alcohol baja mucho su cache pues bien en esta no la había y no creo que ninguno pueda decir que no le haya gustado más que muchas, o que todas.

"Si vais a estar todo el día rezando" o el consiguiente "Ojala no estemos todo el día rezando". Pues sí estuvimos todo el día rezando, y haciendo otras muchas cosas, y el resultado es que hemos sido verdaderamente felices durante más de dos semanas porque hemos estado con Dios y eso llena a cualquiera. Eramos personas normales, muchos no rezábamos habitualmente, algunos olvidaban a veces la misa del domingo, todos hemos vuelto llenos de Cristo y deseando ser fieles a Él.

"Yo fui a hacer turismo" no me digas que echas de menos el turismo porque para eso date un paseo por el museo del Prado.

El estado tuenti que creo mejor definía esta situación nostálgica es el de cierta peregrina: "con mono de Australia" pues no dejemos este vicio, que no se nos pase el efecto, sigamos con Dios, sigamos en Australia.

Testimonio después de Sydney: "Jesucristo para mi ahora es Aquel en quien he depositado mi vida entera" / Autora: Rocio Franch Oviedo

Jesús dió una regla básica de discernimiento: "Por sus frutos los conoceréis". Dar testimonio de aquello que Dios hace en nuestra vida es una forma muy precisa de dar fruto. Cristo mandó a los apóstoles que fueran testigos de cuanto él había obrado en sus vidas. Después de Sydney es importante conocer lo que Dios ha obrado en algunos jóvenes y por eso hemos publicado y editaremos el máximo número posible de testimonios. El que nos cuenta Rocio Franch Oviedo de la Parroquia de Santa María de Caná de Pozuelo de Alarcón (Madrid) es a la vez importante en la medida que será en esa diócesis donde se celebrarán las próximas Jornadas Mundiales de la Juventud el verano de 2011.

Ha pasado ya una semana desde que cogimos el primer avión de vuelta hacia Singapur y aún estamos asimilando lo vivido. Nuestros amigos nos preguntan cómo es Australia, cómo hemos vivido de cerca la Jornada Mundial de la Juventud…y nos quedamos sin palabras. Podría decirse que soy “veterana”,llevo cuatro jornadas mundiales a mis espaldas. En todas y cada una de ellas, Cristo ha ido a mi encuentro…entonces, ¿por qué esta es diferente?

Cogí el primer avión llena de dudas y miedos, pensando que Dios no me escuchaba y que todo lo tenia que hacer sola, pero con la esperanza de que en Sidney todo se arreglaría, como el alcohol que se echa a una herida. Pensé que todo volvería a ser como antes, que todos los problemas se solucionarían, que mi corazón se volvería abrir a Cristo como había hecho otras veces…y no fue asi. En Melbourne, yo seguía siendo la misma, seguía con el corazón cerrado a cualquier intento de romper los esquemas establecidos, intransigente y egoísta ...y me decepcioné a mi misma. Pero fue la semana de Melbourne lo que más me enseñó. Pude ver y comprobar con mis propios ojos que la Iglesia es más joven que nunca, que un chico de 16 años es capaz de dejarlo todo en Madrid (salidas, comodidades, amigos…) y venirse a Australia a dormir mal y poco, pasar frío en pleno Julio por amor a Jesucristo, pasarse horas delante de un Sagrario y a la vez quedarse afónico de tanto cantar “clavelitos” y el ultimo éxito de Estopa. Que una chica de 17 años prefiere ponerse a rezar un Rosario a las nueve de la noche, antes que hablar con las amigas o tener más tiempo para arreglarse. Que ser joven no está reñido con ser fiel totalmente al Evangelio.

Y llegó Sidney. ¿Cómo explicar lo que vivimos allí? Aún estamos con un pie en Australia y otro en Madrid y nos parece imposible explicarlo sin haberlo vivido. Según pusimos un pie en Sidney, todo cambió. Estábamos en la JMJ, a pleno pulmón y con ganas de comernos el mundo. Por todas partes veías a la Iglesia Joven, a la Iglesia entusiasta y llena de la verdadera Vida. Y no sólo por la calle, sino en el propio grupo se notaba que el Espíritu Santo estaba haciendo de las suyas con nosotros ( las canciones y bailes de los kikos fueron el éxito del verano…). Poco a poco, casi sin darnos cuenta, los corazones se iban abriendo, sin necesidad de “subidones espirituales” ni nada exagerado, sino pasito a paso, marcando el Camino de todos y cada uno de nosotros, quitando lastres y dejando únicamente a Cristo. El mejor momento para mi fue la Vigilia y la carpa que pusieron las Hermanas de la Caridad en el Hipódromo con el Santísimo expuesto. Miles de personas rezando de la misma forma que tú , 500.000 personas en silencio, rezando con el Papa delante de una Custodia enorme…indescriptible. Y se me quedó una palabra grabada en el corazón: Confía.

¿Por qué es diferente? Todavía queda mucho por descubrir, pero creo que por que realmente sabía que en Madrid las cosas siguen igual, los problemas pueden seguir ahí, pero ahora la mirada ha sido renovada por Alguien que me lo ha dado TODO y no me va a quitar Nada. Sé de Quien me he Fiado. Y Jesucristo para mi ahora es Aquel en quien he depositado mi vida entera y en cuyos brazos me abandono totalmente, Confiando siempre. Y espero que sigamos adelante, todos los de Sidney, y más allá.


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Fuente: De Caná a Sidney

viernes, 1 de agosto de 2008

7 testimonios de jóvenes de todo el mundo que explican su crecimiento espiritual después de Sydney

Bea Saladich, joven peregrina de Barcelona

Ha sido algo inolvidable. Tuve la suerte de poder ir a Colonia y ha sido incluso mejor. El ambiente festivo y el clima de oración en la ciudad es algo que nunca olvidaré. Ayuda mucho darse cuenta de que hay muchísimos jóvenes por todo el mundo que comparten contigo el deseo de mejorar y acercarse más a Dios.

Michele Bincoletto, 21 años, Tortona (Italia)

Ésta ha sido mi primera participación en una JMJ y no sabía lo que me esperaba. Después de haberla vivido por dentro, además como voluntario, pienso que es una experiencia inolvidable y muy enriquecedora para mi camino de fe. Una semana entera con otros jóvenes católicos, trabajando para ellos y siendo parte de los eventos principales, como el Vía Crucis, las catequesis y los encuentros con el Papa, que es como un padre para todos nosotros, es algo que me ha tocado profundamente el corazón. De regreso a Italia me llevo el gran sentido de unidad e igualdad que nos da la fe en un sólo Dios, dentro de la multiplicidad de vidas y experiencias que se han juntado en Sydney, así como el hecho de haber conocido pueblos de lo más diverso, desde los europeos y los aborígenes, hasta de países de los que nunca había oído hablar como las islas Samoa.

Adeline Henry de Frahan, 17 años, Bujumbura (Burundi)

Mi país, Burundi, vive sumergido en una terrible guerra tribal entre hutus y tutsis desde 1993. Allí mucha gente ha perdido ya toda esperanza. Yo soy la única joven burundesa que ha venido a Sydney para la JMJ y puedo decir que esta experiencia ha renovado en mi la esperanza. La paz es posible en mi país! Con la fuerza del Espíritu Santo y confiando en el Señor, podemos construir la paz. En Burundi muchos jóvenes se han dejado llevar por el espíritu del conflicto, pensando que las diferencias y odios entre tribus son irreversibles. Esto para mi es una tontería porque somos un solo pueblo. Todos estamos tocados por la guerra y la violencia, que a menudo llega hasta la capital, donde vivo yo. Pero lo que los jóvenes hemos vivido aquí en Australia, con la amistad y la generosidad gratuita de las personas de culturas y países diferentes, es un signo de paz también para mi país.

Padre Thomas Wilson, 37 años, Minnesota (EE.UU)

He venido a Sydney con treinta jóvenes de tres parroquias. Aquí hemos descubierto como el Espíritu Santo es de verdad el principio unificador para todos los que hacemos la iglesia. Ha sido fantástico ver tantas personas de todo el mundo compartir su fe con los demás! Creo, en particular, que lo más bonito de nuestro viaje ha sido la peregrinación a pie del sábado por la mañana hasta el Hipódromo de Randwick. Fue una experiencia un poco dura, difícil, pero que nos trajo felicidad porque nos acercó a Dios. No hemos venido aquí de vacaciones, pero eso es algo de lo que mucha gente se da cuenta precisamente durante la peregrinación. Mirando a los jóvenes que he estado acompañando estos días puedo decir claramente que muchos de ellos han crecido en su fe a través de la JMJ.

Alexandra Coppieters, 17 años, Bruselas (Bélgica)

Para mi la JMJ es la demostración más plausible de que se pueden hacer grandes cosas sin violencia y enseñando el respeto recíproco. Durante esta semana en Sydney se ha creado una atmósfera magnífica, porque todos estábamos allí por la misma razón. No voy cada semana a misa, pero la JMJ me ha ayudado a entender mejor mi fe y es un camino que seguiré una vez regrese a casa. Cuando esté en Bélgica, voy a explicar a todos mis amigos que la JMJ es una experiencia inolvidable que vale la pena hacer. Nos veremos en Madrid 2011!

Florence Ratna Antony, 27 años, Kuala Lumpur (Malasia)

Vivo en Malasia, un país de mayoría islámica donde los cristianos tenemos muchos problemas para vivir y compartir nuestra fe, especialmente cuando alguien se convierte al catolicismo desde el islam o si queremos construir una nueva iglesia para el culto y la oración comunitaria. Cuando veo a todos esos jóvenes que aquí pueden gritar por las calles su amor hacia Jesús siento un poco de envidia. Yo también querría hacer lo mismo y evangelizar en mi país. Descubrir, estos días, tantos jóvenes juntos por la fe me ha dado mucho entusiasmo y coraje.

Lisa Valastro, 22 años, Melbourne (Australia)

He venido a Sydney para compartir mi fe con mis coetáneos de todo el mundo. Sentía la necesidad de ello, porque no es tan habitual, aquí en Australia, que los jóvenes vayan a la iglesia. Ver que hay muchos otros jóvenes que hacen mi mismo camino me da fuerza. Por eso, he decidido venir aquí como voluntaria, para ayudar también a los demás a vivir bien esta experiencia. Es un trabajo a veces duro, pero la incomodidad que encontramos los voluntarios, la aceptamos bien si la compartimos.

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Testimonios recogidos por Fabrizio Assandri
Fuente: Catalunya Cristiana
Fotografias : De Caná a Sidney

Testimonio después de Sydney: "¿Sigo siendo el mismo después de la JMJ? Sí y no..." / Autor: Javier Muñoz Morales

Como hay gente para todo, el jueves regresé a mi curro, que la verdad es que lo echaba de menos; sí, sí, lo echaba de menos, y te aseguro que no era un efecto alucinógeno del pollo picante de Singapore Airlines. Así que, mientras otros estabáis todo sopazas planchando la oreja, servidor se fue a levantar lo que queda de país. La sensación que tenía era un poco extraña, la verdad; hace dos días estaba en la bahía de una ciudad superchic, lleno de vivencias y deseos tras el encuentro con el Papa, y ahora tenía ganas de tirar a las vías del metro al tío que me estaba empujando. Pero esta es la vida cristiana, santificar el día a día.

Sinceramente, no sabía qué decir a mis compañeros; los más cercanos sabían que me había ido a Australia a ver al Papa, y me preguntaron, claro. Y yo caí en la trampa, en lo que no quería, hablé más de las impresiones externas del país que de mi encuentro personal con Cristo y con la Iglesia en estos días inolvidables. ¿Qué estaba pasando? ¿Es que he vivido superficialmente esta JMJ? Estoy convencido de lo contrario, pero vuelvo a mi realidad cotidiana, contra la que me rebelo muchas veces: los respetos humanos, el qué dirán, me siguen venciendo, cuando sé de sobra, porque lo he experimentado infinidad de veces que Dios te da las palabras necesarias en el momento oportuno. Pero estoy convencido también de que, quizá a través de mí, muchos compañeros han estado viendo las noticias de la JMJ estos días, y han visto y escuchado al Papa y a esa Iglesia joven; y quién sabe si les ha podido llegar algún rayo del Espíritu desde Sydney; ojalá. Era muy gracioso, nadie sabía nada, pero todo el mundo vio 'algunas imágenes sueltas haciendo zapping'. De hecho, alguno asegura haberme visto dando botes; que no, que yo no voy de lider, les decía.

¿Sigo siendo el mismo después de la JMJ? Sí y no; sí, porque mis miserias siguen ahí, esperando a que las santifique poco a poco; y no, porque las Gracias recibidas estos días, sobre todo las que no se ven, que son las más fiables, siguen tejiendo una tupida red que sujeta al equilibrista si se cae.


Creo que me puesto muy elevado ;) Continuará

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Fuente: De Caná a Sydney

miércoles, 30 de julio de 2008

18 testimonios de jóvenes en audio desde Sydney

Para escuchar los testimonios recogidos por Radio Vaticano haz clic en los enlaces (en azul y subrayados) y luego pincha sobre el simbolo


que encontrarás.

Escucha en una grabación los testimonios de una uruguaya y una chilena, un peruano y una paraguaya, un mexicano y una española, haciendo clic
Testimonios en Sydney
Escucha uno a uno, en 12 grabaciones, los testimonios de un responsable de un grupo hispano, un joven colombiano, un joven español, un joven español de Santander, una joven española de Zaragoza, un seminarista español, un joven dominicano, un joven mexicano, un joven argentino, un seminarista venezolano, un sacerdote mexicano y un jefe de un grupo chileno, pinchando Testimonios en español: miles de jóvenes con el Papa en Sydney

jueves, 24 de julio de 2008

martes, 22 de julio de 2008

domingo, 20 de julio de 2008

Se confirman los rumores: Madrid acogerá la Jornada de la Juventud 2011

El anuncio del papa en video


España ya había acogido este evento en 1989, en Santiago de Compostela


SYDNEY, (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha confirmado los rumores: al final de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud Benedicto XVI ha vuelto a dar cita a los jóvenes del mundo en Madrid 2011.

"Llega ahora el momento de deciros adiós o, más bien, hasta la vista. Os doy las gracias a todos por haber participado en la Jornada Mundial de la Juventud 2008, aquí en Sydney, y espero que nos volvamos a ver dentro de tres años", dijo el Papa en su despedida.

"La Jornada Mundial de la Juventud 2011 tendrá lugar en Madrid, en España". Los miles de españoles estallaron en gritos y aplausos, enarbolando banderas de color rojo y amarillo.

"Hasta ese momento...", comenzó a decir el Papa, pero tuvo que detenerse riendo, pues los gritos no cesaban. "Hasta ese momento --continuó--, recemos los unos por los otros, y demos ante el mundo un alegre testimonio de Cristo. Que Dios os bendiga".

España, la ciudad de Santiago de Compostela, ya había acogido la Jornada Mundial de la Juventud en el año 1989, presidida por Juan Pablo II y con la participación de medio millón de jóvenes.

Era el tercer lugar en el que se celebraba un encuentro de esas características después de Roma y Buenos Aires.

El arzobispo de Santiago de Compostela era entonces monseñor Antonio María Rouco, quien acogerá por segunda vez una Jornada Mundial de la Juventud, pero ahora como cardenal y arzobispo de la capital española.

Imponente clausura de la JMJ: El Papa desafía a los jóvenes a guiar el mundo hacia Cristo

Para ver los video-resumen de la Misa de clausura haz clic sobre las imagenes


SYDNEY, (ACI).- En el marco de una soleada mañana australiana, ante más de medio millón de fieles que colmaron el Hipódromo de Radwick en Sydney, el Papa Benedicto XVI clausuró la JMJ 2008 desafiando a los jóvenes a transformar el mundo según el plan de Dios.

“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros” Fueron las primeras palabras de la homilía del Papa en la homilía de la
Misa final. "Hemos visto esta promesa cumplida, con el poder del Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio a los confines de la tierra. En estos días yo también he venido como Sucesor de Pedro a esta magnífica tierra Australiana".

"He venido a confirmarlos en su fe, mis hermanos jóvenes hermanos y hermanas y a alentarnos a que abran sus corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que este gran encuentro de jóvenes 'venidos de todas las naciones que hay bajo el
cielo'", agregó el Pontífice.

"Que la llama del amor de Dios -continuó- descienda para llenar vuestros corazones, que los una plenamente con el Señor y su Iglesia y les envíe a ustedes, cual nueva generación de apóstoles para acercar el mundo a Cristo".

El Pontífice preguntó luego: “Pero ¿Cuál es el 'poder' del Espíritu Santo? ¡Es el poder de la
vida de Dios! Es el poder del mismo Espíritu que rige sobre las aguas en los albores de la creación".

"Aquí en Australia esta 'Gran tierra Austral del Espíritu Santo' todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable en la presencia del Espíritu y en el poder de la belleza de la naturaleza… hemos tenido una vívida experiencia de la presencia y el poder del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Hemos visto a la Iglesia como es verdaderamente: el cuerpo de Cristo, una comunidad viviente de amor, reuniendo a todas las personas de todas las razas, naciones y lenguas de todos los tiempo y lugares, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado”, dijo también el Papa, interrumpido por los aplausos de una multitud que lo seguía con sorprendente atención.

Sin embargo, advirtió
Benedicto XVI, "la gracia del Espíritu no es algo que podemos merecer o lograr sino que sólo lo podemos recibir como don puro…es por ello que la oración es tan importante: la oración diaria, la oración privada en el sosiego de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, así como la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia”.

Desafío a los jóvenes
Luego dirigiéndose a los jóvenes el Papa preguntó en tono de paterno desafío: "Queridos jóvenes, permítanme ahora hacerles una pregunta ¿Qué van a dejar ustedes para las próximas generaciones? ¿Están construyendo sus vidas sobre báses sólidas construyendo algo que perdurará? ¿Están viviendo su vida de manera que abra el camino al Espíritu en medio de un mundo que quiere olvidar a Dios o que incluso lo rechaza en nombre de una libertad falsamente concebida? ¿Cómo están utilizando los dones que han recibido, el 'poder' por el cual el Espíritu Santo está ahora mismo preparado para liberar dentro de ustedes? ¿Qué legado van a dejar a los jóvenes del futuro? ¿Qué diferencias apostarán?"


“El mundo
-prosiguió el Santo Padre- necesita esta renovación, En muchas de nuestras sociedades, junto con la prosperidad material, un desierto espiritual se está extendiendo, un vacío interior, un temor sin nombre, un sentimiento silencioso de desesperación…la Iglesia también necesita de esta renovación. La Iglesia necesita especialmente de los dones de los jóvenes, de todos los jóvenes…Todos aquellos que el Señor llama al
sacerdocio y a la vida consagrada."

“No tengan miedo de decir 'Sí' a Jesús, de encontrar gozo en hacer su voluntad, entregándose completamente en la búsqueda de la santidad y utilizando todo su talento al servicio de los demás”.

Luego de invocar la protección de María, terminó con su saludo habitual en diferentes lenguas alentando a los peregrinos a “llevar la Buena Nueva”. A los peregrinos de lengua española les dijo: “Queridos jóvenes, en Cristo se cumplen todas las promesas de salvación verdadera para la humanidad. Él tiene para cada uno de vosotros un proyecto de amor en el que se encuentra el sentido y la plenitud de la vida y espera de todos vosotros que hagáis fructificar los dones que os ha dado, siendo sus testigos de palabra y con el propio ejemplo. No lo defraudéis".

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La gracia del Espíritu Santo, puro don / Autor: Benedicto XVI

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la mañana de este domingo durante la celebración eucarística que presidió con motivo de la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en el hipódromo de Randwick.

Queridos amigos

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza» (Hch 1,8). Hemos visto cumplida esta promesa. En el día de Pentecostés, como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor resucitado, sentado a la derecha del Padre, envió el Espíritu Santo a sus discípulos reunidos en el cenáculo. Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En cada época y en cada lengua, la Iglesia continúa proclamando en todo el mundo las maravillas de Dios e invita a todas las naciones y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida nueva en Cristo.

En estos días, también yo he venido, como Sucesor de san Pedro, a esta estupenda tierra de Australia. He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que esta gran asamblea, que congrega a jóvenes de «todas las naciones de la tierra» (Hch 2,5), se transforme en un nuevo cenáculo. Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo.

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza». Estas palabras del Señor resucitado tienen un significado especial para los jóvenes que serán confirmados, sellados con el don del Espíritu Santo, durante esta Santa Misa. Pero estas palabras están dirigidas también a cada uno de nosotros, es decir, a todos los que han recibido el don del Espíritu de reconciliación y de la vida nueva en el Bautismo, que lo han acogido en sus corazones como su ayuda y guía en la Confirmación, y que crecen cotidianamente en sus dones de gracia mediante la Santa Eucaristía. En efecto el Espíritu Santo desciende nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza, «un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo».

Pero, ¿qué es este «poder» del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios. En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia que ha comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos este Espíritu. Como fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es también, de un modo muy verdadero, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean.

Aquí en Australia, esta «gran tierra meridional del Espíritu Santo», todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable de la presencia y del poder del Espíritu en la belleza de la naturaleza. Nuestros ojos se han abierto para ver el mundo que nos rodea como es verdaderamente: «colmado», como dice el poeta, «de la grandeza de Dios», repleto de la gloria de su amor creativo. También aquí, en esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de todo el mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la fuerza del Espíritu en la vida de la Iglesia. Hemos visto la Iglesia como es verdaderamente: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.

La fuerza del Espíritu Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A través de la gracia de los Sacramentos de la Iglesia, esta fuerza fluye también en nuestro interior, como un río subterráneo que nutre el espíritu y nos atrae cada vez más cerca de la fuente de nuestra verdadera vida, que es Cristo. San Ignacio de Antioquía, que murió mártir en Roma al comienzo del siglo segundo, nos ha dejado una descripción espléndida de la fuerza del Espíritu que habita en nosotros. Él ha hablado del Espíritu como de una fuente de agua viva que surge en su corazón y susurra: «Ven, ven al Padre» (cf. A los Romanos, 6,1-9).

Sin embargo, esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don. El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia. Ésta es pura receptividad de la gracia de Dios, amor en acción, comunión con el Espíritu que habita en nosotros y nos lleva, por Jesús y en la Iglesia, a nuestro Padre celestial. En la potencia de su Espíritu, Jesús está siempre presente en nuestros corazones, esperando serenamente que nos dispongamos en el silencio junto a Él para sentir su voz, permanecer en su amor y recibir «la fuerza que proviene de lo alto», una fuerza que nos permite ser sal y luz para nuestro mundo.

En su Ascensión, el Señor resucitado dijo a sus discípulos: «Seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1,8). Aquí, en Australia, damos gracias al Señor por el don de la fe, que ha llegado hasta nosotros como un tesoro transmitido de generación en generación en la comunión de la Iglesia. Aquí, en Oceanía, damos gracias de un modo especial a todos aquellos misioneros, sacerdotes y religiosos comprometidos, padres y abuelos cristianos, maestros y catequistas, que han edificado la Iglesia en estas tierras. Testigos como la Beata Mary Mackillop, San Peter Chanel, el Beato Peter To Rot y muchos otros. La fuerza del Espíritu, manifestada en sus vidas, está todavía activa en las iniciativas beneficiosas que han dejado en la sociedad que han plasmado y que ahora se os confía a vosotros.

Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?

La fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos encamina hacia el futuro, hacia la venida del Reino de Dios. ¡Qué visión magnífica de una humanidad redimida y renovada descubrimos en la nueva era prometida por el Evangelio de hoy! San Lucas nos dice que Jesucristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios, el Mesías que posee en plenitud el Espíritu Santo para comunicarlo a la humanidad entera. La efusión del Espíritu de Cristo sobre la humanidad es prenda de esperanza y de liberación contra todo aquello que nos empobrece. Dicha efusión ofrece de nuevo la vista al ciego, libera a los oprimidos y genera unidad en y con la diversidad (cf. Lc 4,18-19; Is 61,1-2). Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar la faz de la tierra» (cf. Sal 104,30).

Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.

El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.

También la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium, 4). En la segunda lectura de hoy, el apóstol Pablo nos recuerda que cada cristiano ha recibido un don que debe ser usado para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia tiene especialmente necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes. Tiene necesidad de crecer en la fuerza del Espíritu que también ahora os infunde gozo a vosotros, jóvenes, y os anima a servir al Señor con alegría. Abrid vuestro corazón a esta fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro «sí» a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros.

Dentro de poco celebraremos el sacramento de la Confirmación. El Espíritu Santo descenderá sobre los candidatos; ellos serán «sellados» con el don del Espíritu y enviados para ser testigos de Cristo. ¿Qué significa recibir la «sello» del Espíritu Santo? Significa ser marcados indeleblemente, inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas. Para los que han recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados» en el Espíritu significa estar enardecidos por el amor de Dios. Haber «bebido» del Espíritu (cf. 1 Co 12,13) significa haber sido refrescados por la belleza del designio de Dios para nosotros y para el mundo, y llegar a ser nosotros mismos una fuente de frescor para los otros. Ser «sellados con el Espíritu» significa además no tener miedo de defender a Cristo, dejando que la verdad del Evangelio impregne nuestro modo de ver, pensar y actuar, mientras trabajamos por el triunfo de la civilización del amor.

Al elevar nuestra oración por los confirmandos, pedimos también que la fuerza del Espíritu Santo reavive la gracia de la Confirmación de cada uno de nosotros. Que el Espíritu derrame sus dones abundantemente sobre todos los presentes, sobre la ciudad de Sydney, sobre esta tierra de Australia y sobre todas sus gentes. Que cada uno de nosotros sea renovado en el espíritu de sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y piedad, espíritu de admiración y santo temor de Dios.

Que por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, esta XXIII Jornada Mundial de la Juventud sea vivida como un nuevo cenáculo, de forma que todos nosotros, enardecidos con el fuego del amor del Espíritu Santo, continuemos proclamando al Señor resucitado y atrayendo a cada corazón hacia Él. Amén.
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Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

La que hizo Dios a María en la Anunciación: Una propuesta de matrimonio / Autor: Benedicto XVI

Publicamos la alocución que dirigió Benedicto XVI al final de la misa de clausura de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), en el hipódromo de Randwick, con motivo del rezo de la oración mariana del Ángelus. Tras la oración, el Papa anunció que Madrid será la sede de la próxima JMJ en 2011.

Queridos jóvenes amigos

Nos disponemos ahora a recitar juntos la hermosa oración del Angelus. En ella reflexionaremos sobre María, mujer joven que conversa con el ángel, que la invita, en nombre de Dios, a una particular entrega de sí misma, de su vida, de su futuro como mujer y madre. Podemos imaginar cómo debió sentirse María en aquel momento: totalmente estremecida, completamente abrumada por la perspectiva que se le ponía delante.

El ángel comprendió su ansiedad e inmediatamente intentó calmarla: «No temas, María... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,30.35). El Espíritu fue quien le dio la fuerza y el valor para responder a la llamada del Señor. El Espíritu fue quien la ayudó a comprender el gran misterio que iba a cumplirse por medio de Ella. El Espíritu fue el que la rodeó con su amor y la hizo capaz de concebir en su seno al Hijo de Dios.

Esta escena es quizás el momento culminante de la historia de la relación de Dios con su pueblo. En el Antiguo Testamento, Dios se reveló de modo parcial y gradual, como hacemos todos en nuestras relaciones personales. Se necesitó tiempo para que el pueblo elegido profundizase en su relación con Dios. La Alianza con Israel fue como un tiempo de hacer la corte, un largo noviazgo. Luego llegó el momento definitivo, el momento del matrimonio, la realización de una nueva y eterna alianza. En ese momento María, ante el Señor, representaba a toda la humanidad. En el mensaje del ángel, era Dios el que brindaba una propuesta de matrimonio con la humanidad. Y en nombre nuestro, María dijo sí.

En los cuentos, los relatos terminan en este momento: «y desde entonces vivieron felices y contentos». En la vida real no es tan fácil. Fueron muchas las dificultades que María tuvo que superar al afrontar las consecuencias de aquel «sí» al Señor. Simeón profetizó que una espada le traspasaría el corazón. Cuando Jesús tenía doce años, Ella experimentó las peores pesadillas que los padres pueden tener, cuando tuvo a su hijo perdido durante tres días. Y después de su actividad pública, sufrió la agonía de presenciar su crucifixión y muerte. En las diversas pruebas Ella permaneció fiel a su promesa, sostenida por el Espíritu de fortaleza. Y por ello tuvo como recompensa la gloria.

Queridos jóvenes, también nosotros debemos permanecer fieles al «sí» con que acogimos el ofrecimiento de amistad por parte del Señor. Sabemos que Él nunca nos abandonará. Sabemos que Él nos sostendrá siempre con los dones del Espíritu. María acogió la propuesta del Señor en nombre nuestro. Dirijámonos, pues, a Ella y pidámosle que nos guíe en las dificultades para permanecer fieles a esa relación vital que Dios estableció con cada uno de nosotros. María es nuestro ejemplo y nuestra inspiración; Ella intercede por nosotros ante su Hijo, y con amor materno nos protege de los peligros.

Después del Ángelus, el Papa dijo:

Queridos amigos

Llega ahora el momento de deciros adiós o, más bien, hasta la vista. Os doy las gracias a todos por haber participado en la Jornada Mundial de la Juventud 2008, aquí en Sidney, y espero que nos volvamos a ver dentro de tres años. La Jornada Mundial de la Juventud 2011 tendrá lugar en Madrid, en España. Hasta ese momento, recemos los unos por los otros, y demos ante el mundo un alegre testimonio de Cristo. Que Dios os bendiga.

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Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana
A la derecha de la fotografia el P. Jesús Higueras, parroco de Santa María de Cana de Pozuelo de Alarcón (España), que ha acompañado a 122 jóvenes de su parroquia en Sydney. Lo vemos en Australia con otros sacerdotes. El P. Jesús Higueras es además director espiritual del Seminario de Madrid. Desde los inicios de nuestro blog hemos seguido sus reflexiones escritas y televisivas de la Palabra de Dios.

sábado, 19 de julio de 2008

El Espíritu Santo, Él es el artesano de las obras de Dios. ¡Dejen que sus gracias les formen! / Autor: Benedicto XVI

Para ver los video-resumen de la vigilia de la JMJ haz clic sobre la imagen


Dios está siempre con nosotros


Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud, que presidió en la noche del sábado en el hipódromo de Randwick, ante 235 mil jóvenes.

Queridos jóvenes

Una vez más, en esta tarde hemos oído la gran promesa de Cristo, «cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza», y hemos escuchado su mandato: «seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1, 8). Éstas fueron las últimas palabras que Cristo pronunció antes de su ascensión al cielo. Lo que los Apóstoles sintieron al oírlas sólo podemos imaginarlo. Pero sabemos que su amor profundo por Jesús y la confianza en su palabra los impulsó a reunirse y esperar en la sala de arriba, pero no una espera sin un sentido, sino juntos, unidos en la oración, con las mujeres y con María (cf. Hch 1, 14). Esta tarde nosotros hacemos lo mismo. Reunidos delante de nuestra Cruz, que tanto ha viajado, y del icono de María, rezamos bajo el esplendor celeste de la constelación de la Cruz del Sur. Esta tarde rezo por vosotros y por los jóvenes de todo el mundo. Dejaos inspirar por el ejemplo de vuestros Patronos. Acoged en vuestro corazón y en vuestra mente los siete dones del Espíritu Santo. Reconoced y creed en el poder del Espíritu Santo en vuestra vida.

El otro día hablábamos de la unidad y de la armonía de la creación de Dios y de nuestro lugar en ella. Hemos recordado cómo nosotros, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, mediante el gran don del Bautismo nos hemos convertido en hijos adoptivos de Dios, nuevas criaturas. Y precisamente como hijos de la luz de Cristo, simbolizada por las velas encendidas que tenéis en vuestras manos, damos testimonio en nuestro mundo del esplendor que ninguna tiniebla podrá vencer (cf. Jn 1, 5).

Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el «cómo» llegar a ser testigos. Tenemos necesidad de conocer la persona del Espíritu Santo y su presencia vivificante en nuestra vida. No es fácil. En efecto, la diversidad de imágenes que encontramos en la Escritura sobre el Espíritu -viento, fuego, soplo- ponen de manifiesto lo difícil que nos resulta tener una comprensión clara de él. Y, sin embargo, sabemos que el Espíritu Santo es quien dirige y define nuestro testimonio sobre Jesucristo, aunque de modo silencioso e invisible.

Ya sabéis que nuestro testimonio cristiano es una ofrenda a un mundo que, en muchos aspectos, es frágil. La unidad de la creación de Dios se debilita por heridas profundas cuando las relaciones sociales se rompen, o el espíritu humano se encuentra casi completamente aplastado por la explotación o el abuso de las personas. De hecho, la sociedad contemporánea sufre un proceso de fragmentación por culpa de un modo de pensar que por su naturaleza tiene una visión reducida, porque descuida completamente el horizonte de la verdad, de la verdad sobre Dios y sobre nosotros. Por su naturaleza, el relativismo non es capaz de ver el cuadro en su totalidad. Ignora los principios mismos que nos hacen capaces de vivir y de crecer en la unidad, en el orden y en la armonía.

Como testigos cristianos, ¿cuál es nuestra respuesta a un mundo dividido y fragmentario? ¿Cómo podemos ofrecer esperanza de paz, restablecimiento y armonía a esas «estaciones» de conflicto, de sufrimiento y tensión por las que habéis querido pasar con esta Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud? La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. Dios nos ha hecho el uno para el otro (cf. Gn 2, 24) y sólo en Dios y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos. Y, sin embargo, frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad «perfecta». No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual.

Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al Espíritu Santo de Cristo, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del Espíritu. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del Espíritu Santo (cf. 1 Co 3, 16). En efecto, es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio (cf. Lumen gentium, 4). Lamentablemente, la tentación de «ir por libre» continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y la segunda como rígida y carente de Espíritu.

La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 813); es un don que debemos reconocer y apreciar. Pidamos esta tarde por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de darnos media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo. Queridos jóvenes, ¿acaso no es gracias a vuestra fe que amigos en dificultad o en búsqueda de sentido para sus vidas se han dirigido a vosotros? Estad vigilantes. Escuchad. ¿Sois capaces de oír, a través de las disonancias y las divisiones del mundo, la voz acorde de la humanidad? Desde el niño abandonado en un campo de Darfur a un adolescente desconcertado, a un padre angustiado en un barrio periférico cualquiera, o tal vez ahora, desde lo profundo de vuestro corazón, se alza el mismo grito humano que anhela reconocimiento, pertenencia, unidad. ¿Quien puede satisfacer este deseo humano esencial de ser uno, estar inmerso en la comunión, de estar edificado y ser guiado a la verdad? El Espíritu Santo. Éste es su papel: realizar la obra de Cristo. Enriquecidos con los dones del Espíritu, tendréis la fuerza de ir más allá de vuestras visiones parciales, de vuestra utopía, de la precariedad fugaz, para ofrecer la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.

Amigos, cuando recitamos el Credo afirmamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». El «Espíritu creador» es la fuerza de Dios que da la vida a toda la creación y es la fuente de vida nueva y abundante en Cristo. El Espíritu mantiene a la Iglesia unida a su Señor y fiel a la tradición apostólica. Él es quien inspira las Sagradas Escrituras y guía al Pueblo de Dios hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13). De todos estos modos el Espíritu es el «dador de vida», que nos conduce al corazón mismo de Dios. Así, cuanto más nos dejamos guiar por el Espíritu, tanto mayor será nuestra configuración con Cristo y tanto más profunda será nuestra inmersión en la vida de Dios uno y trino.

Esta participación en la naturaleza misma de Dios (cf. 2 P 1, 4) tiene lugar a lo largo de los acontecimientos cotidianos de la vida, en los que Él siempre esta presente (cf. Ba 3, 38). Sin embargo, hay momentos en los que podemos sentir la tentación de buscar una cierta satisfacción fuera de Dios. Jesús mismo preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Este alejamiento puede ofrecer tal vez la ilusión de la libertad. Pero, ¿a dónde nos lleva? ¿A quién vamos a acudir? En nuestro corazón, en efecto, sabemos que sólo el Señor tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69). Alejarnos de Él es sólo un intento vano de huir de nosotros mismos (cf. S. Agustín, Confesiones VIII, 7). Dios está con nosotros en la vida real, no en la fantasía. Enfrentarnos a la realidad, no huir de ella: esto es lo que buscamos. Por eso el Espíritu Santo, con delicadeza, pero también con determinación, nos atrae hacia lo que es real, duradero y verdadero. El Espíritu es quien nos devuelve a la comunión con la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo ha sido, de modos diversos, la Persona olvidada de la Santísima Trinidad. Tener una clara comprensión de él nos parece algo fuera de nuestro alcance. Sin embargo, cuando todavía era pequeño, mis padres, como los vuestros, me enseñaron el signo de la Cruz y así entendí pronto que hay un Dios en tres Personas, y que la Trinidad está en el centro de la fe y de la vida cristiana. Cuando crecí lo suficiente para tener un cierto conocimiento de Dios Padre y de Dios Hijo -los nombres ya significaban mucho- mi comprensión de la tercera Persona de la Trinidad seguía siendo incompleta. Por eso, como joven sacerdote encargado de enseñar teología, decidí estudiar los testimonios eminentes del Espíritu en la historia de la Iglesia. De esta manera llegué a leer, en otros, al gran san Agustín.

Su comprensión del Espíritu Santo se desarrolló de modo gradual; fue una lucha. De joven había seguido el Maniqueísmo, que era uno de aquellos intentos que he mencionado antes de crear una utopía espiritual separando las cosas del espíritu de las de la carne. Como consecuencia de ello, albergaba al principio sospechas respecto a la enseñanza cristiana sobre la encarnación de Dios. Y, con todo, su experiencia del amor de Dios presente en la Iglesia lo llevó a buscar su fuente en la vida de Dios uno y trino. Así llegó a tres precisas intuiciones sobre el Espíritu Santo como vínculo de unidad dentro de la Santísima Trinidad: unidad como comunión, unidad como amor duradero, unidad como dador y don. Estas tres intuiciones no son solamente teóricas. Nos ayudan a explicar cómo actúa el Espíritu. Nos ayudan a permanecer en sintonía con el Espíritu y a extender y clarificar el ámbito de nuestro testimonio, en un mundo en el que tanto los individuos como las comunidades sufren con frecuencia la ausencia de unidad y de cohesión.


Por eso, con la ayuda de san Agustín, intentaremos ilustrar algo de la obra del Espíritu Santo. San Agustín señala que las dos palabras «Espíritu» y «Santo» se refieren a lo que pertenece a la naturaleza divina; en otras palabras, a lo que es compartido por el Padre y el Hijo, a su comunión. Por eso, si la característica propia del Espíritu es de ser lo que es compartido por el Padre y el Hijo, Agustín concluye que la cualidad peculiar del Espíritu es la unidad. Una unidad de comunión vivida: una unidad de personas en relación mutua de constante entrega; el Padre y el Hijo que se dan el uno al otro. Pienso que empezamos así a vislumbrar qué iluminadora es esta comprensión del Espíritu Santo como unidad, como comunión. Una unidad verdadera nunca puede estar fundada sobre relaciones que nieguen la igual dignidad de las demás personas. Y tampoco la unidad es simplemente la suma total de los grupos mediante los cuales intentamos a veces «definirnos» a nosotros mismos. De hecho, sólo en la vida de comunión se sostiene la unidad y se realiza plenamente la identidad humana: reconocemos la necesidad común de Dios, respondemos a la presencia unificadora del Espíritu Santo y nos entregamos mutuamente en el servicio de los unos a los otros.

La segunda intuición de Agustín, es decir, el Espíritu Santo como amor que permanece, se desprende del estudio que hizo sobre la Primera Carta de san Juan, allí donde el autor nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4, 16). Agustín sugiere que estas palabras, a pesar de referirse a la Trinidad en su conjunto, se han de entender también como expresión de una característica particular del Espíritu Santo. Reflexionando sobre la naturaleza permanente del amor, «quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (ibíd.), Agustín se pregunta: ¿es el amor o es el Espíritu quien garantiza el don duradero? La conclusión a la que llega es ésta: «El Espíritu Santo nos hace vivir en Dios y Dios en nosotros; pero es el amor el que causa esto. El Espíritu por tanto es Dios como amor» (De Trinitate 15,17,31). Es una magnífica explicación: Dios comparte a sí mismo como amor en el Espíritu Santo. ¿Qué más podemos aprender de esta intuición? El amor es el signo de la presencia del Espíritu Santo. Las ideas o las palabras que carecen de amor, aunque parezcan sofisticadas o sagaces, no pueden ser «del Espíritu». Más aún, el amor tiene un rasgo particular; en vez de ser indulgente o voluble, tiene una tarea o un fin que cumplir: permanecer. El amor es duradero por su naturaleza. De nuevo, queridos amigos, podemos echar una mirada a lo que el Espíritu Santo ofrece al mundo: amor que despeja la incertidumbre; amor que supera el miedo de la traición; amor que lleva en sí mismo la eternidad; el amor verdadero que nos introduce en una unidad que permanece.

Agustín deduce la tercera intuición, el Espíritu Santo como don, de una reflexión sobre una escena evangélica que todos conocemos y que nos atrae: el diálogo de Cristo con la samaritana junto al pozo. Jesús se revela aquí como el dador del agua viva (cf. Jn 4, 10), que será después explicada como el Espíritu (cf. Jn 7, 39; 1 Co 12, 13). El Espíritu es «el don de Dios» (Jn 4, 10), la fuente interior (cf. Jn 4, 14), que sacia de verdad nuestra sed más profunda y nos lleva al Padre. De esta observación, Agustín concluye que el Dios que se entrega a nosotros como don es el Espíritu Santo (cf. De Trinitate, 15,18,32). Amigos, una vez más echamos un vistazo sobre la actividad de la Trinidad: el Espíritu Santo es Dios que se da eternamente; al igual que una fuente perenne, él se ofrece nada menos que a sí mismo. Observando este don incesante, llegamos a ver los límites de todo lo que acaba, la locura de una mentalidad consumista. En particular, empezamos a entender porqué la búsqueda de novedades nos deja insatisfechos y deseosos de algo más. ¿Acaso no estaremos buscando un don eterno? ¿La fuente que nunca se acaba? Con la Samaritana exclamamos: ¡Dame de esta agua, para que no tenga ya más sed (cf. Jn 4, 15)!

Queridos jóvenes, ya hemos visto que el Espíritu Santo es quien realiza la maravillosa comunión de los creyentes en Cristo Jesús. Fiel a su naturaleza de dador y de don a la vez, él actúa ahora a través de vosotros. Inspirados por las intuiciones de san Agustín, haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión.

Este mismo don del Espíritu Santo será mañana comunicado solemnemente a los candidatos a la Confirmación. Yo rogaré: «Llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor». Estos dones del Espíritu -cada uno de ellos, como nos recuerda san Francisco de Sales, es un modo de participar en el único amor de Dios- no son ni un premio ni un reconocimiento. Son simplemente dados (cf. 1 Co 12, 11). Y exigen por parte de quien los recibe sólo una respuesta: «Acepto». Percibimos aquí algo del misterio profundo de lo que es ser cristiano. Lo que constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros hacemos, sino lo que recibimos. Después de todo, muchas personas generosas que no son cristianas pueden hacer mucho más de lo que nosotros hacemos. Amigos, ¿aceptáis entrar en la vida trinitaria de Dios? ¿Aceptáis entrar en su comunión de amor?

Los dones del Espíritu que actúan en nosotros imprimen la dirección y definen nuestro testimonio. Los dones del Espíritu, orientados por su naturaleza a la unidad, nos vinculan todavía más estrechamente a la totalidad del Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 11), permitiéndonos edificar mejor la Iglesia, para servir así al mundo (cf. Ef 4, 13). Nos llaman a una participación activa y gozosa en la vida de la Iglesia, en las parroquias y en los movimientos eclesiales, en las clases de religión en la escuela, en las capellanías universitarias o en otras organizaciones católicas. Sí, la Iglesia debe crecer en unidad, debe robustecerse en la santidad, rejuvenecer y renovarse constantemente (cf. Lumen gentium, 4). Pero ¿con qué criterios? Con los del Espíritu Santo. Volveos a él, queridos jóvenes, y descubriréis el verdadero sentido de la renovación.

Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza.

Y ahora, mientras nos preparamos para adorar al Santísimo Sacramento en el silencio y en la espera, os repito las palabras que pronunció la beata Mary MacKillop cuando tenía precisamente veintiséis años: «Cree en todo lo que Dios te susurra en el corazón». Creed en él. Creed en la fuerza del Espíritu de amor.

Queridos amigos, el Espíritu Santo dirige nuestros pasos para seguir a Jesucristo en el mundo de hoy, que espera de los cristianos una palabra de aliento y un testimonio de vida que inviten a mirar confiadamente hacia el futuro. Os encomiendo en mis plegarias, para que respondáis generosamente a lo que el Señor os pide y a lo que todos los hombres anhelan. Que Dios os bendiga.

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Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

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