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martes, 7 de abril de 2009

Semana Santa en Jerusalén: Miércoles Santo
L a U n i d a d
Designio Media, una iniciativa de laicos de diversas nacionalidades, ha lanzado a través del portal de You Tube el programa "¡Ábrete Cielo!", con el objetivo de brindar a los fieles un espacio de reflexión y de acompañamiento a Jesús "día a día, desde su entrada a Jerusalén en el domingo de Ramos hasta el domingo de Resurrección".

"Abrir el cielo en esta generación significa hacer presente la obra de Dios en la Historia. Dios no es un dato abstracto. Dios es aquél que se ha dado a conocer por sus obras y encarnado en su Hijo Jesucristo, nos revela a los hombres el contenido de la existencia", explica el sitio web de la productora.

La serie consta de ocho programas de media hora cada uno y permite a los cristianos "peregrinar y conocer los lugares que han sido testigos de la vida de Jesucristo". Entre los testimonios de cristianos que ofrece "¡Ábrete Cielo!" se destaca la vida de José, "un católico que vive con su familia en Belén y que a pesar de las dificultades permanece por amor a sus raíces de fe".

"¡Ábrete Cielo!" se transmitirá por televisión en los Estados Unidos y en diversos varios países de América Latina, como República Dominicana, Perú, Chile y Argentina. Por su interés podrán seguir diariamente en "Escuchar ka Voz del Señor" estos programas. Hoy ofrecemos el correspondiente al miércoles Santo, en el cual se habla de la unidad.
Vídeo 1

Vídeo 2

Vídeo 3

viernes, 1 de agosto de 2008

7 testimonios de jóvenes de todo el mundo que explican su crecimiento espiritual después de Sydney

Bea Saladich, joven peregrina de Barcelona

Ha sido algo inolvidable. Tuve la suerte de poder ir a Colonia y ha sido incluso mejor. El ambiente festivo y el clima de oración en la ciudad es algo que nunca olvidaré. Ayuda mucho darse cuenta de que hay muchísimos jóvenes por todo el mundo que comparten contigo el deseo de mejorar y acercarse más a Dios.

Michele Bincoletto, 21 años, Tortona (Italia)

Ésta ha sido mi primera participación en una JMJ y no sabía lo que me esperaba. Después de haberla vivido por dentro, además como voluntario, pienso que es una experiencia inolvidable y muy enriquecedora para mi camino de fe. Una semana entera con otros jóvenes católicos, trabajando para ellos y siendo parte de los eventos principales, como el Vía Crucis, las catequesis y los encuentros con el Papa, que es como un padre para todos nosotros, es algo que me ha tocado profundamente el corazón. De regreso a Italia me llevo el gran sentido de unidad e igualdad que nos da la fe en un sólo Dios, dentro de la multiplicidad de vidas y experiencias que se han juntado en Sydney, así como el hecho de haber conocido pueblos de lo más diverso, desde los europeos y los aborígenes, hasta de países de los que nunca había oído hablar como las islas Samoa.

Adeline Henry de Frahan, 17 años, Bujumbura (Burundi)

Mi país, Burundi, vive sumergido en una terrible guerra tribal entre hutus y tutsis desde 1993. Allí mucha gente ha perdido ya toda esperanza. Yo soy la única joven burundesa que ha venido a Sydney para la JMJ y puedo decir que esta experiencia ha renovado en mi la esperanza. La paz es posible en mi país! Con la fuerza del Espíritu Santo y confiando en el Señor, podemos construir la paz. En Burundi muchos jóvenes se han dejado llevar por el espíritu del conflicto, pensando que las diferencias y odios entre tribus son irreversibles. Esto para mi es una tontería porque somos un solo pueblo. Todos estamos tocados por la guerra y la violencia, que a menudo llega hasta la capital, donde vivo yo. Pero lo que los jóvenes hemos vivido aquí en Australia, con la amistad y la generosidad gratuita de las personas de culturas y países diferentes, es un signo de paz también para mi país.

Padre Thomas Wilson, 37 años, Minnesota (EE.UU)

He venido a Sydney con treinta jóvenes de tres parroquias. Aquí hemos descubierto como el Espíritu Santo es de verdad el principio unificador para todos los que hacemos la iglesia. Ha sido fantástico ver tantas personas de todo el mundo compartir su fe con los demás! Creo, en particular, que lo más bonito de nuestro viaje ha sido la peregrinación a pie del sábado por la mañana hasta el Hipódromo de Randwick. Fue una experiencia un poco dura, difícil, pero que nos trajo felicidad porque nos acercó a Dios. No hemos venido aquí de vacaciones, pero eso es algo de lo que mucha gente se da cuenta precisamente durante la peregrinación. Mirando a los jóvenes que he estado acompañando estos días puedo decir claramente que muchos de ellos han crecido en su fe a través de la JMJ.

Alexandra Coppieters, 17 años, Bruselas (Bélgica)

Para mi la JMJ es la demostración más plausible de que se pueden hacer grandes cosas sin violencia y enseñando el respeto recíproco. Durante esta semana en Sydney se ha creado una atmósfera magnífica, porque todos estábamos allí por la misma razón. No voy cada semana a misa, pero la JMJ me ha ayudado a entender mejor mi fe y es un camino que seguiré una vez regrese a casa. Cuando esté en Bélgica, voy a explicar a todos mis amigos que la JMJ es una experiencia inolvidable que vale la pena hacer. Nos veremos en Madrid 2011!

Florence Ratna Antony, 27 años, Kuala Lumpur (Malasia)

Vivo en Malasia, un país de mayoría islámica donde los cristianos tenemos muchos problemas para vivir y compartir nuestra fe, especialmente cuando alguien se convierte al catolicismo desde el islam o si queremos construir una nueva iglesia para el culto y la oración comunitaria. Cuando veo a todos esos jóvenes que aquí pueden gritar por las calles su amor hacia Jesús siento un poco de envidia. Yo también querría hacer lo mismo y evangelizar en mi país. Descubrir, estos días, tantos jóvenes juntos por la fe me ha dado mucho entusiasmo y coraje.

Lisa Valastro, 22 años, Melbourne (Australia)

He venido a Sydney para compartir mi fe con mis coetáneos de todo el mundo. Sentía la necesidad de ello, porque no es tan habitual, aquí en Australia, que los jóvenes vayan a la iglesia. Ver que hay muchos otros jóvenes que hacen mi mismo camino me da fuerza. Por eso, he decidido venir aquí como voluntaria, para ayudar también a los demás a vivir bien esta experiencia. Es un trabajo a veces duro, pero la incomodidad que encontramos los voluntarios, la aceptamos bien si la compartimos.

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Testimonios recogidos por Fabrizio Assandri
Fuente: Catalunya Cristiana
Fotografias : De Caná a Sidney

jueves, 24 de abril de 2008

Cien mil jóvenes focolares implicados en una carrera mundial por la unidad / Autora: Nieves San Martín

Los «Chicos por la Unidad» correrán en lugares simbólicos del planeta

ROMA (ZENIT.org).- Adolescentes del Movimiento de los Focolares correrán el próximo 10 de mayo la Run4Unity 2008, una carrera de relevos mundial según los husos horarios, para manifestar su compromiso por construir la unidad entre los pueblos. En el acontecimiento participarán cien mil jóvenes de todo el mundo con enlaces en directo.

Se trata de la segunda edición de este acontecimiento, en todos los husos horarios de las 16.00 a las 17.00 horas, con el paso del testigo de un huso a otro, «para cubrir la Tierra con un abrazo planetario», informa una nota de prensa enviada a Zenit por el Movimiento de los Focolares.
Los chicos correrán en lugares simbólicos del planeta: en las fronteras entre países en guerra, en los barrios olvidados, por las calles de las más grandes metrópolis, para extender en el mundo un arcoiris de fraternidad.

Bajo el lema «ColoreAMOs la ciudad», la carrera de relevos culminará con una transmisión en directo vía satélite y vía internet de las 18 a las 19.30 horas, desde la Plaza Navona de Roma.
Habrá coreografías, historias y proyectos en un acontecimiento en el que participarán dos mil chicos procedentes de los cinco continentes en Roma, y más de cien mil en todo el mundo, con informaciones y enlaces en directo desde las carreras de todas las latitudes, intervenciones vídeo de Chiara Lubich a los chicos, entrevistas a los primeros testigos del Movimiento.
«Llegará el momento en el que el adulto culminará su carrera --escribía Chiara Lubich en 1968- y el joven, convertido en adulto, correrá hasta que un chico, se ponga a su lado con la misma bandera. Hasta que todos serán verdaderamente uno y el testamento de Jesús se habrá cumplido».

Run4Unity 2008, en preparación desde hace más de un año, es la primera gran manifestación del Movimiento de los Focolares desde la última despedida a Chiara Lubich. Desde diversos países del mundo, por unanimidad, ha llegado de los chicos la propuesta de transformar este evento en un gracias a ella.
El acontecimiento está patrocinado por el secretario general del Consejo de Europa, Alto Patronato del Presidente de la República Italiana, Ministerio de Asuntos Exteriores y Región Lacio de Italia.

El inicio de la manifestación, según lo previsto, tocará a los chicos de las Islas Fiji en el Océano Pacífico, a las 16, hora local. A las 17, mediante un enlace vía internet, pasarán el testigo al siguiente huso horario. En el arco de 24 horas el relevo alcanzará localidades de todas las latitudes donde intervendrán personajes del mundo del deporte, de la cultura, autoridades civiles y religiosas. Concluirán la carrera los chicos de San Francisco, Vancouver, Lima y Santiago de Chile.

Las manifestaciones deportivas atravesarán lugares símbolo de paz, pasarán cerca de las fronteras entre países en guerra, bajarán a los barrios donde se viven fuertes tensiones, como en Tierra Santa, correrán sobre la línea del Ecuador y en las grandes capitales como Manila, Ciudad del Cabo, Budapest, París, Lisboa, Oslo, Nairobi, Ciudad de México, San Paolo, Lima, Buenos Aires y Nueva York.
Run4unity 2008 será también una ocasión para dar visibilidad a los centenares de proyectos concretos de «ColoreAMOs la ciudad», promovido por los «Chicos por la Unidad» a nivel local y mundial.

Esta iniciativa, lanzada en el 2005, tiene como objetivo llenar de color, con el amor, los «rincones grises» de las ciudades: residencias geriátricas, orfanatos, barrios marginados, parques públicos que limpiar. Grupos de chicos, de acuerdo con las instituciones del territorio y unidos entre ellos a nivel mundial por una página web (http://www.teens4unity.net/), serán protagonistas de una ciudadanía activa y promotores de un futuro de paz y unidad entre los pueblos.
Se trata de una competición dentro de la competición. Justamente el 10 de mayo se premiará a las siete ciudades que hayan realizado el mayor número de actividades por el proyecto «ColoreAMOs la ciudad» o que se hayan distinguido por la originalidad de las iniciativas.
La retransmisión desde Roma vía Internet y vía satélite de Run4unity 2008, tendrá lugar en varios momentos: a las 13.30, a las 18.00 y a las 20.45. Gracias a fotos, reportajes, intervenciones en directo desde las áreas geográficas que hayan cubierto ya su propio huso horario, se podrán seguir las fases de la carrera en cada localidad por la que haya pasado esta manifestación. Los chicos, con expresiones artísticas, juegos y experiencias de vida, testimoniarán que el encuentro de culturas y religiones diferentes no sólo es posible, sino que en muchos puntos de la tierra ya es una realidad.
En Roma, un equipo de jóvenes periodistas elaborará, en tiempo real, las noticias que lleguen de los diferentes nudos de la red mundial. Están previstas conexiones con Tierra Santa, el País Vasco, y con Bolívar, un pueblo andino a 3.300 metros de altitud.
Después de haber invitado a todos a vivir la «Regla de oro» del Evangelio «Haz a los otros lo que querrías que te hicieran a ti», presente también en los principales textos sagrados de las otras religiones, Run4unity 2008 se concluirá con una coreografía que tendrá como símbolo la luz, expresión del amor que alumbra las pequeñas y grandes noches de las personas y el mundo.

Los «Chicos por la Unidad» son los adolescentes del Movimiento de los Focolares, de pueblos y lenguas diferentes, pertenecen a varias Iglesias, pero también a religiones no cristianas o a culturas que no profesan un credo religioso. Actualmente son 150.000, presentes en 182 Países.

Para saber más: http://www.run4unity.net/.

Para ver los videos haz click sobre las imagenes



Video prohibido-Un mundo Unido

miércoles, 19 de marzo de 2008

«LA TÚNICA ERA SIN COSTURAS» / Autor: P. Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.


Predicación del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro

En la tarde de este Viernes Santo, Benedicto XVI ha presidido, en la Basílica vaticana, la celebración de la Pasión del Señor. Durante la Liturgia de la Palabra se ha dado lectura al relato de la Pasión según san Juan.

A continuación el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., ha pronunciado la homilía, cuyo texto ofrecemos íntegramente.

La Liturgia de la Pasión ha proseguido con la Oración universal y la adoración de la Santa Cruz; ha concluido con la Santa Comunión.


* * *


«Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca". Para que se cumpliera la Escritura: "Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica"» (Jn 19,23-24).

Siempre ha surgido la cuestión de qué quiso decir el evangelista Juan con la importancia que da a este particular de la Pasión. Una explicación reciente es que la túnica recuerda al paramento del sumo sacerdote y que Juan, por ello, deseó afirmar que Jesús murió no sólo como rey, sino también como sacerdote.

De la túnica del sumo sacerdote no se dice, sin embargo, en la Biblia, que tuviera que ser sin costuras (Cf. Ex 28,4; Lev 16,4). Por eso los exégetas más autorizados prefieren atenerse a la explicación tradicional según la cual la túnica inconsútil simboliza la unidad de la Iglesia [1].

Cualquiera que sea la explicación que se da del texto, una cosa es cierta: la unidad de los discípulos es, para Juan, la razón por la que Cristo muere: «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52). En la última cena Él mismo había dicho: «No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21).

La alegre noticia que hay que proclamar el Viernes Santo es que la unidad, antes que una meta a alcanzar, es un don que hay que acoger. Que la túnica estuviera tejida «de arriba abajo», escribe san Cipriano, significa que «la unidad que trae Cristo procede de lo Alto, del Padre celestial, y por ello no puede ser escindida por quien la recibe, sino que debe ser integralmente acogida» [2].

Los soldados dividieron en cuatro partes «los vestidos», o «el manto» (ta imatia), esto es, el indumento exterior de Jesús, no la túnica, el chiton, que era el indumento interno, que se lleva en contacto directo con el cuerpo. Un símbolo éste también. Los hombres podemos dividir a la Iglesia en su elemento humano y visible, pero no su unidad profunda que se identifica con el Espíritu Santo. La túnica de Cristo no fue ni jamás podrá ser dividida. Es también inconsútil. Es la fe que profesamos en el Credo: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

* * *
Pero si la unidad debe servir como signo «para que el mundo crea», debe ser una unidad también visible, comunitaria. Es ésta unidad la que se ha perdido y debemos reencontrar. Se trata de mucho más que de relaciones de buena vecindad; es la propia unidad mística interior --«un solo Cuerpo y un solo Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4,4-6)--, en cuanto que esta unidad objetiva es acogida, vivida y manifestada, de hecho, por los creyentes.

Después de la Pascua, los apóstoles preguntaron a Jesús: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?». Hoy dirigimos frecuentemente a Dios el mismo interrogante: ¿Es éste el tiempo en que vas a restablecer la unidad visible de tu Iglesia? También la respuesta es la misma de entonces: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,6-8).

Lo recordaba el Santo Padre en la homilía pronunciada el pasado 25 de enero, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en conclusión de la Semana [de oración] por la unidad de los cristianos: «La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas --decía-- es un don que viene de lo Alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la gracia de Dios que está con nosotros».

Igualmente hoy será el Espíritu Santo, si nos dejamos guiar, quien nos conduzca a la unidad. ¿Cómo actuó el Espíritu Santo para realizar la primera fundamental unidad de la Iglesia: aquella entre los judíos y los paganos? Descendió sobre Cornelio y su casa de igual manera en que había descendido en Pentecostés sobre los apóstoles. De modo que a Pedro no le quedó más que sacar la conclusión: «Por lo tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,17).

De un siglo a esta parte hemos visto repetirse ante nuestros ojos este mismo prodigio a escala mundial. Dios ha efundido su Espíritu Santo de manera nueva e inusitada en millones de creyentes, pertenecientes a casi todas las denominaciones cristianas y, para que no hubiera dudas sobre sus intenciones, lo ha derramado con idénticas manifestaciones. ¿No es éste un signo de que el Espíritu nos impele a reconocernos recíprocamente como discípulos de Cristo y a tender juntos a la unidad?

Esta unidad espiritual y carismática, por sí sola, es verdad, no basta. Lo vemos ya en los inicios de la Iglesia. La unidad entre judíos y gentiles en cuanto se realizó estaba amenazada por el cisma. En el llamado concilio de Jerusalén hubo una «larga discusión» y al final se llegó a un acuerdo, anunciado a la Iglesia con la fórmula: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...» (Hechos 15,28). El Espíritu Santo obra, por lo tanto, también a través de otra vía que es el afrontamiento paciente, el diálogo y hasta los acuerdos entre las partes, cuando no está en juego lo esencial de la fe. Obra a través de las «estructuras» humanas y los «ministerios» instituidos por Jesús, sobre todo el ministerio apostólico y petrino. Es lo que llamamos hoy ecumenismo doctrinal e institucional.

* * *
La experiencia nos está convenciendo, sin embargo, de que este ecumenismo doctrinal, o de vértice, tampoco es suficiente ni avanza si no se acompaña de un ecumenismo espiritual, de base. Lo repiten cada vez con mayor insistencia precisamente los máximos promotores del ecumenismo institucional. En el centenario de la institución de la Semana de oración por la unidad de los cristianos (1908-2008), a los pies de la Cruz deseamos meditar sobre este ecumenismo espiritual: en qué consiste y cómo podemos avanzar en él.

El ecumenismo espiritual nace del arrepentimiento y del perdón, y se alimenta con la oración. En 1977 participé en un congreso ecuménico carismático en Kansas City, en Missouri. Había cuarenta mil personas, la mitad católicas (entre ellas el cardenal Suenens) y la otra mitad de diversas denominaciones cristianas. Una tarde empezó a hablar al micrófono uno de los animadores de una forma en aquella época extraña para mí: «Vosotros, sacerdotes y pastores, llorad y lamentaos, porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado... Vosotros, laicos, hombres y mujeres, llorad y lamentaos porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado».

Comencé a ver a los participantes caer, uno tras otro, de rodillas a mi alrededor, y a muchos de ellos sollozar de arrepentimiento por las divisiones en el cuerpo de Cristo. Y todo esto mientras un cartel sobresalía de un lado a otro en el estadio: «Jesús is Lord, Jesús es el Señor». Me encontraba allí como un observador aún bastante crítico y desapegado, pero recuerdo que pensé: Si un día todos los creyentes se reúnen para formar una sola Iglesia, será así: mientras estemos todos de rodillas, con el corazón contrito y humillado, bajo el gran señorío de Cristo.

Si la unidad de los discípulos debe ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, debe ser ante todo una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad. La Escritura nos exhorta a «hacer la verdad en la caridad» (veritatem facientes in caritate) (Ef 4,15). Y san Agustín afirma que «no se entra en la verdad más que a través de la caridad»: non intratur in veritatem nisi per caritatem [3].

Lo extraordinario acerca de esta vía hacia la unidad basada en el amor es que ya está abierta de par en par ante nosotros. No podemos «quemar etapas» en cuanto a la doctrina, porque las diferencias existen y hay que resolverlas con paciencia en las sedes apropiadas. Pero podemos en cambio quemar etapas en la caridad, y estar unidos desde ahora. El verdadero y seguro signo de la venida del Espíritu no es -escribe san Agustín-- hablar en lenguas, sino que es el amor por la unidad: «Sabéis que tenéis el Espíritu Santo cuando accedéis a que vuestro corazón se adhiera a la unidad a través de una sincera caridad» [4].

Meditemos en el himno a la caridad, de san Pablo. Cada frase suya adquiere un significado actual y nuevo, si se aplica al amor entre los miembros de las diferentes Iglesias cristianas, en las relaciones ecuménicas:

«La caridad es paciente...

La caridad no es envidiosa...

No busca su interés...

No toma en cuenta el mal (si acaso, ¡el mal realizado a los demás!).

No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad (no se alegra de las dificultades de las otras Iglesias, sino que se goza en sus éxitos).

Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta»
( l Co 13,4 ss).

Esta semana hemos acompañado a su morada eterna a una mujer -Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares-- que fue una pionera y un modelo de este ecumenismo espiritual del amor. Con su vida nos demostró que la búsqueda de la unidad entre los cristianos no lleva a cerrarse al resto del mundo; es, más bien, el primer paso y la condición para un diálogo más amplio con los creyentes de otras religiones y con todos los hombres a quienes les importa el destino de la humanidad y de la paz.

* * *
«Amarse -se dice-- no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección». También entre cristianos amarse significa mirar juntos en la misma dirección que es Cristo. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Ocurre como en los radios de una rueda. Observemos qué sucede a los radios cuando, desde el centro, parten hacia el exterior: a medida que se alejan del centro se distancian también unos de otros, hasta terminar en puntos lejanos de la circunferencia. Miremos, en cambio, qué sucede cuando, desde la circunferencia, se dirigen hacia el centro: según se aproximan al centro, se acercan también entre sí, hasta formar un único punto. En la medida en que vayamos juntos hacia Cristo, nos aproximaremos también entre nosotros, hasta ser verdaderamente, como Él pidió, «uno, con Él y con el Padre».

Aquello que podrá reunir a los cristianos divididos será sólo la difusión, entre ellos, de una nueva oleada de amor por Cristo. Es lo que está aconteciendo por obra del Espíritu Santo y que nos llena de estupor y de esperanza. «El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos» (2 Co 5,14). El hermano de otra Iglesia -es más, todo ser humano-- es «aquél por quien murió Cristo» (Rm 14,15), igual que murió por mí.

* * *

Un motivo debe impulsarnos sobre todo en este camino. Lo que está en juego al inicio del tercer milenio ya no es lo mismo que al principio del segundo milenio, cuando se produjo la separación entre oriente y occidente, ni es lo mismo que a mitad del mismo milenio, cuando se produjo la separación entre católicos y protestantes. ¿Podemos decir que la forma exacta de proceder del Espíritu Santo del Padre, o la manera en que se realiza la justificación del pecador, sean los problemas que apasionan a los hombres de hoy y con los que permanece o cae la fe cristiana? El mundo ha seguido adelante y nosotros hemos permanecido clavados a problemas y fórmulas de las que el mundo ni siquiera conoce ya el significado.

En las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la riña se concentraba en torno al rey. Ahí se decidía el resultado final del choque. También para nosotros la batalla hoy se libra en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico, o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. En el edificio de la fe cristiana esta piedra angular es la divinidad de Cristo. Suprimida ésta, todo se disgrega y, antes que cualquier otra cosa, la fe en la Trinidad.

De ello se percibe que existen actualmente dos ecumenismos posibles: un ecumenismo de la fe y un ecumenismo de la incredulidad; uno que reúne a todos los que creen que Jesús es el Hijo de Dios, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que Cristo murió para salvar a todos los hombres; otro que reúne a cuantos, por respeto al símbolo de Nicea, siguen proclamando estas fórmulas, pero vaciándolas de su verdadero contenido. Un ecumenismo en el que, al límite, todos creen en las mismas cosas, porque nadie cree ya en nada, en el sentido que la palabra «creer» tiene en el Nuevo Testamento.

«¿Quién es el que vence al mundo -escribe Juan en su Primera Carta-- sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5,5). Siguiendo este criterio, la distinción fundamental entre los cristianos no lo es entre católicos, ortodoxos y protestantes, sino entre quienes creen que Cristo es el Hijo de Dios y quienes no lo creen.

* * *

«El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote...: ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras mi Casa está en Ruinas?» (Ag 1,1-4).

Esta palabra del profeta Ageo se dirige hoy a nosotros. ¿Es éste el tiempo de seguir preocupándonos sólo de lo que afecta a nuestra orden religiosa, a nuestro movimiento, o a nuestra Iglesia? ¿No será precisamente ésta la razón por la que también nosotros «sembramos mucho, pero cosechamos poco» (Ag 1,6)? Predicamos y nos esforzamos en todos los modos, pero el mundo se aleja, en lugar de acercarse a Cristo.

El pueblo de Israel escuchó la reprensión del profeta, dejó de embellecer cada uno su propia casa para reconstruir juntos el templo de Dios. Entonces Dios envió de nuevo a su profeta con un mensaje de consuelo y de aliento, que es también para nosotros: «¡Mas ahora, ten ánimo, Zorobabel, oráculo del Señor; ánimo, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la tierra!, oráculo del Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros!» (Ag 2,4). ¡Ánimo, a todos vosotros, que tanto os importa la causa de la unidad de los cristianos, y al trabajo, porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. R. E. Brown, The Death of the Messiah, vol. 2, Doubleday, Nueva York 1994, pp. 955-958.

[2] S. Cipriano, De unitate Ecclesiae, 7 (CSEL 3, p. 215).

[3] S. Agustín, Contra Faustum, 32,18 (CCL 321, p. 779).

[4] S. Agustín, Discursos 269,3-4 (PL38, 1236 s.).

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La imagenes de la conmemoración de la Pasión en la Basílica de San Pedro, y la sintesis de su contenido en video

viernes, 14 de marzo de 2008

Un «testamento» de Chiara Lubich / Autora: Chiara Lubich

«Que todos sean uno»

Presentamos un escrito de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, fallecida este viernes, publicado en la revista «Ciudad Nueva» del 15 de diciembre de 1959, y presentado por esta nueva realidad eclesial como un «testamento espiritual».

* * *
Si tienes la ventura de viajar a Tierra Santa, en primavera, entre las mil cosas que Jerusalén te ofrece para contemplar y meditar, una te impacta de manera particular, debido a lo que te recuerda, en su extrema sencillez.

Resistiendo al tiempo y lavada por las intemperies de dos mil años, una larga escalera de piedra -salpicada aquí y allá por amapolas rojas como la sangre de la Pasión- se extiende casi como una cinta encrespada que desciende, límpida y solemne hacia el valle del Cedrón.

Ha quedado desnuda, al descampado, enmarcada por un prado, de modo que ningún templo pudiera reemplazar con su bóveda el cielo que la corona.

Desde allí - cuenta la tradición - Jesús descendió aquella última tarde, después de la cena, cuando, "levantando los ojos al cielo" henchido de estrellas, rogó: "Padre, ha llegado la hora..."

Impresiona poner los propios pies allí donde han tocado los pies de un Dios y el alma se te escapa por los ojos mirando el firmamento que los ojos de un Dios han mirado.

Y la impresión puede ser tal que la meditación te deje clavada en adoración.
Fue única su oración antes de morir. Y cuanto más irradia Dios este "Hijo del hombre" que tú adoras, tanto más lo sientes hombre y te enamora.

Su discurso fue entendido plenamente sólo por el Padre; sin embargo lo dijo en alta voz, quizás para que a nosotros también nos llegara un eco de tanta melodía.

1943. No se sabe por qué, pero fue así: casi cada tarde, las primeras focolarinas reunidas en busca del amor de Dios, a la luz de una vela - porque la luz muchas veces faltaba - leían aquel fragmento.

Era la carta magna del cristiano. Y allí, palabras que les eran desconocidas brillaron como soles en la noche: noche de un tiempo de guerra.

Jesús, durante tres años, había hablado muchas veces a los hombres: dijo palabras de Cielo, sembró en las duras cervices, anunció un programa de paz, pero ofreció Su divino patrimonio casi adaptándose a la mente de los suyos, y las parábolas dan prueba de ello.

Pero ahora que no habla a la tierra, y su voz se dirige al Padre, parece no frenar su ímpetu.

Es espléndido ese hombre, que es Dios, y derrama - como fuente de la que fluye la Vida Eterna - Agua que sumerge el alma del cristiano, perdida en Él, en los mares infinitos de la Trinidad bienaventurada.

Es hermoso como se presenta en ese último discurso: "Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo... Cuida en Tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros".

Ser uno, como Jesús es uno con el Padre: ¿pero qué significaba?

No se entendía mucho, pero sí que debía ser algo grande.

Fue por eso que un día, unidas en el Nombre de Jesús, alrededor de un altar, le pedimos que nos enseñara él a vivir esta verdad. Él sabía lo que significaba y sólo él nos habría podido abrir el secreto para realizarla.

"... Pero ahora voy a ti, para que su gozo sea perfecto".

Por esa breve experiencia de unidad que habíamos hecho ¿acaso no habíamos experimentado una "nueva" alegría?

¿Era quizás esa de la cual habló Jesús? Es verdad que la alegría es el vestido del cristiano, y Alguien dentro de nosotros nos hacía entender que, para quien sigue a Cristo, la alegría es un deber, porque Dios ama al que da con alegría.

"No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno".

Una vida fascinante y nueva, por lo menos para nosotros: vivir en el mundo, que todos saben que está en antítesis con Dios, y vivir por Dios en una aventura celestial...

"Conságralos en la verdad. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno."

¿Pero qué cristianismo habíamos vivido antes, si habíamos pasado uno al lado del otro con indiferencia -cuando no con desprecio y juzgándonos- mientras que nuestro destino era fundirnos en la unidad invocada por Cristo?

Con estos acentos nos parecía que Jesús arrojaba un lazo al Cielo y nos ligaba a nosotros, miembros dispersos en unidad - por él - con el Padre, y en unidad entre nosotros. Y el Cuerpo místico se nos desplegaba en toda su realidad, verdad y belleza.

"Como Tú, Padre, estás en mi y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros."

Como Jesús es uno con el Padre, así cada uno de nosotros habría tenido que ser uno con Jesús y, por consiguiente, uno con los otros: era un modo de vivir en el cual antes poco o nada habíamos pensado: un modo de vivir "a la Trinidad"...

"Para que el mundo crea que Tú me enviaste".

La conversión del mundo que nos rodeaba habría sido la consecuencia de nuestra unidad. Era tal vez por eso que, ya desde los albores del Movimiento, muchas almas volvían a Dios, sin que nosotros nos hubiéramos ocupado de convertirlas, sino sólo de mantener la unidad entre nosotros y de amarlas en Cristo.

"Yo les he dado la gloria que Tú me diste para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que Tú me has enviado...."

Los hombres habrían creído en Cristo si nosotros éramos perfectos en la unidad. Por lo tanto teníamos que perfeccionarnos en esta vida. Habríamos tenido que posponer cualquier cosa a la unidad.

1943 también había sido el año de la Mystici Corporis: Cristo en el Papa Pío XII hacía escuchar la voz de su Testamento. ¿Será que Jesús, que vive en su Cabeza y en su Cuerpo, también nos empujó a nosotras a subrayar la exigencia de la unidad y a hacer así un regalo a muchos?

¡Unidad, unidad, todos uno! Tal vez en momentos en que la idea fundamental de Cristo se estaba volviendo, deformada y empobrecida de lo divino, la idea-fuerza de la revolución atea, Dios nos la quiso subrayar en el Evangelio.

No se sabe. Sólo se sabe que el Movimiento de los Focolares tuvo ese sello inconfundible y que para nosotros nada tiene más valor que la unidad: porque formó el sujeto del Testamento de Aquel que queremos amar por sobre todas las cosas; porque la experiencia que tenemos hasta aquí es rica y fecunda de frutos para el Reino de Dios, para Su Iglesia.

"Yo les di a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos y yo también esté en ellos."

Jesús, después de haber dicho estas cosas, se dirigió con sus discípulos más allá del torrente Cedrón...

El «diálogo de la vida» / Autora: Chiara Lubich

Uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich fundadora de los Focolares

Publicamos uno de los últimos mensajes de Chiara Lubich, Fundadora de los Focolares, fallecida este viernes en Rocca di Papa, cerca de Roma. Lo redactó al recibir el dotorado honoris causa por la Liverpool Hope University (Gran Bretaña) el 23 de enero de 2008


* * *
Aún si por motivos de salud no puedo estar presente, para mí es un gran honor recibir la licenciatura honoris causa en Teología de la Liverpool Hope University, la única universidad ecuménica que existe en Europa.

Este acontecimiento me une de modo especial a la «Liverpool ecuménica» que tuve el privilegio de conocer hace más de cuarenta años. Recuerdo mi primera visita a Liverpool, el 17 de noviembre de 1965, en la Catedral anglicana. Creo que era la primera vez que una laica, católica romana, hablaba en tal lugar.

Ese día escribí en mi Diario: «Esta mañana hemos atravesado Liverpool. Las dos catedrales: una, anglicana, ya terminada, la otra, católica, en construcción, están ligadas entre sí por Hope Street, la calle de la Esperanza». También hoy es la Esperanza la que nos acoge, nos abraza y abre horizontes nuevos para un futuro de unidad y de paz para todos.

Unidad es la palabra clave que informa todo nuestro Movimiento y vuestra --ahora puedo decir «nuestra»-- Liverpool Hope University. Con gratitud he sabido que el campus de la Universidad ha sido muchas veces un lugar de encuentro para el Movimiento, y en él nuestros miembros han trabajado y estudiado. En junio, en Liverpool -este año capital europea de la cultura- se desarrollará «The Big Hope» (La Gran Esperanza) para miles de jóvenes provenientes de todo el mundo; nuestro Movimiento participará con interés.

Me parece que tiene profundo significado el que esta ceremonia se desarrolle en la semana de oración por la unidad de los cristianos. Estamos acercándonos a 2010, centenario del nacimiento en Edimburgo del moderno Movimiento ecuménico, e Iglesias y ecumenistas están examinando en qué punto se encuentran las relaciones ecuménicas, hay muchas señales de optimismo, en medio de tensiones y problemas. El mundo ecuménico se enfrenta a una situación que cambia: a algunos se les presenta como un invierno, a otros como una primavera, para otros es una crisis.

Se habla de otra configuración del movimiento ecuménico y surge la exigencia de un nuevo camino. Y es en este contexto que se menciona el «diálogo de la vida», capaz de llevar adelante la actual situación ecuménica, un humus sobre el cual puedan desarrollarse las varias expresiones del ecumenismo. Es una realidad -lo sé bien- que está en el corazón de la Liverpool Hope University. Y esto ofrece un testimonio creíble a los seguidores de otras religiones, en un diálogo interreligioso muy prometedor.

El Movimiento, nacido en Italia en 1943, siempre quiso tener como línea guía el Evangelio. Desde 1960 ha despertado el interés de cristianos de otras Iglesias. En efecto, el Canónigo Bernard Pawley --observador anglicano inglés en el Concilio Vaticano II-- definió el Movimiento de los Focolares «un manantial de agua viva brotado del Evangelio». Esta espiritualidad también fue definida «espiritualidad de comunión».

Viviendo el Evangelio juntos, en lo cotidiano, nació una comunidad de hermanos y hermanas que se reconocen hijos del único Padre, que es Amor. Es una vida que pone de relieve la presencia de Jesús entre los que están unidos en Su nombre, (Cf. Mateo 18,20) dando lugar a un desarrollo ecuménico inesperado. Ofrece su contribución específica a la plena comunión entre las Iglesias. Porque Jesús en medio de nosotros vivifica su Cuerpo místico, la Iglesia, con Él entre nosotros nos convertimos en «células vivas» del mismo.

Pero como sabemos, tender a la unidad no es fácil. Para realizar las palabras «Que todos sean uno» (cf. Juan17,21), Jesús en la cruz con su grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46) revela su amor ilimitado hacia todos, y nos indica el camino de la unidad para revivirlo, para imitarlo. Gracias a Jesús abandonado, reconocido y acogido en cada dolor y desunidad como nuestro único bien (Salmo16,2) la unidad no es más una utopía.

En estos años la vida ecuménica del Movimiento ha sido bendecida por las autoridades católicas y alentada por los responsables de otras Iglesias, incluso con reconocimientos públicos. Aquí en Inglaterra, por ejemplo, por un verdadero privilegio, he conocido a los Arzobispos de Canterbury, desde Michael Ramsey a Rowan Williams, y me reuní en varias ocasiones con el Cardenal Hume y el Cardenal Murphy-O'Connor, que me alentaron a llevar adelante el empeño ecuménico.

Ahora, después de años de vida ecuménica, vemos recortarse cada vez mejor nuestra específica contribución: el «diálogo de la vida». Hemos tomado precisa conciencia de esta contribución en Londres, en 1996, cuando me reuní con más de mil personas de nuestro Movimiento de Gran Bretaña e Irlanda. A pesar de la falta de la comunión plena entre las Iglesias, advertí que entre estas personas -anglicanos, católicos, metodistas, bautistas, miembros de las Iglesias libres- lo que nos unía era más fuerte que las diferencias. Éramos un corazón solo y un alma sola por el Evangelio de la unidad que vivimos juntos, una porción de cristiandad viva. Conociéndonos y viviendo la misma espiritualidad, teniendo a Jesús y su luz entre nosotros, se valoraba al máximo el hecho de ser todos miembros del Cuerpo místico de Cristo por el común bautismo.

Este modo de vivir construye «el diálogo de la vida» porque compone un único pueblo cristiano que abraza a laicos, religiosos, sacerdotes, pastores, obispos. El «diálogo de la vida» no se contrapone o yuxtapone al de los responsables de las Iglesias, sino que es un diálogo constructivo del que todos los cristianos pueden participar. Es como levadura en el Movimiento ecuménico que reaviva entre todos el sentido que -siendo cristianos y bautizados, con la posibilidad de amarnos- todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno».

En algunos lugares se puede ver este diálogo traducido en vida las 24 horas del día. Cito por ejemplo Ottmaring, en Alemania, una ciudadela ecuménica fundada hace 40 años con la comunidad de la Brudershaft evangélico-luterana; aquí en Inglaterra, Welwyn Garden City, donde desde hace más de 20 años, anglicanos y católicos viven juntos el Evangelio; en Italia, cerca de Florencia, Loppiano, donde en noviembre próximo se abrirá la primera Universidad del Movimiento, y también en otros sitios.

Para concluir quisiera poner de relieve algunas frases de vuestro específico perfil, que me han impactado profundamente: «Liverpool Hope University quiere ser: «una comunidad académica..., un signo de esperanza, enriquecida por los valores cristianos... che estimula la comprensión del cristianismo, abierta a personas de otros credos, promoviendo la armonía religiosa y social»; trata de «contribuir con la vida educativa, religiosa, cultural, social y económica». Si la Liverpool Hope University permanece fiel a este desafío es en verdad un signo de esperanza.

Señor canciller, vicecanciller, pro canciller, ilustres huéspedes, graduados, señoras y señores:

Una vez más mi agradecimiento más sentido a todos los componentes de la Liverpool Hope University por el doctorado en Teología que recién me han conferido, que reconoce el trabajo del Movimiento de los Focolares en el campo ecuménico y del diálogo interreligioso.

Es mi deseo --si me lo permiten, ahora que formo parte de la Liverpool Hope University-- que desde ahora en adelante podamos colaborar para llevar adelante juntos esta misión que nos acomuna: contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno». De este modo «nuestra» Universidad será cada vez más una luz grande para muchos.

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Traducción distribuida por el Movimiento de los Focolares

lunes, 21 de enero de 2008

Balance de cien años de ecumenismo / Autor: Benedicto XVI

En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general dedicada a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se celebra del 18 al 25 de enero.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:


Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se concluirá el viernes próximo, 25 de enero, fiesta de la conversión del apóstol Pablo. Los cristianos de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales se unen en estos días a una invocación conjunta para pedir al Señor Jesús el restablecimiento de la unidad plena entre todos sus discípulos.

Es una súplica hecha con un solo espíritu y un solo corazón respondiendo al anhelo mismo del Redentor, que en la Última Cena se dirigió al Padre con estas palabras: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17, 20-21). Pidiendo la gracia de la unidad, los cristianos se unen a la oración misma de Cristo y se comprometen a obrar activamente para que toda la humanidad le acoja y le reconozca como al único Pastor y Señor y de este modo pueda experimentar la alegría de su amor.

Este año, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos asume un valor y un significado particulares, pues recuerda los cien años de su inicio. Desde sus inicios fue una intuición verdaderamente fecunda. Fue en 1908: un anglicano estadounidense, que después entró en la comunión de la Iglesia católica, fundador de la «Society of the Atonement» (comunidad de hermanos y hermanas del Atonement), el padre Paul Wattson, junto a otro episcopaliano, el padre Spencer Jones, lanzó la idea profética de un octavario de oraciones por la unidad de los cristianos.

La idea fue acogida favorablemente por el arzobispo de Nueva York y por el nuncio apostólico. El llamamiento a rezar por la unidad después se extendió, en 1916, a toda la Iglesia católica, gracias a la intervención de mi venerado predecesor, el Papa Benedicto XVI, con el breve «Ad perpetuam rei memoriam». La iniciativa, que mientras tanto había suscitado gran interés, fue progresivamente asentándose por doquier y, con el tiempo, fue precisando su estructura, desarrollándose gracias a la aportación del padre Couturier (1936).

Cuando después sopló el viento profético del Concilio Vaticano II se experimentó aún más la urgencia de la unidad. Después de la asamblea conciliar continuó el camino paciente de la búsqueda de la plena comunión entre todos los cristianos, camino ecuménico que año tras año ha encontrado precisamente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos uno de los momentos más apropiados y fecundos.

Cien años después del primer llamamiento a rezar juntos por la unidad, esta Semana de Oración se ha convertido en una tradición consolidada, conservando el espíritu y las fechas escogidas al inicio por el padre Wattson. Las escogió por su carácter simbólico. El calendario de aquella época preveía que el 18 de enero era la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que es el firme fundamento y la garantía de unidad de todo el pueblo de Dios, mientras que el 25 de enero, tanto entonces como hoy, la liturgia celebra la fiesta de la conversión de san Pablo. Mientas damos gracias al Señor por estos cien años de oración y de compromiso común entre tantos discípulos de Cristo, recordamos con reconocimiento al pionero de esta providencial iniciativa espiritual, el padre Wattson y, junto a él, a todos los que la han promovido y enriquecido con sus aportaciones, haciendo que se convierta en patrimonio común de todos los cristianos.

Poco antes recordaba que al tema de la unidad de los cristianos el Concilio Vaticano II prestó gran atención, especialmente con el decreto sobre el ecumenismo («Unitatis redintegratio»), en el que, entre otras cosas, se subrayan con fuerza el papel y la importancia de la oración por la unidad. La oración, observa el Concilio, está en el corazón mismo de todo el camino ecuménico. «Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico» («Unitatis redintegratio», 8).

Gracias precisamente a este ecumenismo espiritual --santidad de vida, conversión del corazón, oraciones privadas y pública--, la búsqueda común de la unidad ha experimentado en estas décadas un gran desarrollo, que se ha diversificado en múltiples iniciativas: del recíproco conocimiento al contacto fraterno entre miembros de diversas iglesias y comunidades eclesiales, de conversaciones cada vez más amistosas a colaboraciones en diferentes campos, del diálogo teológico a la búsqueda de formas concretas de comunión y de colaboración. Lo que ha vivificado y sigue vivificando este camino hacia la plena comunión entre todos los cristianos es ante todo la oración: «No ceséis de orar» (1Tesalonicenses 5, 17) es el tema de la Semana de este año; es al mismo tiempo la invitación que no deja de resonar nunca en nuestras comunidades para que la oración sea la luz, la fuerza, la orientación de nuestros pasos, con una actitud de humilde y dócil escucha de nuestro Señor común.

En segundo lugar, el Concilio subraya la oración común, la que es elevada conjuntamente por católicos y por otros cristianos hacia el único Padre celestial. El decreto sobre el ecumenismo afirma en este sentido: «Tales preces comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad» («Unitatis redintegratio», 8). En la oración común las comunidades cristianas se unen ante el Señor y, tomando conciencia de las contradicciones generadas por la división, manifiestan la voluntad de obedecer a su voluntad, recorriendo con confianza a su auxilio omnipotente.

El decreto añade, después, que estas oraciones son «la expresión genuina de los vínculos con que están unidos los católicos con los hermanos separados [seiuncti]» (ibídem). La oración común no es, por tanto, un acto voluntarista o meramente sociológico, sino que es expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo. En el transcurso de los años se ha instaurado una fecunda colaboración en este campo y desde 1968 el Secretariado para la Unidad de los Cristianos, convertido después en Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y el Consejo Ecuménico de las Iglesias, preparan juntos los subsidios de la Semana de Oración por la Unidad, que después son divulgados conjuntamente en el mundo, cubriendo zonas que no se hubieran podido alcanzar si se trabajara separadamente.

El decreto conciliar sobre el ecumenismo hace referencia a la oración por la unidad cuando, precisamente al final, afirma que el Concilio es consciente de que «este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia» («Unitatis redintegratio», 24).

La conciencia de nuestros límites humanos nos lleva a abandonarnos confiadamente en las manos del Señor. Si se analiza detenidamente, el sentido profundo de esta Semana de Oración es precisamente el de apoyarse firmemente en la oración de Cristo, que en su Iglesia sigue rezando para que «todos sean uno... para que el mundo crea...» (Juan 17, 21). Hoy percibimos intensamente el realismo de estas palabras. El mundo sufre por la ausencia de Dios, por la inaccesibilidad de Dios, desea conocer el rostro de Dios. Pero, ¿cómo podrían y pueden los hombres de hoy reconocer este rostro de Dios en rostro de Jesucristo si los cristianos estamos divididos, si uno enseña contra el otro, si uno está contra el otro? Sólo en la unidad podemos mostrar realmente a este mundo, que lo necesita, el rostro de Dios, el rostro de Cristo.

También es evidente que no podemos alcanzar esta unidad únicamente con nuestras estrategias, con el diálogo y con todo lo que hacemos, aunque es sumamente necesario. Lo que podemos hacer es ofrecer nuestra disponibilidad y capacidades para acoger esta unidad cuando el Señor nos la da. Este es el sentido de la oración: abrir nuestros corazones, crear en nosotros esta disponibilidad que abre el camino a Cristo. En la liturgia de la Iglesia antigua, tras la homilía del obispo o del presidente de la celebración, el celebrante principal decía: «Conversi ad Dominum». A continuación, él mismo y todos se levantaban y todos miraban hacia Oriente. Todos querían mirar hacia Cristo. Sólo si nos convertimos a Cristo, en esta común mirada a Cristo, podemos encontrar el don de la unidad.

Podemos decir que la oración por la unidad ha alentado y acompañado las diferentes etapas del movimiento ecuménico, particularmente a partir del Concilio Vaticano II. En este período la Iglesia católica ha entrado en contacto con las demás iglesias y comunidades eclesiales de oriente y occidente con diferentes formas de diálogo, afrontando con cada una esos problemas teológicos e históricos surgidos en el transcurso de los siglos y que se han convertido en elementos de división. El Señor ha permitido que estas relaciones amistosas hayan mejorado el recíproco conocimiento, que hayan intensificado la comunión, haciendo al mismo tiempo más clara la percepción de los problemas que todavía quedan abiertos y que fomentan la división. Hoy, en esta semana, damos gracias a Dios que ha apoyado e iluminado el camino hasta ahora recorrido, camino fecundo que el decreto conciliar sobre el ecumenismo describía como «surgido por el impuso del Espíritu Santo» y «cada día más amplio» («Unitatis redintegratio», 1).

Queridos hermanos y hermanas: acojamos la invitación a «no cesar de orar» que el apóstol Pablo dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica, comunidad que él mismo había fundado. Y precisamente porque sabía que habían surgido confrontaciones quiso recomendar que fueran pacientes con todos, que no devolvieran mal por mal, que buscaran siempre el bien entre sí y con todos, permaneciendo felices en toda circunstancia, felices porque el Señor está cerca.

Los consejos que san Pablo daba a los tesalonicenses pueden inspirar también hoy el comportamiento de los cristianos en el ámbito de las relaciones ecuménicas. Sobre todo, dice: «Vivid en paz unos con otros» y añade: «Orad constantemente. En todo dad gracias» (Cf. 1 Tesalonicenses 5,13.18). Acojamos también nosotros esta apremiante exhortación del apóstol ya sea para dar gracias al Señor por los progresos realizados en el movimiento ecuménico, ya sea para pedir la unidad plena.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, alcance para todos los discípulos de su divino Hijo la gracia de vivir cuanto antes en paz y en la caridad recíproca, para ofrecer un testimonio convincente de reconciliación ante el mundo entero, para hacer accesible el rostro de Dios en el rostro de Cristo, que es el Dios-con-nosotros, el Dios de la paz y de la unidad.

[Al final de la audiencia general, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:


El próximo viernes, fiesta de la Conversión de san Pablo, concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como lema la exhortación que el Apóstol dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica: «Sed constantes en orar».

Desde hace exactamente cien años, los cristianos de las varias Iglesias y Comunidades eclesiales se unen en una invocación común pidiendo al Señor el restablecimiento de la plena unidad entre todos los discípulos de Cristo, para dar un testimonio convincente ante el mundo, para que la humanidad acoja a Cristo y lo reconozca como único Pastor y Señor.

El Concilio Vaticano Segundo ha prestado gran atención a este tema, especialmente con el Decreto sobre el ecumenismo «Unitatis redintegratio». La oración, afirma, es el elemento central de todo el camino ecuménico que ha vivificado y continúa vivificando este itinerario hacia la plena comunión. Subraya, además, la oración común como expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo, con el fin de que las comunidades cristianas tomen conciencia de las contradicciones generadas por las divisiones y manifiesten la voluntad de obedecer a su voluntad: «para que todos sean uno...para que el mundo crea».

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús de México, a la Scuola italiana de Valparaíso, Chile, y a los grupos llegados de España y de otros países latinoamericanos. Os invito a «ser constantes en la oración» para impetrar la plena comunión de los bautizados en Cristo y a vivir en paz y caridad fraterna, que son requisitos de toda concordia y unidad. ¡Muchas gracias!

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

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