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viernes, 2 de abril de 2021

Oficio de Lectura del Viernes Santo de la Muerte del Señor presidido por el Cardenal Carlos Amigo, 2-4-2021


Camino Católico
.- Oficio de Lectura del Viernes Santo de la Muerte del Señor, 2 de abril de 2021, presidido por el Cardenal Carlos Amigo, emitido por 13 TV desde la Capilla de la Sucesión Apostólica de Madrid, ubicada en la sede de la Conferencia Episcopal Española. El texto completo para seguir el oficio es el siguiente:

Oficio de Lectura – VIERNES SANTO DE LA MUERTE DEL SEÑOR 2021

Invocación

V.- Dios mío, ven en mi auxilio.
R.- Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,

ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

Salmodia

Antífona 1: Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías.

Salmo 2

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
Él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,

rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Antífona 2: Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.

Salmo 21, 2-23

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.
En ti confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a ti gritaban, y quedaban libres;
en ti confiaban, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere».
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan toros de Basán;
abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.
Estoy como agua derramada,
tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;
mi garganta está seca como una teja,
la lengua se me pega al paladar;
me aprietas contra el polvo de la muerte.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
líbrame a mí de la espada,
y a mí única vida de la garra del mastín;
sálvame de las fauces del león;
a éste pobre, de los cuernos del búfalo.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.

Antífona 3: Me tienden lazos los que atentan contra mí.

Salmo 37

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas;
mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.
Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,

mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Versículo

V.- Se levantan contra mí testigos falsos.
R.- Que respiran violencia.

Lecturas

Primera Lectura

Del libro de las Lamentaciones 3, 1-33

LAMENTO Y ESPERANZA EN LA TRIBULACIÓN

Yo soy el hombre que ha sufrido la miseria bajo el látigo de su furor. Él me ha llevado y
me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Contra mí solo vuelve él y revuelve su mano
todo el día.
Mi carne y mi piel ha consumido, ha quebrado mis huesos. Ha forjado un yugo para mí
y ha cercado de angustia mi cabeza. Me ha hecho morar en las tinieblas, con los muertos
de antaño.
Me ha emparedado y no puedo salir; ha hecho pesadas mis cadenas. Aun cuando grito
y pido auxilio, él sofoca mi súplica. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha
obstruido mis senderos.

Ha sido para mí como un oso en acecho, como león en escondite. Sembrando de
espinas mis caminos, me ha desgarrado, me ha dejado hecho un horror. Ha tensado su
arco y me ha fijado como blanco de sus flechas.
Ha clavado en mis lomos los hijos de su aljaba. De todo mi pueblo me ha hecho lairrisión, su copla todo el día. Él me ha hartado de amargura, me ha abrevado con ajenjo.
Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza. Mi alma está alejada
de la paz, he olvidado lo que es dicha. Dije: «¡Ha fenecido mi vigor y la esperanza que del
Señor me venía!»
Recordar mi miseria y mi angustia es ajenjo y amargor. Mas mi alma lo recuerda, sí, lo
recuerda y se derrite de tristeza dentro de mí. He aquí lo que revolveré en mi corazón
para cobrar confianza:
Que el amor del Señor no se ha acabado ni se ha agotado su ternura; cada mañana se
renuevan. ¡Grande es tu fidelidad! «Mi porción es el Señor —dice mi alma—, por eso en él
esperaré.»
Bueno es el Señor para el que en él espera, para el alma que lo busca. Bueno es
esperar en silencio la salvación del Señor. Bueno es para el hombre soportar el yugo desde
su juventud.
Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca
en el polvo: quizá haya esperanza; que presente la mejilla a quien lo hiere, que se harte
de oprobios.
Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a castigar, luego se
apiada según su inmenso amor, pues no pone su complacencia en castigar y afligir a los
hijos de hombre.

Responsorio Is 57, 1-2a; 53, 7b-8a

R.- Perece el justo, y nadie hace caso; se llevan a los hombres fieles, y nadie comprende
que por la maldad se llevan al inocente, * para que entre en la paz.
V.- Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca; sin defensa, sin justicia se
lo llevaron.
R.- Para que entre en la paz.

Segunda Lectura

De las catequesis de san Juan Crisóstomo, obispo
(Catequesis 3, 13-19: SC 50, 174-177)

EL VALOR DE LA SANGRE DE CRISTO

¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la
profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras
Inmolad —dice Moisés— un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos
jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional,
¿puede salvar a los hombres dotados de razón?» «Sin duda —responde Moisés—: no
porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la
sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve
brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero
Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y
cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor.
Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza y le
traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo;
sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha
en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la
riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y
yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amable oyente, que pases con indiferencia
ante tan gran misterio pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho
que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con
estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la
renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado
ambas del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de
Adán fue formada Eva.

Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de
sus huesos, aludiendo ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que hizo a la mujer
del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su
costado para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla
de Adán, mientras éste dormía así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo
hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la
nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que
la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y
con leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su
sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.

Responsorio 1 Pe 1, 18-19; Ef 2, 18; 1 Jn 1, 7

R.- Os rescataron, no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de
Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha. * Por medio de él tenemos acceso al Padre en un
solo Espíritu.
V.- La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado.
R.- Por medio de él tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu.

Oración

Oremos:

Mira, Señor, con bondad a tu familia santa, por la cual Jesucristo nuestro Señor aceptó
el tormento de la cruz, entregándose a sus propios enemigos. Por Jesucristo nuestro
Señor.

Amén.

Conclusión

V.- Bendigamos al Señor.
R.- Demos gracias a Dios.