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lunes, 4 de enero de 2021

El misterio de la Eucaristía / Por Cardenal Raniero Cantalamessa Ofmcap.


* «Escuchemos lo que dice el mismo Jesús: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 57). La preposición “por” (en griego, dià) tiene aquí valor causal y final: indica a la vez un movimiento de proveniencia y un movimiento de destino. Significa que quien come el cuerpo de Cristo vive “por” Él, es decir, a causa de Él, en virtud de la vida que proviene de Él, y vive “en vista de” Él, es decir, para su gloria, su amor, su Reino. Como Jesús vive del Padre y para el Padre, así, al comulgar en el santo misterio de su cuerpo y de su sangre, vivimos de Jesús y para Jesús. En efecto, el principio vital más fuerte es el que asimila consigo al menos fuerte, no al contrario. El vegetal es el que asimila al mineral, no al contrario; es el animal el que asimila al vegetal y al mineral, no al contrario. Así ahora, en el plano espiritual, el principio divino es quien asimila consigo al humano, no al contrario. De manera que mientras en todos los demás casos quien come es quien asimila lo que come, aquí el que es comido asimila a quien lo come. A quien se acerca a recibirlo Jesús le repite lo que decía a Agustín: ‘No serás tú quien me asimile, sino que seré yo quien te asimile’»

* «Hay un acto que, realizado con los hombres es pecado y está penado por la ley y que, en cambio, con Cristo no sólo está permitido, sino que es sumamente recomendable: “la apropiación indebida”. ¡En cada comunión Cristo nos “instiga” a hacer una apropiación indebida! (“Indebida”, es decir, ¡no debida, no merecida, puramente gratuita!). Nos permite apoderarnos de su santidad. ¿En dónde se realizará, concretamente, en la vida del creyente, ese “maravilloso intercambio” (admirabile commercium) del que habla la liturgia, si no se realiza en el momento de la comunión? Allí tenemos la posibilidad de dar a Jesús nuestros harapos y recibir de Él el manto de la justicia (Is 61,10). En efecto, está escrito que por obra de Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,0). Lo que Cristo se ha convertido “para nosotros” nos está destinado, nos pertenece. Es un descubrimiento capaz de poner alas a nuestra vida espiritual»

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