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viernes, 5 de octubre de 2007

La Eucaristía / Autor: Raniero Cantalamessa, ofmcap.

Una Catequesis mistagógica sobre la Misa

El modo más simple y directo para ilustrar el misterio eucarístico es comprender la Misa en la que es celebrado y vivido. Por tanto, seguiremos este camino. En la antigüedad cristiana existía un tipo de catequesis especial llamada catequesis mistagógica. A diferencia de la catequesis ordinaria, era impartida después, no antes del bautismo, por el obispo mismo y no por subalternos. Su objetivo, como dice el nombre, era “introducir a los fieles en las profundidades del misterio”.

Era el momento en que se revelaban a los neófitos los misterios más sagrados, que se habían tenido escondidos hasta ese momento, en razón de la “disciplina del arcano”, para evitar toda profanación posible. La Eucaristía era el centro y el corazón de la catequesis mistagógica. Basta leer las catequesis mistagógicas de san Cirilo de Jerusalén para darse cuenta de la solemnidad y del clima espiritual que se respiraban en dichos momentos.

Querría renovar, al menos en parte, esa experiencia. Para nosotros la Eucaristía no es algo nuevo a descubrir, es algo antiguo y familiar, pero, precisamente por esto, quizá necesitada de ser rescatada de la costumbre. Uno de los fines que Juan Pablo II, en su carta apostólica, asignaba al año eucarístico del 2004, era el de resucitar el “estupor eucarístico”, es decir, la capacidad de asombrarse nuevamente ante la “enormidad” (así la define Claudel) que es la Eucaristía.

La Misa está compuesta de tres momentos esenciales: la liturgia de la palabra, la liturgia eucarística y la comunión. Reflexionaremos sobre cada una de estas tres partes.


1. La Liturgia de la palabra

1.1. Una mirada a la historia


En los comienzos de la Iglesia la liturgia de la palabra estaba separada de la liturgia eucarística. Los discípulos participaban en el culto del templo. Allí escuchaban la lectura de la Biblia, recitaban los salmos y las oraciones junto con los demás hebreos; luego se reunían aparte en sus casas para “partir el pan”, es decir, celebrar la Eucaristía (Hech 2, 43). Muy pronto esta praxis se hizo imposible tanto por la hostilidad respecto de ellos por parte de la comunidad hebrea, como porque las Escrituras habían adquirido ya para ellos un sentido nuevo, orientado todo hacia Cristo.

Fue así como la escucha de la Escritura se trasladó del templo o de la sinagoga a los lugares de culto cristiano, convirtiéndose en la actual liturgia de la palabra que precede a la plegaria eucarística. San Justino, en el siglo II, da una descripción de la celebración eucarística en la que ya están presentes todos los elementos esenciales de la actual Misa. No sólo la liturgia de la palabra es parte integrante de ella, sino que a las lecturas del Antiguo Testamento se acercan en ese momento “las memorias de los apóstoles”, es decir, los evangelios y las cartas, prácticamente el Nuevo Testamento

1.2 Presencia del acontecimiento en la Palabra

Escuchadas en la liturgia, las lecturas bíblicas adquieren un sentido nuevo y más fuerte que cuando son leídas en otros contextos. No tiene tanto el objetivo de conocer mejor la Biblia, cuanto el de reconocer a quién se hace presente el la fracción del pan, el de iluminar cada vez un aspecto del misterio que se va a recibir. Esto es lo que se ve en el episodio de los dos discípulos de Emaús: escuchando la explicación de las Escrituras, el corazón de los discípulos comenzó a ablandarse de modo que luego fueron capaces de reconocerlo en la fracción del pan.

En la misa, las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, tiene lugar “en este tiempo”, “hoy” (hodie), como le gusta expresarse a la liturgia. Nosotros no sólo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. A nosotros, allí presentes, se nos dirige la palabra; somos llamados a asumir el puesto de los personajes evocados.

Algunos ejemplos ayudarán a entender. En la primera lectura, se lee el episodio de Dios que habla a Moisés desde la zarza ardiente: en la Misa, nosotros estamos ante la verdadera zarza ardiente.... De Isaías se lee que recibe en los labios el carbón ardiente que le purifica para la misión: nosotros vamos a recibir en los labios el verdadero carbón ardiente, el que ha venido a traer fuego a tierra... Ezequiel es invitado a comer el rollo de los oráculos proféticos y nosotros nos disponemos a comer a quien es la palabra misma hecha carne y hecha pan...

La cosa se hace todavía más clara en el momento en el que del Antiguo Testamento pasamos al Nuevo, de la primera lectura al texto evangélico.. La mujer que sufría hemorragias está segura de que será curada si logra tocar el borde del manto de Jesús: ¿Qué decir de nosotros que vamos a tocar mucho más que el borde de su manto? Escuchaba yo una vez en el evangelio el episodio de Zaqueo y fui tocado por su “actualidad”. Yo era Zaqueo; a mí se dirígían las palabras: Hoy debo alojarme en tu casa; de mí, tras haber recibido la comunión, se podía decir con toda verdad: ¡Ha ido a alojarse a casa de un pecador! Y era a mí a quien Jesús decía: Hoy ha llegado la salvación a esta casa.

Lo mismo se puede decir de cualquier otro episodio evangélico. En el domingo II del Tiempo Ordinario de este año se leía en la misa el evangelio de las bodas de Caná. Con claridad extraordinaria se me pareció cómo en la Misa se renueva el milagro de Caná. El diácono que llena los tres cálices era uno de los servidores que llenaban las tinajas de agua. En el momento de la consagración sentí que estaba asistiendo al milagro del agua que se convertía en vino. En la comunión, como uno de los invitados, era consciente de que saboreaba el vino mejor. Y no se trataba de una aplicación arbitraria, porque se sabe que el simbolismo eucarístico está dentro del relato evangélico de Canà.

No sólo los hechos, sino también las palabras del evangelio escuchadas en la Misa, adquieren un sentido nuevo y más fuerte. Un día de verano, me encontraba celebrando la Misa en un pequeño monasterio de clausura. Como texto evangélico teníamos Mateo 12. No olvidaré nunca la impresión que me hicieron las palabras de Jesús: Aquí ahora hay uno que es más que Jonás..., Aquí ahora hay uno que es más que Salomón. Entendía que aquellos dos adverbios “ahora” y “aquí” significaban verdaderamente ahora y aquí, es decir, en ese momento y en ese lugar, no sólo en el tiempo en el que Jesús estuvo en la tierra hace tantos siglos.

Tuve un escalofrío que me sacudió de mi sopor: allí, delante de mí, había, por tanto, uno que era más que Jonás, más que Salomón, más que Abraham, más que Moisés: ¡Estaba el Hijo de Dios vivo y verdadero¡ Desde ese día de verano, esas palabras se me han hecho queridas y familiares de modo nuevo. A menudo, en la Misa, en el momento en que hago la genuflexión y me levanto tras la consagración, me viene repetir en mi interior: ¡Aquí hay uno que es más que Salomón! ¡Aquí hay uno que es más que Jonás!.

2. La consagración

Pasamos ahora a explicar el segundo momento de la misa, la liturgia eucarística. Jesús, después de haber partido el pan y mientras lo daba a sus discípulos, dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros (Mt 26, 26; Lc 22, 19). Quiero contar, a propósito de esto, mi pequeña experiencia, es decir cómo llegué a descubrir la dimensión eclesial y personal de la consagración eucarística.

2.1. Tomad, comed: esto es mi cuerpo

Desde mi ordenación yo vivía de este modo el momento de la consagración en la santa misa: cerraba los ojos, inclinaba la cabeza, trataba de aislarme de todo aquello que me rodeaba para ensimismarme sólo en Jesús que, en el cenáculo, antes de morir, pronunció por primera vez aquellas palabras: Tomad, comed... La misma liturgia favorecía este comportamiento, haciendo pronunciar las palabras de la consagración en voz baja y en latín, inclinados sobre las especies, revueltos hacia el retablo y no hacia la asamblea.

Después, un día me di cuenta de que tal comportamiento, por sí solo, no expresaba todo el significado de mi participación en la consagración. ¡Aquel Jesús del cenáculo ya no existe!, ahora existe el Jesús resucitado; para ser exactos, el Jesús que había muerto y que ahora vive para siempre (cfr. Ap 1, 18). Y este Jesús es el “Cristo total”, Cabeza y cuerpo inseparablemente unidos. Así pues, si este Cristo total es el que pronuncia las palabras de la consagración, también yo las pronuncio con él. En el gran “Yo” de la Cabeza, se esconde el pequeño “yo” del cuerpo que es la Iglesia. Está también mi pequeñísimo “yo” y también él dice a quien está delante: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros.

Desde el día en que comprendí esto, ya no cierro los ojos en el momento de la consagración, sino que miro a los hermanos que tengo delante o, si celebro solo, pienso en aquellos que encontraré durante el resto de la jornada y a los que tendré que dedicar mi tiempo, o pienso incluso en toda la Iglesia y, dirigido a ellos, digo como Jesús: Tomad, comed, esto es mi cuerpo.

Algunas palabras de san Agustín, se encargaron más tarde de despejar cualquier duda sobre esta intuición mía, haciéndome ver que esta actitud pertenecía a la doctrina más “sana” de la tradición: “En el sacramento del altar se le muestra que, ofreciendo a Dios la oblación, la Iglesia se ofrece a sí misma (in ea re quam offert, ipsa offertur)” .

2.2. Una parábola moderna

Por lo tanto, todo es transparente y seguro en esta visión de la consagración eucarística. Hay dos cuerpos de Cristo en el altar: está su cuerpo real (el cuerpo “nacido de María Virgen”, resucitado y ascendido al cielo) y está su cuerpo místico que es la Iglesia. Pues bien, en el altar está presente realmente su cuerpo real, y está presente místicamente su cuerpo místico, donde “místicamente” significa: en virtud de su inseparable unión con la Cabeza. No hay ninguna confusión entre las dos presencias que son bien distintas, pero tampoco hay división alguna.

Nuestra ofrenda y la ofrenda de la Iglesia no sería nada sin la de Jesús; no sería ni santa ni agradable a Dios, porque sólo somos criaturas pecadoras. Pero la ofrenda de Jesús, sin la de la Iglesia que es su cuerpo, no sería suficiente (no sería suficiente, claro está, para la redención pasiva, es decir, para recibir la salvación; pero sí lo sería para la redención activa, es decir, para procurar la salvación);esto es tan verdadero que la Iglesia puede decir con san Pablo: Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cfr. Col 1, 24).

Y puesto que hay dos “ofrendas” y dos “dones” en el altar —el que se debe transformar en el cuerpo y la sangre de Cristo (el pan y el vino) y el que se debe transformar en el cuerpo místico de Cristo—, hay también dos “epíclesis” en la misa, es decir, hay dos invocaciones del Espíritu Santo. En la primera se dice: “Por eso, Señor, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean cuerpo y sangre de Jesucristo”; en la segunda, que se recita después de la consagración, se dice: “Y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que él (el Espíritu) nos transforme en ofrenda permanente”.

Jesús explicaba las cosas del reino con parábolas: adoptemos por una vez su método y tratemos de entender, con la ayuda de una parábola moderna, lo que sucede en la celebración eucarística. En una gran hacienda había un dependiente que amaba y admiraba desmesuradamente al dueño de la empresa. Por su cumpleaños quiso hacerle un regalo. Pero antes de presentárselo pidió en secreto a todos sus colegas que pusieran su firma en el regalo. Por tanto, llegó a manos del dueño como el regalo indistinto de todos sus dependientes y como un signo de estima y de amor de todos ellos, pero, en realidad, sólo uno había pagado el precio del mismo.

¿No es exactamente lo que sucede en el sacrificio eucarístico? Jesús admira y ama ilimitadamente al Padre celestial. Quiere hacerle cada día, hasta el fin del mundo, el regalo más precioso que se pueda pensar: el de su misma vida. En la Misa invita a todos sus “hermanos” para que pongan su firma en el regalo, de modo que llega a Dios Padre como el regalo indistinto de todos sus hijos: “el sacrificio mío y vuestro”, lo llama el sacerdote en el Orate fratres (Orad hermanos). Pero, en realidad, sabemos que sólo uno ha pagado el precio de dicho regalo. ¡Y qué precio!

Nuestra firma son las pocas gotas de agua que se mezclan con el vino en el cáliz, como explica la oración que acompaña el gesto: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. Nuestra firma es, sobre todo, ese Amén solemne que la liturgia hace que pronuncie toda la asamblea como final de la Plegaria eucarística: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén! Es como quien dijera: “Me uno a lo que se ha hecho y dicho, lo suscribo a todo.

Ahora sabemos cómo la eucaristía hace la Iglesia: la eucaristía hace la Iglesia, haciendo de la Iglesia una eucaristía. La eucaristía no es sólo, genéricamente, la fuente o la causa de la santidad de la Iglesia; es también su “forma”, es decir su modelo. La santidad del cristiano debe realizarse según la “forma” de la eucaristía; debe ser una santidad eucarística. El cristiano no puede limitarse a celebrar la eucaristía, debe ser eucaristía con Jesús.

2.3. Qué significan cuerpo y sangre

Ahora podemos sacar las consecuencias prácticas de esta doctrina para nuestra vida cotidiana. Si en la consagración somos también nosotros los que decimos, dirigiéndonos a los hermanos, “Tomad, comed, esto es mi cuerpo; tomad, bebed, ésta es mi sangre”, debemos saber qué significan “cuerpo” y “sangre” para saber lo que ofrecemos.

¿Qué quería darnos Jesús, con aquellas palabras de la última cena: “Esto es mi cuerpo”? La palabra “cuerpo” no indica, en la Biblia, un componente o una parte del hombre que, unida a los otros componentes, que son el alma y el espíritu, forman el hombre completo. En el lenguaje bíblico, y por lo tanto en el lenguaje de Jesús y en el de Pablo, “cuerpo” designa al hombre entero, al hombre en su totalidad y unidad; designa al hombre en cuanto que vive en una condición corpórea y mortal. “Cuerpo” indica, pues, toda la vida. Jesús, al instituir la eucaristía, nos ha dejado como don toda su vida, desde el primer instante de la encarnación hasta el último momento, con todo lo que concretamente había llenado dicha vida: silencio, sudores, fatigas, oración, luchas, humillaciones...

Después Jesús dice también: Ésta es mi sangre. ¿Qué añade con la palabra “sangre”, si con su cuerpo ya nos ha dado toda su vida? ¡Añade la muerte! Después de habernos dado la vida, nos da también la parte más preciosa de ésta: su muerte. El término “sangre” en la Biblia no indica una parte del cuerpo, es decir, no se refiere a una parte del hombre; este término indica más bien un acontecimiento: la muerte. Si la sangre es la sede de la vida (esto es lo que se creía entonces), su “derramamiento” es el signo plástico de la muerte.

Ahora, descendiendo a cada uno de nosotros, podemos preguntarnos qué ofrecemos al entregar nuestro cuerpo y nuestra sangre junto con Jesús en la misa. Ofrecemos también nosotros lo mismo que ofreció Jesucristo, nuestro Señor: la vida y la muerte. Con la palabra “cuerpo”, damos todo aquello que constituye la vida que llevamos a cabo en este cuerpo: tiempo, salud, energías, capacidades, afecto, quizá esa sonrisa que sólo un espíritu que vive en un cuerpo puede ofrecer y que es, a veces, algo extraordinario.

Con la palabra “sangre”, expresamos también nosotros la ofrenda de nuestra muerte; pero no necesariamente la muerte definitiva, el martirio por Cristo o por los hermanos. Es muerte todo aquello que en nosotros, desde ahora, prepara y anticipa la muerte: humillaciones, fracasos, enfermedades, limitaciones debidas a la edad, a la salud, todo aquello que nos “mortifica”.

Todo esto exige, sin embargo, que cada uno de nosotros, nada más salir a la calle al término de la misa, nos pongamos manos a la obra para realizar lo que hemos dicho; que, a pesar de todos nuestros límites, nos esforcemos realmente en ofrecer para los hermanos nuestro “cuerpo”, es decir, nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra atención; en una palabra, nuestra vida.

2,4. Toda la vida una eucaristía

Tratemos de imaginar qué sucedería si celebrásemos la Misa con esta participación personal, si dijéramos realmente todos, en el momento de la consagración, unos en voz alta y otros en silencio, cada uno según su ministerio: Tomad, comed... Imaginemos una madre de familia que celebra así su misa, y después va a su casa y empieza su jornada hecha de multitud de pequeñas cosas. Su vida es, literalmente, desmigajada; pero lo que hace no es en absoluto insignificante: ¡Es una eucaristía junto con Jesús!

Pensemos en una religiosa que viva de este modo la Misa; después también ella se va a su trabajo cotidiano: niños, enfermos, ancianos... Su vida puede parecer fragmentada en miles de cosas que, llegada la noche, no dejan ni rastro; una jornada aparentemente perdida. Y, sin embargo, es eucaristía; ha “salvado” su propia vida.

Imaginemos un sacerdote, un párroco, un obispo, que celebra así su misa y después se va: ora, predica, confiesa, recibe a la gente, visita a los enfermos, escucha... También su jornada es eucaristía. Un gran maestro de espíritu, decía: “Por la mañana, en la misa, yo soy el sacerdote y Jesús es la víctima; durante la jornada, Jesús es el sacerdote y yo soy la víctima” (P. Olivaint).

¿Y los jóvenes? ¿Qué tiene que decir la Eucaristía hoy a los jóvenes? Basta que pensemos una cosa: ¿Qué quiere el mundo de los jóvenes y de las chicas, hoy? ¡el cuerpo, nada más que el cuerpo! El cuerpo, en la mentalidad del mundo es esencialmente un instrumento de placer y de goce. Algo que vender, exprimir mientras se es joven y atractivo y luego para tirar, junto con la persona, cuando ya no sirve para estos fines. Especialmente el cuerpo de la mujer se ha convertido en mercancía de consumo. Pensemos en el uso que de él se hace en el mundo del espectáculo, en cierta publicidad, en los periódicos, televisiones, internet.

Enseñemos a decir a los jóvenes y chicas cristianas, en el momento de la consagración: Tomad, comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Así se consagra el cuerpo, se convierte en algo sagrado, ya no se puede “dar en alimento” a la concupiscencia propia y ajena, ya no se puede vender, porque se ha entregado. Se ha hecho eucaristía con Cristo.

El apóstol Pablo escribía los primeros critianos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor.... glorificad pues a Dios con vuestro cuerpo (1Cor 6, 13.20); glorifica a Dios con el propio cuerpo el célibe y la virgen que lo consagran a un amor indiviso a Cristo, en favor de los hermanos; glorifica a Dios con el propio cuerpo quien se casa, haciendo de él un don de amor para la alegría del cónyuge y para la transmisión de la vida.

Pero el “cuerpo” no es sólo sexualidad. Decir: “Esto es mi cuerpo” significa, para un joven, decir también: ¡Esta es mi juventud, mis ganas de vivir, mi entusiasmo, mi alegría, mi esperanza: todo ello cosas de las que quiero hacer un don también para vosotros!

Pero no hay que olvidar que también hemos ofrecido nuestra “sangre”, es decir, nuestras pasiones, las mortificaciones. Éstas son la mejor parte que el mismo Dios destina a quien tiene más necesidad en la Iglesia. Cuando ya no podemos seguir ni hacer aquello que queremos, es cuando podemos estar más cerca de Cristo. Gracias a la eucaristía, ya no existen vidas “inútiles” en el mundo; nadie debería decir: “¿De qué sirve mi vida? ¿Para qué estoy en el mundo?” Estás en el mundo para el fin más sublime que existe: para ser un sacrificio vivo, una eucaristía con Jesús.

3. La comunión eucarística

3.1. El hombre es lo que come


Nos queda de presentar ahora el tercer momento esencial de la Misa, la comunión. Un filósofo ateo dijo: “El hombre es lo que come”, queriendo decir con ello que en el hombre no existe una diferencia cualitativa entre materia y espíritu, sino que todo en él se reduce al componente orgánico y material. Y con ello, se ha vuelto a dar, una vez más, el hecho de que un ateo, sin saberlo, ha dado la mejor formulación de un misterio cristiano. Gracias a la eucaristía, el cristiano es verdaderamente lo que come. Hace ya mucho tiempo, escribía san León Magno: “Nuestra participación en el cuerpo y sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos”

Pero escuchemos lo que dice, a propósito de esto, el mismo Jesús: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 57). La preposición “por” (en griego, dià) tiene aquí valor causal y final: indica a la vez un movimiento de proveniencia y un movimiento de destino. Significa que quien come el cuerpo de Cristo vive “por” Él, es decir, a causa de Él, en virtud de la vida que proviene de Él, y vive “en vista de” Él, es decir, para su gloria, su amor, su Reino. Como Jesús vive del Padre y para el Padre, así, al comulgar en el santo misterio de su cuerpo y de su sangre, vivimos de Jesús y para Jesús.

En efecto, el principio vital más fuerte es el que asimila consigo al menos fuerte, no al contrario. El vegetal es el que asimila al mineral, no al contrario; es el animal el que asimila al vegetal y al mineral, no al contrario. Así ahora, en el plano espiritual, el principio divino es quien asimila consigo al humano, no al contrario. De manera que mientras en todos los demás casos quien come es quien asimila lo que come, aquí el que es comido asimila a quien lo come. A quien se acerca a recibirlo Jesús le repite lo que decía a Agustín: “No serás tú quien me asimile, sino que seré yo quien te asimile”.

3.2. Lo que falta a la plena encarnación

Estos son ejemplos clásicos. En cambio, querría insistir en otro aspecto de la comunión eucarística sobre el cual se habla menos. La carta a los Efesios dice que el matrimonio humano es un símbolo de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 31). Ahora bien, según san Pablo, la consecuencia inmediata del matrimonio es que el cuerpo del marido llega a ser de la esposa y, viceversa, el cuerpo de la esposa llega a ser del marido (cf. 1Co 7,4). (“Cuerpo”, hemos visto significa en la Biblia toda la persona, no solamente su componente física).

Aplicado a la Eucaristía, esto significa que la carne incorruptible y vivificadora del Verbo encarnado se hace “mía”, pero también mi carne, mi humanidad, se hace de Cristo. En la Eucaristía recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, pero ¡también Cristo “recibe” nuestro cuerpo y nuestra sangre! Él nos dice: “Toma, esto es mi cuerpo”, pero también nosotros podemos decirle: “Toma, esto es mi cuerpo”.

No hay nada en mi vida que no pertenezca a Cristo. Nadie debe decir: “¡Ah, Jesús no sabe lo que quiere decir ser una mujer, estar casado, haber perdido un hijo, estar enfermo, ser anciano, ser persona de color!” Si lo sabes tú, también lo sabe él, gracias a ti y en ti. Lo que Cristo no ha podido vivir “según la carne”, habiendo sido su existencia terrena, como la de todo hombre, limitada a algunas experiencias, lo vive y “experimenta” ahora como resucitado “según el Espíritu”, gracias a la comunión esponsal de la Misa. Todo lo que “faltaba” a la plena “encarnación” del Verbo se “realiza” en la Eucaristía. La beata Isabel de la Trinidad comprendió el motivo profundo de esto cuando escribía: “La esposa pertenece al esposo. El mío me ha tomado. Quiere que sea para Él una humanidad añadida”.

3.3. Una apropiación indebida

En el rito de la misa anterior a la reforma, antes de iniciar el ofertorio, el sacerdote se dirigía al pueblo con el saludo Dominus vobiscum (El Señor esté con vosotros) y esto es lo que el poeta Claudel leía en esas palabras y en la mirada implorante del sacerdote:

“¡El Señor esté con vosotros, hermanos! Hermanos, ¿me oís?

Mi pequeña grey, no es sólo la patena, no es sólo el cáliz con el vino,

eres tú, toda entera, mi pequeña grey, lo que yo querría tener y levantar entre manos...

Ahora se te presenta el plato para la ofrenda; ¿no tienes otra cosa que esa mísera moneda para poner en él?...

¿No tienes otra cosa que abrir que tu monedero?

¿No hay aquí nadie que sufre?...

¿No hay afligidos entre vosotros? ¿De verdad? ¿Ningún pecado, ningún dolor?

¿Ninguna madre que haya perdido el hijo? ¿Ningún fracasado sin culpa propia?

¿Ninguna chica abandonada por el novio porque el hermano le ha devorado la dote?

¿Ningún enfermo al que el médico haya diagnosticado y que sabe que ya no tiene esperanza?

¿Por qué, pues, sustraer a Dios lo que le pertenece y es suyo?

¡Vuestras lágrimas y vuestra fe, vuestra sangre con la suya en el cáliz!

Junto con el vino y el agua ¡esta es la materia de su sacrificio!

Esto es lo que rescata al mundo con él, esto es aquello de lo que tiene sed y hambre,

Estas lágrimas como monedas arrojadas en el agua, Dios mío, ¡tanto sufrimiento desperdiciado!

¡Tened piedad de él que sólo tuvo treinta y tres años para sufrir!

¡Unid vuestra pasión a la suya, visto que sólo se puede morir una vez!” .

Pero dar a Jesús nuestras cosas —cansancios, dolores, fracasos y pecados—, es sólo el primer acto. Del dar se debe enseguida pasar, en la comunión, al recibir. ¡Recibir nada menos que la santidad de Cristo! Si no damos este “golpe temerario” nunca entenderemos “la enormidad” que es la Eucaristía.

Hay un acto que, realizado con los hombres es pecado y está penado por la ley y que, en cambio, con Cristo no sólo está permitido, sino que es sumamente recomendable: “la apropiación indebida”. ¡En cada comunión Cristo nos “instiga” a hacer una apropiación indebida! (“Indebida”, es decir, ¡no debida, no merecida, puramente gratuita!). Nos permite apoderarnos de su santidad.

¿En donde se realizará, concretamente, en la vida del creyente, ese “maravilloso intercambio” (admirabile commercium) del que habla la liturgia, si no se realiza en el momento de la comunión? Allí tenemos la posibilidad de dar a Jesús nuestros harapos y recibir de Él el manto de la justicia (Is 61,10). En efecto, está escrito que por obra de Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,0). Lo que Cristo se ha convertido “para nosotros” nos está destinado, nos pertenece. Es un descubrimiento capaz de poner alas a nuestra vida espiritual.

3.4. La comunión con el cuerpo de Cristo que es la Iglesia

Nos hemos limitado hasta ahora a meditar sobre el aspecto vertical de la comunión, la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero en la eucaristía se realiza también una comunión horizontal, esto es, con los hermanos. San Pablo dice: El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (I Co 10, 16-17).

En este fragmento, se menciona dos veces la palabra “cuerpo”; la primera vez designa el cuerpo real de Cristo; la segunda, su cuerpo místico que es la Iglesia. Al acercarme a la eucaristía ya no puedo desentenderme del hermano; no puedo rechazarlo sin rechazar al mismo Cristo y separarme de la unidad. Quien en la comunión pretendiera ser todo él fervor por Cristo, después de haber apenas ofendido o herido a un hermano sin pedirle perdón, o sin estar decidido a hacerlo, se parece a alguien que al encontrar después de mucho tiempo a un amigo suyo, se eleva de puntillas para besarlo en la frente y mostrarle así todo su afecto, sin darse cuenta de que le está pisando los pies con sus zapatos de clavos. Los pies de Jesús son los miembros de su cuerpo, especialmente aquellos más pobres y humillados. Él ama estos “pies” suyos y le podría gritar a dicho amigo: ¡ Me honras sin fundamento!

El Cristo que viene a mí en la comunión, es el mismo Cristo indiviso que se dirige también al hermano que está a mi lado; por así decirlo, él nos une unos a otros, en el momento en que nos une a todos a sí mismo.

San Agustín nos recuerda que no podemos obtener un pan si los granos que lo componen no han sido primero “molidos”. Para ser molidos no hay nada más eficaz que la caridad fraternal, especialmente para quien vive en comunidad: el soportarse unos a otros, a pesar de las diferencias de carácter, de puntos de vista, etc. Es como una muela que nos lima y nos afila cada día, haciéndonos perder nuestras asperezas naturales. Una canción española que me gusta mucho dice: “Un molino la vida nos tritura con dolor – Dios nos hace eucaristía en el amor”.

Ahora hemos comprendido lo que significa decir: Amén y a quién decimos: Amén en el momento de la comunión. Se proclama: “¡El cuerpo de Cristo!” y nosotros respondemos: ¡Amén! Decimos Amén al cuerpo santísimo de Jesús nacido de María y muerto por nosotros, pero decimos también Amén a su cuerpo místico que es la Iglesia y que son, concretamente, los hermanos que están a nuestro alrededor, en la vida o en la mesa eucarística.

Oración a la Inmaculada Concepción de Buen Viaje / Enviada por Viviana Baigorria

Para que me conozcan un poco mas. Nuestro municipio hoy esta de fiesta y es día no laborable.

Día de Morón

Siendo Morón un asentamiento que evolucionó a lo largo de varios siglos y por ello no habiendo una fecha precisa fundacional del lugar, se toma el 5 de octubre como Día de Morón. Se festeja entonces la festividad de la Patrona principal, la Inmaculada Concepción del Buen Viaje, advocación de la virgen de la Capilla de Morón, posta del camino hacia el interior del territorio. Esta es la plegaria a nuestra patrona.

Oración a la Inmaculada Concepción de Buen Viaje

Inmaculada Virgen María,
Madre de Dios y Madre nuestra,
Señora del Buen Viaje
protege a tus hijos
en el viaje de esta vida a la Patria eterna.

Ayúdanos a ser fieles.
Tú, que fuiste la siempre fiel.
Intercede por nosotros
para que no retrocedamos nunca
ante los inconvenientes del camino.
Enséñanos a ser discípulos de Tu hijo
en la humanidad, en la pobreza, y en
el abandono a la Voluntad del Padre.

Nuestra Señora del Buen Viaje
patrona de la Diócesis de Morón,
ayúdanos a que como pueblo de Dios
sintiéndonos Iglesia,
podamos caminar confiados
al encuentro del Padre.

Amén.

Olvidar, don de Dios / Autor: Oscar Schmidt

Mientras miraba una pequeña herida que me hice hace pocos días en mi mano, observaba como el daño en mi piel iba hora a hora desapareciendo, borrándose. Las células de a poco se iban regenerando para dejar mi piel exactamente como era antes del corte. ¿Acaso alguien puede dudar de la existencia de Dios, al observar como se suelda un hueso quebrado, o se cicatriza una herida?. Los médicos, testigos cotidianos de tantos milagros de sanación, debieran ser los primeros evangelizadores, como lo fue San Lucas. ¿Qué extraña fuerza interior puede producir la recomposición de las fibras, la regeneración de lo lastimado, si no es Dios?.

Hoy, meditando con inmenso dolor en muchas cosas no muy buenas que he hecho en mi pasado, he pensado que el poder olvidar es también un Don de Dios, es el equivalente a la cicatrización de las heridas. Es una forma que El nos concede de sanarnos interiormente, para poder seguir viviendo pese a los golpes que sufrimos en el transcurso de los años. Cuando el dolor o la culpa nos arrasan el alma, castigando nuestra mente con recuerdos dolorosos, sentimos una conmoción interior, una necesidad de apretar los dientes, una sacudida que nos dice, nos grita, ¡qué me ha pasado, qué he hecho!. Cuando estas arremetidas del pasado asaltan mi alma, suelo gritarle al Señor en mi interior: ¡piedad, Hijo de David!. Una y otra vez, le pido piedad a Jesús. Siento que estoy a la vera del camino de la vieja Palestina, mientras mi Señor pasa junto a mí, y le grito otra vez, ¡piedad, Hijo de David!. Sé que el dolor es parte de la sanación, pero cuando el Señor nos ha perdonado los pecados en el Sacramento de la Confesión, ¡El si que los ha olvidado!.

Cómo nos cuesta entender y creer que Jesús realmente perdona y olvida nuestros pecados. Solemos confesar una y otra vez el mismo pecado cometido años atrás, demostrando falta de fe en nuestro Dios, que ya ha dado vuelta la página y nos ha lavado con el agua de Su Misericordia. Sin embargo, nosotros, seguimos volviendo a sentir esa espada que atraviesa nuestro corazón con ese recuerdo. Es en ese momento que debemos pedirle a Dios el Don de olvidar, de dejar atrás esa mancha oscura de nuestra alma, borrarla totalmente. Que hermoso es conocer gente que tiene ese Don, esa capacidad de levantarse pese a las más profundas caídas, y puede mirar una vez más el futuro con optimismo y esperanza. ¡Dejando el pasado totalmente enterrado detrás de sí!. Y viviendo la alegría de los hijos de Dios, que se saben perdonados, y acogidos nuevamente en los brazos amorosos de María, nuestra Madre Misericordiosa.

El Señor nos ha dado todo lo que somos, ha impregnado nuestra naturaleza humana de dones, herramientas que debemos llevar por la vida como sostén de nuestro cuerpo y alma. El poder olvidar, dar vuelta la página de las etapas más dolorosas de nuestra vida, es también una herramienta que El nos concede. El poder olvidar es abrir las puertas a la cicatrización de las heridas del pasado, aceptando con fe, esperanza y alegría el perdón de nuestro Buen Dios.

Jesús, como el Gran Médico de las almas, quiere que vivamos de cara al futuro, con esperanza, confiados en Su perdón, felices de tenerlo como Dios y Amigo. Sé que tienes dolores, que los recuerdos te asaltan como un ladrón en la noche, cuando menos los esperas. Que quisieras volver al pasado, y cambiar tu historia. No quisiste vivir tanto dolor, es demasiado fuerte para poder soportarlo. ¡Pero se ha ido!. Mira la luz, mira el día, mira a la Madre de Jesús que te invita a amarla, que te ofrece sus brazos amorosos para cobijarte, para tenerte allí, junto a Ella, como lo hizo Jesús. ¿Acaso no te ha perdonado tu Dios?. Da vuelta la página, ilumina tu rostro con una hermosa sonrisa, para que Jesús pueda mirarte, sonreír, y decirte:

¡Abrázame, dame tu amor, tu amistad, tu afecto, deseo tenerte en Mi, porque te quiero feliz de saber que te amo!

jueves, 4 de octubre de 2007

Vengan todos a adorarlo / Autor: Juan Pablo II

La Eucaristía es un misterio sublime e inefable. Misterio ante el cual quedamos atónitos y silenciosos, en actitud de contemplación profunda y extasiada.

"Tantum ergo sacramentum veneremur cernui" "Adoremos, postrados, tan gran sacramento".

En la santa Eucaristía está realmente presente Cristo, muerto y resucitado por nosotros.

En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28; cf. 20, 17-20).

En el Sacramento del altar se ofrece a nuestra contemplación amorosa toda la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la carne, la gloria divina y su tienda entre los hombres.

Ante él no podemos dudar de que Dios está "con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las dimensiones humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para revestirnos a nosotros de ella (cf. Jn 20, 21-23).

En su cuerpo y en su sangre se manifiesta el rostro invisible de Cristo, el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo tiempo, más elevada posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos, que piden perplejos: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto que el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús: parte el pan. Al partir el pan se abren los ojos de quien lo busca con corazón sincero.

En la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y su amor inconfundible, que se entrega "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Y en él, en ese gesto suyo, reconoce el rostro de Dios.

"Ecce panis angelorum..., vere panis filiorum": "He aquí el pan de los ángeles..., verdadero pan de los hijos".

Con este pan nos alimentamos para convertirnos en testigos auténticos del Evangelio. Necesitamos este pan para crecer en el amor, condición indispensable para reconocer el rostro de Cristo en el rostro de los hermanos.

Tú, Jesús, Pan vivo que da la vida, Pan de los peregrinos, "aliméntanos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos". Amén.

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Fragmento de la Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi. Basílica de San Juan de Letrán. 14 de junio de 2001

Mente vencedora y mente perdedora / Autor: José H. Prado Flores
















Cuando el pueblo hebreo salió de Egipto hubo dos acontecimientos muy parecidos: El paso del Mar Rojo a la salida y el paso del río Jordán en la frontera de la tierra prometida.

El primero fue para levantarles el ánimo a los fugitivos esclavos. Hoy día se dice, la autoestima. Con esta experiencia se sintieron capaces de superar problemas invencibles. Era la gasolina que necesitaban para atravesar las inclemencias del desierto y poder vencer el sin número de obstáculos que se les habrían de presentar.

El paso del río Jordán era para que los habitantes de Canaán constataran que eran acompañados por un Dios poderoso que era fiel a la alianza y que cumpliría la promesa de entregarles la tierra prometida. Los habitantes de Jericó percibieron que se trataba de un Dios poderoso que caminaba al lado de los hebreos y era capaz de
intervenir con una fuerza sobrenatural para cumplir sus promesas.

Cuando el pueblo se encontraba en la frontera de la tierra prometida Josué elaboró un plan para lograr la conquista del territorio:

Enviar espías a la tierra: Antes de iniciar lucha alguna es necesario saber contra quien se va a pelear. Conocer sus fuerzas y sus debilidades. Cuando no conocemos al enemigo, nos exponemos a un ataque sorpresa que puede ser fatal. Para no sobre valorar ni menospreciar al enemigo, hay que conocerlo. Josué quiere saber quienes son los cananeos para poder establecer la estrategia para vencerlos.

Hay dos versiones de este reporte: Josué envió unos espías que exploraron e indagaron cuidadosamente todo lo referente a los moradores de Canaán
La versión pesimista: Son gigantes invencibles. Sus murallas llegan al cielo. Somos simples chapulines a sus pies, Eran gigantes, con murallas que llegaban al cielo. Se trataba de un ejército invencible que tenia armas defensivas (las murallas) y armas ofensivas (gigantes bien armados).La versión optimista: La tierra es maravillosa, la mas hermosa de todas las tierras. Vale la pena cualquier esfuerzo.

Pero lo mas importante fue que desde antes de ingresar a Canaán, Josué ya la había pintado en la imaginación y anhelos de los nómadas sedientos de territorio. Josué realiza un gesto simbólico y profético: Antes de comenzar la lucha, Josué ya reparte el territorio. Esta tierra la tomamos en posesión hoy mismo. Ya es nuestra. Está seguro de ganar la batalla. Quien no tiene la certeza de la victoria en la mente, jamás la conseguirá en el campo de batalla de la vida.

Así, cuando los hebreos llegaron a la frontera de la tierra prometida, su fama y sus hazañas ya habían penetrado estas fronteras y habían conquistado la mente de sus enemigos, los cuales comenzaron a tener miedo.

En contraste con la actitud de los hebreos que ya sienten suya la tierra, los habitantes de Jericó tenían todo para derrotar fácilmente a un ejército, que todavía arrastraba la sombra de la esclavitud. Eran nómadas, sin armas, sin experiencia ni poderío militar. Sin embargo, los habitantes de Jericó decidieron no luchar: Dice la palabra que “se encerraron dentro de sus murallas a cal y canto”. Se encerraron y sólo se miraban a sí mismos. El temor crecía como las sombras en el crepúsculo. Estaban ya derrotados, pues no querían luchar.

La táctica de Josué:

Dar siete vueltas a la ciudad para hacer crecer el miedo de un ataque que no llegaba.... “De un momento a otro ustedes caerán en nuestras manos”. Esta nueva táctica sorprendió a los habitantes de Jericó, pues los hebreos hacían cosas diferentes a las que hacían otros que los habían atacado antes. El miedo creció tanto que ellos decidieron mejor renunciar a la defensa. Ya antes habían renunciado a enfrentar el ataque. Ahora se desmoronan y caen las murallas defensivas de su vida.

Porque perdieron los de Jericó

Entonces fueron presa fácil de unos enemigos que eran mucho menos fuertes y capacitados que ellos.

Su problema fue no atacar. Su problema fue no defenderse. Se dieron por vencidos antes de entrar en batalla.

Tuvieron miedo por la fama que precedía a los hebreos. Su Dios era un Dios poderoso.
Los israelitas no conquistaron Jericó porque sus murallas cayeron milagrosamente sino porque sus habitantes no quisieran luchar. Se dieron por derrotados desde antes de entrar en batalla.

Porque ganaron los hebreos

Ya habían tomado posesión de ella antes de entrar en el territorio. Estaban convencidos de la victoria. Su mente era una mente victoriosa.
Tenían un Dios poderoso al lado de ellos, que los hizo pasar el Mar Rojo para darles seguridad en sí mismos. Tenían un Dios maravilloso que aspaventó a los pobladores de la región, haciéndolos pasar el río Jordán.

Nosotros: Jericó

Cuando estamos esperando las desgracias, basta que ésta merodee siete veces a nuestro alrededor para que caigan nuestras manos y nos sintamos derrotados.
Cuando cruzamos los brazos y no luchamos, ya estamos en poder de nuestros adversarios.

Nosotros: Josué

Cuando nos decidimos cruzar el Jordán para no poder regresar atrás, entonces no queda otra estrada que la lucha y la victoria hasta el final.

Cuando conocemos las fuerzas y debilidades del enemigo o la empresa que queremos conquistar, estamos mejor preparados para enfrentar la batalla

Cuando logramos que nuestros soldados ya tengan la tierra en su mente y en su corazón, hemos ganado la batalla más importante

Cuando con un acto real tomamos posesión de aquel desafío que tenemos delante, entonces somos capaces de superarlo.

Pero sobre todo, en la victoria como en la derrota interviene un factor definitivo: El Dios que nos ha liberado de la esclavitud, que nos conduce por medio del desierto y que ha prometido una tierra.

Cuando ya hemos experimentado el paso del Mar Rojo, perdemos el miedo a cualquier otro problema.

Cuando ya hemos recorrido un largo camino, ya no se puede volver atrás. Sólo queda abierta la posibilidad de la victoria.

Cuando sabemos que todo depende de una promesa hecha por Dios, cambia nuestra actitud, tenemos confianza y esperanza. Sabemos que lo lograremos porque Él lo ha prometido y Él es fiel.

Testimonio de Josefina Arqués y Jaume Milà, matrimonio: Luchar con toda la esperanza


Nacidos en el pueblo de Moja (Barcelona) de familias cristianas, nos encaminaron a Jesús desde pequeños: asistíamos a los cultos religiosos y actos lúdicos que se hacían en nuestra parroquia, como por ejemplo la misa dominical (donde Jaume hizo de monaguillo durante cuatro años), el catecismo de los domingos por la tarde, el cine parroquial; participamos en el cuadro escénico de funciones teatrales con otros jóvenes (especialmente en representaciones de Navidad).

Como en todo pueblo pequeño y rural de aquella época, nos fuimos conociendo en los juegos y las actividades que ya hemos citado, hastá que nos declaramos. Yo, Jaume, tenía dieciocho años y Josefina, catorce. Esto coincidió con la emigración de mi familia a Barcelona, en julio de 1955, a causa de la falta de trabajo y que las pocas tierras que teníamos ya no daban ni para vivir, porque durante siete años el frío y el granizo nos habían arruinado la cosecha de uva, fuente de subsistencia de la comarca. Aún así, seguimos con el noviazgo, ya que nos íbamos viendo en todas las fiestas del pueblo, o cuando participaba de la misa, del catecismo, o en el cine parroquial.

Después de siete años de noviazgo, nos casamos el 14 de septiembre de 1962, y Josefina se vino a vivir a Barcelona. Compartíamos piso con mis padres y nos desligamos del pueblo. Pero continuamos asistiendo a los cultos religiosos en el barrio donde vivíamos.

El 28 de mayo de 1965 nació nuestro primer hijo, Jaume. El 16 de agosto de 1970 nació nuestro segundo hijo, Jordi; en aquellos momentos me puse a trabajar los domingos por la mañana. Aquí empezó un cierto distanciamiento en las obligaciones cristianas de asistir a la misa dominical (sólo participábamos en determinadas solemnidades). No se entienda que perdimos la fe; pero no cumplíamos con la obligación de santificar las fiestas. Ya dejado este trabajo, nuestro hijo pequeño empezó a jugar a fútbol (una gran pasión), y cada domingo tenía que acompañarle con el coche porque jugaba en diferentes poblaciones; es decir, que lo material seguía pasando por delante de las obligaciones espirituales.

¿Por qué explicamos todo esto? El 17 de enero de 1987. cuando nuestro hijo pequeño Jordi tenía dieciséis años, tuvo un accidente de moto. Le produjo un traumatismo cráneoencefálico que lo dejó parapléjico, en una silla de ruedas. Y reencontramos a Dios. Afortunadamente, con más fuerza que nunca; porque de los dieciocho meses que pasó ingresado en el hospital de Bellvitge, los seis primeros estuvo en coma. Los informes médicos que nos daban eran muy pesimistas, los médicos no entendían cómo continuaba vivo. Nosotros, los padres, orábamos y dábamos gracias a Dios por cada día de vida que le daba; y pedíamos que no le abandonase. Es lo que nos daba fuerza para superar el abatimiento moral que nos causaban los informes médicos pesimistas; trasladado ya a la unidad de rehabilitación de Valle de Hebrón, durante los doce meses siguientes, nosotros seguíamos orando. Nos encomendamos especialmente al Cristo de Lepanto, de la Catedral de Barcelona, y a nuestra patrona, la Virgen de Montserrat. De ellos recibimos el apoyo que, durante aquellos años tan duros, nos permitió seguir adelante.

Antes de terminar queremos dar un pequeño testimonio de nuestra experiencia, especialmente para las familias que, por alguna causa similar a la nuestra, se les trunca la felicidad. Que no dejen de recurrir a Dios. Él nunca abandona a quien confía en él. Os dará la fuerza para superar las adversidades que la vida comporta. Entre la gente que conocemos y que pasa por circunstancias similares, algunas familias, que, por falta de fe, no han podido superar las adversidades, se han roto en detrimento de la persona afectada, que ha perdido el apoyo y el amor de familiares muy amados (del padre, o la madre, el marido o la esposa).

Gracias a Dios, no es nuestro caso, ya que el desgraciado accidente de nuestro hijo nos ha unido como nunca para seguir luchando, no sólo por nuestro hijo, sino (en la medida de nuestras posibilidades) también por los demás.

En 1991 nos volvimos al pueblo, a Moja. Aquí nos unimos a otras familias de la zona que, por distintos motivos, tenían hijos con discapacidades psíquicas y físicas. Luchamos para construir un gran centro para pluridiscapacitados en Vilafranca del Penedés. Funciona desde 1993 y alberga a unos 65 afectados, entre chicos y chicas de todas las edades. Acto seguido empezamos a luchar para construir una residencia de catorce plazas para grandes discapacitados; la inauguramos el primero de noviembre de 1998. En estos momentos tenemos el proyecto de construir otra residencia para pluridiscapacitados. Para nosotros, sólo pedimos a que Dios no nos deje de guiar por caminos de paz y de amor.

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Josefina Arqués (1940) y Jaume Milà (1936). Casados en 1962

Fuente: Testimonios cristianos de matrimonio. Centre de pastoral litúrgica

Testamento Espiritual / Autor: Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo

MONSEÑOR ALFONSO URIBE JARAMILLO
Obispo Emérito de Sonsón - Río Negro (Colombia)


¡Bendito seas Señor!
Hoy 29 de Abril los médicos han confirmado la presencia ya del cáncer en el hígado. Se acerca por tanto el día del encuentro con el Señor que tanto he anhelado y que espero que Él va a concederme por su misericordia infinita.

Ahora, al final de mi vida, quiero renovar la entrega que desde niño hice al Señor, pedirle que me colme de su amor, me unja cada día más plenamente con su Santo Espíritu y me dé la fortaleza, la paz, todo lo que Él sabe que necesito en este momento cuando Él ha querido unirme por la enfermedad más a su Hijo.
El valor de la Cruz solamente se conoce un poco cuando se vive y es entonces cuando se aprecia más la fidelidad del Señor en quien se ha puesto la confianza durante la vida, cuando se ha disfrutado de salud.

Mi anhelo en este momento es que Él apresure, si es su voluntad santísima el encuentro con Él. El encuentro del hijo con mi Padre celestial que tanto me ha amado; mi encuentro esponsal con Cristo, el Amado de mi vida, el Amado de mi corazón; Y mi encuentro con el Espíritu Santo, el dulce Huésped de mi alma, que tanto amor me ha dado y tantas bendiciones ha derramado sobre mí a lo largo de mi vida.

Anhelo también ese momento maravilloso de la muerte para poder tener el encuentro con María, mi Madre amadísima, a quien amé desde niño, a quien consagré también mi vida y cuyo amor he procurado difundir; el encuentro con todos los hermanos que me han precedido: mis padres, mis hermanos en la carne, mis amigos que han sido tantos; y ese encuentro maravilloso con los Santos que han desempeñado un papel muy importante en mi vida como la Beata Isabel de la Santísima Trinidad, Santa Teresita del Niño Jesús, San José a quien hubiese querido amar más y hacer conocer mejor.
He tenido como lema de mi vida: "In Lauden Sacerdotii Christi" "En Alabanza del Sacerdocio de Cristo". -Lema que ha sido desde el seminario el que he procurado inculcar en muchas personas. Solamente en el cielo conoceremos lo que debemos a este Sacerdocio adorable del Señor a su sacrificio redentor a su acción constante a través de su Espíritu en cada uno de nosotros.

Quiero que sobre mi tumba estén siempre grabadas esas palabras "In Lauden Sacerdotii Christi" y que ojalá muchos al leerlos abran los ojos y empiecen a descubrir con la Luz del Espíritu las riquezas infinitas del Sacerdocio de Jesús, le consagren sus vidas y procuren que muchos se consagren de veras a la alabanza del Sacerdocio del Señor sobre todo a través de una entrega sin reservas a Él.

Hacer de la Eucaristía el centro de la vida en todo cristiano debe ser el ideal que busquemos, que consigamos con la gracia del Señor y por el cual entusiasmemos a mucho.

Cuanto debemos a este Sacerdocio adorable. Todas las gracias que hemos recibido en la Iglesia; toda la acción del Divino Espíritu, nuestro santificador de toda riqueza sacramental y eclesial; todo es fruto de ese sacrificio redentor de Jesús. Con Sangre hemos sido purificados de nuestros pecados, gozamos de su intercesión constante por nosotros en el cielo, tenemos la gracia de alimentarnos diariamente con su Cuerpo y con su Sangre adorable.

¿Cómo es posible que si se descubre la grandeza del Sacerdocio de Cristo no se viva con una entrega total y limpia el ministerio? ¿Cómo es posible que no se busque diariamente la santidad si se ha descubierto esa Santidad en Jesús, sumo y eterno Sacerdote, el Santo, el Impoluto, el Santificador Esposo, el Esposo adorable?
Cuando a través de nuestro ministerio descubrimos el amor esponsal de Jesús creemos en él y lo vamos experimentando, la vida todos los días va llenando de luz, se va cristificando; cada día nos vamos asemejando más a este Pontífice Divino y su amor esponsal nos animará a darnos totalmente a Él, a darle lo que nos pida en todos los momentos de nuestra existencia.

He insistido muchas veces en unas palabras que escuche hace ya muchos años, porque me impresionaron: "Nada tan importante como ver claramente siquiera una vez en la vida".

Feliz aquel que llegue a ver con claridad lo que es el Sacerdocio de Jesús, sus riquezas y también sus exigencias. Esa es la gran necesidad de la Iglesia bajo la luz del Espíritu Santo, crecer todos los días en el conocimiento de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote; descubrir todos los días también su Amor sacerdotal y pedir la gracia de corresponder a Él con el nuestro.

Amor sacerdotal sin reservas, que no sea compartido con nadie, que este únicamente dedicado a la extensión del Reino.

Ese Jesús se convierte en el centro de la vida, que baja de la mente al corazón y allí mora de forma que su presencia amorosa sea experimentada de una manera cada vez más intensa.

Este es un programa que ojalá deseemos sinceramente y al cual nos entreguemos con una gran generosidad para conseguir que verdaderamente Jesús sea el Señor de nuestras vidas. Que todos lo consideremos, como Pablo,"Basura, frente a este conocimiento adorable del Señor".

Para mí ha sido una gracia haber conocido un poco en estos últimos tiempos la acción y la Persona del Espíritu Santo. Descubrir en parte los tesoros de esta renovación espiritual que es como la llamó Pablo VI " el don maravilloso del Espíritu a la Iglesia en esta época". Él dijo con razón que "para un mundo cada vez más secularizado, nada tan necesario como esta renovación que el Espíritu del Señor esta realizando en los ambientes y medios más diversos". Esas palabras las he ido comprobando a medida que he visitado países: que he tenido encuentros con señores obispos, con sacerdotes, religiosas y laicos.

He llegado a una conclusión: la gran necesidad que tiene sobre todo el Sacerdote es la de pedir y recibir un Pentecostés personal, qué cambie su vida como cambió la de los Apóstoles y los llene de amor a Cristo, amor a la Iglesia, la llene de ese amor a la oración que es uno de sus grandes regalos y sin la cual es imposible estrechar la unión con el Señor para adquirir la Santidad.

Si a mí se me pregunta cuál es una de las causas principales de esta situación tan dolorosa de no pocos sacerdotes, situaciones dolorosas que se dan a veces casi inmediatamente posteriores a la recepción del Sacramento del Orden, doy esa respuesta: "este señor llegó al sacerdocio sin haber recibido su Pentecostés"
No basta ser sacerdote, ni basta celebrar la Eucaristía, ni basta tener muchos conocimientos sobre todos los temas cristológicos. Démonos cuenta que por algo el Señor a sus Apóstoles les ordenó que no se ausentasen de Jerusalén hasta que "fuesen revestidos del poder de lo Alto", como dice Lucas, o "fuesen bautizados en ese Divino Espíritu", como dicen los Hechos.

Si se viera con claridad esta verdad, nos evitaríamos muchas caídas y muchas crisis, muchos dolores y veríamos en cambio florecer la santidad especialmente entre los sacerdotes.

Ojalá tengamos todos como preocupación diariamente abrirnos a la presencia del Divino Espíritu, pedirle la plenitud de su unción y luego a lo largo del día dejarnos conducir por Él.

La Iglesia necesita Pentecostés, cada uno de nosotros lo necesita: queremos que haya cambio profundo en la vida de las personas, que acudamos al Espíritu Santo que es el único que puede cambiar plenamente a alguien, especialmente si se trata también de un sacerdote.

Cuando uno se pregunta también ¿por qué? Pues de la insistencia de la necesidad de la oración, la serie de conocimientos que obtiene el seminarista durante varios años acerca de la oración, al poco tiempo ese amor se pierde, esa oración se deja a un lado, se va reduciendo cada vez más el espíritu de amor a Cristo y empiezan a presentarse los problemas y a darse las caídas. ¿ Porqué -se pregunta uno- sucede esto?. La conclusión también es muy lógica: la oración es un don del Espíritu, se lo regaló a los Apóstoles y su distintivo después de Pentecostés fue su vida de oración intensa, el espíritu de oración que despertaron en esas comunidades que se formaron bajo la acción del Divino Espíritu."Derramaré, dice el Señor por medio del profeta Zacarías, sobre Jerusalén un espíritu de gracia y oración y miraron al que traspasaron"

Hay que tener esa convicción para pedir el regalo del Espíritu Santo, para pedirle que nos haga cada día más amantes de la oración, que nos dé el Don de la contemplación, para poder contemplar a Él, el Traspasado, el Amado como le llama San Pablo, el Esposo de la Iglesia, nuestro Esposo.

Uno siente pesar al ver como en tantos ambientes no se ha descubierto el valor de la contemplación y riqueza de la Renovación Carismática a pesar de tanta doctrina y de tantos ejemplos, pero es que se mira a veces únicamente lo externo, lo secundario; se mira únicamente lo que puede desagradar a algunos porque inclusive puede ser exagerado: pero eso no es la renovación, ni eso es abrirse al Espíritu.

La Renovación es la acción constante del Espíritu Santo en toda la persona y a lo largo de toda su vida. Solamente así se puede experimentar la eficacia de esta renovación maravillosa; solamente así se puede vivir este momento privilegiado del Espíritu, como la llamo Pablo VI en la "Evangeli Nuntiandi ".
Uno de los efectos de la presencia del Espíritu Santo en una vida es de amor a la oración personal y al encuentro como dialogo amoroso con el Señor.

Es así como se va estrechando la unión con Cristo pero ya contemplado como el Amado, como el Esposo y como se va consiguiendo la fecundidad mayor en el apostolado.
El Señor dejó en el Evangelio de San Juan (15,5) unas palabras que ojalá fueran la síntesis pastoral de todos nosotros: "El que esta en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer".

Y bajo la acción del Divino Espíritu la oración se va alimentando con la Palabra que este Espíritu Santo inspiró, allí se va descubriendo poco a poco el tesoro infinito de esta Palabra Divina que se lee no ya por la curiosidad humana de cualquier lector sino con el deseo de recibir el mensaje del Señor, su Luz, su orientación; la Palabra del Señor se vuelve cada día más maravillosa, su lectura meditada se convierte en una necesidad espiritual.

Todo esto se refleja después en la predicación, en el apostolado porque todo aparece iluminado por la Palabra Divina; todo aparece con esa claridad maravillosa que la persona va descubriendo poco a poco, bajo la acción siempre maravillosa del Espíritu Santo.

Si queremos de veras amar a la Iglesia, con un amor de entrega, tenemos que llenarnos del Espíritu del Señor. Él es el alma de esa Iglesia y es Él quien nos santifica en esa Iglesia.

Si queremos amar a María nuestra Madre admirable, nuestra Madre amadísima, necesitamos también llenarnos del Espíritu Santo, el Esposo de Nuestra Señora, es el que va despertando sentimientos filiales a través de su don de piedad, pero sentimientos que aparecen después con mayor fuerza cuando se trata del Padre Celestial. Este Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para proclamar esa paternidad divina, para gritar el "Abba" de los hijos que van descubriendo la maravilla del amor del Padre. La misión del Espíritu Santo es unir personas y Él termina uniéndonos especialmente con el Padre con quien estaremos para siempre por bondad suya en la eternidad.

Qué maravillosa es esta renovación, que maravillosa es esta acción del Divino Espíritu. Cómo cambiarán nuestras vidas, cómo cambiará nuestro apostolado, cómo cambiaría mucho en la Iglesia si todos viviésemos ese maravilloso Pentecostés y nos fuésemos dejando llenar de él todo los días. Por eso que haya un grito constante en todos nuestros corazones y en todos nuestros labios: "ven Espíritu Santo, ven Espíritu creador, Ven Espíritu de amor"
Que esta llama de amor vivo que es el Espíritu Santo nos sumerja en el Misterio Trinitario y nos vaya comunicando esa realidad maravillosa del Amor de las Divinas Personas; así viviremos nuestro"Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo", que debe ser verdaderamente el gran programa de nuestras vidas.

LA CEJA, Abril-Mayo de 1993

El llamado de Dios / Autor: Claudio de Castro

Solíamos ver a un hombre enfermo que asistía a misa todos los días y como un niño se maravillaba por las cosas del Señor. Con un esfuerzo sobrehumano se levantaba de su banca para ir a comulgar. Casi arrastraba los pies. Todos esperaban sabiendo que le movía un amor inmenso por Jesús Sacramentado.
Cuando ya no pudo levantrase, el sacerdote le llevaba la comunión a su banca y al final, cuando era imposible bajarse del auto, el padre caminaba hasta él y le daba la hostia santa. Su rostro, afligido por el dolor, se transformaba cuando recibía a Jesús Sacramentado y una leve sonrisa le iluminaba el rostro.
El dolor, las molestias, la incertidumbre, parecían quedar atrás. Sin que él lo supiera, muchos lo observaban. Yo era uno de ellos. A veces me sentaba a distancia para verlo, pero sobre todo, para recordarlo.
Le conocí bien, era mi papá.

No sé si te conté, pero fue hebreo. Se convirtió algunos años antes de morir. Muchas veces me detengo a reflexionar sobre este hecho. Y en la forma que transformó nuestras vidas.
Dios lo llevó de la mano, desde niño, sin que él lo supiera, hasta el día en que murió. Y nos envolvió a todos en ese maravilloso misterio que a muchos les tiene reservado: la conversión.
Se llamó Claudio. Su padre tuvo el nombre de Moisés Frank, y sus abuelos: Abraham y Samuel. Todos provenían de una familia con raíces hebreas, y eran profundamente religiosos, respetuosos de la Torá. Me cuentan que Abraham fue Rabino. Curiosamente mi papá nunca celebró su Bar Mitz-Vah. Tampoco le recuerdo en la Sinagoga. En cambio, nos acompañaba a misa.

En algún lado escuché que estabas predestinado a la conversión. A través de los años recibimos señales de este cambio sobrenatural.
En Costa Rica ocurrió un hecho significativo. Visitaba con mi mamá a Sor María Romero Meneses, en la Casa de María Auxiliadora. Una multitud de personas se preparaba para la procesión. Mi papá se mezcló entre el gentío. De repente un descubrimiento asombroso…
—¡Sor María!—exclamó mi mamá. Y señaló hacia la procesión—¡Mire donde va Claudio! Era quien cubría al Santísimo con el palio, al frente de la procesión.
—¿Puede creerlo?
—Sí Felicia—respondió sor María—Y también le veremos comulgar.
Esta profecía se cumplió al pie de la letra.
A los años nos enteramos de lo ocurrido. La iglesia estaba abarrotada de gente. Una monjita atraviesa la iglesia con dificultad, llega donde está mi papá y le pregunta:
—¿Nos haría el favor de llevar el palio?
Sin meditarlo mucho, acepta. ¿Sabía acaso lo que era un palio?
Mientras escribo pienso en él y en ese momento. Ya no puede echar para atrás. Debió ser impresionante. Siendo Hebreo, lleva el palio en la Casa de la Virgen.
—¿Qué habrá sentido?
—¿Cómo es que Dios me busca a mí, habiendo tantos a mi alrededor?
Nunca sabré con exactitud lo que sintió o lo que pensó. Seguramente esta experiencia lo estremeció hasta los huesos. La cercanía de Dios siempre estremece a las almas. Y las llama a vivir para Él y por Él.
¿Qué lo hizo cambiar? Esto ha sido un secreto celosamente guardado. Supo ser reservado. Y esperó.
La cercanía de la muerte derribó las últimas murallas y le hizo dar el salto definitivo. Dios lo llamó y él respondió sin reservas.

Ambos parecemos escuchar:
—¿Claudio, me amas?
Y ambos respondemos:
—Señor, Tú sabes que Te amo.

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Fuente: Catholic.net

No invadir ni dejarse invadir / Autora: Carmen Pérez Rodríguez

No invadir, ni dejarse invadir. Esto requiere del silencio, que es expresión de libertad. No podemos vivir en un clima de ordeno y mando. En clima de avasallar con las miradas, con los juicios, con las interpretaciones, con las descalificaciones más o menos agresivas o cariñosas y llenas, como se dice, de “buena voluntad”. Invadir es estar convencido de que se sabe lo que el otro piensa y así pretender relacionarse, invadir es imponerse, invadir es estar convencido de que se puede preguntar todo y controlar todo, invadir es juzgar todo desde las propios paradigmas y así hacerlo sentir. Me ha hecho comprender mucho, una persona, esta enorme realidad del no invadir. No invadir ni desde la amistad y, evidentemente, nunca desde la enemistad, eso es arrasar, saquear. Porque desde la amistad, sin ninguna clase adjetivos, la amistad no requiere más “cualificación” que su mismo nombre, digo que desde la amistad, es mucho más fácil darse cuenta de que estamos invadiendo a la persona a la que decimos que queremos, porque no hay amistad sin verdad Necesitamos del respeto. Es lo más grande que podemos hacer en el trato de unos con otros. He realidad cuando una persona sufre, está en situación dura, difícil, la compasión, la lástima puede invadir. Lo que se requiere y no invade, es el respeto. El respeto implica libertad, comprender el tesoro que cada persona es y lleva en su interior, comprender su situación. En este silencioso respeto hay un clima de fecundidad, paz, interioridad y verdad necesario en el trato de unos con otros.

Con la invasión, en realidad la persona se queda a la intemperie, es despojada de lo que se le ha arrancado con violencia. Una casa que se invade se arrasa, se violenta, se viola. Es muy fuerte la expresión pero es muy real, hay veces que nos sentimos violados en nuestra intimidad, en nuestros sentimientos más hondos, en nuestros proyectos, hasta en nuestra espiritualidad. Es propio de una persona honrada, integra, verdadera no invadir, crear un clima de respeto, de silencio, en el que nos movemos, y existimos. El silencio no existe de por sí, existe solo en el corazón silencioso. Es como la paz, que solo existe en el corazón del pacífico. En el corazón que sabe escuchar, que deja ser, que sabe ver, admirar, comprender, hablar lo que precisamente el otro necesito. Sabe lo que realmente es ser persona, con su propia autoconciencia y autoestima, libre y responsable, Este silencio es descanso y plenitud, permite ser, no hace ruido, no desajusta, no inquieta y arremete, No causa agresión. La invasión, el nombre es gráfico, produce guerra. Guerra en el que invade y guerra en el que se deja invadir. Esta invasión, mala, que todos entendemos como tal, siempre es un problema de la propia personalidad, y casi siempre una inseguridad y acomplejamiento mal compensado, un sentimiento de inferioridad, de carencia de autoestima, en el fondo.

Parece una insignificancia esto de la invasión o no invasión pero es muy fuerte. La invasión es todo lo contrario de la paz, que dilata, expande, produce luz y es una maravillosa revelación del amor. Sí, la cara contraria de la invasión es la paz. Ser personas de paz, no de guerra porque invaden y arrasan. Mejoraríamos muchos si en nuestras relaciones ni invadiéramos, ni nos dejáramos invadir por nadie ni por nada. Porque no la invasión no es plenitud . Cuando una persona nos hace bien, nos produce libertad, deseos de lo mejor, despierta lo bueno que está en nuestro interior. Eso no es invasión.

La no invasión es como un desarme general, un desarme del egoísmo, de anhelos de posesión, de ambiciones, de envidias, de resentimientos. Ciertamente es distinto como decía al principio que venga de amigos, de personas que nos quieren, o de personas que no lo son. Es el respeto lo que tira de nosotros, lo que es un verdadero reclamo, lo que nos solicita, estimula, lo que nos hace caminar anchos y erguidos de proyecto en proyecto. El respeto como opuesto a la invasión nos espabila, nos despierta, nos ilumina. El respeto y no la invasión, es amor, es confianza, abrazo y calor que conforta y resucita en los malos momentos.

En realidad he contrapuesto a la invasión el respeto. Y es verdad porque no hay amor sin respeto, ni respeto sin amor. Al menos este respeto del que hablamos. Es el único camino para ir a uno mismo y a los demás. Y este camino siempre es el del “ahora”. Como decía Jesús: Levántate y anda. Ven y sígueme. Sin andar buscando causas para invadir en el ayer, ni prejuzgar el futuro. En este momento despertarse y abrirse de verdad al silencio sonoro, que decía San Juan de la Cruz, a la paz. En la invasión uno no puede admirarse, ni asombrarse, no hay pausa para ello. Es ahora que quiero vivirlo, en las circunstancias en que me encuentro. Dice Romano Guardini que en el respeto con que Dios nos respeta esta basada nuestra libertad.

El amor de Dios y la lucha diaria / Autor: P. Fernando Pascual

No es fácil responder en pocas palabras a quien pregunta: ¿cuál es la esencia del cristianismo? La riqueza del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia es tan grande que dar una respuesta breve significa muchas veces no decir casi nada.

De todos modos, podemos empezar a responder con dos ideas centrales de nuestra fe. La primera: Dios nos ama. La segunda: vivimos todos los días una lucha continua contra las fuerzas del mal.

Dios nos ama. Esta verdad no es sólo una bella poesía o una frase hermosa que dicen, de vez en cuando, los sacerdotes en la misa, o los padres cuando enseñan la fe a sus hijos pequeños. El amor de Dios es una realidad profunda, vital, una experiencia que todo cristiano puede y debe descubrir en el fondo de su corazón. Nos invade siempre un cariño eterno. Dios no puede dejar de mirarnos con amor: nos quiere “demasiado”.

El amor de Dios se concretiza en la cruz y en la Resurrección de Cristo. Esos dos momentos son el centro de la misa. Cada vez que el sacerdote toma el pan y el vino y pronuncia las palabras de consagración, Cristo está allí, misteriosa pero realmente, y nos repite, casi nos grita en medio del silencio: “Te amo con un amor eterno”. O, como dice la canción, “nadie te ama como yo”.

Esta verdad es capaz de cambiar cualquier vida. A nivel humano nos alegra, nos provoca un cosquilleo especial en el corazón el sentir que alguien nos mira con cariño. Pero es mucho más grande y profunda la paz que nace cuando damos vida, por el recuerdo, a esa gran certeza: “el Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20).

La segunda verdad puede resultar extraña, pero también es una experiencia de todos los días. La lucha contra el mal es tan real que nos toca a la hora de levantarnos, o cuando hay que llevar a los niños a la escuela, o cuando se insinúa la posibilidad de una pequeña trampa en el trabajo, o cuando nace en el corazón un molesto sentimiento de envidia. Esa lucha llena las páginas de los periódicos, los minutos de los noticieros, la conversación cuando encontramos a los amigos.

Existe una tentación muy fuerte de creer que el mal es más fuerte que el bien, que el cristianismo es un sueño para pocos, que la vida normal no es la de los santos, que podemos pactar “un poco” con la traición, la cobardía, la dejadez, la borrachera y alguna que otra infidelidad a la esposa o al esposo. Parece que el mal triunfa y gobierna los corazones y los pueblos.

Pero esta tentación no tiene sentido en quien cree de verdad en Dios, en quien conoce a Jesucristo. Con el bautismo fuimos acogidos por el amor infinito del Padre, y quedamos liberados de las cadenas del demonio. Desde entonces es posible vencer el mal con el bien, la injusticia con la honradez, el desamor con el perdón, la pereza con el espíritu de servicio a los demás, la infidelidad matrimonial con la alegría de quienes saben rezar juntos, como esposos y como padres, en los momentos más importantes de la vida familiar.

Esto no quita, sin embargo, que todos los días tengamos que luchar. Las malas tendencias tienen raíces profundas, y brotan con energía si nos descuidamos medio minuto. Pero siempre existe la posibilidad de limpiar y de sanar las heridas, incluso las más profundas. En cada buena confesión triunfa el amor sobre el pecado, y el mal retrocede un poco para que crezca y venga en el mundo el Reino de Cristo.

Dicen que cada acto de amor hace brillar de un modo nuevo las estrellas. Si no es verdad, al menos hará un poco mejor y más hermosa la vida sobre la tierra. Será un paso, pequeño o grande, hacia el encuentro con el Amor de Dios. Sólo en el cielo sabremos lo mucho que nos amó. Ahora nos toca, todos los días, con las lámparas encedidas y con las armas de la fe y del amor, luchar contra el mal. Y la cruz, estamos seguros, vencerá.

Salvada por un ángel / Autora: Ana Luisa Molina, Comunidad Fe y Luz Perú


En tu mirada descubrí el universo, en tu silencio el susurro de un ángel, tu calor albergó mi soledad, tu aliento impulsó mis velas.

Pude alcanzar el cielo al tomar tus manos y sentí en tus latidos la presencia de Dios.

Una eternidad demoraron mis pensamientos en descubrirte, perdiéndote entre mis lágrimas y mi evasión, esperando entre las nubes estabas a que yo te demostrara mi amor.

Día tras día tu presencia me mostró el camino. tu inocencia calmó mi sufrir, tu sonrisa curó mis heridas y surcamos mares de armonía y felicidad.

Mas al rendirme y entregarte las riendas me elevaste hacia tu pureza y pude alcanzar la paz.

Nuestros sueños se volvieron uno, nuestras pasos marcaron nuestro rumbo, nuestros risas iluminaron la senda uniendo nuestras almas con otras en el sendero del cielo.

Pude haberme perdido sin tu amor en mi vida, pude haberte herido sin tu eterno perdón, pude mil veces perder el oriente, mas estabas ahí cumpliendo tu divina misión, salvaste mi alma para que yo salve otras y dentro de tu mundo escuchaste a Dios.

Tal vez nadie jamás te comprenda, tal vez nadie nunca escuche tu voz, tal vez solo los ángeles puedan alcanzar tu amor. Pequeña soy para merecerte, poco es lo que puedo ofrecerte hoy, más tu cariño paciente y puro solo puede ser un don de Dios.

El autismo protege a nuestros hijos del mundo, de nuestros errores y de ellos mismos.

Al erradicarlo debemos cuidar no destruir lo bueno que aporta a la vida de quien lo padece.

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FE Y LUZ PERÚ COMUNIDAD SAN EZEQUIEL MORENO
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miércoles, 3 de octubre de 2007

El Rosario Mundial surgió de un fraude a un empresario / Lo confiesa Guillermo Estévez Alverde, su impulsor


MÉXICO, D.F., miércoles, 3 octubre 2007 (ZENIT.org).- Los masivos encuentros de oración planetarios con motivo de la Jornada Mundial del Rosario nacieron de la experiencia espiritual de un hombre de negocios que había sido traicionado.

Lo confiesa Guillermo Estévez Alverde, mexicano, promotor de la primera celebración de este evento desde sus inicios, en 1996, en declaraciones concedidas a Zenit.

Decenas (o centenares) de millones de personas, en grupos pequeños o masivos, de todas las condiciones sociales y de prácticamente todos los países del planeta, con frecuencia en lugares públicos, quedarán unidos el primer fin de semana de octubre por la Jornada Mundial del Rosario.

Se trata de una iniciativa surgida de laicos mexicanos que congregará en lugares privados y sobre todo públicos a decenas (o centenares) de millones de personas.

«A mis 40 años nunca había rezado el Rosario --cuenta el señor Estévez Alverde--. Me dedicaba a los negocios y era muy exitoso. A raíz de un fraude que me hicieron, tuve que salir de donde vivía y sufrí por dejar a mis hijos por 9 meses, mientras se arreglaba mi problema judicial».

«Ahí me acerque a la iglesia, y cambié mi dios dinero, por el Dios verdadero --confiesa--. Empecé a rezar el rosario porque oí que la Virgen pedía que se rezara y se promoviera su rezo».

«Empecé a rezar diario el rosario por mi socio, quien me había cometido un fraude, y por el abogado mío, que me había traicionado», sigue relatando.

«De una angustia que me pesaba, empecé a encontrar paz, al punto que le hablé a quien me hizo el fraude, para perdonarlo, al igual que al abogado», explica.

«Perdí la ambición por el dinero, y empecé a buscar con mis amigos el que se quitaran las preocupaciones y vivieran mas felices estando mas cerca de la Virgen, que por medio del Rosario, me sentía muy unido a ella».

«Pasado el tiempo formé grupos de oración en la casa, todos los martes en la tarde. Participaban mi mujer, y mis hijos, los que querían… Nunca fue forzado, era una invitación. Se juntaban todos los martes hasta 60 ó 80 amigos».

«Ya a muchos ni los conocía pero eran todos bienvenidos, y el tema era rezar el rosario. Cada quien hacía sus peticiones en voz alta, y eso nos ayudó a conocer lo interior de cada quien».

«Cuando llegábamos a 80, les pedía a los que llevaban mas tiempo que ya no vinieran a la casa, pero que hicieran grupos nuevos en sus casas. De esta forma nos fuimos partiendo y aumentando en número».


En aquel año, Juan Pablo II estaba a punto de cumplir sus 50 años de ordenación sacerdotal y un sacerdote amigo me dijo «hay que hacer algo grande para el Papa como regalo».

De ahí surgió la idea de hacer el Rosario más grande del mundo, y fue para el 20 de octubre de 1996. La oración del Rosario, explica Estévez Alverde, no es «antigua», como algunos podrían pensar.

«Yo la veo más actual que nunca. A mi me dio paz, y me acercó a Dios. Y me ha hecho vivir muy feliz».

El promotor el Rosario repasa entre sus mensajes de correo electrónico y encuentra testimonios o adhesiones de grupos procedentes de Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Congo, China, Vietnam, Rusia, República Checa….

De hecho, reconoce, una de la cosas más difíciles es en ocasiones comprender el idioma de grupos de oración que adhieren a la iniciativa y que escriben con alfabetos de países remotos nunca antes vistos.

Cadenas de televisión, como EWTN, y numerosísimas cadenas de Radio han venido transmitiendo el evento sede en directo.

«Un caso muy bonito, es un correo de alguien de una aldea de pescadores al sur de Alaska diciendo que son una aldea de pescadores, donde muchos son familiares. Había diferencias en muchos de ellos, y estaban en pleito constante», explica.

«Les llegó la invitación a unirse, y comentan que después del Rosario, y de formar grupos de oración seguidos, se han limado las asperezas, y viven mas en armonía.Estoy seguro de que eso fue porque al rezar juntos, y hacer peticiones publicas, haces una hermandad con los que están junto a ti».

Al final de su testimonio Estévez Alverde repite siempre un mismo eslogan: «La Familia que reza unida, permanece unida». Y añade: «El pueblo que reza unido, permanece unido».

El promotor invita a todas las comunidades cristianas a sumarse a la iniciativa y para contar con más información y comunicar adhesiones les propone visitar la página web http://www.churchforum.org/rosario/ o enviar un mensaje a rosario@churchforum.org

«La fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús», explica el Papa


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 3 octubre 2007 (ZENIT.org).- La fe cristiana no es un sistema de ideas o ético, esta ante todo el encuentro con Jesús, aclara Benedicto XVI,en la audiencia general de hoy miércoles.

Esta fue la conclusión a la que llegó en la audiencia general de este miércoles, en la que presentó a san Cirilo de Alejandría, padre de la Iglesia, fallecido en el año 444, quien entregó su vida para mostrar que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, ante las herejías de su época.

«La fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, una persona que da a la vida un nuevo horizonte», explicó el Papa a los 40 mil peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano en un día prácticamente veraniego.

«Jesús entró en el tiempo con el nacimiento de María, la “Theotòkos”, y estará siempre con nosotros, según su promesa», siguió asegurando el Papa al recoger las enseñanzas de Cirilo, conocido por las Iglesias de Oriente como «custodio de la exactitud», es decir, de la verdadera fe.

«Y esto es importante --concluyó el pontífice--: Dios es eterno, nació de una mujer y sigue con nosotros cada día. En esta confianza vivimos, en esta confianza encontramos el camino de nuestra vida».
La catequesis fue una prueba del aprecio que los Papas, y en particular Benedicto XVI, sienten por la tradición teológica de los cristianos orientales, que hoy en su gran mayoría son ortodoxos.

Padres de la Iglesia de Oriente, como san Cirilo, aclaró, muestran «que tanto la tradición oriental como la occidental expresan la doctrina de la única Iglesia de Cristo».

La verdadera libertad deriva de la verdad / Autora: Madre Elvira, fundadora Comunidad Cenáculo

Toma tu vida entre tus manos y date cuenta de que es un don precioso, importante. Nuestra vida debemos vivirla con plenitud dentro de nosotros. Hay algo grande en nosotros que no podemos imaginar.

Comenzamos agradeciendo sin rabia por nuestra vida. El rencor, la ansiedad y los miedos, no le hacen bien a nuestra vida. Aprendamos a hacer análisis muy simples, como hacemos con los chicos y las chicas, a reconocer por los frutos que árbol somos.

Una chica vino a decirme que estaba muy agitada; entonces le pregunté en qué había estado pensando una hora antes, qué había visto, qué es lo que la había turbado para cambiar de humor. Algunas veces somos como el tiempo, porque estamos sumergidos en la naturaleza, somos de naturaleza frágil. No debemos asombrarnos porque cambiemos de humor. Ni nosotros ni otra persona tiene la culpa. No debemos culpar a nadie: es un momento de fragilidad que debemos aceptar y superar. Pero debemos reflexionar porque esto nos pone en la condición de conocernos y de aceptarnos, para luego finalmente amarnos así como somos.

Debemos estar siempre dispuestos a una vida de libertad, porque la verdadera libertad deriva de la verdad. Este es nuestro objetivo: descubrir que sólo en la verdad se puede sentir y vivir la libertad. Esto es lo que nosotros enseñamos a los chicos que siempre se han escondido, siempre han mentido.

Las mentiras las decían antes de drogarse y ustedes, padres, nunca se dieron cuenta porque eran como ellos. Hablaban muy libremente, por teléfono o personalmente, haciendo comentarios de otras personas… después esa persona llega a casa y le sonríes, la abrazas, ¡pero si hace poco la has criticado! Y tus hijos han escuchado todo, y te juzgan. Estas cosas desvían, perturban la mente y el corazón de los jóvenes porque son más sensibles que nosotros, están mucho más atentos a la parte interior, a la verdad.
Después se acostumbraban a todo esto y comienzan ellos también a mentir a sus padres. Ahora les estoy diciendo estas cosas, queridos chicos, y se los estoy diciendo delante de sus padres porque también ustedes mañana serán padres, y aquello que han sufrido cuando eran pequeños , no lo deben repetir otra vez para no hacer sufrir sus niños…

Los hijos deben encontrar unos padres distintos de cuando los han dejado. Nosotros no queremos su dinero porque sus hijos no tienen necesidad de dinero sino de vida transparente, leal, buena. Entonces cuando regresen a casa comprenden que la Comunidad no los ha engañado. La confianza final de los hijos está en ustedes ,padres, y no en nosotros.

La Comunidad les pide que recen, que tomen el Rosario en la mano, que lean la Biblia, que se acerquen a los Sacramentos… Todo esto nunca lo hemos hecho y entonces nuestros jóvenes no han creído en nosotros y se han ido alejando.
Pensamos que el cuerpo se debe mantener bien y comemos tres veces al día, ¿ por qué entonces tenemos miedo de rezar al menos una vez al día? Es una injusticia que le haces a tu vida.

Yo agradezco al Espíritu Santo que me ha inspirado para decir que no al dinero de las instituciones gubernamentales, porque la vida vale más que todos los millones que existen.

Queridos padres, deben dedicarse a hacer lo que les decimos, no basta solo ir al grupo, sino que deben obedecer a la Virgen que nos pide la oración, como hemos hecho nosotros.

Luego aprenderemos que no basta sólo con hablar a nuestros jóvenes, sino que hay que vivir lo que les decimos a ellos que deben hacer. Primero vivamos nosotros y ellos aprenden a vivir mirándonos. Y si tienen grandes heridas que no les permiten aceptar lo que la Comunidad vive en estos días, por favor vayan a confesarse, porque tenemos necesidad de liberarnos la conciencia. Es dentro de nosotros que se desarrolla toda la historia de la vida, no en la apariencia, la imagen, el maquillaje. Las cosas externas han engañado a todos y hay algunos que continúan engañándose.

Si hay alguien que tiene el corazón herido y triste y quizás se siente forzado porque la esposa lo ha traído a toda costa, sepa ese papá que está aquí, como cada uno de nosotros, porque ha sido invitado por la Virgen que está aquí en medio de nosotros y quiere sanar en estos días nuestro corazón.

La lectura espiritual / Autor: Henri Nouwen


"Una disciplina importante en la vida del Espíritu es la de la lectura espiritual. A través de la lectura espiritual podemos tener cierto control sobre lo que entra en nuestra mente. Diariamente nuestra sociedad nos bombardea con innumerables imágenes y sonidos. Pero, ¿Queremos realmente que nuestra mente se convierta en el contenedor de la basura del mundo? ¿Queremos que nuestra mente se llene de cosas que nos deprimen, nos confunden, nos excitan, nos repelen o nos atraen, sin tener ocasión de pensar si es bueno para nosotros o no? ¿Queremos dejar que sean otros los que decidan lo que ha de entrar en nuestra mente y determinar nuestros pensamientos y sentimientos? Evidentemente que no; pero dejar que sea Dios, y no el mundo, el Señor de nuestras mentes, requiere una verdadera disciplina. Ello requiere que no solo seamos sencillos como palomas, sino también astutos como serpientes. Por eso la lectura espiritual es una disciplina tan beneficiosa. Nuestros pensamientos y sentimientos quedarán profundamente afectados si llevamos siempre con nosotros un libro que continuamente orienta nuestra mente en la dirección en la que queremos ir. Aunque solo leamos quince minutos diarios esos libros, pronto comprobaremos cómo nuestra mente va dejando de ser un contenedor de basura para convertirse en una vasija llena de buenos pensamientos. Pero la lectura espiritual no consiste solo en leer sobre cosas y personas espirituales. Consiste en leer espiritualmente, es decir, de una manera espiritual. Leer de una manera espiritual es leer deseando que Dios se acerque a nosotros. No es leer para dominar un saber, una información, sino para que el Espíritu Santo nos domine a nosotros. Es un dejar que Dios nos lea a nosotros a través de la lectura, y nos descubra quienes somos". (Henri Nouwen)

El amor y el dolor de partir / Autor: Henri Nouwen


“Cada vez que tomamos la decisión de amar a alguien, nos abrimos a un gran sufrimiento, porque los que más amamos nos ocasionan no solamente grandes gozos sino también grandes tristezas. El sufrimiento más grande es el de la partida. Cuando el hijo o la hija se van de casa, cuando el esposo o la esposa parte por un tiempo largo o definitivamente, cuando el amigo amado se va a otro país o muere, el dolor de la partida puede destrozarnos.

Sin embargo, si queremos evitar el dolor de la partida, nunca experimentaremos el gozo de amar. Y el amor es más fuerte que el temor, la vida más fuerte que la muerte, la esperanza más fuerte que la desesperación. Debemos confiar en que siempre vale la pena asumir el riesgo de amar”.
(Henri Nouwen)