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jueves, 4 de octubre de 2007

No invadir ni dejarse invadir / Autora: Carmen Pérez Rodríguez

No invadir, ni dejarse invadir. Esto requiere del silencio, que es expresión de libertad. No podemos vivir en un clima de ordeno y mando. En clima de avasallar con las miradas, con los juicios, con las interpretaciones, con las descalificaciones más o menos agresivas o cariñosas y llenas, como se dice, de “buena voluntad”. Invadir es estar convencido de que se sabe lo que el otro piensa y así pretender relacionarse, invadir es imponerse, invadir es estar convencido de que se puede preguntar todo y controlar todo, invadir es juzgar todo desde las propios paradigmas y así hacerlo sentir. Me ha hecho comprender mucho, una persona, esta enorme realidad del no invadir. No invadir ni desde la amistad y, evidentemente, nunca desde la enemistad, eso es arrasar, saquear. Porque desde la amistad, sin ninguna clase adjetivos, la amistad no requiere más “cualificación” que su mismo nombre, digo que desde la amistad, es mucho más fácil darse cuenta de que estamos invadiendo a la persona a la que decimos que queremos, porque no hay amistad sin verdad Necesitamos del respeto. Es lo más grande que podemos hacer en el trato de unos con otros. He realidad cuando una persona sufre, está en situación dura, difícil, la compasión, la lástima puede invadir. Lo que se requiere y no invade, es el respeto. El respeto implica libertad, comprender el tesoro que cada persona es y lleva en su interior, comprender su situación. En este silencioso respeto hay un clima de fecundidad, paz, interioridad y verdad necesario en el trato de unos con otros.

Con la invasión, en realidad la persona se queda a la intemperie, es despojada de lo que se le ha arrancado con violencia. Una casa que se invade se arrasa, se violenta, se viola. Es muy fuerte la expresión pero es muy real, hay veces que nos sentimos violados en nuestra intimidad, en nuestros sentimientos más hondos, en nuestros proyectos, hasta en nuestra espiritualidad. Es propio de una persona honrada, integra, verdadera no invadir, crear un clima de respeto, de silencio, en el que nos movemos, y existimos. El silencio no existe de por sí, existe solo en el corazón silencioso. Es como la paz, que solo existe en el corazón del pacífico. En el corazón que sabe escuchar, que deja ser, que sabe ver, admirar, comprender, hablar lo que precisamente el otro necesito. Sabe lo que realmente es ser persona, con su propia autoconciencia y autoestima, libre y responsable, Este silencio es descanso y plenitud, permite ser, no hace ruido, no desajusta, no inquieta y arremete, No causa agresión. La invasión, el nombre es gráfico, produce guerra. Guerra en el que invade y guerra en el que se deja invadir. Esta invasión, mala, que todos entendemos como tal, siempre es un problema de la propia personalidad, y casi siempre una inseguridad y acomplejamiento mal compensado, un sentimiento de inferioridad, de carencia de autoestima, en el fondo.

Parece una insignificancia esto de la invasión o no invasión pero es muy fuerte. La invasión es todo lo contrario de la paz, que dilata, expande, produce luz y es una maravillosa revelación del amor. Sí, la cara contraria de la invasión es la paz. Ser personas de paz, no de guerra porque invaden y arrasan. Mejoraríamos muchos si en nuestras relaciones ni invadiéramos, ni nos dejáramos invadir por nadie ni por nada. Porque no la invasión no es plenitud . Cuando una persona nos hace bien, nos produce libertad, deseos de lo mejor, despierta lo bueno que está en nuestro interior. Eso no es invasión.

La no invasión es como un desarme general, un desarme del egoísmo, de anhelos de posesión, de ambiciones, de envidias, de resentimientos. Ciertamente es distinto como decía al principio que venga de amigos, de personas que nos quieren, o de personas que no lo son. Es el respeto lo que tira de nosotros, lo que es un verdadero reclamo, lo que nos solicita, estimula, lo que nos hace caminar anchos y erguidos de proyecto en proyecto. El respeto como opuesto a la invasión nos espabila, nos despierta, nos ilumina. El respeto y no la invasión, es amor, es confianza, abrazo y calor que conforta y resucita en los malos momentos.

En realidad he contrapuesto a la invasión el respeto. Y es verdad porque no hay amor sin respeto, ni respeto sin amor. Al menos este respeto del que hablamos. Es el único camino para ir a uno mismo y a los demás. Y este camino siempre es el del “ahora”. Como decía Jesús: Levántate y anda. Ven y sígueme. Sin andar buscando causas para invadir en el ayer, ni prejuzgar el futuro. En este momento despertarse y abrirse de verdad al silencio sonoro, que decía San Juan de la Cruz, a la paz. En la invasión uno no puede admirarse, ni asombrarse, no hay pausa para ello. Es ahora que quiero vivirlo, en las circunstancias en que me encuentro. Dice Romano Guardini que en el respeto con que Dios nos respeta esta basada nuestra libertad.

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