jueves, 25 de octubre de 2007
La mujer que encuentra la moneda extraviada / Autor:José H. Prado Flores
Una de las tres parábolas de la misericordia, está representada por una mujer.
¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?: Lc 15,8.
Las mujeres solteras llevaban como diadema en su frente un collar con las monedas de su dote para el día de su matrimonio. Una mujer extravió una de estas dracmas que eran parte de su historia y una inversión para su porvenir. Su descuido fue muy grave, ya que no se trataba sólo de dinero, sino de aquello que no se puede comprar con dinero. En la fiesta con sus amigas gastará más que lo que valía su dracma.
Lo primero que hace no es llorar o quejarse. Emprende la búsqueda. Las casas de aquella época eran generalmente muy oscuras, sin ventanas; y hasta los animales entraban y hasta dormían dentro de ellas, por lo cual no siempre estaban muy limpias.
La mujer, antes que nada enciende la luz, porque de otra forma no podrá localizar su valiosa moneda. La luz ilumina los objetos que están a su alrededor. Cuando el resplandor se refleje en la moneda, entonces se le podrá encontrar, porque brilla. Nos podemos descarriar, pero no debemos perder “el brillo”, para que seamos encontrados más fácilmente.
Cuando el texto afirma que la mujer enciende su lámpara, se debe entender que ella la tenía, pero estaba apagada. Usa lo que tiene a la mano, pero hay que encenderla porque de otra manera no sirve para nada. Los Escribas y Fariseos tenían la lámpara de la Palabra de Dios y los profetas, pero desgraciadamente parece que no la tenían encendida, porque no se dejaban dirigir por ella, sino que preferían depender de sus tradiciones humanas y costumbres religiosas.
La mujer no maldice la oscuridad, sino que busca una solución. No se lamenta frente a la adversidad sino que la supera. Enciende la luz para ver claro. Este es el comienzo del remedio a cualquier problema.
Cabe en este momento interrumpir el relato para aplicarlo a nuestra realidad: Cuántas veces en nuestra vida disponemos de la luz, pero no la aprovechamos. Pudiendo ver claro, preferimos la penumbra de la confusión, o simplemente buscamos soluciones fáciles, pero temporales. Por otro lado, frente a una desgracia ¿encendemos la luz o la apagamos? Cuando alguien nos confía sus penas, ¿alimentamos su depresión contándole las nuestras, o abrimos la ventana para que se ilumine la dificultad? Cuando hablamos por teléfono o nos encontramos con un amigo ¿lamentamos qué mal está el mundo y acentuamos la inseguridad social, o dejamos una huella de esperanza, abriendo horizontes y desentrañando laberintos? Los faroleros apagan los faroles en las mañanas y los encienden cuando se aproxima la penumbra de la noche. ¿Nosotros somos de los que encendemos o apagamos la luz?
Si comparamos esta parábola con la de la oveja perdida, la oveja que se perdió tuvo gran parte de responsabilidad en su extravío. En cambio, la moneda se cayó por negligencia de la mujer. Si el pastor no reprochó a la oveja, la mujer no se castiga a ella misma con el peso de la acusación, sino que inicia una limpieza general. No se trata de barrer como ordinariamente lo había hecho. La gravedad de la situación actual exige un trabajo meticuloso y profesional. Sólo las mujeres son capaces de barrer con cuidado y delicadeza. Está dispuesta a limpiar la casa entera, sacando toda la basura, con tal de completar su tesoro, donde no puede faltar ninguna moneda.
Y la halla entre la basura. No tiene asco de meter sus manos entre la tierra y la mugre para entresacarla. Su afán por recuperarla está por encima de todo. Se enloda las manos con tal de recoger la moneda revolcada entre la suciedad. Luego, sin duda, la limpia de toda escoria para devolverle su brillo original y la coloca en su collar. Ahora sobresale entre las otras monedas por su brillo. Es la moneda más hermosa de todas.
Si la oveja se escapó y el pastor no tenía la menor idea en dónde buscarla, la mujer está segura de que su moneda se encuentra en el interior de la casa. Es factible extraviarnos en las cosas de Dios. No es necesario desbarrancarnos por los caminos del pecado. Podemos proclamar: “Señor, Señor”, hacer milagros y profetizar en su Nombre y, sin embargo, estar perdidos. Nos extraviamos en la viña cuando nos interesa más el trabajo en el viñedo que la relación con el viñador.
Conclusión
No olvidemos dónde está el centro de la parábola: identificarnos con la mujer. El acento de este ejemplo no es el objeto perdido, sino la mujer que busca cuidadosamente. ¿Serías capaz de encender la luz en vez de maldecir la oscuridad? ¿Estarías dispuesto a emprender una limpieza general, con tal de encontrar la dracma? ¿Vencerías el asco para rescatar la moneda que se encuentra en la inmundicia? ¿Estarías dispuesto a gastar más en la fiesta por haber encontrado la dracma, que el valor de ésta?
Pero la conversión no es la meta del cristiano, sino la transformación: llegar a reproducir las actitudes tanto del pastor como de la mujer: arriesgar sin límites y cargar el peso de las heridas de los demás, así como ser capaz de una limpieza general y luego meter nuestras manos a la basura para rescatar al extraviado. Lo más importante es identificarnos con el pastor y con la mujer.
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