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viernes, 19 de octubre de 2007

El pecado que Dios denuncia con más fuerza es la hipocresía / Autores: Conchi y Arturo


En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehena; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos. Lucas 12, 1-7.

Jesús siempre habla con coherencia y a la luz. Por eso dice el Evangelio que "miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros". Cristo se dirige a todos pero especialmente a sus discípulos que eviten la hipocresía. El Hijo de Dios enseña a mostrarse ante los demás como uno es. Él desea que sus discípulos no se atribuyan en las cosas que realicen los méritos. Jesús muestra que Él sólo hace ante la gente la Voluntad de Dios, lo que su Padre Celestial desea.

La hipocresía consiste en el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Esa actitud es pecaminosa y como el carcoma para el crecimiento de cualquier comunidad cristiana. Por eso dice Cristo: "cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados".
Jesús que es la Luz del mundo proclama que las actitudes hipócritas son fruto de la oscuridad, de quienes no siguen la voluntad de Dios y desean con sus palabras destruir a los demás.

Las miles de personas que estaban escuchando a Cristo lo hacían por decisión propia, libremente. También es un acto profundo de la libertad elegir ser discípulas de Jesús y para ello señala una actitud que debe ser desterrada de nuestro corazón: la hipocresía. Cuando ella mora en nosotros nos incapacita para instaurar el Reino y nos aleja del Camino, la Verdad y la Vida. El Hijo de Dios sabe que en su Cuerpo que es la Iglesia, siempre habrá personas que opten por la hipocresía y que serán como lobos vestidos de corderos. San Pablo lo escribe con claridad:

Tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos. (2 Tim 3, 5.)


Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre. (Col. 3, 8-17.)


El Evangelio de Mateo también nos instruye con ejemplos claros de actitudes hipócritas:

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.

Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos
a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. (Mateo 6, 1-16.)


Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 5)


¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo:
Este pueblo me honra con los labios,pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.(Mateo 15, 7-9)


La hipocresía es una actitud pecaminosa que se asienta en nuestro corazón cuando queremos sobrevivir materialmente y siendo bien mirados por los hombres. Por eso Jesús afirma que no hay que tener miedo de quien sólo puede matar el cuerpo, las cosas materiales. Las palabras hipócritas que otros han pronunciado sobre nuestra persona nos pueden producir tristeza, depresión e inseguridad, cuando no dejamos todo en las manos de Dios.

Que Padre tan misericordioso tenemos que tiene contados todos nuestros cabellos. Dios desea librarnos de ser hipócritas y de ser víctimas de las habladurías de otros. Para ello sólo nos pide que asentemos un deseo profundo de Verdad en nuestro corazón. La única Verdad inmutable es la Palabra de Dios. Si la ponemos en práctica y pedimos al Espíritu Santo que nos asista en el nombre de Cristo, la Verdad permanecerá en nosotros y seremos luz para el mundo, testigos auténticos que construyen el Cuerpo de Cristo, la comunidad Cristiana, la Iglesia.

Hace pocos días una persona nos comentó que un compañero de trabajo había alabado a otro ante el jefe y los demás. Después, una compañera, poniendo verdad exclamo: "tú hablabas el otro día por teléfono y te escuche decir con claridad que no querías trabajar con este compañero. ¿Por qué pues mientes públicamente? El protagonista de esta historia real se quedó mudo y temblando. No sabía que decir al sentirse descubierto. No contaba que alguien podía oírle cuando hablaba mal, en la oscuridad, y ser sembrador de verdad.

Estábamos tomando café en un bar. Dos trabajadores están desayunando. Hay muy poca gente y escuchamos aún sin quererlo toda la conversación. Están debatiendo sobre una llave que les ha dado el jefe para todos los empleados del local de la empresa. Uno es partidario que el jefe haga una llave para cada trabajador, puesto que su tarea implica entrar y salir del centro laboral. El trabajador que custodia la única llave que existe se va al lavabo. Al cabo de unos minutos, el compañero que se queda desayunando también va al servicio y escucha como su camarada esta contando al gente la conversación por teléfono. Eso le indigna y lo saca de sí y empieza a gritar. El que se ha sentido descubierto se excusa diciendo que es el jefe quien lo ha llamado. No sabe como salir del embrollo y la relación entre ambos compañeros queda dañada ante la estupefacción de los demás.

Conocemos una mujer, que por estar herida desde la infancia en varías áreas de su emocionalidad y afectividad, siempre se comparaba ante los demás con su esposo. Cuando a ella le parecía bien lo que hacia el marido ante los demás, era algo que habían pensado los dos. Si alguna cosa le parecía inadecuada siempre decía a los demás en presencia y ausencia del marido que debía haberse todo de la forma que ella decía. El matrimonio se rompió y separó. Los dos eran personas de fe.

La hipocresía, el pecado que Dios denuncia con más fuerza, también es el menos admitido; por eso el predicador del Papa alertó de sus peligros y brindó herramientas para contrarrestarlo, algo que beneficiaría a toda la sociedad. El predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. se refirió a este tema en las primera de las charlas cuaresmales realizadas este año 2007.

Propuso reflexionar sobre ésta: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios», y aclaró equívocos. Remitiéndose al Evangelio, «lo que decide la pureza o impureza de una acción es la intención: si se hace para ser vistos por los hombres o para agradar a Dios», apuntó.

Y es que «en realidad la pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar a todas las virtudes, para que sean de verdad virtudes y no “espléndidos vicios”»; por eso «su contrario más directo no es la impureza, sino la hipocresía», señaló el padre Cantalamessa.

Y ese es el pecado que denuncia con más fuerza Dios a lo largo de toda la Biblia, porque con la hipocresía «el hombre rebaja a Dios, le sitúa en el segundo lugar, colocando en el primero a las criaturas, al público», prosiguió.

De manera que «la hipocresía es esencialmente falta de fe» -recalcó-, pero también «falta de caridad hacia el prójimo, en el sentido que tiende a reducir a las personas a admiradores».

«Nunca se habla de la relevancia social de la bienaventuranza de los puros de corazón», pero «estoy convencido –manifestó el padre Cantalamessa- de que esta bienaventuranza puede ejercer hoy una función crítica entre las más necesarias en nuestra sociedad», pues «se trata del vicio humano tal vez más difundido y menos confesado».

Se traduce en llevar dos vidas: una es la verdadera, la otra la imaginaria que vive de la opinión, propia o de la gente; se traduce, según el religioso, en la cultura de la apariencia, en la tendencia que tiende a vaciar a la persona, reduciéndola a imagen, o a simulacro.

El padre Cantalamessa hizo hincapié en que la hipocresía acecha a las personas religiosas por un sencillo motivo: «donde más fuerte es la estima de los valores del espíritu, de la piedad y de la virtud, allí es más fuerte también la tentación de ostentarlos para no parecer privados de ellos».

Pero existe «un medio sencillo e insuperable para rectificar varias veces al día nuestras intenciones», propuso el predicador de la Casa Pontificia; nos lo dejó Jesús en las tres primeras peticiones del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad».

«Se pueden recitar como oraciones, pero también como declaraciones de intención: todo lo que hago, quiero hacerlo para que sea santificado Tu nombre, para que venga Tu reino y para que se cumpla Tu voluntad», añadió.

«Sería una preciosa contribución para la sociedad y para la comunidad cristiana si la bienaventuranza de los puros de corazón nos ayudara a mantener despierta en nosotros la nostalgia de un mundo limpio, verdadero, sincero, sin hipocresía -ni religiosa ni laica-, un mundo donde las acciones se corresponden con la palabras, las palabras con los pensamientos y los pensamientos del hombre con los de Dios», concluyó.


Debemos aceptarnos como estamos en cada momento y no intentar proyectar en los demás cuanto nos acontece. Hay que presentarse ante el Señor en oración cada día con nuestros sentimientos, para que Él nos libre de la hipocresía. Oremos con este texto de Sabine Naegeli

Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar
sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular
y tengan la fuerza de bendecir y consolar.

Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad
y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie
para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.

Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.

Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.

Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.

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