Dice el Profeta Oseas: "La llevaré al desierto, le hablaré al corazón... recordaremos nuestro amor primero".
Es bueno recordar la "voz" del Señor que nos movió a iniciar este camino.
Era una llamada invitándome a tener una historia especial con Él. A buscarlo, consagrando todo mi ser al Señor, al Evangelio y al Reino.
Era la invitación a seguir de cerca de Jesús, de una forma radical; era la invitación a vivir el evangelio hasta las últimas consecuencias.
Y por esto me pregunto: "¿porqué, Señor, por qué me llamaste a mí, precisamente a mí? ¿Qué viste en mí, Señor, que te movió a llamarme, a escogerme? ¿Qué plan de amor pensaste para mi vida? Y hoy, ¿te hace feliz mi respuesta?".
Son preguntas necesarias para revivir el don de Dios que es la vocación.
Nuestra oración consistirá fundamentalmente en dialogar con el Señor sobre la llamada para recordar "nuestro amor primero".
La historia de cada una de nuestras vidas, la historia de nuestra vocación es, desde la fe, una historia de amor, del amor gratuito y generoso del Padre.
Son diversos los caminos que el Señor ha empleado para hacernos oír su voz: "En cuanto descubrí que existía Dios, comprendí que sólo podía vivir buscándolo".
Entre nosotros, en nuestras comunidades, habrá quienes se han sentido atraídos por lo absoluto de Dios y por la necesidad irresistible de vivir la plena y total comunión con Él, de consagrar todas las energías de la vida a buscarlo y a anunciarlo.
Otros han encontrado de modo concreto la persona de Jesús en su vida. Literalmente Jesús se ha apoderado de su corazón después de cruzarse en su vida...
Empiezan a percibir el presentimiento de que un día deberán abandonarlo todo para seguirle sin reservas. Y así lo hicieron, o así lo he hecho.
Otros han descubierto la necesidad, la miseria, la enfermedad, la soledad, la marginación, la incultura o la pobreza en los hombres, en los niños ... y a partir de este descubrimiento Dios hace nacer en su corazón el deseo de dedicar la vida a remediar, desde una consagración, estas carencias de los hombres, mujeres, hermanos.
Hay también quienes ya caminaban con Cristo pero de forma más bien solitaria o, quizá, marginada, desconocida, de incógnito. Y han sentido la necesidad de apoyarse en unos hermanos concretos y entrar en una "escuela espiritual" que alimente, apoye, proteja y favorezca este camino.
Otros, finalmente, han descubierto al Señor y al evangelio y han visto en ellos el único sentido de su vida. Y con una gran disponibilidad de corazón se han entregado al Señor para vivir con Él, hablar con Él, gozar de Él y ser testigos y profetas vivos del Señor que vive...
Cada una de nuestras vocaciones tiene una historia concreta: Dios se ha servido de personas, de acontecimientos, de circunstancias intranscendentes, aparentemente.
Todo ello constituye el hilo conductor con el que el Señor va tejiendo nuestra pobre y pequeña historia.
Mirando hacia atrás, es hermoso ver la mano de Dios, el Amor de Dios guiando con amor los pasos de nuestra vida.
Por esto, ahora, en este tiempo de Dios, en el diálogo orante con el Señor, yo te invito a preguntarte ante Él y en diálogo con Él: "Señor , ¿qué fue lo que me movió a decirte que sí?".
Pregúntale también, pregúntate a ti mismo, "¿Qué fuerza tiene hoy en mí mi "sí" del primer día?".
Es necesario dedicar un largo rato a recordar ante el Señor nuestro "amor primero" que siempre es nuevo cuando es un amor fiel. Como el olivo, que podrá tener un tronco centenario mientras que sus hojas siempre son nuevas.
No es una vuelta narcisista al pasado. Es importante recordar el comienzo como un punto de referencia ineludible. Y más aún cuando, con frecuencia, se da en nosotros una desviación del objetivo central de nuestra vida. Por esto, encierra una gran sabiduría el apotegma de San Antonio: "Cada día me digo: hoy comienzo".
BUSCAR Y ENCONTRAR
Cada uno de nosotros podría decir: "He oído su voz y me he decidido a buscarle".
Nuestra vida es un camino de oración y servicio, de trabajo y entrega, de tensión y distensión, de lucha y descanso.
Pero detrás de todo ello, como alma que da vida a todo, está el deseo de buscar y encontrar a Dios, de vivir a Dios, de vivir para Él, de Él y con Él.
Por ello quiero proponerte una serie de pequeños pensamientos para orar serenamente a los pies de Jesús:
Buscar a Dios consiste en dejarse amar por Él, permitir que Él posea tu vida, que Él sea el dueño de tu historia.
Buscar a Dios consiste en penetrar plenamente y sin miedo en su misterio y dejar que
Él penetre todo nuestro ser sin ponerle, por nuestra parte, ninguna clase de condición.
Quien busca a Dios de verdad comienza por olvidarse de sí mismo.
Vive dejándose llevar por Dios, en una actitud de disponibilidad total y de servicio a los hermanos.
El que desea encontrar a Dios lo busca por el camino del silencio, necesita tiempos, espacios de silencio.
No se hace notar, no quiere hacerse ver en nada. Camina, trabaja, lucha. Vive sin ostentaciones. Sin embargo, siempre tiene una palabra humilde de aliento para el hermano.
El tener en tu vida espacios de silencio y de oración para buscar a Dios explícitamente se convertirá en una necesidad para ti. Pero no olvides que no podrás callar ni hacer silencio para buscar a Dios si no has aprendido en la escuela del silencio a escuchar a tus hermanos.
Buscar a Dios es estar dispuesto a dejarte encontrar por Él, a permitir que su luz invada todos los rincones de oscuridad que haya en tu vida y que su amor siembre de comprensión, misericordia, bondad tu vida de relación y de servicio a los hermanos.
Buscar a Dios consiste en recordar que la Iglesia necesita de tu servicio, de tu trabajo apostólico, pero que también necesita de tu vida consagrada y centrada en Dios.
Si tu vida es una búsqueda de Dios, cuando hables de Él en tu servicio apostólico, no lo harás "de memoria". Hablarás, en cambio, de alguien a quien conoces, con quien hablas, convives... y a quien amas de verdad.
Buscar a Dios consiste en mantener vivo el deseo de Él. Di con toda tu fuerza:
"Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma tiene ansia de ti,
mi carne tiene sed de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua".
"Como suspira la cierva por los arroyos de agua,
así mi alma te busca a Ti, Dios mío".
"Es necesario que yo disminuya para que El crezca en mí".
Si buscas a Dios en verdad, descubrirás que necesitas ser pobre y sencillo en tu oración: irás a Él con la convicción de que está, de que te espera... y te limitarás a decirle: "Aquí estoy, Señor, a tu disposición". En tu tiempo de oración de hoy, díselo, repítelo con amor: "Aquí estoy, Señor, a tu disposición".
Para buscar a Dios es necesario que seas pobre, pobre de alma; has de dejar el equipaje que sobra y estorba, has de huir de todo lo que sea cobijo de tu egoísmo; deja también tus miedos, tus mediocridades, tu indolencia... pero sobre todo, deja a un lado tu temor al "¿qué me puede pedir el Señor?". Esta pregunta que tantas veces nos hacemos y que muchas veces condiciona, inconscientemente, nuestra entrega.
Buscar a Dios, buscarle, es amarle. Y para amar de verdad es necesario darse, abrir todas las puertas, estar dispuesto a todo con tal de complacer a quien amas. Es necesario que dejes libre tu corazón. Es una pena que una mezquindad limite el alcance de tu amor.
Buscar a Dios consiste en mantener viva la ilusión por conocerlo cada día más y estar dispuesto a dar tu vida por Él... a dar cada día algo nuevo de ti mismo para poderlo conocer, para poderte identificar con Él.
Buscar a Dios es vivir en su presencia. Reconocer sus pasos en la vida de cada día, su rostro en el de tus hermanos. Y al mismo tiempo consistirá en dejarte llevar, de verdad, por los criterios de Cristo hasta poder decir que tus palabras son las que el Señor espera de ti; que tus pasos son los que daría Cristo, que tu manera de mirar, amar y relacionarte con los hermanos equivalen a los que tendría Cristo.
La búsqueda del rostro del Señor la iniciamos cuando tomamos conciencia de la mirada de amor de Dios sobre nosotros. Es nuestra respuesta. La conciencia de sentirte y saberte mirado con amor por Dios es la base toda vida de entrega.
Pero no olvides que Dios te hizo libre y quiere "mendigar" tu consentimiento a su amor creador. Quiere buscarte dejándose buscar por ti.
Buscar a Dios es aceptar y desear ser conocido por Él. Abrir las puertas de la vida para dejar que la luz de su amor te inunde. Es ofrecer al Señor todo lo que tienes y todo lo que eres, en un movimiento interior de alabanza y acción de gracias tan fuerte que, después, pueda quedar plasmado en la vida.
Para acabar este tiempo de meditación, quiero recordar unas palabras de San Gregorio de Nisa: "Encontrar a Dios consiste en buscarlo sin cesar". En efecto, no son dos cosas distintas el buscar y el encontrar. Sino que el premio de la búsqueda está en la misma búsqueda. Así se ve satisfecho el deseo del alma aunque permanezca insaciable ... pues "ver a Dios" es no estar nunca satisfecho de desearlo.
A causa de la trascendencia de los bienes que descubre el alma, a medida que progresa, tiene la impresión de sentirse en el inicio de la ascensión. Y es porque el Señor repite: "Levántate" a aquella persona que ya está levantada; y "ven" a quien ya sale al encuentro; y aquel que corre hacia el Señor nunca tendrá espacio suficiente para correr.
Así, aquel que busca no se detiene nunca, y va de comienzo en comienzo, a través de comienzos que nunca tienen fin.
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