domingo, 28 de octubre de 2007
“Estaba en la cárcel, y vinisteis a verme…” / Autor: Benjamin Cieply, L.C.
Hace treinta años, cerca de quinientas personas poblaban la zona maya de Cancún, en México. Hoy, más de un millón de habitantes pasean por las playas blancas, trabajando en los hoteles y restaurantes. Pero entre el éxito de este nuevo atractivo turístico, también creció el crimen y… la necesidad de una cárcel local.
En C.E.R.E.S.O, la cárcel de Cancún, se encuentran unos de los cien criminales más notorios de la región. Entre ellos hay ladrones, vándalos, asesinos, etcétera, pero todos necesitados de amor.
El año pasado, un católico de Cancún, al reflexionar sobre las palabras del Evangelio según san Mateo “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” sintió la necesidad de aplicarlo. El señor Ruvalcaba no sabía qué tipo de reacción encontraría ahí. Simplemente quería asegurarles que no importaba qué crimen hubieran cometido, pues Dios les amaba; aún podían encontrar en el horizonte la reconciliación y la esperanza.
En una ocasión invitó a que los presos se reunieran juntos, y allí les preguntó:
“¿Cuántos de ustedes han sido insultados?” Unos cuantos alzaron sus manos, y les respondió: “Cristo también”. De nuevo les preguntó, “Y ¿cuántos de ustedes han sido empujados o escupidos en la cara?”. Nuevamente, algunas manos levantadas, seguidas de la misma respuesta: “Cristo también”. Finalmente preguntó: “¿Y cuántos han sido encarcelados?”. Esta vez, todos alzaron sus manos, y el Señor Ruvalcaba exclamó: “¡Cristo también!”.
Y sentenció: “Cristo era inocente y, sin embargo, experimentó el sufrimiento de uno castigado por sus crímenes. En este sentido, Cristo se hace cercano incluso a los peores criminales”.
En otra ocasión el señor Ruvalcaba dio a cada uno de los presos un pergamino, envuelto y atado con un listón dorado, representando una carta de Dios. Cada carta era personalizada y buscaba ayudar a los presos a reflexionar sobre el valor de Dios en sus vidas. A cambio, el señor animaba a los presos a escribir una respuesta. Éstas fueron algunos de esos “gritos” elevados al cielo:
Carta num. 1 –
“Padre, siento la necesidad de saber de Ti porque Tú sabes todo de mí, pues Tú me creaste, cada vez que escucho de Ti, más quiero conocerte, enséñame tus caminos, enséñame a amarte igualmente. ¡No permitas que me pierda o que me aleje de Ti!
Carta num. 2 –
“Ahora comprendo que me has traído a esta cárcel para darme cuenta que la verdadera cárcel estaba en mis malos pensamientos y errores que cometía, haciendo daño al que me quería. Es por eso Padre que te pido que me perdones mis errores y mis equivocaciones, he llorado porque te he hecho sufrir y no quiero seguirte lastimando”.
Carta num. 3 –
“Sabes Papi, te extraño mucho, Te necesito mucho, perdóname por ser muy pecador, me arrepiento de todos mis pecados, Papi. Perdóname por ser muy pecador. Papi ayúdame te lo pido mucho, perdóname por toda la maldad que hice. Papi daría todo, pero todo, haz mi vida para entregártela a Ti, Todopoderoso”.
Información tomada de un testimonio personal, mayo de 2007. El Señor Rodolfo Ruvalcaba es voluntario de un apostolado en Cancún que se llama «La ciudad de la alegría».
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