lunes, 22 de octubre de 2007
La Constitución dogmática “LUMEN GENTIUM” / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
INTRODUCCIÓN.
En la Constitución Lumen Gentuim, la Iglesia se ha propuesto declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal. En este breve informe, se abordará este documento magisterial desde una visión global, entregando algunos elementos de su estructura que nos ayuden para que el acercamiento a él, sea lo más sencillo posible y a su vez se compartirán algunos comentarios a algunos números que nos hablan del concepto de Santidad que nos aporta este concilio.
Siento que antes de acercarnos al documento propiamente y antes de seguir en la lectura de este comentario, es muy necesario realizar una mirada retrospectiva en la historia de nuestra Iglesia. Situarnos en todo el ambiente que rodeó la realización del Concilio Vaticano II, los conceptos que hasta ese momento se manejaban en nuestro lenguaje, en nuestra enseñanza y en nuestra vida de cristianos. Sin hacer este recorrido previo por la historia, no se podrán reconocer los aportes del este Concilio en el pensamiento de la Iglesia, ya que será muy probable, que para las generaciones post-conciliares, este documento, y otros más, no signifiquen aportes sustanciales a nuestras vidas y conocimientos.
Como un breve anticipo, y con esto fundamento el enfoque de esta reflexión, lo que me llamó la atención del documento en cuestión, fue el gran cambio de visión en el concepto y la vivencia de la Santidad, vista ahora, no como algo distante, inalcanzable, sino como algo mucho más cercano, que lo vivimos en nuestra práctica del amor cotidiano, como se acercó a la realidad algo que parecía tan ajeno a ella.
Reconociendo de antemano lo complejo y árido que puede llegar a ser la lectura de la L.G., creo poder hacer un pequeño aporte para que esta lectura pueda hacerse un poco más accesible y cercana.
BREVE RESEÑA Y ESTRUCTURA DEL DOCUMENTO.
El Concilio Vaticano II se desarrolló entre los años 1962 y 1965 y el documento de la Lumen Gentium se elaboró entre la primera y la tercera sesión. Juan XXIII, al convocar al Concilio pidió propuestas de temas. Uno de ellas fue un documento sobre la Iglesia.
La forma de trabajo era reunirse cada año desde el 08 de septiembre al 08 de diciembre. Una comisión presentaba los documentos que eran estudiados por los padres conciliares.
Luego de varias propuestas, el día 24 de noviembre de 1964, este documento magisterial (L.G.) fue aprobado casi por unanimidad.
Para obtener una visión general de este documento, podemos decir que, a lo largo de sus 8 primeros capítulos se pretende dar respuesta a la Naturaleza y la Finalidad de la Iglesia. Luego, se le adhieren dos decretos más, uno sobre el Ecumenismo y otro sobre las Iglesias Orientales, los cuales le dan la integridad necesaria para ser “Luz para los Pueblos”.
ALGUNOS CONCEPTOS IMPORTANTES.
De una forma muy global intentaré dar una definición de algunos términos que están presentes en la L.G. que me llamaron la atención, y que algunos a simple vista, no están explícitamente graficados en él.
Misterio. (Manifestación progresiva)
.En el contexto bíblico, la palabra Misterio se entiende como el plan salvador de Dios, preparado desde toda la eternidad, el cual se resume en Cristo encarnado que en su Cuerpo y en su Cruz reúne todo, manifestando el amor de Dios y la reconciliación de toda la humanidad.
Eclesiológicamente le podemos llamar a la Iglesia Misterio, porque es el lugar donde se manifiesta, se revela a la humanidad el plan de salvación de Dios. Lo característico de este misterio, no es lo oculto, sino lo propio de una verdad que revela progresivamente, con el paso del tiempo y de las experiencias, es algo que solo podemos entender retrospectivamente. Este misterio quiere acentuarnos que el plan salvador de Dios no es inmediato, no lo podemos comprender rápidamente, reconocemos su paso por nuestras vidas, pero no son más que eso, pasos, marcas, que nos invitan a estar atentos a una nueva manifestación. La L.G. describe a la Iglesia-Misterio, como la concretación del plan de Salvación.
Sacramento. (Signo, instrumento, medio eficaz)
La Iglesia es en Cristo como un Sacramental. La Iglesia en Cristo ilumina y en Cristo es Sacramento. Señala y concreta la unión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí.
Para entender esto, debemos tener en cuenta lo siguiente: El Primer Sacramento en la Iglesia es Cristo, pero para que Cristo se manifieste, necesita de la Iglesia, por ende, la Iglesia es un medio necesario, no es un fin. El único fin es manifestar el reino de Cristo.
Decir que la Iglesia es como un Sacramento, es reconocer que la Iglesia es signo o instrumento de comunión entre Dios y los hombres.
Comunión. (Participación de algo en común.)La Iglesia es Sacramento de comunión. Es el espacio donde nos sentimos congregados bajo un mismo Espíritu, reconociendo nuestras diferencias. Es una unión especial en donde cada uno aporta desde su propia realidad y experiencia, así como la imagen de la Vid y los sarmientos, todos estamos unidos por un mismo tronco (Cristo), pero somos distintas ramas (nosotros). Es Unidad, no Uniformidad.
El documento nos aporta las siguientes ideas: Comunión de los fieles: entiende como algo fundamental en la Iglesia la igualdad de todos por medio del Bautismo, por él nos integramos todos a la misma Iglesia y dentro de ella compartimos todos la misma unión en Cristo.
Comunión de las Iglesias: se acentúa la aceptación y la comunión con otras Iglesias particulares (cristianas) por la unión Universal (que no es unión Plena).
Comunión de la Jerarquía: por el ministerio cetrino nos mantenemos todos los miembros de la Iglesia en Unidad. Es el reconocer que necesitamos de alguien concreto que nos guíe, oriente y pastoree.
Comunión Abierta: es la invitación a dialogar y relacionarnos con el mundo, desde el amor y la solidaridad. Es aceptar la invitación de ser signos del reino para todo el mundo, no es para un grupo selecto.
SANTIDAD SEGÚN LA L.G.
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El capítulo quinto del documento, hace un análisis exclusivo al tema de la santidad y sus diversos, el cual me parece personalmente interesante destacar. Comienza este capítulo, entregándonos a groso modo la idea de que todos estamos llamados a ser Santos. Ser Santos como Cristo fue Santo, no significa solamente ser devoto, religioso, piadoso o rigorista, es mucho más que simples actos externos. Es una actitud de vida. Es una llamado que Dios nos hace (vocación) y es con nuestra vida concreta y cotidiana que nosotros le respondemos. En este mismo número el documento pone las bases de la existencia de la Santidad en la Iglesia Católica, que aunque el concepto católico no aparece explícitamente en este número, lo podemos interpretar debido a la explicación de la santidad en su sentido Universal, tanto dentro de la jerarquía de la Iglesia, como en el mundo de los fieles, ya que en ellos el Espíritu Santo se manifiesta depositando semillas y recogiendo frutos de caridad
Posteriormente el documento nos quiere aclarar más detalladamente y con una explicación muy lógica el origen y el por qué de esta invitación a ser Santos. Nos pone nuevamente como referente a Cristo, el Maestro y Modelo de Perfección. Es decir, nosotros debemos seguir a Cristo en sus enseñanzas y en sus obras, debemos no solamente hacer lo que Cristo hizo, sino también, como lo Él lo hizo. El por qué de esta invitación, se radica en el Bautismo, es en este Sacramento que compartimos la Naturaleza de Divina, y es por esto que debemos cuidar y potenciar este gran regalo a lo largo de nuestra vida.
Es desde este número 40 como se fundamenta el número siguiente, que nos habla de los diversos estados de vida en que se puede ejercitar esta vocación a la Santidad. En este número se va describiendo gráficamente, como los obispos, los presbíteros, los diáconos, los clérigos, los cónyuges, los solteros, los enfermos y pobres, pueden alcanzar a vivir la Santidad desde sus diversas realidades. Me llama profundamente la atención como se integra y se describe la vivencia de la santidad para los laicos. Creo que este ha sido uno de los grandes pasos que se ha dado en el pensamiento de nuestra Iglesia, por ende, ha sido uno de los grandes aportes de este Concilio Vaticano II, ya que en otros documentos, también se resalta fuertemente la presencia y participación activa de los laicos en la Iglesia[ En este número solo les quiero compartir una simple percepción. Siento que aún existe una buena cuota de clericalismo en nuestro medio, el cual dificulta una mayor integración y participación activa de los laicos en nuestra Iglesia, aunque en muchas ocasiones esta es una responsabilidad compartida, entre nuestra jerarquía y el pueblo de Dios, ya que a ellos, en ciertas ocasiones se les brindan los espacios y no los han sabido resguardar y aprovechar. Este mismo capítulo culmina, con un tono de reconocimiento y también de exhortación, sobre la vivencia de la caridad, dirigida explícitamente a quienes la han querido vivir de una forma más radical abrazando como horizonte de su vida los Consejos Evangélicos. Es una bonita ilustración sobre la esencia de la vivencia del Amor, resumida en los tres ámbitos que abarcan nuestra integridad de personas.
CONCLUSIÓN.
Son tres las ideas que me quedan después de elaborar este informe con respecto a la santidad. La primera es como nosotros a pesar de nuestra humanidad frágil, vulnerable, pecadora, estamos siendo cooperadores de la voluntad de Dios y de la construcción de su reino. El pensar esto, ser cooperadores de Dios, me evoca fuertemente uno de los principios de nuestra espiritualidad franciscana, el ser Instrumentos de su bondad, de su justicia, de su misericordia, de su consuelo.
Lo segundo es que siento que la Santidad es una invitación concreta que Dios nos hace para ser mejores personas, para relacionarnos de mejor forma, para llevar a cabo una forma distinta nuestro diario vivir. El Señor nos dice: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn. 15,12). Esta invitación nos propone el vivir la Compasión, la Misericordia y la Humildad.
Somos Humildes cuando nos aceptamos ser pobres, limitados, frágiles, carentes y no lo somos, cuando pensamos ser alguien superior, ya sea por nuestra condición social, económica, política, cultural o religiosa.; cuando nos juzgamos mejores que los demás. Somos misericordiosos cuando hemos vivenciado profundamente la misericordia que proviene de Dios hacia nosotros, al descubrirnos pobres y débiles y no lo somos cuando dejamos reinar en nosotros los prejuicios, la indiferencia, el pesimismo. Somos compasivos cuando somos capaces de acercarnos con sincero corazón al que sufre, al necesitado, al enfermo, y no lo somos cuando aislamos a nuestros hermanos, cuando los dejamos solos en sus dificultades, cuando no nos interesa lo que le pasa, lo que siente, lo que vive.
Lo tercero que pienso es, que la santidad al ser una invitación de Dios, es una invitación que no se piensa, ni se vive en un pasado o un futuro, solo le pertenece al presente. Es decir, Dios nos invita a ser Santo como Él es Santo, nos invita a amarnos mutuamente, pero en nuestro tiempo, en una realidad concreta y específica. En muchas ocasiones nosotros pensamos que podríamos haber logrado la Santidad en tiempos pretéritos, cuando existían otras formas de vida religiosa y consagrada, cuando eran otros los parámetros y las inquietudes de la época y no reconocemos que Dios se encarnó en un tiempo concreto y que su palabra se hace actual en nuestra realidad. También solemos creer que seremos Santos cuando seamos mayores, cuando tengamos más tiempo para rezar, cuando vivamos más tranquilos, sin las actividades cotidianas. En ambas aspiraciones siento que perdemos el horizonte. La Santidad como tal, es una invitación de Dios para vivirla ahora, en el presente, con la conciencia que Dios nos ama por sobre todas las cosas y sin condiciones, nos ama con nuestras imperfecciones, debilidades, limitaciones, flaquezas y nos invita a amar con toda esta realidad, nos invita a hacer el bien hoy día, no ayer ni mañana, nos promueve a servir ahora y a amar ahora, en el presente, a pesar de nuestras limitaciones, ya que estas son parte de la humanidad, de la Iglesia y de la condición de discípulo, que sigue a su maestro para aprender, para mejorar, para crecer.
En síntesis, la Santidad para mí, no es algo que se alcanza al final de nuestra vida, por nuestros propios méritos. No es el resultado de la suma de los buenos actos realizados en la vida, es mucho más desafiante que una simple meta a alcanzar. La Santidad es una invitación constante, un proceso de descubrimiento del amor de Dios en nuestra vida. La Santidad es una forma de vida, a la que todos estamos llamados y que debemos seguir.
Por último, me gustaría terminar con las mismas palabras que utiliza el documento para cerrar el número 42: “Todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio de circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos incluso en una servidumbre temporal, la caridad con que Dios amó al mundo”.
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