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jueves, 25 de octubre de 2007

Todo es don / Autor: P. Jesús Higueras


Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este acoge a los pecadores y come con ellos."
Entonces les dijo esta parábola.
"Un hombre tenía dos hijos;
y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda.
Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
"Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.
Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
Y, levantándose, partió hacia su padre. "Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.
"Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano."
El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"
"Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."

Lucas 15, 1-3, 11-32

Desde pequeños, nos hemos acostumbrado a escuchar la parábola del hijo pródigo sin cuestionarnos su título, sin embargo, muchos hoy en día, están de acuerdo en que deberíamos cambiárselo por el de “La parábola del padre bueno”. Porque si hay algo que nos llame la atención, no es el hijo pródigo en el que tantas veces nos vemos reflejados cada uno de nosotros, ni siquiera en ese hermano mayor que representa un tipo de religiosidad un poco ajada y ritualista. Sobre todo, lo que sigue llamando la atención, es la figura del padre, que a pesar de que su hijo se marcha, haciendo daño y dejando heridas abiertas, siempre está con los brazos abiertos, aún a riesgo de parecer tonto. De hecho, en la parábola, al verlo de lejos, se conmovió, echó a correr, se le tiró al cuello y le llenó de besos. Así expresa Jesús el gozo y la alegría de Dios, su ternura y absoluto amor por sus hijos.

Creo que los dos hermanos coinciden en algo: ninguno de los dos valora a su Padre ni se dan cuenta del gozo que supone vivir con Él. Por eso, el pequeño se marcha y el mayor se aburre, dos actitudes que debemos cuidar para que no se hagan realidad en nuestra vida espiritual.

En el fondo, ninguno supo vivir el amor agradecido que define a todo buen hijo, y especialmente a los hijos de Dios. Dicen que a todo nos acostumbramos cuando se hace reiterativo, pero la lucha constante del cristiano debe incidir en saberse hijo de Dios y vivir como hijo de Dios, sin acostumbrarse a ese misterio de entrega, de donación, de regalo que es Dios. Porque Dios es el gran regalador. Todo nos lo ha regalado: la fe, la vida, los hijos, los hermanos, la salud, el poder reír, pensar... También nos regala el poder convertir el dolor y el sufrimiento en escuela de amor y en motivo de crecimiento, porque, “Todo es don” decía Sta Teresita del Niño Jesús, y sólo el que va viviendo la vida dando gracias por todo, sabe descubrir la belleza que hay a su alrededor y dentro de sí mismo, y vive feliz.

Da grima estar con esas personas que sólo saben quejarse, ver lo malo, incidiendo siempre en el lado negativo de las cosas, creyéndose más listos que los demás porque critican más o suponen segundas o terceras intenciones en las cosas. Ellos mismos están cansados y cansan a los demás.

Y da gusto estar con esa gente buena, que sabe desdramatizar las dificultades de la vida, y ve lo bueno y se goza en el bien, aunque a veces parezca tonto o ingenuo, no le importa lo que parece, le importa lo que es.

Dicen que ante una botella por la mitad caben dos posturas: “ ¡qué bien!, queda media botella” o “! que horror!”, falta media botella”. Debemos preguntarnos en qué postura nos situamos, en la positiva o en la negativa.

El cimiento de la vida cristiana es la filiación divina, que es la hermana gemela de la humildad. Ninguno de los hijos de la parábola se sabía hijo, porque ninguno valoraba los dones y los regalos que el Padre les daba continuamente. Y sobre todo el mayor de los dones: estar con el Padre y saber que todo lo del Padre era de ellos. Se perdieron el gozo de estar con Dios, disfrutar de su compañía, de su dadivosidad.

Le pido a Dios la conversión al amor agradecido, que la palabra “gracias” esté constantemente en mi mente, en mis labios y en mis afectos. ¡Se goza tanto con Dios!. Depende sólo de nosotros la interpretación que demos a los acontecimientos, e incluso esto también es un don del cielo que lo recibe aquél que lo suplica y se esfuerza en recibirlo.

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