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martes, 16 de octubre de 2007

El juicio cabe a Dios / Autor: Padre Reinaldo, Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva

No juzguéis, para que no seáis juzgados

Las apariencias engañan. El comportamiento de una persona no dice de su esencia o de aquello que, de hecho, ella es. Por eso, todo juicio es pecado. Sólo Dios tiene el poder para juzgar. Es Él quien conoce el interior de las personas.

Quien juzga el prójimo está condenando a sí mismo; pues quien juzga al otro acaba haciendo cosa peor.

No puedo hacerme juez de mi hermano. Acabo tomando un hecho aislado de alguien, abriendo un proceso, condenando, dando la sentencia, hasta la muerte. No podemos parar en los hechos aislados de nuestros hermanos. Somos llamados a ser misericordia de Dios para la vida del otro. “No juzguéis, para que no seáis juzgados". Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?”. (Mat 7,1-3).

Así como queremos que Dios no nos condene, tampoco podemos condenar al hermano por cualquier cosa que él haya hecho, por peor que haya sido, a Dios cabe el juicio, “porque Dios no hace distinción de personas” (Rom 2,11).

Dios siempre juzga a todo hombre conforme a su justicia y amor. Él no juzga como nosotros juzgamos o entendemos ser juicio. No queramos mirar a Dios con parámetros humanos. Nuestros pensamientos no son los pensamientos del Señor.

Como ya dije, solamente Dios puede juzgar, porque todos nosotros tenemos "culpa en la notaría", nuestro juicio necesita ser transformado en acogida, amor, alegría y justicia.

La justicia de Dios da vida a todos los hombres. Justicia significa retribuir al otro aquello que le es debido. Por eso, la justicia de Dios necesita sobrepasar nuestra mentalidad y llevarnos a un cambio de corazón para que tratemos al otro como verdadero hijo de Dios.

A causa de nuestro juicio, muchas veces, estamos alejándonos de Dios y las personas de nosotros y de Dios. Porque que si vemos una persona diferente aproximándose y entrando en la iglesia, tenemos inmediatamente un juicio temerario y la condenamos, atribuimos muchas veces cosas que aquella persona ni es – como, por ejemplo, prostituta, ladrón etc, sin realmente tener conocimiento de su vida o pasado.

Necesitamos ser instrumentos de acogida como Jesús lo fue; llevar la salvación que viene de Dios y de su Evangelio.

Debemos llevar a los otros a la comprensión de que nuestra salvación está únicamente en Jesucristo. Adherirse al Señor por la fuerza de nuestra fe. Pues el Evangelio de Jesús tiene la fuerza de salvación y purificación: “Pues él [Evangelio] es una fuerza venida de Dios para la salvación de todo aquel que cree (Rom 1,16b).”

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