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jueves, 25 de octubre de 2007

La responsabilidad hacia la familia y las exigencias del ministerio pastoral / Autor :Nikol Baldacchino



Una vez leí una historia triste sobre un dirigente cristiano muy admirable y de mucho "éxito". Esta persona era realmente un hombre de visión. Sentía que Dios le llamaba a servir en el ministerio de sanación, especialmente en el área de sanación interior. Un día escribió en el margen de su Biblia, "Que mi corazón se rompa con las cosas que rompen el corazón de Dios". Fue capaz de inspirar a otras personas dotadas y juntos fundaron una organización misionera que sirvió a la gente herida de todo el mundo durante más de treinta años.

Pero desgraciadamente su vida también encerraba una tragedia. El trabajo que tenía que hacer para este ministerio le dejaba poco tiempo para su familia. Estaba creando un ministerio internacional, pero su familia se venía abajo. Estaba sirviendo a gente herida, pero no podía ver que el mayor dolor estaba en su casa. Con el tiempo su mujer le abandonó y terminó alejado de sus hijos.

Esta historia es un recordatorio terrible de la importancia de mantener un equilibrio entre el trabajo al que Dios nos ha llamado y la responsabilidad hacia nuestras familias.

Yo creo que dos de las decisiones más importantes que hace una persona en su vida son: primero, la decisión de aceptar a Jesús como el Señor y Salvador personal de uno, y a obedecerle y servirle incondicionalmente. Esta decisión dirige y guía toda la orientación de toda la vida de uno. Como resultado de esta decisión, hemos visto tantas personas que son bautizadas en el Espíritu Santo abriendo sus vidas al poder del Espíritu Santo. Tantos laicos en la Renovación Carismática Católica que se implican en ministerios y muy especialmente en la dirección pastoral. Hemos visto nacer grupos de oración, comunidades y ministerios que están sirviendo a la renovación y resurgimiento de la Iglesia; muchas veces resultado del trabajo de laicos.

Pero otra decisión importante que tenemos que tomar es aceptar a otra persona como compañera de nuestra vida y a compartir permanentemente las alegrías y las cargas de la vida, los sueños y las visiones. En todas las áreas de nuestra vida, pero muy especialmente sirviendo como dirigentes de grupos de oración, ministerios y comunidades, el trabajo en equipo del marido y la mujer es de crucial importancia. Por "trabajo en equipo" quiero decir que nosotros como pareja hemos entendido primero de todo la llamada a ser dirigentes, y estamos dispuestos a servir a Dios y a la Iglesia no como individuos sino como una familia. Cada uno necesita ser el apoyo completo del otro.

Personalmente he conocido muchos dirigentes poderosos tanto sacerdotes, religiosas como personas casadas. De los últimos, los dirigentes más fuertes son los que tienen matrimonios buenos, sólidos y felices. Sin embargo, he visto tantos dirigentes heridos y rotos porque no tenían una pareja que les apoyara en su ministerio. He visto parejas, cada uno con sus propias ambiciones personales, aspiraciones y programas. Pero no eran un equipo. Cada uno tiraba en direcciones opuestas. He visto tantas personas potenciales que nunca pudieron desarrollar sus carismas y sus cualidades de dirigente porque no eran completamente entendidos y apoyados por su cónyuge.

Uno de los peligros con que un dirigente eficaz se encuentra es el peligro de verse demasiado implicado. Muy a menudo los que decimos "Sí" a todo el mundo acabamos diciendo "No" a aquellos que están más cerca de nosotros, y que nos necesitan más que cualquier otro. ¿De qué sirve un dirigente que es capaz de inspirar espiritualmente a otro y olvida a su familia?

Como dirigentes pastorales y como maridos, mujeres y padres, a menudo nos tenemos que preguntar: "¿Dónde están mis prioridades? ¿Cómo podemos encontrar el equilibrio entre el compromiso al Señor y al servicio pastoral y la responsabilidad hacia nuestra familia y sus necesidades, tanto sociales, espirituales, financieras y emocionales?" Cuando tenemos la respuesta correcta a estas preguntas, cuando existe un equilibrio adecuado entre las exigencias pastorales y las necesidades familiares, la vida fluye a través nuestro a nuestra familia así como hacia los otros que son beneficiarios de nuestro ministerio.

Yo personalmente he fallado, descuidado y luchado con estas preguntas durante más de quince años. Me gustaría hacer tres sugerencias que, cuando junto con mi esposa pongo en práctica con determinación, siempre acarrean buenos resultados.

1. Tenemos tiempo juntos. Los horarios caóticos acompañan al ministerio, y esto puede mantener alejadas a las parejas. Sin un tiempo diario para orar juntos, discutiendo nuestras alegrías y dificultades y compartiendo nuestra visión y cargas, no podríamos comunicarnos como familia excepto para intercambiar saludos. La comunicación real es probablemente el nutriente más importante de la familia y la vida ministerial.

2. Escuchamos a Dios juntos. Tantas impresiones -algunas impías, muchas mundanas- bombardean nuestras mentes cada día. Sin un tiempo y lugar específico para escuchar a Dios, no podríamos ser capaces de oírle. Así que nuestro tiempo de oración juntos es una oportunidad en el día para Él para guiarnos en nuestro matrimonio y ministerio.

3. Experimentamos la intimidad a un nivel más profundo. La intimidad conyugal es más que una relación sexual o emocional; implica vivir como una sola carne, no simplemente como dos individuos, creciendo juntos en nuestro caminar con Dios y uno con el otro. Esto depende de lo capaces que seamos de tener un tiempo de calidad juntos.

Todos conocemos y creemos en la importancia y permanencia del matrimonio y la familia. Todos profesamos que la familia es la base de la Iglesia, de una sociedad sana y de una nación próspera. Cuan importante es, entonces, que nosotros como dirigentes, junto con nuestras familias, seamos un buen ejemplo. El Señor, por el poder de su Espíritu Santo puede renovar y reanimar no sólo nuestra vida familiar y nuestros ministerios, sino que Él puede y quiere ayudarnos a encontrar el equilibrio adecuado entre los dos.

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