martes, 16 de octubre de 2007
Obediencia y unidad / Autor: P. Carlos Bordallo
... tenemos la impresión de que estamos hablando de Santo Domingo. La misma pobreza externa, casi los mismos signos etc, etc . Casi todo lo que podemos ver en esas biografías de Santo Domingo. Y así en otros.
¿Qué ocurrió? Que todos se presentaban como reformadores y como dotados tocados por Dios. Ungidos por Dios tal como nos podemos presentar nosotros. Y además el lenguaje que utilizaban todos era muy parecido.
Y ¿qué es lo que hizo la Iglesia? La Iglesia no hizo caso a ninguno. Los obispos de aquel tiempo no hicieron caso a ninguno inicialmente.
Cuando un obispo no hace caso no quiere decir que no haga caso. Los obispos no sé qué tienen pero ¡son más listos! (Será porque son obispos, claro). Pues en aquel tiempo los obispos no hicieron ni caso. Los pusieron a todos sin excepción en «cuarentena». Y lo pasaron muy mal todos porque, claro, todos se presentaban con la misma vocación. La vocación de llevar lo que habían recibido de Dios a la Iglesia y, claro, si no puedes ejercer y desarrollar tu vocación te sientes frustrado.
Entonces muchos se sentían frustrados y hubo tensiones y luchas etc. Y volvían a ir donde los obispos y los obispos ni caso. Ni caso.
Y pasó el tiempo ¿Y qué fue ocurriendo? Pues que se empezaron a cansar algunos de ellos. De tanta espera y de tanta tontería. De que estos obispos no entienden ¿Pero no ven claro? Si es que estamos tocados por Dios ¿es que no lo ven? ¿Es que no ven los «carismazos» que tenemos y los signos que hacemos y los milagros que pasan y lo pobres que somos? Y los obispos ni caso.
Y empezaron a ir cayendo. Empezar a ir cayendo significa separarse de la Iglesia. Empezaron a ir cayendo Cátaros, Valdenses, Albigenses y (...). Y con el tiempo hubo 4 grupos que resistieron la prueba y fueron los Dominicos, los Agustinos, los Franciscanos y los Carmelitas. Y en el cuarto Concilio de Letrán la Iglesia aprobó a esos cuatro.
¿Los obispos sabían lo que hacían? ¡Vaya que si lo sabían!...
Nosotros nos miramos a nosotros mismos y nos decimos: ¡Pero si lo que estamos es preñados de vida. Estamos preñados de Dios. Llenos de vida dentro y de vida que por ser de Dios no puede quedar en nosotros! ¿Y cuál es nuestro más íntimo deseo? Que nos abran las parroquias para llevarles esto. Aquí en el pueblo de Dios, sabemos que es para la Iglesia. Y ¿qué ocurre? Que vamos a la Iglesia y torta va y torta viene. Nos dan con la puerta en las narices...
Voy a intentar por un momento hacer de Obispo. Y vamos a intentar por un momento meternos en su piel.
¿Qué es un obispo? Un obispo es UN PADRE Y UNA MADRE. ¿Vale?
Y ¿cuál es el mayor tesoro que tenéis los padres? Vuestros hijos. Y vuestros hijos necesitan educación, ¿verdad? ¿Dejaríais que el primero que pase por vuestra puerta eduque a vuestros hijos? No, ¿verdad? Se presentan muchos a vuestra puerta a hablar de la vida y diciendo: ¡Dame, dame a tus hijos que yo te los voy a educar! Se presentan muchos y de muchas maneras, no con estas palabras que yo os estoy diciendo pero se presentan de muchas formas a vuestra puerta diciendo: ¡dame, dame a tus hijos!.
Y ¿Qué hacéis vosotros? Pensáis: Bueno y este cantamañanas que viene aquí a decir que mis hijos... y ¡le echáis a patadas! Y cuando ves a alguno que te parece dudoso, entonces vas y te enteras bien de quién es.
Todos tenéis la experiencia de que no es fácil saber a primera vista quién es de fiar y quien no lo es. ¿Es siempre fácil?...No. A veces los signos primeros son signos definitivos. No son algo de lo que nos podamos fiar. Y ¿por qué?. Porque el demonio se disfraza de ángel de luz y lo sabemos. Los que van a llevarle droga a tus hijos no se presentan como enviados del diablo para destruirles. Os presentan un paraíso. Se presentan así.
¿Cuál es vuestro discernimiento como padres y madres? Nosotros examinamos primero la gente a la que vamos a dar a nuestros hijos porque son nuestro mayor tesoro. Y hacemos bien, porque de hecho los hijos que se pierden son aquellos que no tienen unos padres detrás que están discerniendo quienes están educando a sus hijos. Cómo se están formando, qué están leyendo, cuáles son sus amistades. Los hijos que no tienen la suerte de tener unos padres detrás para hacer esta tarea, esos hijos normalmente caen en las pandillas y son pasto de los lobos, que hay muchos. Así hacemos nosotros con nuestros hijos como padres y madres ¿verdad?
Es exactamente lo que hacen los obispos. Los obispos tienen un tesoro. Dios les ha encargado un tesoro: Te pongo a mis hijos en tus manos. Esto es lo que siente un obispo cuando le imponen las manos y le hacen obispo. Siente que Dios lo ha hecho padre y madre. Te pongo a lo mejor que tengo, dice Dios: A mis hijos en tus manos. Y cuando un obispo siente esto, dice como una madre y un padre: ¡A mis hijos que no me los toquen!..
Y un obispo sabe lo mismo que sabéis vosotros. Que los hijos de Dios son codiciados. Que hay mucho lobo por ahí dispuesto a tragárselos. Y un buen obispo es aquel que dice: Yo voy a dar la cara por mis hijos. No voy a dejar que cualquier lobo me los quite. Es la responsabilidad que tengo ante Dios, porque además para eso he sido llamado al episcopado.
¿Y qué ocurre con el Obispo? Pues que mucha gente viene a ellos y le dice: Vengo de parte de Dios. Dame tus hijos, dame tus parroquias que las voy a educar en la fe. Y el obispo dice: ¡A ver, a ver, enséñame la patita! ¡La patita!... ¡Uy... quita, quita!
Al obispo le ocurre lo mismo que nos ocurre a nosotros con nuestros hijos. Hay algunos lobos que se ven a primera vista, pero hay otros que no. De igual manera que hay algunos enviados por Dios que se ven a primera vista, pero hay otros que no... El diablo se disfraza de ángel de luz. Sólo después de un cierto tiempo se pudo ver que los Cátaros, Valdenses y Albigenses de entonces no venían como enviados de Dios. Sólo después de un tiempo. Y uno entiende entonces la prudencia y la sabiduría de estos «padres y madres» de la Iglesia que son los obispos. Y uno entiende que cuando someten a prueba a los que se presentan a su puerta diciendo: dame a tus parroquias y a tu gente que la vamos a evangelizar, que tenemos algo de Dios para ellos, uno entiende que digan: Bueno, bueno. Bien, bien...¡un momento!. ¡Todavía no!
¿Y a qué esperan? No te lo dicen... Están esperando a ver el único signo que le interesa a un obispo y ¿es?... Tu vas a la puerta de un obispo y le dices: Tengo carismas y te dice, y yo 20 duros. Es que hablo en lenguas y además hago milagros. Mire, mire, tengo una lista con los avales médicos certificando que todas estas curaciones son verdaderas. Y te dice: ¡Barcelona 4, Real Madrid 2!... Y tu te vas de allí diciendo. ¿Pero este tío es tonto o qué? ¿Es que no lo entiende? ¿Es que no ve todos los milagros que están ocurriendo entre nosotros? ¿Es que no ha visto todos los signos? Y el obispo va y te dice: Mira tu y tus signos ¡me traen al fresco!Yo necesito un solo signo que no engaña. Porque todos esos que has dicho, de alguna manera hasta podrían venir del diablo.
Pero hay un signo que no engaña. Y es la obediencia. Esta es la definición que se dice de Jesucristo. «FUE OBEDIENTE HASTA LA MUERTE Y MUERTE DE CRUZ».
Y ¿por qué la obediencia? Porque sin obediencia no hay unidad. Tu tienes un grupo de personas como en una familia donde hay que hay que hablar de adónde se va en verano y cada miembro de la familia dice una cosa diferente. Pero al final tiene que haber una persona que diga: os he escuchado a todos...¡Nos quedamos en Madrid! Esta será una voz que a los demás, les guste o no les guste, la aceptan y si no, es una profunda desarmonía. Un desastre, porque cada uno se va por su lado.
Vamos por un momento a la Ultima Cena. En la Ultima Cena Jesús sabía muy bien que le quedaba muy poquito tiempo. Cuando a alguien le queda poco tiempo sabe que no puede entretenerse en cosas secundarias, incluso importantes pero secundarias y va a lo esencial. Cuando una persona está en el corredor de la muerte y le da tiempo de escribir una carta, ¿qué tipo de carta creéis que va a escribir en ese momento? A la madre, a la novia, a su mujer... a lo más querido. Podría contar muchas cosas más, claro que sí, pero se va a lo más querido.
Jesús está en la Ultima Cena y quería grabar en sus discípulos lo más importante, lo más esencial de su doctrina y curiosamente en ese momento no les habla de los milagros y curaciones que había obrado y no porque no fueran importantes. ¿De qué les habló en ese momento?.. «¡Padre, que sean uno para que el mundo crea!».
¿Y no es más importante las curaciones y milagros?.. No parece que lo sea para Jesús. Porque todas esas cosas en principio son signos extraordinarios, pero hay gente que viendo eso tampoco ve nada. Es un signo extraordinario, uno más. A lo mejor es un ¡ovni!
Aquel médico ateo que tuvo ocasión de auscultar a una chica que era ciega y que se encontró camino de Lourdes y vio que no había nada que hacer. A la vuelta volvió a coincidir con la misma chica la cual veía perfectamente. Y el problema que tenía la chica era que no tenía córnea. Pero lo extraño es que ahora veía ¡sin cornea!. Y entonces la conclusión que sacó este médico fue esta: Hasta hoy creíamos que para ver se necesitaba la cornea y ahora sabemos que no es necesaria....
Un signo, un milagro no lleva necesariamente a Dios. Por el momento es un signo extraordinario. Sólo hay un signo que lleva a Dios. Y es el de la unidad. Porque la unidad es un don, es el primero y el más grande don del Espíritu Santo en aquellos que el Espíritu Santo ha cogido en sus manos. Nuestra condición pecadora nativa hace imposible la unidad. Nuestra humanidad tiene experiencia de muchas cosas. No somos capaces de estar unidos ni aunque queramos porque el pecado destruye la unidad. Pero donde el pecado es destruido allí hay unidad. Y este signo es un milagro mayor que todos los demás juntos. Es con mucho el mayor milagro que existe. Por eso Jesús en la última cena ciertamente habla de milagros, pero habla del más importante: «¡Padre, que sean uno... para que el mundo crea!»
Y a la unidad, hermanos, no se llega sin... obediencia. ¡Es imposible! Es parte de nuestra condición humana. Somos así. Sin obediencia no hay unidad. Por eso los obispos cuando alguien le llega hablando de milagros parece que no escuchan. ¡Claro que escuchan, y con gusto intentando sopesar todas las cosas! Pero al final no es eso lo que les guía. Al final lo que les guía es que los que verdaderamente están guiados por el Espíritu de Dios OBEDECEN. Aunque no les guste. ¡Son los únicos! Sin el Espíritu de Dios en el Señor no hay manera de obedecer porque la obediencia es muerte y a la muerte no hay quien vaya si no es de la mano de Jesucristo. Y cuando los obispos ven a un grupo que obedece y se han asegurado de ello dicen: ¡Ven para acá, que quiero que eduques a mis fieles.! Entonces te abren las parroquias. Y tu dices: ¡Me has tenido aquí trece años chupando rueda! Y te contestan: Era necesario... ¡Esos trece o treinta años!.
San Pablo da uno de los signos para identificar a un apóstol impresionante. Creo que es en Gálatas. Dice: Ante vosotros se han manifestado los signos del apóstol: «La paciencia perfecta en el sufrimiento». Dice: ¡yo os he mostrado que soy un apóstol verdadero!, pero no dice por los milagros o porque, como dice en la segunda carta a los Corintios, fue arrebatado al tercer cielo. No menciona ninguno de estos signos. Ante vosotros se ha dado el signo que no engaña: «La paciencia perfecta en el sufrimiento».
Los Cátaros, Valdenses, Albigenses y toda esa ralea puede que tuviesen algo o bastante de Dios cuando empezaron, pero ¡no obedecieron! No fueron capaces de someterse y fueron descartados.
Otro más brevecito. En 1954 la Iglesia promulga el dogma de la Inmaculada Concepción. Años después una muchacha inculta en un pueblecito desconocido de todos llamado Lourdes dice ver unas cosas que no le cree nadie. ¡Cómo le van creer esas cosas!. Pero ocurren allí fenómenos fuera de lo común. Entonces la Iglesia ¿qué es lo que hace? Examina. A ver de qué va eso. Nombra una comisión para examinar lo que está ocurriendo en Lourdes. Y esa comisión tiene noticias de los milagros que están ocurriendo, de las curaciones, de todas esas cosas, de los peregrinos que están yendo...¿Sabéis qué fue lo más importante para la comisión, para la aprobación oficial de la Iglesia de lo que esteba ocurriendo en Lourdes? Lo más importante fué la obediencia de Bernardette... Eso fue lo más importante. Eso pesó mucho más para la comisión que todos los milagros que estaban ocurriendo, y mira que eran importantes. La obediencia. Cuando la Iglesia vio a esta muchacha triturada por las autoridades, por sus propios compañeros. Además una muchacha de 14 años, inculta, enfermiza. Cuando vieron que soportaba toda esa presión y la misma presión de la Iglesia, por decirlo de alguna manera, y no se separaba de la Iglesia... ¡Aquí está el Señor, esto no engaña!
Hermanos, si en el pasado los verdaderos tocados por Dios fueron tratados así por Dios y por la Iglesia, si nosotros tenemos algo auténtico ¿habría de ser distinto con nosotros? Es necesario que la Renovación Carismática haya pasado y esté pasando todavía por este tipo de prueba, ¿para qué? ¡Para que vayan cayendo los que no quieren obedecer! Para que vayan cayendo los que creen que los dones más importantes son las curaciones, las lenguas y todas esas cosas y supongo que entendéis que las amo como cualquiera. Todos aquellos que creen que eso es lo máximo y que ejercer todo eso so pretexto de obedecer a Dios antes que a los hombres, todos esos ¡a la calle! ¡No le valen a la Iglesia! ¿Por qué ? Porque todos esos en el fondo lo que van a hacer es conducir a los hijos de Dios fuera de la Iglesia.
Muy malo tendría que ser un padre o una madre para permitir una cosa así. Afortunadamente Dios nos da buenos obispos. Hay obispos brutos y hay obispos suaves. Los hay más listos y los hay más zotes. ¿Y nosotros qué somos, ya me contareis? Hay de todo esto, pero los obispos están dotados de este instinto que se llama olfato. Olfatean a los desobedientes. Los obispos pueden ser necios para otras cosas igual que vosotros, padres y madres también sois necios para ciertas cosas, pero no son necios para intuir a los desobedientes. Y dicen ellos: Yo a los desobedientes no los quiero ni en pintura. ¡Para intuir a los desobedientes! Yo quiero aquellos que han entendido que el don mayor, la vocación primera de la Renovación Carismática no es otra que la UNIDAD. Por encima de todo somos Católicos, ¡Punto!. ¡ÉSA ES NUESTRA VOCACIÓN!.
Es absurdo pensar que Dios da dones a los suyos para separarles. Los pobres protestantes a los que quiero mucho, les digo: Pero ¡qué brutos sois! ¿Cómo podéis creer que el Protestantismo es un don de Dios si conduce a la separación? Y yo no digo que de esta separación no tengamos culpa nosotros, claro que la tenemos, pero es que ya es de sentido común. Algo que conduce a la separación no es de Dios y punto. No me vengas con batallas. Algo que conduce a la división ¡no es de Dios! La primera vocación, la más importante con mucho es la UNIDAD. Y si por obediencia nos viéramos impedidos a ejercer los dones y carismas auténticos que estamos recibiendo, hermanos, es mucho más importante no ejercerlos que ejercerlos. Es mucho más importante obedecer y servir a la Iglesia en silencio sin dar una sola palabra de las que estamos recibiendo para la propia Iglesia, si así la Iglesia lo manda, que ejercer todo tipo de carismas fuera de la obediencia a nuestra única Iglesia...
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HOMILIA del P. Carlos Bordallo
(12 Octubre 1999)
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