jueves, 11 de octubre de 2007
El agua que Tú das no se agota nunca / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Podríamos comenzar hoy con la visita a una espléndida iglesia de Viena. Nos vamos a detener ante el grandioso cuadro de un artista que quiso hacernos ver lo que es la Gracia de Dios derramada en toda la Iglesia.
Arriba del cuadro está en su trono de gloria la Santísima Trinidad, fuente de la Gracia, que por Jesucristo va a caer sobre toda la Humanidad redimida.
La primera que la recibe y queda llena a rebosar es María, y junto a Ella San José, el Santo más favorecido de Dios.
Siguen hacia abajo San Juan Bautista y los Niños Inocentes, tan distinguidos en el Evangelio.
Después, la corona espléndida de los Apóstoles, a los que rodean una multitud de mártires, vírgenes, santos y santas de todas las edades y estados de vida.
Los predestinados de antes de la venida de Jesucristo aparecen ofreciendo el incienso del sacrificio al Eterno Padre, el Dios a quien adoraron.
Este cuadro es el eco de aquella visión del Apocalipsis, que nos describe a Dios en su trono y ante Él una multitud inmensa que nadie puede contar, de santos y santas llegados de todos los pueblos, lenguas y naciones, cantando felices el aleluya eterno de la salvación.
Este es el cuadro. La imaginación del artista, como la nuestra, no llega a más. Pero todos sabemos que la realidad supera a todo lo que nosotros podemos pensar.
La fuente de la vida es Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Hijo de Dios se hace hombre, abre el chorro y de la Gracia, que estalla a borbotones y se difunde en todos los elegidos.
Es ésta la inundación que vio el profeta Ezequiel, cuando contempló la Jerusalén restaurada rodeada de torrentes incontenibles, y que convertían la sequedad clásica de la ciudad y de sus contornos en frondosos bosques y jardines exuberantes.
Dios no excluye a nadie del beneficio de esta agua divina, y hace gritar a Isaías:
- Los que tenéis sed, venid, y bebed gratis cuanta agua queráis.
Hace alusión el profeta a la costumbre de sus tiempos en Palestina. Hoy nosotros compramos más bien una coca-cola fresca u otra soda embotellada. En aquel entonces había vendedores ambulantes que llevaban por las calles agua potable, algo cara a veces por lo mucho que escaseaba, y la ofrecían a precio bien elevado. Viene Dios ahora y la ofrece de balde.
Jesús repetirá la invitación, y dirá:
- El que tenga sed, que venga a mí, y beba.
La primera que queda saciada y en una abundancia inimaginable es María, saludada por el Angel como la llena de Gracia.
E igual que María, todos los santos habidos y por haber, hasta nosotros, portadores de esa vida divina que llamamos la Gracia Santificante.
Cuando se haya consumado en el Cielo, estaremos metidos en el mar inmenso de la Gloria de Dios, término de toda la obra de la salvación y consumación feliz de la vida de la Gracia.
Nuestro mundo tiene mucha necesidad de estas visiones bíblicas, representadas con acierto por el arte para hacernos comprender, o barruntar al menos, lo que es el don de Dios. Jesús se lo expresó a la Samaritana con la misma comparación del agua:
- Si supieras tú quién es el que te dice dame de beber, serías tú quien le pedirías a él, y él te daría agua viva.
¡Si supiera el mundo de hoy quien es ese Jesucristo! Él se sigue ofreciendo para apagar la sed que atormenta a todos los hombres.
¿Amor?... Jesucristo es el mayor amador, que da su Espíritu e incendia la tierra.
¿Justicia?... Jesucristo, con su precepto de caridad hace imposibles las desigualdades entre hermanos.
¿Vida de Dios?... Jesucristo quiere convertirnos en surtidores de agua que salta hasta la vida eterna.
Las Naciones Unidas han elaborado estudios muy serios sobre la situación del agua en el mundo, y ven que para los próximos siglos se echa encima un problema muy grave, a no ser que se tomen medidas urgentes y de mucha envergadura. Es muy de alabar esta solicitud de esos hombres tan preocupados por el bien de la Humanidad.
Pero a nosotros, cristianos, nos preocupa, y muy seriamente también, el problema de la otra agua, la de la Gracia de Dios, que escasea en tantos pueblos donde se mete la incredulidad o en los que se prescinde de la Ley de Dios. ¿Llegan a darse cuenta de la sed que padecen?...
¡Señor Jesucristo!
En tu Corazón tienes remansada toda la Gracia de Dios, merecida por ti en la Cruz.
Danos sed, ya que tenemos donde saciarla, porque esa agua que Tú das no se agota nunca.
Queremos beber, y, al beber, queremos tener cada vez una sed más ardiente, que Tú sabes apagar cuando nos acercamos a ti, cuando aplicamos los labios a la llaga de tu costado, cuando nos abrevamos en la mera fuente de la Eucaristía.
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