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domingo, 7 de octubre de 2007

La fiesta del perdón / Autor: José María Moriano, L.C.

De esto hace ya un mes que pasó. Justo el sábado 1 de septiembre. Fue en la explanada de Montorso, junto a Loreto, en cuya basílica la tradición señala las piedras de la que fue la casa de la Virgen María.

Allí se dieron cita medio millón de jóvenes italianos y del resto del continente europeo para reunirse con el Papa. Cantos, testimonios, música y confesiones, muchas confesiones. A esa explosión de fe, alegría y vida se unía –menos ruidosa– la reflexión, la oración y la necesidad de ponerse en paz con Dios y con uno mismo.

Los jóvenes que buscaban un confesor no tenían más que acudir a la “Fontana de la Riconciliazione” (Fuente de la Reconciliación), un recinto acondicionado para la ocasión. Ahí, cobijados bajo la discreción sacramental, sacerdote y penitente son testigos de la acción transformante del Espíritu Santo: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Sólo quien ha experimentado ese abrazo del Padre entiende el porqué de esa sonrisa, de ese brillar en los ojos, de esas, porqué no, lágrimas de verdadera emoción que resbalan por los rostros de esos millares de jóvenes.

Ya en la tarde, el sol se va escondiendo tras una gran cruz de madera situada al fondo del recinto. Bajo su sombra unos sentados, otros, la mayoría, rodilla en tierra oraban agradecidos por el don del perdón. Mientras, a lo lejos, se escuchaban las palabras del Papa: «Dejad que esta tarde os lo repita: cada uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas».

Cae la noche. Ella es testigo de un ir y venir ingente de jóvenes movidos por esa llamada interior a la conversión; a dejar atrás las propias debilidades, miserias y pecados y volver a empezar.

No sé a cuántos habré confesado: 40, 60, 100 personas…veinte horas sentado escuchando historias y absolviendo pecados dan para mucho. Aunque sólo una persona se hubiera asomado para la confesión, la desvelada estaría más que justificada. Es maravilloso ver a una persona renacer de nuevo, a una vida que se levanta llena de esperanza y retorna al Padre; un apóstol más para el mundo.

Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se detiene ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; entonces prorrumpimos en un acto de reconocimiento: "Sí, el Señor es rico en misericordia", y decimos asimismo: "El es misericordia".

Los jóvenes sí se confiesan, y mucho. Loreto era toda una fiesta de la alegría, la auténtica, la que brota de un corazón que vuelve a recobrar su filiación divina. Y esto sí que es una noticia muy buena. ¿No les parece a ustedes?

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