El primer día de los enamorados, lo tengo fresco en la memoria. Lo que no recuerdo es cuándo fue la última vez que lo celebramos. Quizá entre el segundo y tercer hijo. Él comenzó a trabajar duro, ya venía el tercero en camino y la vida cada vez más cuesta arriba. Trabajo, deudas, colegios, responsabilidades… parece negro el panorama, pero no. Le miro y sí, estoy bien enamorada y podría decir que hasta más.
No ha sido nada fácil. La verdad no te la cuentan ni las películas, ni las telenovelas, ni tu mamá… Convivir con otra persona toda tu vida, es duro. Quizá porque cuando te casas no te conoces bien a ti misma y mucho menos al otro. Las novedades resultan un tanto “asustadoras”. No lo digo sólo por él. Sé que no soy perfecta y me descubro muchas veces queriendo mejorar mil cosas de mí misma que ni yo aguanto… cuánto menos el otro…
Pero si me preguntas, ¿lo volverías a hacer? te digo sin dudar que sí, sí me volvería a casar con él nuevamente. No, no me he vuelto loca, te explico. Lo que pasa es que en el día a día todos nos quejamos de lo momentáneo que nos está preocupando, o exigiendo donarnos más. Estás cansada, tensa, pensando en cómo vas a resolver tal problema y lo que nos sale muchas veces hacia el exterior es justo lo que en ese momento nos incomoda, preocupa…
¿Te has fijado que cuando le preguntas a alguien como estás, suelen decirte un “bien” como rutinario sin vida… otros te dicen lo difícil que está algo, lo frío del tiempo, lo mal que jugó tal equipo de fútbol? Sin embargo, tenemos casos de personas que te dicen que todo va fenomenal… y piensas que seguro no me tiene confianza para decir la verdad.
Algo así pasa cuando hablamos de nuestras vidas familiares. Hay un deje de pudor o vergüenza para decir que todo va bien. Te cohíbe contar lo bueno, lo feliz, lo pleno de tu matrimonio, de tu familia. Quizá porque frente a un rutinario “¿como estás?” no crees que quien lo pregunta quiera realmente escuchar lo feliz que te encuentras porque ayer tu hija de 4 años te dijo lo mucho que te quiere. Ni pensar en comentar en plan orgulloso de tu esposo, cuán amoroso es cuando llega a casa cansado con un ¡Hola, ya llegué! y lo primero que hace es buscarte para darte el “beso de arribo”, que por cierto, a los niños les encanta ver. Mucho menos el decir a los demás lo bueno que es cuando él cocina (sólo le falta aprender a lavar lo que ensucia). El sábado me fui a dormir agotada y el domingo para que “descanse de los niños”, se los llevó con él al súper. Y lo mejor es que llegó con la comida comprada… hasta el postre. ¡Todos felices! Estas pequeñas cosas son las que hacen grande la vida en familia, los detalles en donde veo que él busca cómo hacerme feliz y yo trato de hacer lo mismo. Los dos hemos tenido que esforzarnos por mejorar, ceder, aprender a discutir sin herir, saber escuchar abiertos al pensar del otro (cosa que exige mucha generosidad), aprender a pedir perdón a tiempo y a perdonar regresando toda la confianza sin guardar mucha memoria.
Pensándolo más detenidamente, ¿Quién puede celebrar el día de los enamorados mejor que nosotros que hemos probado el amor verdadero en el tiempo?
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