miércoles, 10 de octubre de 2007
Dolor / Autor: P. Jesús Higueras
Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se averguence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios. Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto. (Lc 9, 25-36)
Dice un cuento de niños, que las avestruces, cuando ven acercarse algún peligro, esconden la cabeza debajo del suelo, pensando que si no lo ven deja de existir. Así hacemos nosotros, en nuestro tiempo, con todo el misterio del sufrimiento humano. Es verdad que cuando los telediarios o las revistas nos muestran imágenes de dolor, el recurso más fácil es volver la cara, cambiar de canal o incluso decir: “¡Dios mio, que espanto!”, y poco más.
Sin embargo, en nuestra sociedad, el sufrimiento está muy presente, bien en personas cercanas, bien en tantos hermanos de otros paises y culturas. Y ante esto, no podemos dar la espalda. Muchas veces buscamos un camino para dar sentido y razón al dolor, algo por lo que merezca la pena no desesperanzarse, no arrepentirse ni de ser humano ni de tener fe en un Dios que es Padre y es Creador.
Este no querer volver la espalda al sufrimiento es lo que Jesucristo nos enseña con la Transfiguración: Él acababa de decir a sus discípulos que subía a Jerusalén para padecer y ser ejecutado y, como sabe que le van a ver crucificado, quiere llenarles de esperanza y les enseña su lado más bello. Porque solo aquél que sabe descubrir la belleza o el lado mas bello de cada ser humano, es capaz después de seguir amándolo aunque ese ser humano quede deformado o transformado por el sufrimiento.
Es lo que decía la madre Teresa de Calcuta cuando recogía a los enfermos o a los moribundos por las calles, y sabía descubrir en ellos la misma belleza del rostro de Cristo, pero sumergido en el dolor.
¿Cuál es nuestra actitud ante el sufrimiento? Ante las personas que cerca, dentro de la familia, padecen una enfermedad, ¿les damos la espalda o afrontamos la situación?. Dice el Evangelio que estaban en una nube contemplando el verdadero ser de Cristo, lo que de verdad se esconde tras las apariencias. Queremos profundizar en la razón por la cual Dios permite todavía hoy el sufrimiento humano. Por eso, más allá de la primera máscara del dolor desfigurada, existe en cada ser humano que sufre, un fondo de belleza, de transfiguración: un fondo único e irrepetible.
Y sólo cuando sabemos reconocer esa dignidad humana, aceptamos al sufriente y aceptamos al que nos hace sufrir. No tenemos que mirar el dolor, que en sí, no tiene ningun sentido sino a la persona que lo sobrelleva, en la cual se asienta ese dolor y que por más que quiera, nunca le quitará una gota de dignidad humana. Deberíamos todos acercarnos un poco más al mundo del dolor, y saber descubrir en cada persona que está sufriendo, ese verdadero rostro transfigurado de Cristo. Podría preguntarme cómo está siendo mi limosna, no tanto la limosna material sino la limosna de mi tiempo, de mi cariño, con quien sufre a mi lado. ¿Sé encararme con el dolor y descubrir ese rostro transfigurado que hay dentro de cada ser humano? Entonces sí: comprenderemos que Cristo se transfiguró para que sus apóstoles soportaran el escándalo de la pasión, sabiendo que detrás de ese hombre crucificado existía un hombre hermoso.También nosotros necesitaremos de muchas transfiguraciones para sobrellevar el escándalo del sufrimiento de las personas más amadas, para descubrir que es su belleza la que nos sostiene en el amor.
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