martes, 1 de enero de 2008
Kiko Argüello: La familia necesita ayuda / Autora: Miriam Díez i Bosch
Entrevista en el marco de la celebración «Por la familia cristiana» en Madrid
MADRID, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- «El Espíritu Santo nos pide que ayudemos a la familia en Europa», afirma el iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, en esta entrevista concedida a Zenit, en el marco de la gran celebración «Por la familia cristiana», celebrada el 30 de diciembre en la capital española con la participación de más de dos millones de personas.
Al encuentro, convocado por la arquidiócesis de Madrid, se unió en directo por televisión Benedicto XVI con un saludo en el que recordó que «los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos, en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana».
--¿Ha sido fácil reunir a todos los movimientos eclesiales entorno a la familia?
--Argüello: Es una cosa completamente nueva, por primera vez nos reunimos todas las nuevas realidades y movimientos entorno a la familia y nos hemos dado cuenta que estamos en perfecta comunión.
Lo vemos como una acción del Espíritu Santo que nos dice «ayudad a la familia en Europa».
--¿Está tan mal la familia?
--Argüello: Sí, hay que salvar la familia en Europa porque está muy amenazada, en España, Italia y en otras partes. Ahora en España la última ley express sobre el divorcio ha hecho que en sólo seis semanas más de 90.000 familias hayan sido destruidas, esto es catastrófico.
Y en algunos lugares del norte de Europa, como en Suecia, el 70% gente vive sola, el mundo vive solo, no saben qué hacer, hay alcoholismo y problemas, y entonces la sociedad se transforma. Y hay muchos divorcios.
--Sí, las separaciones y divorcios tocan de cerca a mucha gente.
--Argüello: Piense que en España todo el mundo tiene un hermano, un amigo o alguien cercano que se ha separado. Se crea así un clima entorno a la familia terrible, y nosotros lo que hemos querido con esta fiesta es apoyarles y mostrar que hay también muchas familias católicas.
Sin duda, con la familia cristiana nos jugamos el futuro de la humanidad. Juan Pablo II lo dijo ya en España: el futuro son los hijos.
En una familia, los hijos reciben una identidad, son hijos del amor de Dios, los padres han colaborado con Dios porque nosotros somos todos en Cristo. El hijo es fruto del amor de Dios. Los padres se han hecho de una sola carne y es ahí, en la familia cristiana, donde el hijo recibe una moral, una fe y un destino glorioso, la vida eterna, el cielo. Esto no lo da la familia no cristiana.
--¿La familia en Europa está peor que en otros sitios?
--Argüello: En Europa hay gobiernos que son ateos y la cosa es muy grave: es como si fuéramos en una nave que no va a ninguna parte. Y en cambio esta nave, que es nuestra vida, va al cielo.
--Su movimiento es conocido por las familias numerosas. ¿Cómo entusiasman a tantas personas a favor de la familia en el Camino Neocatecumenal?
--Argüello: Nosotros, en el Camino Neocatecumenal, lo que hacemos es precisamente seguir el camino que abre a una iniciación cristiana en las parroquias. Lo hacemos viviendo la fe en comunidad.
Ya en 1985 el Papa Juan Pablo II dijo que la situación familiar de Europa no iba bien, y propuso volver al primer modelo apostólico. Es lo que hacemos, viviendo como cristianos, ayudándonos mutuamente.
Seguimos las palabras de «Amaos como yo os he amado». Es este amor que se da en las comunidades que salvan la familia, pues la familia está dentro de una comunidad con otras familias, es la forma que tenemos para ayudar a la familia en Europa, pues a la familia hay que apoyarla en todos los sitios.
Y en primavera tenemos intención de organizar otra fiesta a favor de la familia en Alemania, donde es muy necesario salvar a la familia.
Palabras del Papa al encuentro de las familias en Madrid / Autor: Benedicto XVI
Al rezar el Ángelus en el día de la Sagrada Familia, 30 de diciembre
CIUDAD DEL VATICANO, martes 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI el pasado 30 de diciembre, día de la Sagrada Familia, al rezar la oración mariana del Ángelus.
Sus palabras fueron transmitidas en directo por televisión a los participantes en la gran celebración «Por la familia cristiana», convocada el 30 de diciembre en Madrid, con la participación de más de dos millones de personas.
* * *
[En italiano]
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Siguiendo la narración de los Evangelios de Mateo y de Lucas, detenemos la mirada en Jesús, María y José, y adoramos el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen santa, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. De este modo, santificó la realidad de la familia, llenándola con la gracia divina y revelando plenamente su vocación y misión.
El Concilio Vaticano II prestó gran atención a la familia. Los cónyuges, afirma, son entre sí y sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo (Cf. Lumen gentium, 35). La familia cristiana participa de este modo en la vocación profética de la Iglesia: con su manera de vivir «proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada» (ibídem).
Como repitió después sin cansarse mi venerado predecesor, Juan Pablo II, el bien de la persona y de la sociedad está íntimamente ligado a la «buena salud» de la familia (Cf. Gaudium et spes, 47). Por este motivo, son palabras del Concilio, la Iglesia está comprometida en la defensa y promoción de «la intrínseca dignidad del estado matrimonial y el valor eximio» del matrimonio y de la familia (ibídem). Con esta finalidad se está celebrando precisamente hoy una importante iniciativa en Madrid. A sus participantes me dirijo ahora en español.
[En español]
Saludo a los participantes en el encuentro de las familias que se está llevando a cabo en este domingo en Madrid, así como a los señores cardenales, obispos y sacerdotes que los acompañan.
Al contemplar el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José, invito a las familias cristianas a experimentar la presencia amorosa del Señor en sus vidas. Asimismo, les aliento a que, inspirándose en el amor de Cristo por los hombres, den testimonio ante el mundo de la belleza del amor humano, del matrimonio y la familia. Ésta, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, constituye el ámbito privilegiado en el que la vida humana es acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural.
Por eso, los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos, en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana. Vale la pena trabajar por la familia y el matrimonio porque vale la pena trabajar por el ser humano, el ser más precioso creado por Dios.
Me dirijo de modo especial a los niños, para que quieran y recen por sus padres y hermanos; a los jóvenes, para que estimulados por el amor de sus padres, sigan con generosidad su propia vocación matrimonial, sacerdotal o religiosa; a los ancianos y enfermos, para que encuentren la ayuda y comprensión necesarias. Y vosotros, queridos esposos, contad siempre con la gracia de Dios, para que vuestro amor sea cada vez más fecundo y fiel. En las manos de María, «que con su "sí" abrió la puerta de nuestro mundo a Dios» (encíclica Spe Salvi, 49), pongo los frutos de esta celebración. Muchas gracias y felices fiestas.
[En italiano]
Nos dirigimos ahora a la Virgen santa, rezando por el bien de la familia y por todas las familias del mundo.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que se han unido a la oración mariana del Ángelus. En esta Fiesta de la Sagrada Familia, invito a todos a imitar la entrañable convivencia, llena de amor y respeto, que caracteriza el hogar de Nazaret donde creció Jesús, y que es fuente de gozo, esperanza y paz para toda la humanidad. Feliz domingo.
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Traducción del original italiano por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
CIUDAD DEL VATICANO, martes 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI el pasado 30 de diciembre, día de la Sagrada Familia, al rezar la oración mariana del Ángelus.
Sus palabras fueron transmitidas en directo por televisión a los participantes en la gran celebración «Por la familia cristiana», convocada el 30 de diciembre en Madrid, con la participación de más de dos millones de personas.
* * *
[En italiano]
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Siguiendo la narración de los Evangelios de Mateo y de Lucas, detenemos la mirada en Jesús, María y José, y adoramos el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen santa, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. De este modo, santificó la realidad de la familia, llenándola con la gracia divina y revelando plenamente su vocación y misión.
El Concilio Vaticano II prestó gran atención a la familia. Los cónyuges, afirma, son entre sí y sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo (Cf. Lumen gentium, 35). La familia cristiana participa de este modo en la vocación profética de la Iglesia: con su manera de vivir «proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada» (ibídem).
Como repitió después sin cansarse mi venerado predecesor, Juan Pablo II, el bien de la persona y de la sociedad está íntimamente ligado a la «buena salud» de la familia (Cf. Gaudium et spes, 47). Por este motivo, son palabras del Concilio, la Iglesia está comprometida en la defensa y promoción de «la intrínseca dignidad del estado matrimonial y el valor eximio» del matrimonio y de la familia (ibídem). Con esta finalidad se está celebrando precisamente hoy una importante iniciativa en Madrid. A sus participantes me dirijo ahora en español.
[En español]
Saludo a los participantes en el encuentro de las familias que se está llevando a cabo en este domingo en Madrid, así como a los señores cardenales, obispos y sacerdotes que los acompañan.
Al contemplar el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José, invito a las familias cristianas a experimentar la presencia amorosa del Señor en sus vidas. Asimismo, les aliento a que, inspirándose en el amor de Cristo por los hombres, den testimonio ante el mundo de la belleza del amor humano, del matrimonio y la familia. Ésta, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, constituye el ámbito privilegiado en el que la vida humana es acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural.
Por eso, los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos, en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana. Vale la pena trabajar por la familia y el matrimonio porque vale la pena trabajar por el ser humano, el ser más precioso creado por Dios.
Me dirijo de modo especial a los niños, para que quieran y recen por sus padres y hermanos; a los jóvenes, para que estimulados por el amor de sus padres, sigan con generosidad su propia vocación matrimonial, sacerdotal o religiosa; a los ancianos y enfermos, para que encuentren la ayuda y comprensión necesarias. Y vosotros, queridos esposos, contad siempre con la gracia de Dios, para que vuestro amor sea cada vez más fecundo y fiel. En las manos de María, «que con su "sí" abrió la puerta de nuestro mundo a Dios» (encíclica Spe Salvi, 49), pongo los frutos de esta celebración. Muchas gracias y felices fiestas.
[En italiano]
Nos dirigimos ahora a la Virgen santa, rezando por el bien de la familia y por todas las familias del mundo.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que se han unido a la oración mariana del Ángelus. En esta Fiesta de la Sagrada Familia, invito a todos a imitar la entrañable convivencia, llena de amor y respeto, que caracteriza el hogar de Nazaret donde creció Jesús, y que es fuente de gozo, esperanza y paz para toda la humanidad. Feliz domingo.
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Traducción del original italiano por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
Benedicto XVI pide oraciones en enero por la unidad de los cristianos
Intención general del Apostolado de la Oración
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pide a los creyentes que en este mes de enero recen por la unidad entre los cristianos.
Así se desprende de la intención general del Apostolado de la Oración, iniciativa que siguen unos 50 millones de personas de los cinco continentes, para el primer mes de 2008.
La intención dice así: «Para que la Iglesia aumente su esfuerzo por la plena unidad visible, de modo que manifieste cada vez más su rostro de comunidad de amor, donde se refleje la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
En este año se conmemora el centenario de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, iniciativa que en la mayoría de los países del mundo se celebra del 18 al 25 de enero.
Todos los meses también se ora además por una intención misionera. La de enero de 2008 dice así: «Para que la Iglesia en África, que se prepara a celebrar su segunda Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, siga siendo signo e instrumento de reconciliación y de justicia en un continente todavía marcado por las guerras, la explotación y la pobreza».
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pide a los creyentes que en este mes de enero recen por la unidad entre los cristianos.
Así se desprende de la intención general del Apostolado de la Oración, iniciativa que siguen unos 50 millones de personas de los cinco continentes, para el primer mes de 2008.
La intención dice así: «Para que la Iglesia aumente su esfuerzo por la plena unidad visible, de modo que manifieste cada vez más su rostro de comunidad de amor, donde se refleje la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
En este año se conmemora el centenario de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, iniciativa que en la mayoría de los países del mundo se celebra del 18 al 25 de enero.
Todos los meses también se ora además por una intención misionera. La de enero de 2008 dice así: «Para que la Iglesia en África, que se prepara a celebrar su segunda Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, siga siendo signo e instrumento de reconciliación y de justicia en un continente todavía marcado por las guerras, la explotación y la pobreza».
La más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas / Autor: P. Sergio Córdova LC
El sacerdote y escritor español José Luis Martín Descalzo narra en una de sus obras: «Recuerdo que hace ya muchos años, me encontraba desayunando en la cafetería de un hotel de Roma. Se me acercó una chica japonesa, y me preguntó si yo era sacerdote. Le respondí que sí, y entonces me dijo a bocajarro:
–“¿Podría usted explicarme quién es la Virgen María?”. Sus palabras me sorprendieron tanto que sólo supe responder: –“¿Por qué me hace esa pregunta?”. Y aún recuerdo sus ojos tan conmovidos cuando me explicó: –“Es que ayer oí rezar por primera vez el Avemaría, y no sé por qué me he pasado toda la noche llorando”. Y entonces tuve que explicarle que también yo necesitaría pasarme muchas noches llorando para poder responder a esa pregunta....».
Y para ti, querido amigo, ¿quién es la Virgen María?... La solemnidad del día de hoy nos da una respuesta, que corresponde a uno de los muchos títulos de María Santísima:
1) María es la Madre de Dios.
¡Tantas veces lo hemos escuchado y lo rezamos cada día que tal vez ya nos hemos acostumbrado! Debido a nuestra educación y al ambiente en el que vivimos, tal vez ya no nos impresiona ni nos dice nada –como sucede, tristemente, con tantas otras verdades y misterios de nuestra fe—. A fuerza de repetir las cosas, nos hemos arrutinado e insensibilizado.
Pero no era así para los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia. Les parecía algo increíble, inaudito y –si me permiten la expresión— algo apoteósico. ¿Cómo era posible que una criatura humana pudiera ser la madre del Dios infinito y omnipotente? Eso sólo cabía en los mitos paganos y en los círculos heréticos de la religión politeísta. Y tanto era así que insignes teólogos de entonces se opusieron rotundamente a esta afirmación. Y cuando no aceptaron la doctrina de la Iglesia, se convirtieron en “herejes”: Arrio, Nestorio y otros.
¡María Santísima es realmente la Madre de Dios! Así lo había revelado Dios mismo en la Sagrada Escritura y lo ratificaban los Santos Padres y los Concilios de la Iglesia. Fue en Éfeso, el año 431, cuando se proclamó solemnemente a María como la “Theotókos”, la que engendró a Dios. Y después de once siglos exactos, el año 1531, María de Guadalupe se aparecía en México al indio Juan Diego, diciéndole: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”.
María ha engendrado al Hijo de Dios y Dios ha nacido de las entrañas purísimas de María porque Él así lo ha querido. El Verbo se hizo carne en María y así pudo habitar entre nosotros, para redimirnos y realizar el plan de salvación. Gracias a ella, Dios ha podido hacer nuevas todas las cosas.
Como afirma bellamente san Anselmo: “Dios, a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo, de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María.
Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y así rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María. Por eso, Dios es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de la creación y María es madre de la universal restauración”.
2) Y María, por ser la Madre de Dios, es también todopoderosa como Medianera.
San Bernardo y los Santos Padres solían llamarla “Omnipotentia supplex”, la Omnipotencia suplicante. Porque es la más poderosa de las reinas y la más eficaz de las intercesoras. En Caná arrancó a su Hijo el primer milagro “cuando aún no había llegado su hora”. Y puede hacer siempre lo mismo, si acudimos a ella con fe, con confianza y amor filiales, pues una madre no niega nada a un hijo.
Los siglos XV y XVI fueron una gravísima amenaza para la cristiandad. Los turcos arrasaban Europa con la pretensión de conquistarla para el Islam (hoy también se cierne un peligro no muy diferente). Y entonces el Papa Pío V armó a la Iglesia con el santo Rosario para la defensa de la civilización cristiana. El 7 de octubre de 1571 la flota cristiana presentó batalla a los turcos en Lepanto. La victoria fue clamorosa. Por eso el sultán Solimán decía: "Le tengo más miedo a las oraciones del Papa que a los ejércitos europeos". ¡A las oraciones a María Santísima!
Fátima, Lourdes, persecución de la Iglesia en el siglo XX y XXI... Las cosas no han cambiado demasiado. Y María sigue siendo hoy y siempre el “Auxilio de los cristianos”.
3) María es también mi Madre.
Entonces, con María, ¡estamos seguros, somos poderosos! San Estanislao de Kotska solía repetir, lleno de ternura y emoción: “¡La Madre de Dios es también mi madre!”. Y en esta expresión encerraba toda su relación íntima, personal y afectiva con María Santísima. Un amor mutuo que enlazaba ambos corazones y en él se sentía acogido y protegido.
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sobra? ¿No estás por ventura, en mi regazo?”… Ya sabemos de quién son estas palabras. ¡Todos necesitamos de una madre, necesitamos de María! Sobre todo en los momentos difíciles de la vida, en la aflicción, en la soledad, en la tribulación. Ella nos consolará, nos confortará, nos acompañará en el camino de la vida hasta llegar al cielo, a la presencia adorable de su bendito Hijo.
Por eso, en este día en que iniciamos el Año nuevo y en el que celebramos la solemnidad de la Madre de Dios, acudamos a nuestra Madre santísima, postrémonos ante ella, acojámonos en su regazo maternal y, con todo el afecto de nuestro corazón, consagrémosle todo nuestro ser.
¡Ella es la más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas! Con ella todo lo podemos. Pidámosle con todas las veras de nuestra alma lo que traigamos en lo más íntimo de nuestro corazón y ella nos lo concederá. Y ojalá que nosotros también podamos decir, como el Papa Juan Pablo II: “Totus tuus, Maria, ego sum!”, “Todo tuyo, María, yo soy!”.
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Fuente: Catholic.net
–“¿Podría usted explicarme quién es la Virgen María?”. Sus palabras me sorprendieron tanto que sólo supe responder: –“¿Por qué me hace esa pregunta?”. Y aún recuerdo sus ojos tan conmovidos cuando me explicó: –“Es que ayer oí rezar por primera vez el Avemaría, y no sé por qué me he pasado toda la noche llorando”. Y entonces tuve que explicarle que también yo necesitaría pasarme muchas noches llorando para poder responder a esa pregunta....».
Y para ti, querido amigo, ¿quién es la Virgen María?... La solemnidad del día de hoy nos da una respuesta, que corresponde a uno de los muchos títulos de María Santísima:
1) María es la Madre de Dios.
¡Tantas veces lo hemos escuchado y lo rezamos cada día que tal vez ya nos hemos acostumbrado! Debido a nuestra educación y al ambiente en el que vivimos, tal vez ya no nos impresiona ni nos dice nada –como sucede, tristemente, con tantas otras verdades y misterios de nuestra fe—. A fuerza de repetir las cosas, nos hemos arrutinado e insensibilizado.
Pero no era así para los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia. Les parecía algo increíble, inaudito y –si me permiten la expresión— algo apoteósico. ¿Cómo era posible que una criatura humana pudiera ser la madre del Dios infinito y omnipotente? Eso sólo cabía en los mitos paganos y en los círculos heréticos de la religión politeísta. Y tanto era así que insignes teólogos de entonces se opusieron rotundamente a esta afirmación. Y cuando no aceptaron la doctrina de la Iglesia, se convirtieron en “herejes”: Arrio, Nestorio y otros.
¡María Santísima es realmente la Madre de Dios! Así lo había revelado Dios mismo en la Sagrada Escritura y lo ratificaban los Santos Padres y los Concilios de la Iglesia. Fue en Éfeso, el año 431, cuando se proclamó solemnemente a María como la “Theotókos”, la que engendró a Dios. Y después de once siglos exactos, el año 1531, María de Guadalupe se aparecía en México al indio Juan Diego, diciéndole: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”.
María ha engendrado al Hijo de Dios y Dios ha nacido de las entrañas purísimas de María porque Él así lo ha querido. El Verbo se hizo carne en María y así pudo habitar entre nosotros, para redimirnos y realizar el plan de salvación. Gracias a ella, Dios ha podido hacer nuevas todas las cosas.
Como afirma bellamente san Anselmo: “Dios, a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo, de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María.
Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y así rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María. Por eso, Dios es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de la creación y María es madre de la universal restauración”.
2) Y María, por ser la Madre de Dios, es también todopoderosa como Medianera.
San Bernardo y los Santos Padres solían llamarla “Omnipotentia supplex”, la Omnipotencia suplicante. Porque es la más poderosa de las reinas y la más eficaz de las intercesoras. En Caná arrancó a su Hijo el primer milagro “cuando aún no había llegado su hora”. Y puede hacer siempre lo mismo, si acudimos a ella con fe, con confianza y amor filiales, pues una madre no niega nada a un hijo.
Los siglos XV y XVI fueron una gravísima amenaza para la cristiandad. Los turcos arrasaban Europa con la pretensión de conquistarla para el Islam (hoy también se cierne un peligro no muy diferente). Y entonces el Papa Pío V armó a la Iglesia con el santo Rosario para la defensa de la civilización cristiana. El 7 de octubre de 1571 la flota cristiana presentó batalla a los turcos en Lepanto. La victoria fue clamorosa. Por eso el sultán Solimán decía: "Le tengo más miedo a las oraciones del Papa que a los ejércitos europeos". ¡A las oraciones a María Santísima!
Fátima, Lourdes, persecución de la Iglesia en el siglo XX y XXI... Las cosas no han cambiado demasiado. Y María sigue siendo hoy y siempre el “Auxilio de los cristianos”.
3) María es también mi Madre.
Entonces, con María, ¡estamos seguros, somos poderosos! San Estanislao de Kotska solía repetir, lleno de ternura y emoción: “¡La Madre de Dios es también mi madre!”. Y en esta expresión encerraba toda su relación íntima, personal y afectiva con María Santísima. Un amor mutuo que enlazaba ambos corazones y en él se sentía acogido y protegido.
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sobra? ¿No estás por ventura, en mi regazo?”… Ya sabemos de quién son estas palabras. ¡Todos necesitamos de una madre, necesitamos de María! Sobre todo en los momentos difíciles de la vida, en la aflicción, en la soledad, en la tribulación. Ella nos consolará, nos confortará, nos acompañará en el camino de la vida hasta llegar al cielo, a la presencia adorable de su bendito Hijo.
Por eso, en este día en que iniciamos el Año nuevo y en el que celebramos la solemnidad de la Madre de Dios, acudamos a nuestra Madre santísima, postrémonos ante ella, acojámonos en su regazo maternal y, con todo el afecto de nuestro corazón, consagrémosle todo nuestro ser.
¡Ella es la más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas! Con ella todo lo podemos. Pidámosle con todas las veras de nuestra alma lo que traigamos en lo más íntimo de nuestro corazón y ella nos lo concederá. Y ojalá que nosotros también podamos decir, como el Papa Juan Pablo II: “Totus tuus, Maria, ego sum!”, “Todo tuyo, María, yo soy!”.
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Fuente: Catholic.net
La familia centró el programa de la 40 Marcha por la Paz en Italia / Autora: Nieves San Martín
Jornada marcada por tres papas artífices de concordia
BÉRGAMO, martes, 1 enero 2007 (ZENIT.org).- El mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, centrado en la familia como comunidad de paz, inspiró el lema de la 40 Marcha por la Paz en Italia.
Junto al actual Papa, otros dos predecesores artífices de concordia fueron recordados en la víspera del Año Nuevo: Juan XXIII y Pablo VI.
Este año, el evento, precedido de un congreso, se celebró en la región de Lombardía y volvió al pueblo natal del beato Juan XXIII, origen también de la primera Marcha, en 1967.
El papa Benedicto, en su mensaje para la jornada del primer día del año expresa su «ardiente deseo de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza a los hombres y mujeres de todo el mundo».
El título de su mensaje, «Familia humana, comunidad de paz», ha inspirado una serie de iniciativas en favor de la que define como «primera forma de comunión entre personas» y ha dado argumento a otras como la Marcha de la Paz.
El Papa amplía el horizonte de su mirada a la «familia humana», «todos los pueblos», citando al Concilio Vaticano II, que «forman una sola comunidad, tienen un único origen» y también «un solo fin último, Dios».
Los organizadores de la 40 Marcha de la Paz en Italia --Conferencia Episcopal, Pax Christi, Caritas y Diócesis de Bérgamo--, dicen sobre el mensaje de Benedicto XVI que «reconocer la unidad de la familia humana es más que nunca providencial en el presente momento histórico, marcado por la crisis de las organizaciones internacionales y la presencia de graves inquietudes en la comunidad internacional».
El congreso de Pax Christi en Brescia, que precedió a la Marcha, del 29 al 31 de diciembre, analizó el tema de la «seguridad», esgrimido en ocasiones como contrapuesto a la «solidaridad».
Los ponentes reflexionaron sobre el equilibrio entre seguridad y justicia, con una relectura de la Populorum Progressio de Pablo VI, en su 40 aniversario. También trataron «la inseguridad de armarse» para estar seguros, y la relación entre seguridad y fraternidad.
La Marcha por la Paz, que partió por primera vez de Sotto il Monte, pueblo natal del beato Juan XXIII, volvió a su origen en su 40 aniversario y recordó a Pablo VI, primer Papa que celebró la Jornada de la Paz.
Ante la propuesta papal, el movimiento Pax Christi, presidido por el obispo Luigi Bettazzi, respondió lanzando un verdadero desafío: marchar en la víspera de la Jornada de la Paz, durante el frío de la noche en la que otros celebran el Fin de Año, meditando en silencio.
Seiscientos valientes hicieron los 23 kilómetros que separan Sotto il Monte de Bérgamo, con una temperatura que helaba la piel pero no el empeño por la paz.
Entre los actos que marcaron las etapas de la caminata, se incluyó una mesa redonda sobre «La familia de Abraham y la bendición de todas las gentes», en la que intervinieron: Shahrzad Houshmand, profesor de Teología Islámica en la Universidad Gregoriana de Roma; Manuela Dviri Vitali Norsa, escritora y periodista comprometida en la reconciliación de los pueblos israelí y palestino; y el padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa.
La manifestación se cerró con una celebración eucarística, presidida por el obispo de Bérgamo, monseñor Roberto Amadei, y un intercambio de augurios para el Año Nuevo.
BÉRGAMO, martes, 1 enero 2007 (ZENIT.org).- El mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, centrado en la familia como comunidad de paz, inspiró el lema de la 40 Marcha por la Paz en Italia.
Junto al actual Papa, otros dos predecesores artífices de concordia fueron recordados en la víspera del Año Nuevo: Juan XXIII y Pablo VI.
Este año, el evento, precedido de un congreso, se celebró en la región de Lombardía y volvió al pueblo natal del beato Juan XXIII, origen también de la primera Marcha, en 1967.
El papa Benedicto, en su mensaje para la jornada del primer día del año expresa su «ardiente deseo de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza a los hombres y mujeres de todo el mundo».
El título de su mensaje, «Familia humana, comunidad de paz», ha inspirado una serie de iniciativas en favor de la que define como «primera forma de comunión entre personas» y ha dado argumento a otras como la Marcha de la Paz.
El Papa amplía el horizonte de su mirada a la «familia humana», «todos los pueblos», citando al Concilio Vaticano II, que «forman una sola comunidad, tienen un único origen» y también «un solo fin último, Dios».
Los organizadores de la 40 Marcha de la Paz en Italia --Conferencia Episcopal, Pax Christi, Caritas y Diócesis de Bérgamo--, dicen sobre el mensaje de Benedicto XVI que «reconocer la unidad de la familia humana es más que nunca providencial en el presente momento histórico, marcado por la crisis de las organizaciones internacionales y la presencia de graves inquietudes en la comunidad internacional».
El congreso de Pax Christi en Brescia, que precedió a la Marcha, del 29 al 31 de diciembre, analizó el tema de la «seguridad», esgrimido en ocasiones como contrapuesto a la «solidaridad».
Los ponentes reflexionaron sobre el equilibrio entre seguridad y justicia, con una relectura de la Populorum Progressio de Pablo VI, en su 40 aniversario. También trataron «la inseguridad de armarse» para estar seguros, y la relación entre seguridad y fraternidad.
La Marcha por la Paz, que partió por primera vez de Sotto il Monte, pueblo natal del beato Juan XXIII, volvió a su origen en su 40 aniversario y recordó a Pablo VI, primer Papa que celebró la Jornada de la Paz.
Ante la propuesta papal, el movimiento Pax Christi, presidido por el obispo Luigi Bettazzi, respondió lanzando un verdadero desafío: marchar en la víspera de la Jornada de la Paz, durante el frío de la noche en la que otros celebran el Fin de Año, meditando en silencio.
Seiscientos valientes hicieron los 23 kilómetros que separan Sotto il Monte de Bérgamo, con una temperatura que helaba la piel pero no el empeño por la paz.
Entre los actos que marcaron las etapas de la caminata, se incluyó una mesa redonda sobre «La familia de Abraham y la bendición de todas las gentes», en la que intervinieron: Shahrzad Houshmand, profesor de Teología Islámica en la Universidad Gregoriana de Roma; Manuela Dviri Vitali Norsa, escritora y periodista comprometida en la reconciliación de los pueblos israelí y palestino; y el padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa.
La manifestación se cerró con una celebración eucarística, presidida por el obispo de Bérgamo, monseñor Roberto Amadei, y un intercambio de augurios para el Año Nuevo.
«Los Garabatos de Dios», tercer libro de una mujer paralizada
Fotógrafa riojana, Olga Bejano, ama la vida
MADRID, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- «Los Garabatos de Dios» es el tercer libro que saca a la luz una mujer fuera de lo común, Olga Bejano, desde hace más de veinte años paralizada a causa de un probable error médico.
En el volumen esta riojana, de Logroño (España), proclama su amor por la vida, y comunica la riqueza que surge de una fuerza interior cultivada en la fe y la esperanza.
Olga Bejano Domínguez, nació en 1963 y cumplió 44 años el pasado 3 de noviembre. Debido a una parálisis progresiva, iniciada a los doce años, al parecer por un componente de la anestesia en una simple operación de apendicitis, no se puede mover. Pero su enfermedad no la define, aunque explica en parte su producción literaria, fruto de lo que ella llama su «oración constante».
La capacidad de lucha y deseo de comunicarse llevaron a Olga --que sólo puede ver unos segundos cuando le levantan un párpado y no puede hablar ni escribir--, a inventar un sistema de abecedario y, explica ella misma, «unos garabatos que sólo entiende la enfermera que me cuida habitualmente».
A los 23 años, todo se complicó: «Me pronosticaron seis meses de vida, los cuales se han convertido en veinte años de propina divina», dice Olga. Entonces decidió que «no podía esperar a la muerte de brazos cruzados».
A finales de 1995, dice ella misma, «mi ‘voz de papel' se quebró y ya no podía escribir con una letra legible; así nacieron mis famosos garabatos: escribo apoyando mi mano paralizada en mi pierna derecha y con impulsos de la pierna muevo la mano».
En su primer libro, «Voz de papel», narró su convivencia con la enfermedad, su peregrinación por todos los hospitales, y su respuesta a las preguntas que un diagnóstico como el suyo suscita. El libro fué publicado por «Sal Terrae» en 1997, diez años después de comenzar a escribirlo.
A través de sus páginas, dice Olga, «el lector puede sentir los temores, las luchas, el agotamiento, los momentos buenos, los malos y cómo sentí la presencia de Dios». Todo esto, añade, «sin acritud, sin amargura, con sentido del humor en muchos casos, aunque también con buenas dosis de sinceridad, pero ante todo llena de esperanza».
Esta mujer ha dado forma literaria, para poder animar a otros en su situación, a lo que experimentó tras la rebeldía ante la enfermedad. «El alma es más fuerte que el cuerpo», se dijo, y concluyó que la madurez espiritual y el crecimiento personal eran fruto de un «alma es fuerte, luchadora, alegre, trabajadora y con una fe y confianza fuertes en Dios, en la Virgen María, en el Espíritu Santo y en mi Ángel de la Guarda».
Todo ello la llevó a una oración constante: «Desde que descubrí a Dios me sucede algo similar a cuando una persona se enamora: me levanto pensando en Él, durante el día pienso en Él y al acostarme, cuando más relajada estoy, en la oscuridad y el silencio es cuando Él se siente mejor para hacerse oír. En la oración lo que cuenta no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros durante ese tiempo».
Lo cual no la exime de un sufrimiento atroz: «Cuando rezo le pido fuerzas a Dios para que me ayude a llevar una cruz que cada día pesa más y que ya ha pasado por las tres fases: al principio era ligera, como si fuera de plástico; luego se transformó en madera y desde hace 14 años, me parece de hierro».
El segundo libro, «Alma de color salmón», tardó dos años y medio en escribirlo y otros dos en publicarlo. En él, dice ella misma, «hablo poco de mi cuerpo y en cambio abro mi alma». El título alude a la metáfora del salmón que remonta el río nadando contracorriente. Fué publicado por «Libros Libres» en 2002.
Olga Bejano ha expresado, una y mil veces, ante el controvertido tema de la eutanasia, que no desea ser manipulada ni a favor ni en contra. Que comprende la dificultad de cada persona: «Como a cualquier ser humano, no me gusta sufrir. Respeto y entiendo a las personas que solicitan la eutanasia. A mí, en más de una ocasión, me han dado ganas de tirar la toalla, pero ahora sé que si sigo aquí es por algo, porque ocasiones para fallecer las tengo un día sí y otro también. Mi deseo es poder llegar al final con la calidad de vida que vaya precisando y con dignidad y que sea Dios quien decida cuándo ha llegado mi día y mi hora».
Por ello, se propone «luchar por los derechos de los enfermos, por el derecho a servicios de salud más humanos e integrales», así como «la dignificación del enfermo como un ser completo en sí mismo y con aportes que hacer a la sociedad». Y exhorta: «En vez de hablar de ‘muerte digna', se debieran ofrecer ayudas para facilitar la ‘vida digna'».
Ahora entrega al público su tercer libro «Los Garabatos de Dios», que hace alusión al sistema que usa para comunicarse. En la obra, publicada también por «Libros Libres», vuelve a hablar de su vida espiritual y humana, desde una cima que adivina cercana y aupada por la confianza que le dan los dos libros anteriores y el reconocimiento de sus paisanos y lectores.
Fue nombrada «Riojana del Año», en 1998, y ha recibido la «Medalla de Oro» de la tierra que la vio nacer.
Uno de sus obras, la primera, ha sido traducida al italiano, bajo el título «Voce di carta», editada por «Shalom», en 2006.
«Para mí, cada día que tengo de vida es una propina y un milagro. Entiendo que, procesos de enfermedad larga, crónica y cruel, hagan que algunos enfermos se desesperen pero, en mi caso, mi cuerpo cada día me va diciendo que lógicamente no voy a más joven, ni a más sana; siento que el final cada día está más próximo. Si veinte años se me han pasado en un suspiro, el final sólo Dios sabe lo que va a durar pero seguro que me llegará cuando menos lo espere», dijo hace unos meses.
Aludiendo a una experiencia personal de encuentro con Dios, explicaba su postura ante el encuentro definitivo: «Cuando me vuelva a ver de nuevo en el túnel de luz, le diré a mi guía: ¡Otra vez estoy aquí!. Me dijiste que la próxima vez que nos viéramos no tendría que volver. Aquí de nuevo estoy, pero esta vez traigo hechos los deberes».
MADRID, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- «Los Garabatos de Dios» es el tercer libro que saca a la luz una mujer fuera de lo común, Olga Bejano, desde hace más de veinte años paralizada a causa de un probable error médico.
En el volumen esta riojana, de Logroño (España), proclama su amor por la vida, y comunica la riqueza que surge de una fuerza interior cultivada en la fe y la esperanza.
Olga Bejano Domínguez, nació en 1963 y cumplió 44 años el pasado 3 de noviembre. Debido a una parálisis progresiva, iniciada a los doce años, al parecer por un componente de la anestesia en una simple operación de apendicitis, no se puede mover. Pero su enfermedad no la define, aunque explica en parte su producción literaria, fruto de lo que ella llama su «oración constante».
La capacidad de lucha y deseo de comunicarse llevaron a Olga --que sólo puede ver unos segundos cuando le levantan un párpado y no puede hablar ni escribir--, a inventar un sistema de abecedario y, explica ella misma, «unos garabatos que sólo entiende la enfermera que me cuida habitualmente».
A los 23 años, todo se complicó: «Me pronosticaron seis meses de vida, los cuales se han convertido en veinte años de propina divina», dice Olga. Entonces decidió que «no podía esperar a la muerte de brazos cruzados».
A finales de 1995, dice ella misma, «mi ‘voz de papel' se quebró y ya no podía escribir con una letra legible; así nacieron mis famosos garabatos: escribo apoyando mi mano paralizada en mi pierna derecha y con impulsos de la pierna muevo la mano».
En su primer libro, «Voz de papel», narró su convivencia con la enfermedad, su peregrinación por todos los hospitales, y su respuesta a las preguntas que un diagnóstico como el suyo suscita. El libro fué publicado por «Sal Terrae» en 1997, diez años después de comenzar a escribirlo.
A través de sus páginas, dice Olga, «el lector puede sentir los temores, las luchas, el agotamiento, los momentos buenos, los malos y cómo sentí la presencia de Dios». Todo esto, añade, «sin acritud, sin amargura, con sentido del humor en muchos casos, aunque también con buenas dosis de sinceridad, pero ante todo llena de esperanza».
Esta mujer ha dado forma literaria, para poder animar a otros en su situación, a lo que experimentó tras la rebeldía ante la enfermedad. «El alma es más fuerte que el cuerpo», se dijo, y concluyó que la madurez espiritual y el crecimiento personal eran fruto de un «alma es fuerte, luchadora, alegre, trabajadora y con una fe y confianza fuertes en Dios, en la Virgen María, en el Espíritu Santo y en mi Ángel de la Guarda».
Todo ello la llevó a una oración constante: «Desde que descubrí a Dios me sucede algo similar a cuando una persona se enamora: me levanto pensando en Él, durante el día pienso en Él y al acostarme, cuando más relajada estoy, en la oscuridad y el silencio es cuando Él se siente mejor para hacerse oír. En la oración lo que cuenta no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros durante ese tiempo».
Lo cual no la exime de un sufrimiento atroz: «Cuando rezo le pido fuerzas a Dios para que me ayude a llevar una cruz que cada día pesa más y que ya ha pasado por las tres fases: al principio era ligera, como si fuera de plástico; luego se transformó en madera y desde hace 14 años, me parece de hierro».
El segundo libro, «Alma de color salmón», tardó dos años y medio en escribirlo y otros dos en publicarlo. En él, dice ella misma, «hablo poco de mi cuerpo y en cambio abro mi alma». El título alude a la metáfora del salmón que remonta el río nadando contracorriente. Fué publicado por «Libros Libres» en 2002.
Olga Bejano ha expresado, una y mil veces, ante el controvertido tema de la eutanasia, que no desea ser manipulada ni a favor ni en contra. Que comprende la dificultad de cada persona: «Como a cualquier ser humano, no me gusta sufrir. Respeto y entiendo a las personas que solicitan la eutanasia. A mí, en más de una ocasión, me han dado ganas de tirar la toalla, pero ahora sé que si sigo aquí es por algo, porque ocasiones para fallecer las tengo un día sí y otro también. Mi deseo es poder llegar al final con la calidad de vida que vaya precisando y con dignidad y que sea Dios quien decida cuándo ha llegado mi día y mi hora».
Por ello, se propone «luchar por los derechos de los enfermos, por el derecho a servicios de salud más humanos e integrales», así como «la dignificación del enfermo como un ser completo en sí mismo y con aportes que hacer a la sociedad». Y exhorta: «En vez de hablar de ‘muerte digna', se debieran ofrecer ayudas para facilitar la ‘vida digna'».
Ahora entrega al público su tercer libro «Los Garabatos de Dios», que hace alusión al sistema que usa para comunicarse. En la obra, publicada también por «Libros Libres», vuelve a hablar de su vida espiritual y humana, desde una cima que adivina cercana y aupada por la confianza que le dan los dos libros anteriores y el reconocimiento de sus paisanos y lectores.
Fue nombrada «Riojana del Año», en 1998, y ha recibido la «Medalla de Oro» de la tierra que la vio nacer.
Uno de sus obras, la primera, ha sido traducida al italiano, bajo el título «Voce di carta», editada por «Shalom», en 2006.
«Para mí, cada día que tengo de vida es una propina y un milagro. Entiendo que, procesos de enfermedad larga, crónica y cruel, hagan que algunos enfermos se desesperen pero, en mi caso, mi cuerpo cada día me va diciendo que lógicamente no voy a más joven, ni a más sana; siento que el final cada día está más próximo. Si veinte años se me han pasado en un suspiro, el final sólo Dios sabe lo que va a durar pero seguro que me llegará cuando menos lo espere», dijo hace unos meses.
Aludiendo a una experiencia personal de encuentro con Dios, explicaba su postura ante el encuentro definitivo: «Cuando me vuelva a ver de nuevo en el túnel de luz, le diré a mi guía: ¡Otra vez estoy aquí!. Me dijiste que la próxima vez que nos viéramos no tendría que volver. Aquí de nuevo estoy, pero esta vez traigo hechos los deberes».
La fuerza desarmante de los mártires / Autor: Benedicto XVI
Ángelus en el 26 de diciembre, fiesta de san Esteban, protomártir
Publicamos la intervención de Benedicto XVI con motivo de la oración mariana del Ángelus del 26 de diciembre, fiesta de san Esteban, protomártir.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
El día que sigue a la Navidad, la liturgia nos hace celebrar el "nacimiento para el cielo" del primer mártir, san Esteban. "Lleno de fe y de Espíritu Santo" (Hch 6, 5), fue elegido como diácono en la comunidad de Jerusalén, juntamente con otros seis discípulos de cultura griega. Con la fuerza que le daba Dios, san Esteban realizaba numerosos milagros y anunciaba en las sinagogas el Evangelio con "sabiduría inspirada". Fue lapidado a las puertas de la ciudad y murió, como Jesús, invocando el perdón para sus asesinos (cf. Hch 7, 59-60).
El profundo vínculo que une a Cristo con su primer mártir, san Esteban, es la caridad divina: el mismo Amor que impulsó al Hijo de Dios a abajarse y hacerse obediente hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 6-8), impulsó después a los Apóstoles y a los mártires a dar la vida por el Evangelio.
Conviene poner siempre de relieve esta característica distintiva del martirio cristiano: es exclusivamente un acto de amor a Dios y a los hombres, incluidos los perseguidores. Por eso, hoy, en la santa misa, hemos pedido al Señor que nos enseñe "a amar también a nuestros enemigos, imitando al mártir san Esteban, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores" (oración "colecta").
¡Cuántos hijos e hijas de la Iglesia, a lo largo de los siglos, han seguido este ejemplo! Desde la primera persecución en Jerusalén, pasando por las de los emperadores romanos, hasta las multitudes de mártires de nuestros tiempos. En efecto, también hoy, desde diversos lugares del mundo, con frecuencia llegan noticias de misioneros, sacerdotes, obispos, religiosos, religiosas y fieles laicos perseguidos, encarcelados, torturados, privados de libertad o impedidos de ejercerla por ser discípulos de Cristo y apóstoles del Evangelio. A veces se sufre y se muere también por la comunión con la Iglesia universal y la fidelidad al Papa.
En la encíclica Spe salvi (cf. n. 37), recordando la experiencia del mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin (que murió en el año 1857), puse de relieve que el sufrimiento se transforma en alegría mediante la fuerza de la esperanza que brota de la fe.
El mártir cristiano, como Cristo y por la unión con él, "acepta en lo más íntimo la cruz, la muerte, y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. (...) La violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida" (Homilía en la clausura de la Jornada mundial de la juventud, Marienfeld, domingo 21 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 13). El mártir cristiano actualiza la victoria del amor sobre el odio y sobre la muerte.
Pidamos por todos los que sufren a causa de su fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Que María santísima, Reina de los mártires, nos ayude a ser testigos creíbles del Evangelio, respondiendo a los enemigos con la fuerza desarmante de la verdad y de la caridad.
[Después de la plegaria mariana, Su Santidad saludó a los fieles en francés, inglés, alemán, español, polaco e italiano. En castellano dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que se unen al rezo de esta oración mariana. Que el misterio de Dios hecho hombre en Belén, que iluminó la vida del mártir san Esteban, cuya fiesta celebramos hoy, os aliente a ser siempre testigos valientes y creíbles del Evangelio de la salvación. ¡Felices fiestas!
---------------------------------------------------------------------------
Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano
Publicamos la intervención de Benedicto XVI con motivo de la oración mariana del Ángelus del 26 de diciembre, fiesta de san Esteban, protomártir.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
El día que sigue a la Navidad, la liturgia nos hace celebrar el "nacimiento para el cielo" del primer mártir, san Esteban. "Lleno de fe y de Espíritu Santo" (Hch 6, 5), fue elegido como diácono en la comunidad de Jerusalén, juntamente con otros seis discípulos de cultura griega. Con la fuerza que le daba Dios, san Esteban realizaba numerosos milagros y anunciaba en las sinagogas el Evangelio con "sabiduría inspirada". Fue lapidado a las puertas de la ciudad y murió, como Jesús, invocando el perdón para sus asesinos (cf. Hch 7, 59-60).
El profundo vínculo que une a Cristo con su primer mártir, san Esteban, es la caridad divina: el mismo Amor que impulsó al Hijo de Dios a abajarse y hacerse obediente hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 6-8), impulsó después a los Apóstoles y a los mártires a dar la vida por el Evangelio.
Conviene poner siempre de relieve esta característica distintiva del martirio cristiano: es exclusivamente un acto de amor a Dios y a los hombres, incluidos los perseguidores. Por eso, hoy, en la santa misa, hemos pedido al Señor que nos enseñe "a amar también a nuestros enemigos, imitando al mártir san Esteban, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores" (oración "colecta").
¡Cuántos hijos e hijas de la Iglesia, a lo largo de los siglos, han seguido este ejemplo! Desde la primera persecución en Jerusalén, pasando por las de los emperadores romanos, hasta las multitudes de mártires de nuestros tiempos. En efecto, también hoy, desde diversos lugares del mundo, con frecuencia llegan noticias de misioneros, sacerdotes, obispos, religiosos, religiosas y fieles laicos perseguidos, encarcelados, torturados, privados de libertad o impedidos de ejercerla por ser discípulos de Cristo y apóstoles del Evangelio. A veces se sufre y se muere también por la comunión con la Iglesia universal y la fidelidad al Papa.
En la encíclica Spe salvi (cf. n. 37), recordando la experiencia del mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin (que murió en el año 1857), puse de relieve que el sufrimiento se transforma en alegría mediante la fuerza de la esperanza que brota de la fe.
El mártir cristiano, como Cristo y por la unión con él, "acepta en lo más íntimo la cruz, la muerte, y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. (...) La violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida" (Homilía en la clausura de la Jornada mundial de la juventud, Marienfeld, domingo 21 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 13). El mártir cristiano actualiza la victoria del amor sobre el odio y sobre la muerte.
Pidamos por todos los que sufren a causa de su fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Que María santísima, Reina de los mártires, nos ayude a ser testigos creíbles del Evangelio, respondiendo a los enemigos con la fuerza desarmante de la verdad y de la caridad.
[Después de la plegaria mariana, Su Santidad saludó a los fieles en francés, inglés, alemán, español, polaco e italiano. En castellano dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que se unen al rezo de esta oración mariana. Que el misterio de Dios hecho hombre en Belén, que iluminó la vida del mártir san Esteban, cuya fiesta celebramos hoy, os aliente a ser siempre testigos valientes y creíbles del Evangelio de la salvación. ¡Felices fiestas!
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Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano
Año nuevo, vida nueva / Enviado por Cuba Católica
Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.
¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.
El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. “Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder”.
“Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve”.
¿Quién es capaz de decir: ¿Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto¨? En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre, voy a ser mejor amigo, mejor hijo, mejor compañero de trabajo, mejor vecino….mejor critisno…..
Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino porque estaré mejor de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria.
Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, chismoso, envidioso, injusto… Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?
En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».
Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.
Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.
Y tú ¿ Te propones cosas mejores para el 2008?
Házlas, cambia, se mejor persona…entonces, si es así, de verdad te digo:
¡Feliz y Próspero 2008!
Que de verdad tus planes se hagan realidad
si son voluntad de Dios y para bien tuyo
Te desea desde España
http://cubacatolica.blogcindario.com
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¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.
El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. “Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder”.
“Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve”.
¿Quién es capaz de decir: ¿Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto¨? En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre, voy a ser mejor amigo, mejor hijo, mejor compañero de trabajo, mejor vecino….mejor critisno…..
Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino porque estaré mejor de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria.
Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, chismoso, envidioso, injusto… Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?
En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».
Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.
Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.
Y tú ¿ Te propones cosas mejores para el 2008?
Házlas, cambia, se mejor persona…entonces, si es así, de verdad te digo:
¡Feliz y Próspero 2008!
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La comunidad de Taizé congrega a 40 mil jóvenes en Ginebra / Autora: Gisèle Plantec
El hermano Alois lanza un llamamiento a la reconciliación de los cristianos
GINEBRA, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- El prior de Taizé lanzó un llamamiento a la reconciliación de los cristianos ante los 40 mil jóvenes reunidos con motivo del encuentro anual de oración organizado por esta comunidad ecuménica, que en este fin de año se celebro en Ginebra.
A los 10 mil chicos y chicas suizos, se les unieron coetáneos de toda Europa, entre los cuales los más numerosos fueron los polacos (9 mil).
Al final de cada jornada de oración y de las actividades en común (el encuentro-peregrinación comenzó el 28 de diciembre y se clausuró este 1 de enero), el sucesor del hermano Roger en la guía de la comunidad de Taizé propuso a los jóvenes una meditación, que ha sido traducida en 30 idiomas.
El 30 de diciembre, el hermano Alois, de origen alemán, lanzó un «llamamiento a la reconciliación entre los cristianos».
«En el pasado, en nombre de la verdad del Evangelio, los cristianos se separaron --recordó el joven prior--. En la actualidad, en nombre de la verdad del Evangelio, queremos reconciliarnos».
«¿Cómo ser creíbles hablando de un Dios de amor si permanecemos separados?», preguntó a los jóvenes que le rodeaban. «No perdamos más tantas energías en oposiciones, a veces en el seno mismo de nuestras Iglesias».
«En Cristo, Dios se reconcilió con la humanidad --aclaró--. Nos acoge en él y nos comunica su propia vida. En este sentido, la reconciliación no es una dimensión del Evangelio entre otras tantas, es el corazón mismo. Es el restablecimiento de una confianza entre Dios y el hombre, y esta transforma las relaciones entre los hombres».
Para promover esta reconciliación, el hermano Alois alentó a los cristianos a encontrarse «en presencia de Dios en la escucha de su Palabra, en el silencio y en la alabanza».
«Encontrarnos así en vigilias de oración, ya es anticipar una unidad, es dejar al Espíritu Santo unirnos desde ahora. Y eso permitirá también seguramente al diálogo teológico avanzar», indicó.
«Podemos preparar tales vigilias en lugares significativos: en la frontera entre dos países, en una prisión, en un barrio que sufre la violencia, con niños abandonados....», sugirió.
«Así podemos contribuir a una civilización más marcada por la confianza que por la desconfianza», señaló.
El prior de la Comunidad concluyó anunciando que la Comunidad de Taizé continuará su «peregrinación de confianza» a través del mundo, organizando un encuentro de oración para los jóvenes en Kenia, en noviembre de 2008.
Reveló al mismo tiempo que el próximo encuentro de jóvenes en Europa tendrá lugar del 29 de diciembre de 2008 al 2 de enero de 2009 en Bruselas (Bélgica).
GINEBRA, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- El prior de Taizé lanzó un llamamiento a la reconciliación de los cristianos ante los 40 mil jóvenes reunidos con motivo del encuentro anual de oración organizado por esta comunidad ecuménica, que en este fin de año se celebro en Ginebra.
A los 10 mil chicos y chicas suizos, se les unieron coetáneos de toda Europa, entre los cuales los más numerosos fueron los polacos (9 mil).
Al final de cada jornada de oración y de las actividades en común (el encuentro-peregrinación comenzó el 28 de diciembre y se clausuró este 1 de enero), el sucesor del hermano Roger en la guía de la comunidad de Taizé propuso a los jóvenes una meditación, que ha sido traducida en 30 idiomas.
El 30 de diciembre, el hermano Alois, de origen alemán, lanzó un «llamamiento a la reconciliación entre los cristianos».
«En el pasado, en nombre de la verdad del Evangelio, los cristianos se separaron --recordó el joven prior--. En la actualidad, en nombre de la verdad del Evangelio, queremos reconciliarnos».
«¿Cómo ser creíbles hablando de un Dios de amor si permanecemos separados?», preguntó a los jóvenes que le rodeaban. «No perdamos más tantas energías en oposiciones, a veces en el seno mismo de nuestras Iglesias».
«En Cristo, Dios se reconcilió con la humanidad --aclaró--. Nos acoge en él y nos comunica su propia vida. En este sentido, la reconciliación no es una dimensión del Evangelio entre otras tantas, es el corazón mismo. Es el restablecimiento de una confianza entre Dios y el hombre, y esta transforma las relaciones entre los hombres».
Para promover esta reconciliación, el hermano Alois alentó a los cristianos a encontrarse «en presencia de Dios en la escucha de su Palabra, en el silencio y en la alabanza».
«Encontrarnos así en vigilias de oración, ya es anticipar una unidad, es dejar al Espíritu Santo unirnos desde ahora. Y eso permitirá también seguramente al diálogo teológico avanzar», indicó.
«Podemos preparar tales vigilias en lugares significativos: en la frontera entre dos países, en una prisión, en un barrio que sufre la violencia, con niños abandonados....», sugirió.
«Así podemos contribuir a una civilización más marcada por la confianza que por la desconfianza», señaló.
El prior de la Comunidad concluyó anunciando que la Comunidad de Taizé continuará su «peregrinación de confianza» a través del mundo, organizando un encuentro de oración para los jóvenes en Kenia, en noviembre de 2008.
Reveló al mismo tiempo que el próximo encuentro de jóvenes en Europa tendrá lugar del 29 de diciembre de 2008 al 2 de enero de 2009 en Bruselas (Bélgica).
Manifestaciones por la paz de la Comunidad de San Egidio en 65 países
El Papa alienta estos encuentros
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha alentado las 380 manifestaciones promovidas por la Comunidad de San Egidio, junto a otras asociaciones, movimientos y comunidades, en 65 países con motivo del 1 de enero, que tenían por eslogan «Paz a todas las tierras».
Tras haber rezado el Ángelus de la Jornada Mundial de la Paz, el Papa expresó su «aprecio» a los promotores y participantes en estas iniciativas, «alentándoles a ser siempre y por doquier testigos de paz y reconciliación».
Un comunicado de la Comunidad de San Egidio explica que estas manifestaciones buscaban recordar «a todas las tierras que, en el norte y en el sur del mundo, esperan el final de la guerra, fuente de sufrimiento para tantos pueblos y "madre" de todas las pobrezas».
Los organizadores, al mismo tiempo, lanzaron un llamamiento «al final del terrorismo».
En Roma, los participantes en la manifestación, a la que fueron invitados cristianos, creyentes de todas las religiones, y hombres y mujeres de buena voluntad, fueron unos 20.000.
Entre las ciudades que se han unido a la convocatoria se encuentran Buenos Aires (Argentina), Madrid y Barcelona (España) París (Francia), Saint-Jérôme (Quebec, Canadá), Amberes (Bélgica), Lviv (Ucrania), Lisboa (Portugal), y Bobo-Dioulasso (Burkina-Faso).
En su intervención pronunciada en Roma, el profesor Marco Impagliazzo, presidente de la Comunidad de San Egidio, recordó que hace 40 años «un Papa sabio, Pablo V, "lanzó la idea" --fueron sus palabras-- de dedicar el primer día del año a la paz».
Aquel llamamiento, recordó Impagliazzo, es particularmente urgente hoy en muchos países que viven «al borde de la guerra civil, como Kenia y Pakistán, o que están sacudidos por la violencia, como Irak, el Líbano, Darfur, o amenazados por el terrorismo».
En medio de este panorama de sangre, Impagliazzo percibió que se da una cierta esperanza de paz, en el encuentro entre israelíes y palestinos.
Estamos convencidos, dijo citando el mensaje para la paz escrito con este motivo por Benedicto XVI, que «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas».
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha alentado las 380 manifestaciones promovidas por la Comunidad de San Egidio, junto a otras asociaciones, movimientos y comunidades, en 65 países con motivo del 1 de enero, que tenían por eslogan «Paz a todas las tierras».
Tras haber rezado el Ángelus de la Jornada Mundial de la Paz, el Papa expresó su «aprecio» a los promotores y participantes en estas iniciativas, «alentándoles a ser siempre y por doquier testigos de paz y reconciliación».
Un comunicado de la Comunidad de San Egidio explica que estas manifestaciones buscaban recordar «a todas las tierras que, en el norte y en el sur del mundo, esperan el final de la guerra, fuente de sufrimiento para tantos pueblos y "madre" de todas las pobrezas».
Los organizadores, al mismo tiempo, lanzaron un llamamiento «al final del terrorismo».
En Roma, los participantes en la manifestación, a la que fueron invitados cristianos, creyentes de todas las religiones, y hombres y mujeres de buena voluntad, fueron unos 20.000.
Entre las ciudades que se han unido a la convocatoria se encuentran Buenos Aires (Argentina), Madrid y Barcelona (España) París (Francia), Saint-Jérôme (Quebec, Canadá), Amberes (Bélgica), Lviv (Ucrania), Lisboa (Portugal), y Bobo-Dioulasso (Burkina-Faso).
En su intervención pronunciada en Roma, el profesor Marco Impagliazzo, presidente de la Comunidad de San Egidio, recordó que hace 40 años «un Papa sabio, Pablo V, "lanzó la idea" --fueron sus palabras-- de dedicar el primer día del año a la paz».
Aquel llamamiento, recordó Impagliazzo, es particularmente urgente hoy en muchos países que viven «al borde de la guerra civil, como Kenia y Pakistán, o que están sacudidos por la violencia, como Irak, el Líbano, Darfur, o amenazados por el terrorismo».
En medio de este panorama de sangre, Impagliazzo percibió que se da una cierta esperanza de paz, en el encuentro entre israelíes y palestinos.
Estamos convencidos, dijo citando el mensaje para la paz escrito con este motivo por Benedicto XVI, que «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas».
Tu Best Seller / Autor: P. Clemente González
El día de tu nacimiento, cuando sólo sabías llorar, recibiste mil besos y caricias, pero también un libro con las hojas en blanco, sin estrenar: el libro de tu vida. Desde aquel instante comenzaste a escribir la historia de tu vida. Ya llevas varias páginas. ¿Qué has escrito hasta ahora?
A veces escribimos y escribimos y nunca hojeamos las páginas escritas.
Toma el libro de tu vida y repásalo durante unos minutos. Tal vez encuentres capítulos o páginas que te gustaría besar, algunas escenas te harán llorar, y al abrir alguna página amarilla o reciente, te entrarán ganas de arrancarla. Se ve negra o con salpicaduras de tinta. Pero Pilato te diría: "Lo escrito, amigo, escrito está".
Tú lo has escrito con tu puño y letra. No con la tinta de un bolígrafo o de una pluma, sino con la tinta de tu libertad. "Tú mismo has forjado tu propia aventura", decía el manco de Lepanto. "Porque veo al final de mi duro camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino", sentencia Amado Nervo, para quien prefiere la metáfora del arquitecto.
No arranques esas páginas de cuajo, déjaselas a Dios para que perdone tus garabatos y sigue escribiendo tu historia junto a Él.
¿Por qué no almacenar el libro de tu vida entre los "Best Seller" del cielo? Aprovecha tu tinta porque tarde o temprano se te va a acabar y no se venden recambios ni en los quioscos ni en las librerías. La vida es una y se vive una sola vez. La muerte cerrará tu libro. Y el día del juicio te pedirán tu libro, y Dios mismo lo leerá o lo pasará en vídeo, como las aventuras de Graham Greene o Charles Dickens.
Todos somos arquitectos y novelistas, así que, amigo, borrón y cuenta nueva. Comienza cuanto antes tu "Best Seller".
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Fuente: Catholic.net
A veces escribimos y escribimos y nunca hojeamos las páginas escritas.
Toma el libro de tu vida y repásalo durante unos minutos. Tal vez encuentres capítulos o páginas que te gustaría besar, algunas escenas te harán llorar, y al abrir alguna página amarilla o reciente, te entrarán ganas de arrancarla. Se ve negra o con salpicaduras de tinta. Pero Pilato te diría: "Lo escrito, amigo, escrito está".
Tú lo has escrito con tu puño y letra. No con la tinta de un bolígrafo o de una pluma, sino con la tinta de tu libertad. "Tú mismo has forjado tu propia aventura", decía el manco de Lepanto. "Porque veo al final de mi duro camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino", sentencia Amado Nervo, para quien prefiere la metáfora del arquitecto.
No arranques esas páginas de cuajo, déjaselas a Dios para que perdone tus garabatos y sigue escribiendo tu historia junto a Él.
¿Por qué no almacenar el libro de tu vida entre los "Best Seller" del cielo? Aprovecha tu tinta porque tarde o temprano se te va a acabar y no se venden recambios ni en los quioscos ni en las librerías. La vida es una y se vive una sola vez. La muerte cerrará tu libro. Y el día del juicio te pedirán tu libro, y Dios mismo lo leerá o lo pasará en vídeo, como las aventuras de Graham Greene o Charles Dickens.
Todos somos arquitectos y novelistas, así que, amigo, borrón y cuenta nueva. Comienza cuanto antes tu "Best Seller".
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Fuente: Catholic.net
Año nuevo, vida vieja / Autor: Fernando Pascual, LC
Para algunos el inicio de un nuevo año, de un nuevo número que caracterice el final de todas las fechas y documentos, puede significar que todo empieza, que se hizo “borrón y cuenta nueva”.
En realidad, no existe tal borrón. Iniciamos el nuevo año con las deudas pendientes, con la gripe crónica, con los problemas familiares, con la psicología que nos oprime... Una serie de parámetros permanecen ahí, impertérritos, y nos recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho) continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.
En momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el “inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su poderío.
Esta tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos. Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo, destinado a matar a su padre para casarse con su madre, podría hacernos pensar que incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.
Frente a los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la fantasía y creatividad.
El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza. Como decía Viktor Frankl, un agudo crítico de Freud, los determinismos y condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores, los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para el futuro?
Un año nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien toma entre sus manos a un recién nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta. Quizá cuando empiece el próximo año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera, tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido por cobardías y perezas que ahogaron nuestros mejores propósitos.
Cuando el calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de conquista. Lo haremos desde lo que somos y tenemos, para ir más lejos: para crecer en la virtud y las riquezas del espíritu, para hacer un poco más felices a quienes viven a nuestro lado.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
En realidad, no existe tal borrón. Iniciamos el nuevo año con las deudas pendientes, con la gripe crónica, con los problemas familiares, con la psicología que nos oprime... Una serie de parámetros permanecen ahí, impertérritos, y nos recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho) continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.
En momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el “inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su poderío.
Esta tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos. Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo, destinado a matar a su padre para casarse con su madre, podría hacernos pensar que incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.
Frente a los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la fantasía y creatividad.
El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza. Como decía Viktor Frankl, un agudo crítico de Freud, los determinismos y condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores, los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para el futuro?
Un año nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien toma entre sus manos a un recién nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta. Quizá cuando empiece el próximo año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera, tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido por cobardías y perezas que ahogaron nuestros mejores propósitos.
Cuando el calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de conquista. Lo haremos desde lo que somos y tenemos, para ir más lejos: para crecer en la virtud y las riquezas del espíritu, para hacer un poco más felices a quienes viven a nuestro lado.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
La Vida en el Espíritu, la opción de vivir con la libertad de los hijos de Dios (Rm 8; Ga 4-5) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
1. El Espíritu Santo «es Señor y da la vida». Con estas palabras del símbolo niceno-constantinopolitano la Iglesia sigue profesando la fe en el Espíritu Santo, al que san Pablo proclama como «Espíritu que da la vida» (Rm 8, 2).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el Espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18 cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo, de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús», que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: "De su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse». Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el Espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18 cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo, de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús», que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: "De su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse». Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
Homilía del Papa en el «Te Deum» de final de 2007 / Autor: Benedicto XVI
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la basílica de San Pedro del Vaticano, durante las vísperas en las que participó en la noche del 31 de diciembre, momento en que se entonó el «Te Deum» de acción de gracias por el año 2007.
Introducción y traducción al español por «L'Osservatore Romano».
* * *
HOMILÍA DE BENEDICTO XVI
Queridos hermanos y hermanas:
También al final de este año nos hemos reunido en la basílica vaticana para celebrar las primeras Vísperas de la solemnidad de María santísima, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año solar. A la contemplación del misterio de la maternidad divina se une, por tanto, el cántico de nuestra acción de gracias por el año 2007, que está a punto de concluir, y por el año 2008, que ya vislumbramos. El tiempo pasa y su devenir inexorable nos impulsa a dirigir la mirada con profunda gratitud al Dios eterno, al Señor del tiempo.
Juntos démosle gracias, queridos hermanos y hermanas, en nombre de toda la comunidad diocesana de Roma. A cada uno de vosotros dirijo mi saludo. En primer lugar, saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas, así como a los numerosos fieles laicos aquí reunidos. Saludo al señor alcalde y a las autoridades presentes. Extiendo mi saludo a toda la población de Roma y, de modo especial, a quienes atraviesan situaciones de dificultad y de prueba. A todos aseguro mi cercanía cordial, así como un recuerdo constante en mi oración.
En la breve lectura que hemos escuchado, tomada de la carta a los Gálatas, san Pablo, hablando de la liberación del hombre llevada a cabo por Dios con el misterio de la Encarnación, alude de manera muy discreta a la mujer por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo: "Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe-, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). En esa "mujer" la Iglesia contempla los rasgos de María de Nazaret, mujer singular por haber sido llamada a realizar una misión que la pone en una relación muy íntima con Cristo; más aún, en una relación absolutamente única, porque María es la Madre del Salvador.
Sin embargo, con la misma evidencia podemos y debemos afirmar que es madre nuestra, porque, viviendo su singularísima relación materna con el Hijo, compartió su misión por nosotros y por la salvación de todos los hombres. Contemplándola, la Iglesia descubre en ella los rasgos de su propia fisonomía: María vive la fe y la caridad; María es una criatura, también ella salvada por el único Salvador; María colabora en la iniciativa de la salvación de la humanidad entera. Así María constituye para la Iglesia su imagen más verdadera: aquella en la que la comunidad eclesial debe descubrir continuamente el sentido auténtico de su vocación y de su misterio.
Este breve pero denso pasaje paulino prosigue luego mostrando cómo el hecho de que el Hijo haya asumido la naturaleza humana abre la perspectiva de un cambio radical de la misma condición del hombre. En él se dice que "envió Dios a su Hijo (...) para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia humana, haciéndonos partícipes de su ser Hijo del Padre. Se hizo como nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo y, por tanto, hombres libres de la ley del pecado.
¿No es este un motivo fundamental para elevar a Dios nuestra acción de gracias? Y nuestra gratitud tiene un motivo ulterior al final de un año, si tenemos en cuenta los numerosos beneficios y su constante asistencia que hemos experimentado a lo largo de los doce meses transcurridos. Precisamente por eso todas las comunidades cristianas se reúnen esta tarde para cantar el Te Deum, himno tradicional de alabanza y acción de gracias a la santísima Trinidad. Es lo que haremos también nosotros, al final de este encuentro litúrgico, delante del Santísimo Sacramento.
Cantando rezaremos: "Te ergo, quaesumus tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti", "Socorre, Señor, te rogamos, a tus hijos, a los que has redimido con tu sangre preciosa". Esta tarde rezaremos: Socorre, Señor, con tu misericordia a los habitantes de nuestra ciudad, en la que, como en otros lugares, graves carencias y pobrezas pesan sobre la vida de las personas y de las familias, impidiéndoles mirar al futuro con confianza. No pocos, sobre todo jóvenes, se sienten atraídos por una falsa exaltación, o mejor, profanación del cuerpo y por la trivialización de la sexualidad.
¿Cómo enumerar, luego, los múltiples desafíos que, vinculados al consumismo y al laicismo, interpelan a los creyentes y a los hombres de buena voluntad? Para decirlo en pocas palabras, también en Roma se percibe el déficit de esperanza y de confianza en la vida que constituye el mal "oscuro" de la sociedad occidental moderna.
Sin embargo, aunque son evidentes las deficiencias, no faltan las luces y los motivos de esperanza sobre los cuales implorar la bendición especial de Dios. Precisamente desde esta perspectiva, al cantar el Te Deum, rezaremos: "Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae", "Salva a tu pueblo, Señor, mira y protege a tus hijos, que son tu heredad". Señor, mira y protege en particular a la comunidad diocesana comprometida, con creciente vigor, en el campo de la educación, para responder a la gran "emergencia educativa" de la que hablé el pasado 11 de junio durante el encuentro con los participantes en la Asamblea diocesana, es decir, la dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento (cf. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 11).
Sin clamores, con paciente confianza, tratemos de afrontar esa emergencia, ante todo en el ámbito de la familia. Sin duda, es consolador constatar que el trabajo emprendido durante estos últimos años por las parroquias, por los movimientos y por las asociaciones en la pastoral familiar sigue desarrollándose y dando sus frutos.
Además, Señor, protege las iniciativas misioneras que implican al mundo juvenil: están aumentando y en ellas participa ya un número notable de jóvenes que asumen personalmente la responsabilidad y la alegría del anuncio y del testimonio del Evangelio. En este contexto, ¿cómo no dar gracias a Dios por el valioso servicio pastoral prestado en el mundo de las universidades romanas? Algo análogo conviene llevar a cabo, a pesar de las dificultades, también en las escuelas.
Bendice, Señor, a los numerosos jóvenes y adultos que en los últimos decenios se han consagrado en el sacerdocio para la diócesis de Roma: actualmente son 28 los diáconos que esperan la ordenación presbiteral, prevista para el próximo mes de abril. Así rejuvenece la edad media del clero y se pueden afrontar las crecientes necesidades pastorales; además, así también se puede prestar ayuda a otras diócesis.
Aumenta, especialmente en las periferias, la necesidad de nuevos complejos parroquiales. Actualmente son ocho los que están en construcción. Recientemente yo mismo tuve la alegría de consagrar el último de los que ya se han terminado: la parroquia de Santa María del Rosario en los Mártires Portuenses. Es hermoso palpar la alegría y la gratitud de los habitantes de un barrio que entran por primera vez a su nueva iglesia.
"In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum", "Señor, tú eres nuestra esperanza, no seremos confundidos para siempre". El majestuoso himno del Te Deum se concluye con esta exclamación de fe, de total confianza en Dios, con esta solemne proclamación de nuestra esperanza. Cristo es nuestra esperanza "segura". A este tema dediqué mi reciente encíclica, que lleva por título Spe salvi. Pero nuestra esperanza siempre es esencialmente también esperanza para los demás. Sólo así es verdaderamente esperanza también para cada uno de nosotros (cf. n. 48).
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia de Roma, pidamos al Señor que haga de cada uno de nosotros un auténtico fermento de esperanza en los diversos ambientes, a fin de que se pueda construir un futuro mejor para toda la ciudad. Este es mi deseo para todos en la víspera de un nuevo año, un deseo que encomiendo a la intercesión maternal de María, Madre de Dios y Estrella de la esperanza. Amén.
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[Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Introducción y traducción al español por «L'Osservatore Romano».
* * *
HOMILÍA DE BENEDICTO XVI
Queridos hermanos y hermanas:
También al final de este año nos hemos reunido en la basílica vaticana para celebrar las primeras Vísperas de la solemnidad de María santísima, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año solar. A la contemplación del misterio de la maternidad divina se une, por tanto, el cántico de nuestra acción de gracias por el año 2007, que está a punto de concluir, y por el año 2008, que ya vislumbramos. El tiempo pasa y su devenir inexorable nos impulsa a dirigir la mirada con profunda gratitud al Dios eterno, al Señor del tiempo.
Juntos démosle gracias, queridos hermanos y hermanas, en nombre de toda la comunidad diocesana de Roma. A cada uno de vosotros dirijo mi saludo. En primer lugar, saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas, así como a los numerosos fieles laicos aquí reunidos. Saludo al señor alcalde y a las autoridades presentes. Extiendo mi saludo a toda la población de Roma y, de modo especial, a quienes atraviesan situaciones de dificultad y de prueba. A todos aseguro mi cercanía cordial, así como un recuerdo constante en mi oración.
En la breve lectura que hemos escuchado, tomada de la carta a los Gálatas, san Pablo, hablando de la liberación del hombre llevada a cabo por Dios con el misterio de la Encarnación, alude de manera muy discreta a la mujer por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo: "Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe-, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). En esa "mujer" la Iglesia contempla los rasgos de María de Nazaret, mujer singular por haber sido llamada a realizar una misión que la pone en una relación muy íntima con Cristo; más aún, en una relación absolutamente única, porque María es la Madre del Salvador.
Sin embargo, con la misma evidencia podemos y debemos afirmar que es madre nuestra, porque, viviendo su singularísima relación materna con el Hijo, compartió su misión por nosotros y por la salvación de todos los hombres. Contemplándola, la Iglesia descubre en ella los rasgos de su propia fisonomía: María vive la fe y la caridad; María es una criatura, también ella salvada por el único Salvador; María colabora en la iniciativa de la salvación de la humanidad entera. Así María constituye para la Iglesia su imagen más verdadera: aquella en la que la comunidad eclesial debe descubrir continuamente el sentido auténtico de su vocación y de su misterio.
Este breve pero denso pasaje paulino prosigue luego mostrando cómo el hecho de que el Hijo haya asumido la naturaleza humana abre la perspectiva de un cambio radical de la misma condición del hombre. En él se dice que "envió Dios a su Hijo (...) para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia humana, haciéndonos partícipes de su ser Hijo del Padre. Se hizo como nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo y, por tanto, hombres libres de la ley del pecado.
¿No es este un motivo fundamental para elevar a Dios nuestra acción de gracias? Y nuestra gratitud tiene un motivo ulterior al final de un año, si tenemos en cuenta los numerosos beneficios y su constante asistencia que hemos experimentado a lo largo de los doce meses transcurridos. Precisamente por eso todas las comunidades cristianas se reúnen esta tarde para cantar el Te Deum, himno tradicional de alabanza y acción de gracias a la santísima Trinidad. Es lo que haremos también nosotros, al final de este encuentro litúrgico, delante del Santísimo Sacramento.
Cantando rezaremos: "Te ergo, quaesumus tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti", "Socorre, Señor, te rogamos, a tus hijos, a los que has redimido con tu sangre preciosa". Esta tarde rezaremos: Socorre, Señor, con tu misericordia a los habitantes de nuestra ciudad, en la que, como en otros lugares, graves carencias y pobrezas pesan sobre la vida de las personas y de las familias, impidiéndoles mirar al futuro con confianza. No pocos, sobre todo jóvenes, se sienten atraídos por una falsa exaltación, o mejor, profanación del cuerpo y por la trivialización de la sexualidad.
¿Cómo enumerar, luego, los múltiples desafíos que, vinculados al consumismo y al laicismo, interpelan a los creyentes y a los hombres de buena voluntad? Para decirlo en pocas palabras, también en Roma se percibe el déficit de esperanza y de confianza en la vida que constituye el mal "oscuro" de la sociedad occidental moderna.
Sin embargo, aunque son evidentes las deficiencias, no faltan las luces y los motivos de esperanza sobre los cuales implorar la bendición especial de Dios. Precisamente desde esta perspectiva, al cantar el Te Deum, rezaremos: "Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae", "Salva a tu pueblo, Señor, mira y protege a tus hijos, que son tu heredad". Señor, mira y protege en particular a la comunidad diocesana comprometida, con creciente vigor, en el campo de la educación, para responder a la gran "emergencia educativa" de la que hablé el pasado 11 de junio durante el encuentro con los participantes en la Asamblea diocesana, es decir, la dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento (cf. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 11).
Sin clamores, con paciente confianza, tratemos de afrontar esa emergencia, ante todo en el ámbito de la familia. Sin duda, es consolador constatar que el trabajo emprendido durante estos últimos años por las parroquias, por los movimientos y por las asociaciones en la pastoral familiar sigue desarrollándose y dando sus frutos.
Además, Señor, protege las iniciativas misioneras que implican al mundo juvenil: están aumentando y en ellas participa ya un número notable de jóvenes que asumen personalmente la responsabilidad y la alegría del anuncio y del testimonio del Evangelio. En este contexto, ¿cómo no dar gracias a Dios por el valioso servicio pastoral prestado en el mundo de las universidades romanas? Algo análogo conviene llevar a cabo, a pesar de las dificultades, también en las escuelas.
Bendice, Señor, a los numerosos jóvenes y adultos que en los últimos decenios se han consagrado en el sacerdocio para la diócesis de Roma: actualmente son 28 los diáconos que esperan la ordenación presbiteral, prevista para el próximo mes de abril. Así rejuvenece la edad media del clero y se pueden afrontar las crecientes necesidades pastorales; además, así también se puede prestar ayuda a otras diócesis.
Aumenta, especialmente en las periferias, la necesidad de nuevos complejos parroquiales. Actualmente son ocho los que están en construcción. Recientemente yo mismo tuve la alegría de consagrar el último de los que ya se han terminado: la parroquia de Santa María del Rosario en los Mártires Portuenses. Es hermoso palpar la alegría y la gratitud de los habitantes de un barrio que entran por primera vez a su nueva iglesia.
"In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum", "Señor, tú eres nuestra esperanza, no seremos confundidos para siempre". El majestuoso himno del Te Deum se concluye con esta exclamación de fe, de total confianza en Dios, con esta solemne proclamación de nuestra esperanza. Cristo es nuestra esperanza "segura". A este tema dediqué mi reciente encíclica, que lleva por título Spe salvi. Pero nuestra esperanza siempre es esencialmente también esperanza para los demás. Sólo así es verdaderamente esperanza también para cada uno de nosotros (cf. n. 48).
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia de Roma, pidamos al Señor que haga de cada uno de nosotros un auténtico fermento de esperanza en los diversos ambientes, a fin de que se pueda construir un futuro mejor para toda la ciudad. Este es mi deseo para todos en la víspera de un nuevo año, un deseo que encomiendo a la intercesión maternal de María, Madre de Dios y Estrella de la esperanza. Amén.
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[Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
La persona humana, corazón de la paz / Autor: Benedicto XVI
1. Al comienzo del nuevo año, quiero hacer llegar a los gobernantes y a los responsables de las naciones, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, mis deseos de paz. Los dirijo en particular a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los que viven bajo la amenaza de la violencia y la fuerza de las armas o que, agraviados en su dignidad, esperan en su rescate humano y social. Los dirijo a los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos trabajar por la justicia y la paz.
Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, la atención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.
La persona humana y la paz: don y tarea
2. La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. (1) En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros». (2) Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.
3. También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (3) La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». (4) Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.
En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
El derecho a la vida y a la libertad religiosa
4. El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como tal.
5. Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.
Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han debido constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz.
La igualdad de naturaleza de todas las personas
6. En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.
Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido, la igualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa “gramática” natural que se desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no se puede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la paz. Las gravísimas carencias que sufren muchas poblaciones, especialmente del Continente africano, están en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligida a la paz.
7. La insuficiente consideración de la condición femenina provoca también factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explotación de mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad; pienso igualmente –en un contexto diverso– en las concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, que todavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hombre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejercicio de las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusión de que la paz está asegurada mientras no se superen también estas formas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscrita por el Creador en cada ser humano. (5)
La ecología de la paz
8. Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado». (6) Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social». Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.
9. El problema cada día más grave del abastecimiento energético nos ayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra ecología. En estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producción industrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provocando una competitividad ante los recursos disponibles sin parangón con situaciones precedentes. Mientras tanto, en algunas regiones del planeta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que el desarrollo está prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género de desarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético? ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán los excluidos de esta competición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por la naturaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecer entre los hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de la persona y capaces de satisfacer sus auténticas necesidades. La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre.
Concepciones restrictivas del hombre
10. Es apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades y tensiones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una ecología humana que favorezca el crecimiento del «árbol de la paz». Para acometer una empresa como ésta, es preciso dejarse guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos, que inciten al odio y a la violencia. Es comprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas. Lo que no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicas que conlleven el germen de la contraposición y la violencia. Son igualmente inaceptables las concepciones de Dios que impulsen a la intolerancia ante nuestros semejantes y el recurso a la violencia contra ellos. Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología.
11. Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Derechos humanos y Organizaciones internacionales
12. Una paz estable y verdadera presupone el respeto de los derechos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Se pone así de manifiesto la profunda insuficiencia de una concepción relativista de la persona cuando se trata de justificar y defender sus derechos. La aporía es patente en este caso: los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello es sólo relativo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias “incómodas” que impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o decidera relegarlo? Sólo si están arraigados en bases objetivas de la naturaleza que el Creador ha dado al hombre, los derechos que se le han atribuido pueden ser afirmados sin temor de ser desmentidos. Por lo demás, es patente que los derechos del hombre implican a su vez deberes. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Ganges de los derechos desciende del Himalaya de los deberes». Únicamente aclarando estos presupuestos de fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a continuos ataques, pueden ser defendidos adecuadamente. Sin esta aclaración, se termina por usar la expresión misma de «derechos humanos», sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será la persona humana caracterizada por una dignidad permanente y por derechos siempre válidos, para todos y en cualquier lugar; para otros, una persona con dignidad versátil y con derechos siempre negociables, tanto en los contenidos como en el tiempo y en el espacio.
13. Los Organismos internacionales se refieren continuamente a la tutela de los derechos humanos y, en particular, lo hace la Organización de las Naciones Unidas que, con la Declaración Universal de 1948, se ha propuesto como tarea fundamental la promoción de los derechos del hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.
Derecho internacional humanitario y derecho interno de los Estados
14. A partir de la convicción de que existen derechos humanos inalienables vinculados a la naturaleza común de los hombres, se ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya observancia se han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamentablemente, y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicado coherentemente en algunas situaciones bélicas recientes. Así ha ocurrido, por ejemplo, en el conflicto que hace meses ha tenido como escenario el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena parte la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicar a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho internacional humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto armado, incluidas las que no están previstas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga del terrorismo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efecto, cada vez más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobre todo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar por cualquier medio sus objetivos. Ante los hechos sobrecogedores de estos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad de establecer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramática desorientación que se está dando. La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad. Y cuando, a pesar de todo, se llega a ella, hay que salvaguardar al menos los principios esenciales de humanidad y los valores que fundamentan toda convivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que limiten lo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles y de todas las víctimas de los conflictos. (7)
15. Otro elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por algunos Estados, de poseer armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidumbre y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hace pensar de nuevo en los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras del período de la llamada “guerra fría”. Se esperaba que, después de ella, el peligro atómico habría pasado definitivamente y que la humanidad podría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto, qué actual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones». (8) Lamentablemente, en el horizonte de la humanidad siguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futuro de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionales para la no proliferación de armas nucleares, sino también en el compromiso de intentar con determinación su disminución y desmantelamiento definitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado para lograr estos objetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda la familia humana!
La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona humana
16. Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Iglesia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» (9) en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.
17. Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 40 y el 20 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14). Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
Benedicto XVI
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Notas
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[2] Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923.
[3] N. 3.
[4] Homilía en la explanada de Isling de Ratisbona (12 septiembre 2006).
[5] Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004), 15-16.
[6] N. 38.
[7] A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios muy severos y precisos: cf. nn. 2307-2317.
[8] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 80.
[9] Ibíd., 76.
Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, la atención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.
La persona humana y la paz: don y tarea
2. La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. (1) En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros». (2) Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.
3. También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (3) La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». (4) Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.
En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
El derecho a la vida y a la libertad religiosa
4. El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como tal.
5. Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.
Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han debido constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz.
La igualdad de naturaleza de todas las personas
6. En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.
Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido, la igualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa “gramática” natural que se desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no se puede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la paz. Las gravísimas carencias que sufren muchas poblaciones, especialmente del Continente africano, están en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligida a la paz.
7. La insuficiente consideración de la condición femenina provoca también factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explotación de mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad; pienso igualmente –en un contexto diverso– en las concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, que todavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hombre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejercicio de las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusión de que la paz está asegurada mientras no se superen también estas formas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscrita por el Creador en cada ser humano. (5)
La ecología de la paz
8. Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado». (6) Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social». Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.
9. El problema cada día más grave del abastecimiento energético nos ayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra ecología. En estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producción industrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provocando una competitividad ante los recursos disponibles sin parangón con situaciones precedentes. Mientras tanto, en algunas regiones del planeta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que el desarrollo está prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género de desarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético? ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán los excluidos de esta competición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por la naturaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecer entre los hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de la persona y capaces de satisfacer sus auténticas necesidades. La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre.
Concepciones restrictivas del hombre
10. Es apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades y tensiones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una ecología humana que favorezca el crecimiento del «árbol de la paz». Para acometer una empresa como ésta, es preciso dejarse guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos, que inciten al odio y a la violencia. Es comprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas. Lo que no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicas que conlleven el germen de la contraposición y la violencia. Son igualmente inaceptables las concepciones de Dios que impulsen a la intolerancia ante nuestros semejantes y el recurso a la violencia contra ellos. Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología.
11. Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Derechos humanos y Organizaciones internacionales
12. Una paz estable y verdadera presupone el respeto de los derechos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Se pone así de manifiesto la profunda insuficiencia de una concepción relativista de la persona cuando se trata de justificar y defender sus derechos. La aporía es patente en este caso: los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello es sólo relativo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias “incómodas” que impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o decidera relegarlo? Sólo si están arraigados en bases objetivas de la naturaleza que el Creador ha dado al hombre, los derechos que se le han atribuido pueden ser afirmados sin temor de ser desmentidos. Por lo demás, es patente que los derechos del hombre implican a su vez deberes. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Ganges de los derechos desciende del Himalaya de los deberes». Únicamente aclarando estos presupuestos de fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a continuos ataques, pueden ser defendidos adecuadamente. Sin esta aclaración, se termina por usar la expresión misma de «derechos humanos», sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será la persona humana caracterizada por una dignidad permanente y por derechos siempre válidos, para todos y en cualquier lugar; para otros, una persona con dignidad versátil y con derechos siempre negociables, tanto en los contenidos como en el tiempo y en el espacio.
13. Los Organismos internacionales se refieren continuamente a la tutela de los derechos humanos y, en particular, lo hace la Organización de las Naciones Unidas que, con la Declaración Universal de 1948, se ha propuesto como tarea fundamental la promoción de los derechos del hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.
Derecho internacional humanitario y derecho interno de los Estados
14. A partir de la convicción de que existen derechos humanos inalienables vinculados a la naturaleza común de los hombres, se ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya observancia se han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamentablemente, y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicado coherentemente en algunas situaciones bélicas recientes. Así ha ocurrido, por ejemplo, en el conflicto que hace meses ha tenido como escenario el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena parte la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicar a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho internacional humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto armado, incluidas las que no están previstas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga del terrorismo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efecto, cada vez más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobre todo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar por cualquier medio sus objetivos. Ante los hechos sobrecogedores de estos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad de establecer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramática desorientación que se está dando. La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad. Y cuando, a pesar de todo, se llega a ella, hay que salvaguardar al menos los principios esenciales de humanidad y los valores que fundamentan toda convivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que limiten lo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles y de todas las víctimas de los conflictos. (7)
15. Otro elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por algunos Estados, de poseer armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidumbre y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hace pensar de nuevo en los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras del período de la llamada “guerra fría”. Se esperaba que, después de ella, el peligro atómico habría pasado definitivamente y que la humanidad podría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto, qué actual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones». (8) Lamentablemente, en el horizonte de la humanidad siguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futuro de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionales para la no proliferación de armas nucleares, sino también en el compromiso de intentar con determinación su disminución y desmantelamiento definitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado para lograr estos objetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda la familia humana!
La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona humana
16. Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Iglesia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» (9) en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.
17. Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 40 y el 20 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14). Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
Benedicto XVI
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Notas
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[2] Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923.
[3] N. 3.
[4] Homilía en la explanada de Isling de Ratisbona (12 septiembre 2006).
[5] Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004), 15-16.
[6] N. 38.
[7] A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios muy severos y precisos: cf. nn. 2307-2317.
[8] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 80.
[9] Ibíd., 76.
Unión de corazones / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.
Nunca mejor que en el momento de la comunión podremos decir con san Pablo "Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). Entonces formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como diría san Agustín: "Tu alma ya no es tuya, sino de todos tus hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas igualmente con la tuya no son varias almas, sino una sola, la única de Cristo" (Epístola 24, 3). "Cristo lo es TODO en todos" (Col 3, 11) y formamos con Él una sola alma y un solo corazón.
"El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56). Decía santa Catalina de Génova: "Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jescuristo". Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día. Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo.
Este cambio de corazones se lo concedió a Santa Catalina de Siena. Cuenta su director, el Beato Raimundo: "Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal... que Catlina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor, teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele , el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre".
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permenentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere san Antonio Mª Claret en su autobiografía: "En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho".
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: "¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano". En ese momento, dice S. Cipriano: "nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades".
Y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: "mi alma y la de Jesús se hacen UNA." S. Lorenzo Justiniano exclamaba: "Oh admirable milagro de tu amor, Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo". Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos.
Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: "Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia" (Ofrenda al Amor misericordioso).
"El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56). Decía santa Catalina de Génova: "Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jescuristo". Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día. Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo.
Este cambio de corazones se lo concedió a Santa Catalina de Siena. Cuenta su director, el Beato Raimundo: "Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal... que Catlina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor, teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele , el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre".
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permenentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere san Antonio Mª Claret en su autobiografía: "En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho".
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: "¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano". En ese momento, dice S. Cipriano: "nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades".
Y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: "mi alma y la de Jesús se hacen UNA." S. Lorenzo Justiniano exclamaba: "Oh admirable milagro de tu amor, Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo". Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos.
Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: "Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia" (Ofrenda al Amor misericordioso).
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