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sábado, 28 de junio de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Los santos Pedro y Pablo, apóstoles, con su predicación y martirio, fundamentaron sus vidas sobre la Roca, que es Cristo / Por P. José María Prats

* «Vivimos en tiempos de persecución del evangelio, persecución por parte de un mundo que quiere sustituir el orden divino por otro orden establecido caprichosa y arbitrariamente. Como la Iglesia de Jerusalén que oraba para que San Pedro fuera liberado del poder de Herodes, también nosotros debemos orar por su sucesor, para que venza la tentación de actuar movido por ‘la carne y por la sangre’ y sea siempre para la Iglesia esa Piedra sobre la que se estrellan los embates del mal»


San Pedro y san Pablo, apóstoles

Hechos 12, 1-11  /  Salmo 33  /  2 Timoteo 4, 6-8.17-18  / San Mateo 16, 13-19

P. José María Prats / Camino Católico.-   La Iglesia celebra hoy el martirio de sus dos grandes apóstoles: Pedro, apóstol de los judíos, y Pablo, de los gentiles. Ambos son patrones de Roma. La comunidad cristiana de esta ciudad los comparó con Rómulo y Remo: éstos fundaron la ciudad sobre el Monte Palatino, aquellos la refundaron sobre la Roca, que es Cristo, con su predicación y su martirio.

San Pedro, a quien el Señor –como hemos escuchado en el evangelio– había confiado el gobierno de su Iglesia dándole poder para atar y desatar en su nombre, murió siendo obispo de Roma y, por ello, sus sucesores en esta sede, los Papas, han perpetuado a lo largo de la historia el encargo dado por el Señor.

En todas las lecturas de hoy se pone de manifiesto la debilidad del apóstol, que sólo puede llevar a cabo su misión sostenido y liberado del poder del mal por la asistencia divina. En la primera lectura San Pedro es liberado de la cárcel por el ángel del Señor antes de que Herodes lo ejecutara, y en el evangelio, Jesús le promete que, por su intercesión, «el poder del infierno no lo derrotará». Por su parte, San Pablo, en la segunda lectura, reconoce esta misma asistencia que hace posible el ministerio apostólico con estas palabras: «El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.»

El apóstol, pues, ayudado por la gracia, tiene que vencerse continuamente a sí mismo y al mundo para actuar según la voluntad e inspiración divinas. En el evangelio, Jesús dice a Pedro: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» Vemos cómo aquí Pedro ha sido totalmente dócil a la inspiración divina profesando la fe verdadera. Pero, curiosamente, muy poco después, cuando Jesús empieza a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén para vivir allí su pasión, muerte y resurrección, Pedro se opone a la voluntad de Dios dejándose llevar por «la carne y la sangre» hasta el punto de que el mismo Jesús, que acababa de darle el nombre de Piedra, lo llama ahora «Satanás».

Vivimos en tiempos de persecución del evangelio, persecución por parte de un mundo que quiere sustituir el orden divino por otro orden establecido caprichosa y arbitrariamente. Como la Iglesia de Jerusalén que oraba para que San Pedro fuera liberado del poder de Herodes, también nosotros debemos orar por su sucesor, para que venza la tentación de actuar movido por «la carne y por la sangre» y sea siempre para la Iglesia esa Piedra sobre la que se estrellan los embates del mal.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: 

«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». 

Ellos dijeron: 

«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». 

Díceles Él: 

«Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». 

Simón Pedro contestó: 

«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». 

Replicando Jesús le dijo: 

«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

San Mateo 16, 13-19

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