* «De hecho, la conciencia del don que supone la Sagrada Comunión y el deseo de recibirla más dignamente deberían impulsarnos a acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación. Este amor a Jesús que se entrega y viene a habitar en nosotros debe manifestarse también en nuestras actitudes antes, durante y después de comulgar, centrando nuestra atención en la grandeza de lo que estamos viviendo, recibiendo con gran respeto y delicadeza la Sagrada Comunión y dando gracias de todo corazón por el don que se nos concede»
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - C
Génesis 14, 18-20 / Salmo 109 / 1 Corintios 11, 23-26 / San Lucas 9, 11b-17
P. José María Prats / Camino Católico.- El tiempo ordinario que hemos iniciado tras la solemnidad de Pentecostés representa el tiempo presente, el tiempo en que la Iglesia avanza hacia la consumación del mundo guiada y sostenida por el Señor resucitado e impulsada por el Espíritu Santo.
En la celebración de hoy contemplamos y adoramos el misterio del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo con que el Señor resucitado comunica su vida a su pueblo y lo sostiene y fortalece. De hecho, el milagro de la multiplicación del pan y los peces que nos presenta el evangelio de hoy se ha interpretado siempre como una figura de la eucaristía. Los doce cestos llenados con las sobras de esa comida están destinados a las doce tribus de Israel: son el alimento espiritual del pueblo de Dios.
Sí, el Señor resucitado nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre, pero este don inefable sólo puede producir fruto en nosotros si lo acogemos debidamente. Conviene, por ello, recordar cómo debe recibirse la Sagrada Comunión.
En primer lugar hemos de tomar conciencia de lo que vamos a recibir: al mismo Jesucristo vivo y latente bajo las especies del pan y del vino. Es imposible penetrar todo el alcance de este misterio de amor, pero podemos, al menos, sumergirnos y dejarnos empapar por él a través de la adoración eucarística, que enciende en nosotros el deseo ferviente de corresponder a este amor incomparable.
Recibir la Sagrada Comunión es acoger a Jesús en nuestra casa para que tome plena posesión de ella, es abrazarlo con el deseo de estrechar la comunión con Él. Por ello no podemos recibirla si esta comunión se ha roto por un pecado grave o si nuestra vida no se ajusta a sus mandamientos como en el caso de quienes conviven maritalmente sin estar casados ante Dios. Recibirla en estas condiciones sería una contradicción, una mentira, una hipocresía; como la de quien abraza a un amigo a quien antes ha traicionado. San Pablo nos lo advierte con palabras muy severas: «Quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación» (1 Co 11,27-29). De hecho, la conciencia del don que supone la Sagrada Comunión y el deseo de recibirla más dignamente deberían impulsarnos a acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación.
Finalmente, este amor a Jesús que se entrega y viene a habitar en nosotros debe manifestarse también en nuestras actitudes antes, durante y después de comulgar, centrando nuestra atención en la grandeza de lo que estamos viviendo, recibiendo con gran respeto y delicadeza la Sagrada Comunión y dando gracias de todo corazón por el don que se nos concede. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado».
Él les dijo:
«Dadles vosotros de comer».
Pero ellos respondieron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».
Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos:
«Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta».
Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
San Lucas 9, 11b-17
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