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martes, 1 de enero de 2008

Unión de corazones / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.

Nunca mejor que en el momento de la comunión podremos decir con san Pablo "Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). Entonces formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como diría san Agustín: "Tu alma ya no es tuya, sino de todos tus hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas igualmente con la tuya no son varias almas, sino una sola, la única de Cristo" (Epístola 24, 3). "Cristo lo es TODO en todos" (Col 3, 11) y formamos con Él una sola alma y un solo corazón.

"El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56). Decía santa Catalina de Génova: "Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jescuristo". Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día. Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo.

Este cambio de corazones se lo concedió a Santa Catalina de Siena. Cuenta su director, el Beato Raimundo: "Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal... que Catlina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor, teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele , el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre".

Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permenentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere san Antonio Mª Claret en su autobiografía: "En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho".

La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: "¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano". En ese momento, dice S. Cipriano: "nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades".

Y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: "mi alma y la de Jesús se hacen UNA." S. Lorenzo Justiniano exclamaba: "Oh admirable milagro de tu amor, Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo". Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos.

Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: "Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia" (Ofrenda al Amor misericordioso).

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