El problema de fondo de la democracia actual es que está patinando sobre una capa de hielo de poco espesor
No es raro ver a profesores que tienen delante de sí una masa enardecida de niños inquietos y dispuestos a no obedecer. Cuando cargado de valor, el educador se atreve a insinuar una indicación, rápidamente se hace sentir el desconcierto general. Las protestas se levantan y el espacio aéreo se llena al instante de misiles de papel. Una salida fácil para estos casos sería una “votación democrática” sobre lo que se ha de hacer.
Uno de los orgullos más grandes del mundo occidental es la conquista de la democracia. ¡Es verdad! Gracias a ella, la convivencia ha sido más pacífica, el diálogo más franco y las soluciones diplomáticas se buscan antes que la guerra. No cabe duda, es un gran avance.
El problema de fondo de la democracia actual es que está patinando sobre una capa de hielo de poco espesor. Tarde o temprano esta capa se estrellará y se romperá. El resultado será la congelación y muerte de las sociedades que sobre ella patinaban tan seguras.
En nuestros días, la democracia ha penetrado esferas insospechadas. Lo que surgió como una forma de gobierno se ha convertido en una forma de vida social. El problema no es la democracia, sino los valores que la sostienen y sobre los cuales se debe construir la sociedad. Si esa base que la sostiene es débil, se romperá. Si no hay principios morales y antropológicos firmes, la resquebrajadura es sólo cuestión de tiempo.
Hemos llegado a vivir en una especie de totalitarismo democrático donde todo se lleva a votación. Esto no puede ser. Hay cosas que no pueden ser llevadas a referéndum, valores que no pueden ser subyugados por este totalitarismo. Principios cuya vida no puede depender de las mayorías. ¿Es una cuestión de urnas decidir la vida o la muerte de un niño o de un anciano? ¿En qué se basa la democracia? ¿En un puro “tirar para delante” todos juntos, sin importar lo que sea, con tal de estar de acuerdo?
Lo ideal de la democracia sería que el gobierno del pueblo se dirigiera sobre la base de unos principios firmes. No sobre sistemas utilitarios y pragmáticos. En el hombre hay recintos sagrados donde la democracia no puede y no debe tocar la puerta: la vida, la dignidad, la religión…
Muchas veces la democracia se ha convertido en esa salida fácil de emergencia para no afrontar problemas. Si se descuida este punto la sociedad caerá en aguas congeladas. Si no queremos que se convierta en un totalitarismo subyugante, al centro de la democracia debe estar el hombre y, como fin, su realización integral. De hecho, si el educador del que hablamos al inicio hubiera dicho: “Bueno, escojan entre irse de fiesta o estudiar…”, no sería digno del título que le hemos dado. La salida fácil no siempre es la mejor. La democracia no tiene derecho a violar la integridad del hombre. La democracia no debe ser un dictador, sino un educador.
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Fuente: arcol.org
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