* «Mirándome con unos ojos muy bellos, me dijo: “Brigitte, si conocieras el don de Dios…» Yo no sabía que son las palabras que le dice Jesús a la samaritana (Jn 4, 10). Esas palabras… ¡era Dios quien me hablaba! ¡Era Jesús quien me hablaba! Ablandó mi corazón, que era duro como la piedra… Se levantó, se me acercó, dijo una oración, me impuso las manos y me absolvió de todos mis pecados. Creí, creí que todos mis pecados, mi falta de amor, habían sido perdonados. En apenas una fracción de segundo comprendí que Dios había resucitado, que Jesús era Dios, que Dios estaba vivo, que yo era hija de Dios, que Dios era mi padre y que podía recomenzar mi vida completamente, que Dios me amaba. Jesús murió por mí, solo por mí, para que yo pueda vivir»
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