* «Para que no caigamos en la tentación de asimilar a Jesús con un rey terreno, él mismo nos recuerda en el Evangelio que su reino «no es de este mundo». Su poder y el del reino que ha venido a establecer no se funda sobre la hegemonía militar o económica, sino sobre la comunión con el Padre, cuyos designios necesariamente se cumplirán. Este contraste con los reyes de la tierra se pone especialmente de manifiesto en la cruz, en cuya inscripción Jesús es proclamado rey. A pesar de las apariencias –que no pueden estar más lejos del fasto de la realeza de este mundo– Jesús reina en la cruz porque acoge incondicionalmente la voluntad del Padre»
Jesucristo, Rey del Universo - B:
Daniel 7, 13-14 / Salmo 92 / Apocalipsis 1, 5-8 / San Juan 18, 33b-37
P. José María Prats / Camino Católico.- En esta solemnidad de Cristo Rey con la que terminamos el año litúrgico, se nos presenta a Jesucristo en su venida definitiva al final del mundo para juzgar a vivos y muertos y para renovar toda la creación llevando a su plenitud el reino de amor y de paz que inauguró con su primera venida.
En esta solemnidad se nos manifiesta como en ninguna otra el alcance de la figura de Cristo que había permanecido velado hasta ahora. En su encarnación y nacimiento se nos mostraba su humildad, en su vida escondida y en su ministerio, su profunda humanidad, y en su pasión y muerte, su entrega y su vulnerabilidad. Ahora, en cambio, en su venida definitiva, se descorre ante todos los pueblos el velo que escondía su gloria y su divinidad.
La segunda lectura proclama abiertamente el alcance cósmico de su figura: Jesucristo es «el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso», y el que «nos ha librado de nuestros pecados por su sangre».
Él es el Alfa, es decir, el origen de todo, la Palabra mediante la cual se hicieron todas las cosas.
Es el redentor del mundo, el que «nos ha librado de nuestros pecados por su sangre y nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre».
Es la Omega, el destino de toda la creación, la lámpara que iluminará la Jerusalén celeste y colmará todo de felicidad y de sentido.
San Pablo, en la carta a los Colosenses lo resume con estas palabras: «todo fue creado por Él y para Él» (Col 1,16). Si esto es así, ¡qué locura y qué drama vivir al margen de Aquél que es nuestro origen y nuestro destino, del que sostiene nuestra existencia y nos permite vencer sobre las fuerzas del mal!
Hoy, pues, se nos muestra a Jesús como «Rey de Reyes y Señor de señores» (Ap 19,16) y se proclama solemnemente su poder absoluto e incontestable: «Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin». Pero para que no caigamos en la tentación de asimilar a Jesús con un rey terreno, él mismo nos recuerda en el Evangelio que su reino «no es de este mundo». Su poder y el del reino que ha venido a establecer no se funda sobre la hegemonía militar o económica, sino sobre la comunión con el Padre, cuyos designios necesariamente se cumplirán. Este contraste con los reyes de la tierra se pone especialmente de manifiesto en la cruz, en cuya inscripción Jesús es proclamado rey. A pesar de las apariencias –que no pueden estar más lejos del fasto de la realeza de este mundo– Jesús reina en la cruz porque acoge incondicionalmente la voluntad del Padre.
Todos deseamos reinar en el sentido de poseer un poder que nos permita vencer sobre las amenazas que se ciernen sobre nosotros y gozar de una existencia plena y estable. Y esto solo lo podemos conseguir por la comunión con Dios, que es el único que existe eternamente por sí mismo. Esta comunión se alcanza conformando nuestra vida con la Palabra de Dios: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23).
Por desgracia, el Maligno intenta separarnos de esta comunión con Dios proponiéndonos una realeza fugaz e ilusoria como hizo con Jesús, a quien mostró los reinos del mundo y su gloria y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras» (Mt 4,9). Lamentablemente muchos ceden a la tentación de la corrupción y del fraude para alcanzar este poder aparente que conduce a la ruina.
Nosotros sabemos que la realeza consistente y estable pasa necesariamente por compartir la realeza de Cristo en el cumplimiento de la voluntad del Padre, porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:
«¿Eres tú el Rey de los judíos?».
Respondió Jesús:
«¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?».
Pilato respondió:
«¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?».
Respondió Jesús:
«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí».
Entonces Pilato le dijo:
«¿Luego tú eres Rey?».
Respondió Jesús:
«Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
San Juan 18, 33b-37
No hay comentarios:
Publicar un comentario