Domingo III de Pascua - C
Hechos 5, 27b-32.40b-41 / Salmo 29 / Apocalipsis 5, 11-14 / Juan 21, 1-19
P. José María Prats / Camino Católico.- En este pasaje tan bonito del Evangelio de San Juan se nos comunica una enseñanza muy profunda sobre la misión de la Iglesia. Pero para poder adentrarnos en ella es necesario que nos fijemos en algunos detalles que están cargados de significado.
En primer lugar, es importante darse cuenta de que los discípulos que se encontraban reunidos junto al lago de Tiberiades eran justamente siete. El número siete, en la Biblia, indica plenitud y totalidad. El hecho de que siete discípulos salgan a pescar bajo la iniciativa de Pedro nos está indicando que la misión de la Iglesia es una tarea de todos los discípulos de Jesús que está liderada por aquél a quien Cristo ha puesto al frente de su Iglesia, es decir, por el apóstol Pedro, cuyo sucesor es el Santo Padre, el obispo de Roma.
Otro detalle importante es que los discípulos salen a pescar a oscuras y en toda la noche no consiguen pescar absolutamente nada. En la celebración de la Vigilia Pascual entramos en el templo a oscuras, significando con ello que Cristo todavía no había resucitado. La noche es, por tanto, un símbolo de la ausencia de Cristo resucitado, y cuando Él no está presente todos nuestros esfuerzos son vanos.
Cristo aparece en la orilla al amanecer significando que Él es la luz del mundo. Y cuando Él se hace presente y dirige la misión dando instrucciones que son acogidas por sus discípulos, entonces se produce el milagro de la pesca desbordante.
Un detalle más difícil de descifrar es el de los 153 peces capturados. 153 es la suma de los 17 primeros números, y 17 es, a su vez, la suma de 10+7, dos números que representan plenitud y totalidad, con lo cual los 153 peces capturados significan la universalidad de razas y culturas alcanzadas por la misión. Y la fuerza de la red que es capaz de resistir sin romperse una carga tan pesada, nos indica que la Iglesia tiene la capacidad de congregar en ella a todos los hombres.
Finalmente, fijémonos en cómo Jesús resucitado pide a sus discípulos que acudan junto a Él a la orilla del lago arrastrando esa red repleta de peces que representa a todos los hombres que han acogido el anuncio del evangelio. Y allí les invita a participar de una comida que simboliza el banquete de la eucaristía. Esto nos está indicando que el objetivo final de la misión es llevar a todos los hombres a la orilla, es decir, al encuentro con Cristo resucitado para que, por medio de los sacramentos, compartan su vida, que es vida eterna, plenitud de vida.
Por la misericordia de Dios, estamos entre esos 153 peces que han sido atrapados en las redes de los apóstoles y por eso estamos hoy aquí, en la orilla, junto a Cristo resucitado, compartiendo el banquete de la eucaristía que nos hace santos y sabios. Que este banquete sagrado sea siempre para nosotros la fuente secreta de nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestra paz..
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, se apareció Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
Simón Pedro les dice:
«Voy a pescar».
Le contestan ellos:
«También nosotros vamos contigo».
Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Díceles Jesús:
«Muchachos, ¿no tenéis pescado?».
Le contestaron:
«No».
Él les dijo:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír Simón Pedro que era el Señor se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
Díceles Jesús:
«Traed algunos de los peces que acabáis de pescar».
Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Venid y comed».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?».
Le dice él:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús:
«Apacienta mis corderos».
Vuelve a decirle por segunda vez:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Le dice él:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas».
Le dice por tercera vez:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras».
Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios.
Dicho esto, añadió:
«Sígueme».
San Juan 21, 1-19
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