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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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domingo, 15 de junio de 2008

Intercesores con Cristo / Autor: Maximiliano Calvo, fundador de la Comunidad de Jerusalén

La ley fundamental: Permanecer en Él

'Si alguno me ama, guardará mí Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la Palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.' (Jn 14,23-24).

1. Colaboradores secundarios, pero necesarios

El intercesor tiene que colocarse en el centro de distribución de la misericordia de Dios para influir en su reparto a favor de la humanidad. Esto es muy importante, pero insuficiente. El éxito de nuestros trabajos con Dios o para él depende en último caso de Dios y de nuestra colaboración sometida a él y dirigida por él.

Existe el peligro de equivocarnos, y creo que de hecho este error es muy frecuente y se produce cuando pensamos que nuestra colaboración con Dios se realiza en un plano de la igualdad, es decir, cuando creemos que nuestro trabajo es de la misma calidad que el suyo o tiene tanta importancia como el suyo; como si se tratara de una sociedad en la que uno pone una parte pequeña del capital al lado de otro que pone la parte mayoritaria. Ahora bien, lo que nosotros tenemos que aportar no es de la misma calidad ni del mismo valor que lo que aporta el Señor.

· Los discípulos somos, como intercesores, colaboradores secundarios y dependientes. Con esto queremos decir que nosotros no somos de la misma categoría que nuestro socio principal, sino que nuestra colaboración es necesaria únicamente porque él quiere tenerla, pero no porque la necesite; y por otra parte, que nuestra colaboración no serviría de nada, si no estuviera marcada por el sello de su poder y su presencia.

· En segundo lugar, esta colaboración, a pesar de ser tan pequeña, está condicionada por nuestra relación con el Señor. El cristiano es, no lo olvidemos, alguien que está en Cristo. Desde esta posición es como tiene que realizar todas sus operaciones de discipulo. Y es en definitiva su modo de estar en Cristo vitalmente lo que le califica como intercesor apropiado, ya que en último caso ~digámoslo una vez más- sólo hay un Sumo Sacerdote, un intercesor válido ante Dios, y éste es su Hijo.

2. Principio fundamental: permanecer en Él

Los acontecimientos y los trabajos de la vida suelen tener muchos puntos de referencia, suelen apoyarse en numerosas situaciones y circunstancias para desarrollar sus objetivos; por eso es necesario tenerlos todos en cuenta, si no queremos fracasar, y darles a cada uno la importancia que tiene ni más ni menos. Este principio hay que aplicarlo a la tarea de la intercesión. Por eso, hablamos de un principio fundamental del que hay que partir para no fracasar: se trata de «estar y permanecer en Cristo».

· Este principio no es resultado de una investigación ni de un acuerdo entre Dios y los hombres, sino simplemente una norma establecida por el Dios soberano. A nosotros sólo nos queda la oportunidad de aceptarla o rechazarla, pero nunca de cambiarla; aunque lo intentáramos y llegáramos a conseguirlo, veríamos que no funcionaba.

3. La permanencia en la Palabra de Dios

Puesto que la Palabra es la fuente de información a través de la cual Dios nos habla, y además es totalmente fiable, conviene que partamos de lo que ella nos dice, en este caso por boca de nuestro intercesor:

1) La permanencia en él es un mandato y la posición correcta para dar fruto: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por si mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, sí no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15,4).

2) Jesucristo es la morada normal de sus discípulos:

«Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

3) La permanencia en él es la condición fundamental para un buen intercesor: «Sí permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis» (Jn 15,7).

La permanencia no significa estar a su lado, sino estar viviendo en él su misma vida, con una vida personal tan transformada en la suya que parece fundida en la suya, perdida en la suya, hasta el punto de recibir la vida de él como el sarmiento la recibe de la cepa. Cuando no sucede esto, no podemos dar fruto o lo que el Señor llama fruto, que con frecuencia no coincide con lo que los hombres llamamos así.

· No hay distintas clases de cepas de las que podemos recibir vida y capacidad; sólo hay una y ésta es Jesucristo. Cuando nos autoinjertamos en otras cepas no recibimos vida y, en consecuencia, tampoco producimos frutos de vida. El intercesor es, según este planteamiento, aquel que vive en él, recibe vida de él, pide lo que quiere ~e acuerdo con el Sumo Intercesor con el que vive identificado, y por tanto no sabe pensar ni querer ni pedir otra cosa distinta- y para terminar consigue lo que pide.

4. La prueba de la permanencia

¡Separados de él no podemos hacer nada! Y sin embargo apenas nos preocupamos de ver si estamos en él o separados de él y, en el primer caso, si estamos bien o mal injertados. ¿Por qué será? Cuando tratamos asuntos importantes necesitamos pruebas y seguridades. ¿No es lógico que, tratándose de algo tan importante como de la posibilidad de alcanzar para el mundo la misericordia y el poder de Dios, tratemos de ver si estamos en condiciones de hacerlo? ~Cómo lo podemos saber? También tenemos la respuesta en la Palabra y por boca del mismo Señor: Si guardamos sus mandamientos.

1) Es la condición primera para ser discípulo, es decir, antes de soñar con una permanencia real y profunda en él y mientras estamos recorriendo el camino del acercamiento, ya hemos de caracterizarnos por guardar sus mandamientos. ¡Cuánto más habrá que guardarlos si queremos permanecer en él! Es imposible permanecer en él y no guardar sus mandamientos, como es imposible, por ejemplo, que estén juntas la luz y las tinieblas: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Jn 8,31).

2) Guardar sus mandamientos -su Palabra- es la señal de que amamos a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5,3). Más aún: es señal de que el amor de Dios viene a nosotros: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10).

3) Por tanto el resultado siguiente es la comunión en el amor de la Trinidad: «Si alguno me ama, guardará mí Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Y entonces y desde ahí nada es imposible.

5. A ejemplo del Sumo Intercesor

Dicen el Espíritu y la Palabra: «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1 Jn 2,6). Ni más ni menos. Jesús nos dio ejemplo de su modo de vivir la permanencia en el Padre y nos enseñó acerca de ella.

· Aunque el amor no se puede separar de la realidad, necesitamos tener algún tipo de baremo práctico para poder analizar nuestro amor y saber por dónde nos movemos:

este baremo es la propia vida. Los hechos concretos de nuestra experiencia dicen por si mismos algo acerca de lo que se esconde detrás de ellos, cuáles son las causas que los motivan, hacia dónde se dirigen, qué efectos producen, etc. Estos datos nos definen el amor real o, silo preferimos, la realidad del amor. ¡Vivir como él vivió! Pero ¿cómo vivió?

· Vivió unido al Padre:

«Yo vivo por el Padre» (Jn 6,57).

«El Padre y yo somos uno» (Jn 10,30).

· Para dar gloria al Padre:

«Yo te he glorificado en la tierra» (Jn 17,4).

«Todo lo que pidiereis al Padre en mí nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).

· Haciendo la voluntad del Padre:

«He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38).

· Llevando a cabo con perfección la misión encomendada:

«Te he glorificado. .. llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4).

«Todo está cumplido» (Jn 19,30).

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Texto extraido del apartado 15 del libro

INTERCESORES CON CRISTO
Aproximación a la misión intercesora del cristiano como miembro de un pueblo sacerdotal llamado y capacitado para interceder con Cristo ante el Padre.
Ed Luis Vives, 188 p. Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 1997, Sexta Edición 2001

Fuente: Comunidad de Jerusalén

viernes, 13 de junio de 2008

El espíritu del mundo / Autor: Maximiliano Calvo, fundador de la Comunidad de Jesuralén

LA ENGAÑOSA AMISTAD DEL MUNDO

¿Una epidemia espiritual?

Cuando las personas nos relacionamos unos con otros, más pronto o más tarde, cada uno deja ver, aunque no lo intente, sus debilidades, sus puntos flacos, su forma de opinar, de ser, de reaccionar ... Entre las distintas opciones que tenemos para relacionarnos unos con otros, creo que hay una muy generalizada entre los cristianos, que a su vez es una peligrosa trampa con la que el enemigo tiene atrapados a muchos: es la que adoptan aquellas personas que quieren estar a bien con todo el mundo y a toda costa. Por ser una actitud fácil de detectar, podemos decir que es una constante entre los cristianos y que afecta a la mayoría de ellos. Casi podríamos decir que tiene marcados a todos aquellos cristianos que no están radicalmente comprometidos con el Maestro de Nazaret y su palabra.

En el fondo, esta actitud se caracteriza por el esfuerzo que muchos cristianos hacen día tras día para mantener buenas relaciones con todo el mundo. A primera vista es un esfuerzo encomiable, pero no se ve precisamente así cuando se analiza el cómo y el porqué de esa relación.

Poniendo un poco de atención, observamos que son personas que casi siempre claudican de algún modo ante la gente que vive según el mundo. Unas veces son sus criterios cristianos —los pocos que suelen tener— los que quedan aparcados; otras, ceden para que los demás no se enfaden y los rechacen; de vez en cuando son víctimas de bromas pesadas, que toleran para no sentirse excluidos; en ocasiones no se dan por enterados para evitar fricciones, etc. Los demás suelen aprovecharse de ellos porque conocen su poca resistencia y su falta de reacción ante las presiones.


Parece que sólo les preocupa no tener fallos graves ante Dios. ¿No nos recuerdan a los que viven su cristianismo bajo el lema de "yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie"? Con este estilo de vida y relación, a estas personas no suelen faltarles "los amigos", porque todos aquellos que se ven beneficiados de su relación, están siempre a su lado y dispuestos a beneficiarse de lo que en términos oficiales se llamaría "bondad", pero que en términos de evangelio se llama ‘cobardía’.

Es posible que no sean conscientes de lo que hacen, porque ni su formación da para más, ni la verdadera conversión se ha encontrado aún con ellos. Su relación, fundamentada en su egoísmo, suele ser una aceptación de mal menor para evitar mal mayor, entendiendo por bien y mal el beneficio o el perjuicio personal. En definitiva, no está dispuestos a decir como Pablo: "Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados" (1 Co 4,10),

Creo que esta posición nos autoriza a catalogar a muchos cristianos como amigos del mundo. No me refiero a quienes se llaman cristianos y son en todo esclavos del espíritu del mundo, sino a aquellos que, presentándose como cristianos o esforzándose hasta cierto punto por vivir como cristianos, tienen una buena relación con el mundo, sus criterios, sus formas de relacionarse y sus valores. ¿Qué sucede? O no saben lo que la palabra de Dios dice acerca de la amistad con el mundo, o lo saben, pero no son capaces de hacer frente al mundo cuando ataca lo que de cristiano tienen sus criterios, su estilo de vida o sus palabras y sus obras. No están dispuestos a que los demás los tachen de carcas, beatos, meapilas, retrógrados, etc. Prefieren reír sus "gracias" que caer en desgracia ante ellos. Eso es amistad con el mundo. Y de esa amistad dice la palabra revelada: "¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios" (St 4,4).

Estas palabras ponen de manifiesto contada claridad que ser amigo del mundo —seguir la corriente del mundo— es igual a ser enemigo de Dios. Para ser conscientes de las peligrosas consecuencias que pueden derivar de semejante situación, sería suficiente recordar el significado de la palabra enemistad y después aplicarlo a la relación con Dios. Enemistad significa carencia de relación a causa de enfrentamiento y/o ruptura; y que cuando esa actitud se mantiene en relación a Dios, el nombre con que se conoce es el de "pecado". Podríamos reinterpretar la frase de Santiago y decir: La amistad con el mundo es pecado ante Dios.

Puede parecer que esta situación no es especialmente importante; yo creo que, desde cierto punto de vista, es más grave que el amor al mundo, porque éste se ve y se entiende bien, de modo que uno puede decidir seguir en él o salir de él; pero la amistad con el mundo es una situación de engaño y ceguera espiritual, en la que uno se siente cómodo y de la que no intentará salir a no ser que antes se haga la luz sobre él y esté dispuesto a pagar el precio de ser y vivir como verdadero cristiano. Una forma de ver nuestra posición ante el mundo sería preguntarnos hasta qué punto podemos decir como Pablo: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp 3,8).

Consecuencias del amor al mundo

El desconocimiento se puede relacionar con la ceguera. Ignorar las consecuencias de la amistad con el mundo y el amor hacia él conduce a no ver lo que nos espera al final del camino y lo que realmente estamos viviendo en el presente. Necesitamos saber qué ocurre cuando hay amor o amistad con el mundo para evitarlos y no ser sus víctimas.

Pablo advierte a los cristianos de Éfeso acerca del destino preparado para quienes viven bajo el espíritu del mundo: "Vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera" (Ef 2,2-3).


La parábola del sembrador pone énfasis en la carencia de fruto en el cristiano seducido por el mundo: "El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto" (Mt 13,22). ¿No es el retrato vivo de muchos cristianos de nuestros días?
La amistad con el mundo trae ruptura en la comunión con la Trinidad: "Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2,15). La primera consecuencia clara es la incompatibilidad de amores: donde está uno de ellos no cabe el otro. La expresión "el amor del Padre" puede interpretarse en dos sentidos: el amor de Dios al hombre y el amor del hombre a Dios. Desde luego, si el amor del Padre no está en el hombre, difícilmente podrá el hombre amar a Dios. Y por supuesto donde no está el amor del Padre tampoco estará el amor del Hijo ni el del Espíritu Santo. La ruptura con una persona de la Trinidad es ruptura con todas ellas.

Desde su capacidad para discernirlo todo con exactitud, Jesús vio la carencia del amor del Padre en los judíos que le rechazaban: "Jesús les decía a los judíos, que le buscaban para matarle: ‘Yo os conozco; no tenéis en vosotros el amor de Dios’" (Jn 5,41).

El cristiano nunca debe claudicar ante los medios y satisfacciones que el mundo ofrece, sino usarlos en la medida en que los necesita y para fines superiores: "Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa" (1 Co 7,31).

San Pablo sufre la misma tentación que los demás discípulos, pero no claudica ante ella y se mantiene con los ojos fijos en el Señor: "¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo" (Ga 1,10). ¿No es cierto que son muchos los cristianos que tratan hoy de agradar a los hombres y, por lo mismo, dejan de ser siervos de Cristo?

La amistad con el mundo y la claudicación ante sus atractivos es demasiado fuerte y nadie hay que pueda sentirse libre de ella. Pablo ve cómo alguno de sus más directos colaboradores es víctima de esa amistad y le abandona. En una de sus cartas le abría el corazón a Timoteo de esta manera: "Apresúrate a venir a mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demas por amor a este mundo y se ha marchado a Tesalónica" (2 Tm 4,10).

Lo mejor que podemos hacer para no dejarnos seducir por el espíritu del mundo ni ser sus amigos es esforzarnos por vivir como verdaderos discípulos. Lo mismo que una botella que está llena de líquido debe quedar vacía cuando queremos llenarla de otro, y éste no puede alojarse en ella mientras no llevamos a cabo esa operación, así es el cristiano lleno de Dios porque, al vivir de acuerdo con su palabra y ser morada de la Trinidad, está automáticamente cerrado a la amistad con el mundo.

Hay que ponerse del lado del Maestro y permanecer en él, aceptando el riesgo de ser odiados por el mundo a causa de nuestra falta de amistad con él, porque el Maestro nos ha sacado del mundo y nos ha hecho suyos y partícipes de su misión: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo" (Jn 15,19).

La cruz —precisamente la cruz, que es objeto del más absoluto rechazo por parte del mundo— debe interponerse entre el mundo y el cristiano, de modo que éste se vea a sí mismo unido a Cristo crucificado y viviendo en él, y contemple al mundo vencido por la obra de Cristo en la cruz: "Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! (Ga 6,14).

El cristiano debe tener presente siempre su verdadera ciudadanía. Ya no pertenece a la tierra ni las cosas de abajo son su prioridad, Su permanencia en Cristo debe caracterizar su vida, sus obras y sus relaciones: "Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,1-3).


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Texto extraido apartado 13 del libro

EL ESPÍRITU DEL MUNDO
La visión cristiana del espíritu del mundo como enemigo de Reino de Dios, exige al cristiano una toma de postura arriesgada, definida y permanente, porque se enfrenta a un enemigo refinado, omnipresente, siempre activo y que goza de buena salud.
Ed Grafité ediciones

Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 2006.

Fuente: Comunidad de Jerusalén