La ley fundamental: Permanecer en Él
'Si alguno me ama, guardará mí Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la Palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.' (Jn 14,23-24).
1. Colaboradores secundarios, pero necesarios
El intercesor tiene que colocarse en el centro de distribución de la misericordia de Dios para influir en su reparto a favor de la humanidad. Esto es muy importante, pero insuficiente. El éxito de nuestros trabajos con Dios o para él depende en último caso de Dios y de nuestra colaboración sometida a él y dirigida por él.
Existe el peligro de equivocarnos, y creo que de hecho este error es muy frecuente y se produce cuando pensamos que nuestra colaboración con Dios se realiza en un plano de la igualdad, es decir, cuando creemos que nuestro trabajo es de la misma calidad que el suyo o tiene tanta importancia como el suyo; como si se tratara de una sociedad en la que uno pone una parte pequeña del capital al lado de otro que pone la parte mayoritaria. Ahora bien, lo que nosotros tenemos que aportar no es de la misma calidad ni del mismo valor que lo que aporta el Señor.
· Los discípulos somos, como intercesores, colaboradores secundarios y dependientes. Con esto queremos decir que nosotros no somos de la misma categoría que nuestro socio principal, sino que nuestra colaboración es necesaria únicamente porque él quiere tenerla, pero no porque la necesite; y por otra parte, que nuestra colaboración no serviría de nada, si no estuviera marcada por el sello de su poder y su presencia.
· En segundo lugar, esta colaboración, a pesar de ser tan pequeña, está condicionada por nuestra relación con el Señor. El cristiano es, no lo olvidemos, alguien que está en Cristo. Desde esta posición es como tiene que realizar todas sus operaciones de discipulo. Y es en definitiva su modo de estar en Cristo vitalmente lo que le califica como intercesor apropiado, ya que en último caso ~digámoslo una vez más- sólo hay un Sumo Sacerdote, un intercesor válido ante Dios, y éste es su Hijo.
2. Principio fundamental: permanecer en Él
Los acontecimientos y los trabajos de la vida suelen tener muchos puntos de referencia, suelen apoyarse en numerosas situaciones y circunstancias para desarrollar sus objetivos; por eso es necesario tenerlos todos en cuenta, si no queremos fracasar, y darles a cada uno la importancia que tiene ni más ni menos. Este principio hay que aplicarlo a la tarea de la intercesión. Por eso, hablamos de un principio fundamental del que hay que partir para no fracasar: se trata de «estar y permanecer en Cristo».
· Este principio no es resultado de una investigación ni de un acuerdo entre Dios y los hombres, sino simplemente una norma establecida por el Dios soberano. A nosotros sólo nos queda la oportunidad de aceptarla o rechazarla, pero nunca de cambiarla; aunque lo intentáramos y llegáramos a conseguirlo, veríamos que no funcionaba.
3. La permanencia en la Palabra de Dios
Puesto que la Palabra es la fuente de información a través de la cual Dios nos habla, y además es totalmente fiable, conviene que partamos de lo que ella nos dice, en este caso por boca de nuestro intercesor:
1) La permanencia en él es un mandato y la posición correcta para dar fruto: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por si mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, sí no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15,4).
2) Jesucristo es la morada normal de sus discípulos:
«Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).
3) La permanencia en él es la condición fundamental para un buen intercesor: «Sí permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis» (Jn 15,7).
La permanencia no significa estar a su lado, sino estar viviendo en él su misma vida, con una vida personal tan transformada en la suya que parece fundida en la suya, perdida en la suya, hasta el punto de recibir la vida de él como el sarmiento la recibe de la cepa. Cuando no sucede esto, no podemos dar fruto o lo que el Señor llama fruto, que con frecuencia no coincide con lo que los hombres llamamos así.
· No hay distintas clases de cepas de las que podemos recibir vida y capacidad; sólo hay una y ésta es Jesucristo. Cuando nos autoinjertamos en otras cepas no recibimos vida y, en consecuencia, tampoco producimos frutos de vida. El intercesor es, según este planteamiento, aquel que vive en él, recibe vida de él, pide lo que quiere ~e acuerdo con el Sumo Intercesor con el que vive identificado, y por tanto no sabe pensar ni querer ni pedir otra cosa distinta- y para terminar consigue lo que pide.
4. La prueba de la permanencia
¡Separados de él no podemos hacer nada! Y sin embargo apenas nos preocupamos de ver si estamos en él o separados de él y, en el primer caso, si estamos bien o mal injertados. ¿Por qué será? Cuando tratamos asuntos importantes necesitamos pruebas y seguridades. ¿No es lógico que, tratándose de algo tan importante como de la posibilidad de alcanzar para el mundo la misericordia y el poder de Dios, tratemos de ver si estamos en condiciones de hacerlo? ~Cómo lo podemos saber? También tenemos la respuesta en la Palabra y por boca del mismo Señor: Si guardamos sus mandamientos.
1) Es la condición primera para ser discípulo, es decir, antes de soñar con una permanencia real y profunda en él y mientras estamos recorriendo el camino del acercamiento, ya hemos de caracterizarnos por guardar sus mandamientos. ¡Cuánto más habrá que guardarlos si queremos permanecer en él! Es imposible permanecer en él y no guardar sus mandamientos, como es imposible, por ejemplo, que estén juntas la luz y las tinieblas: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Jn 8,31).
2) Guardar sus mandamientos -su Palabra- es la señal de que amamos a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5,3). Más aún: es señal de que el amor de Dios viene a nosotros: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10).
3) Por tanto el resultado siguiente es la comunión en el amor de la Trinidad: «Si alguno me ama, guardará mí Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Y entonces y desde ahí nada es imposible.
5. A ejemplo del Sumo Intercesor
Dicen el Espíritu y la Palabra: «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1 Jn 2,6). Ni más ni menos. Jesús nos dio ejemplo de su modo de vivir la permanencia en el Padre y nos enseñó acerca de ella.
· Aunque el amor no se puede separar de la realidad, necesitamos tener algún tipo de baremo práctico para poder analizar nuestro amor y saber por dónde nos movemos:
este baremo es la propia vida. Los hechos concretos de nuestra experiencia dicen por si mismos algo acerca de lo que se esconde detrás de ellos, cuáles son las causas que los motivan, hacia dónde se dirigen, qué efectos producen, etc. Estos datos nos definen el amor real o, silo preferimos, la realidad del amor. ¡Vivir como él vivió! Pero ¿cómo vivió?
· Vivió unido al Padre:
«Yo vivo por el Padre» (Jn 6,57).
«El Padre y yo somos uno» (Jn 10,30).
· Para dar gloria al Padre:
«Yo te he glorificado en la tierra» (Jn 17,4).
«Todo lo que pidiereis al Padre en mí nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).
· Haciendo la voluntad del Padre:
«He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38).
· Llevando a cabo con perfección la misión encomendada:
«Te he glorificado. .. llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4).
«Todo está cumplido» (Jn 19,30).
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Texto extraido del apartado 15 del libro
INTERCESORES CON CRISTO
Aproximación a la misión intercesora del cristiano como miembro de un pueblo sacerdotal llamado y capacitado para interceder con Cristo ante el Padre.
Ed Luis Vives, 188 p. Autor: Maximiliano Calvo.
Primera Edición 1997, Sexta Edición 2001
Fuente: Comunidad de Jerusalén
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