Quizás el título pueda resultar chocante o extraño, pero si meditamos sobre nuestra madurez espiritual nos daremos cuenta que en muchas ocasiones actuamos más como pinturas u ornamentos que decoran en las comunidades en las que vivimos la fe y no como auténticas columnas, que sostienen, el único cuerpo del que formamos parte con Cristo resucitado.
El rey Salomón mandó construir dos columnas para ponerlas en la entrada del templo como se cuenta en 1 Reyes 7, 21: "Hiram puso estas columnas en el vestíbulo del templo; y cuando las hubo puesto en su lugar, a la columna de la derecha la llamó Jaquín y a la columna de la izquierda la llamó Bóaz". Jaquin (“Yajin”) significa: “El (Yahvé) sostiene”. Bóaz (“Boas”) quiere decir, “En Él está la fuerza”.
Las columnas son, pues, símbolo de estar cimentados en el mismo Dios. Lo que en el Nuevo Testamento es explicado como construir sobre roca en lugar de en terreno arenoso. Cristo es la roca que salva y sin Él nada podemos. Ser columna implica pues ser sarmientos unidos a la vid verdadera como se nos recuerda en Juan 15, 5: "“Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer".
La palabra profética que encontramos en Jeremías 1, 18 es otra luz del Espíritu Santo para saber cual debe ser nuestra actitud en la vida y especialmente en la comunidad cristiana:
"Yo te pongo hoy
como ciudad fortificada,
como columna de hierro,
como muralla de bronce,
para que te enfrentes a todo el país de Judá:
a sus reyes, a sus jefes y sacerdotes y al pueblo en general.
Ellos te harán la guerra, pero no te vencerán,
porque yo estaré contigo para protegerte.
Yo, el Señor, doy mi palabra".
El Señor nos habla a cada uno y nos dice que quiere que vivamos enraizados en la vida de Dios para proclamar su Palabra, fuertes en nuestra fe por su Amor. El Padre desea hacernos auténticas columnas, fuertes, para sostener la fe y acoger y cobijar a los que flaquean o dudan. San Pablo en Gálatas 2,9 se refiere a tres de los apóstoles como columnas: "Así pues, Santiago, Cefas y Juan, que eran tenidos por columnas de la iglesia, reconocieron que Dios me había concedido este privilegio".
Ahora ya tenemos la excusa para no desear ser columnas: "eso es cosa de santos. No es para mí. Los sucesores de los apóstoles son los obispos..." Podría ser así con una mirada legalista, pero la llamada a sostener el cuerpo de Cristo es para todos y el Espíritu Santo desea que nuestros cimientos sean la misericordia del Padre manifestada en Cristo.
Las columnas sostienen, los ornamentos decoran
El mismo San Pablo cuenta dos versículos después de la misma carta a los Gálatas como Pedro deja de ser columna para la primera comunidad cristiana: "Pero cuando Cefas fue a Antioquía, le reprendí en su propia cara porque lo que estaba haciendo era condenable. Porque al principio comía con los no judíos, pero luego que llegaron algunas personas de parte de Santiago, comenzó a separarse y dejó de comer con ellos por miedo a los fanáticos de la circuncisión. Y los demás creyentes de origen judío consintieron también con Pedro en su hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por ellos. De modo que cuando vi que no se portaban conforme a la verdad del evangelio, dije a Cefas en presencia de toda la congregación: “Si tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras, ¿por qué quieres obligar a los que no son judíos a vivir como si lo fueran?” ".
(Gálatas 2, 11-14).
Una columna debe estar enraizada en la roca que es Cristo para poder vivir conforme a la verdad del evangelio. A más elevada sea la columna más profunda deberá ser la parte enterrada para sostenerla. A mayor crecimiento espiritual tengamos y más vivamos de acuerdo con el evangelio seremos columnas que sostendrán la iglesia de Cristo, nuestra comunidad particular, grupo, parroquia o misión evangelizadora. Pablo se convierte en columna de Pedro cuando le advierte que no vive según los criterios del evangelio y que está actuando hipócritamente. En ese momento, Cefas pasa de ser columna a transformarse en pintura u ornamento. Quiere quedar bien, ser mirado y sabiendo que mucha gente le tiene en consideración opta por lo fácil y deja de vivir lo que predica.
Las pinturas, los capiteles, los ornamentos pueden ayudarnos a recordar en nuestros templos, litúrgias, oraciones y retiros, que estamos allí para comunicarnos con Dios, que cuando dos o tres están reunidos en su nombre, Él está presente. Son bonitos, dan belleza a las iglesias, pero no se sostendrían sin las columnas. Lo importante en nuestra fe es lo que vivimos realmente en el corazón en relación con el Señor. De lo que hay en el corazón habla la boca: si habita el Amor de Dios somos columnas. Si vivimos poniendo nuestra esperanza en quedar bien con los demás y no hacer la voluntad de Dios, somos meras pinturas, que con el paso del tiempo si no son restauradas humanamente quedarán deterioradas o destruidas.
Fijémonos en los restos de templos de todo tipo en el mundo donde de ellos sólo quedan las columnas. Lo único que quedará para vivir la vida eterna es el Amor auténtico, que recibido de Dios, habremos dado a los otros.Todo lo demás desaparecerá. En la vida eterna nuestras relaciones estarán basadas sólo en el amor terreno que habremos vivido. Jesús advierte a sus díscipulos seriamente cuando ve a los Maestros de la Ley y los fariseos actuar con formas totalmente hipócritas, aparentes, perversas y como si fueran pinturas vivientes decoradas: "Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar sobre la frente y en los brazos cajitas con textos de las Escrituras, y vestir ropas con grandes borlas. Desean los mejores puestos en los banquetes, los asientos de honor en las sinagogas, ser saludados con todo respeto en la calle y que la gente los llame maestros". (Mateo 23, 5-7)
Las cajitas con los textos de las escrituras y las borlas que llevaban los Maestros y los fariseos provenían de la ley antigua para recordar los mandamientos del Señor. Pese a tanto memorial colgando de sus vestidos actuaban de forma contraria. Jesús indica a los discípulos, como también consta en Mateo 23, 11-12, la forma de vida para ser columna en la comunidad cristiana: " El más grande entre vosotros debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido".
Al servicio de los demás sirvo a Dios
Dios no quiere nuestra humillación, pero si que seamos humildes. Por eso humillarse es interiorizar que sólo enraizados en el Señor podremos servir y amar a los demás. Ser columna es cimentarse en la Roca que es Cristo. A más profundizemos en la tierra fértil de la Palabra de Dios nos iremos convirtiendo en humildes servidores del Reino porque estaremos aprendiendo de Jesús que es manso y humilde de corazón.
Pero Jesús en el versículo 23 del mismo capítulo 23 de Mateo resume cual es la verdadera vocación cristiana enseñada por la ley, los profetas y Él mismo: "no hacéis caso de las enseñanzas más importantes de la ley, como son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que se debe hacer".
Las columnas de las iglesias son grandes, fuertes, inamovibles, fueron hechas para ser fieles a la función para la que se construyeron: sostener el Templo. Hemos sido creados por Dios para ser columnas de su Amor y hacer misericordia y justicia en su nombre a cuantos se apoyen, se cobigen en nosotros.
La misión universal de todo cristiano es ser misericordioso como el Padre es misericordioso. Jesús hizo misericordia cuidando de todos cuantos sufrían física, síquica, espiritual y emocionalmente. Pasó sanando. Él nunca quisó, ni desea, la enfermedad ni el mal, pero el sufrimiento es la reacción que tenemos ante cualquier agresión de la vida. La palabra original que se utiliza en los evangelios es un verbo que tiene dos significados: curar y cuidar. Es evidente que Cristo sanó a multitud de personas y lo sigue haciendo hoy, pero sobre todo, que cuidó a todos con el amor de su Padre. Y esa es la misión que todo cristiano, sea sacerdote, diácono, laico, hombre, mujer, niño, religioso... puede y debe hacer.
Practicar la misericordia es cuidar en el sufrimiento a cada persona y además, muy importante, hacer frente al mal que provoca el dolor, la ansiedad, la depresión, la enfermedad. Quizás el Señor no nos conceda al orar con o por alguien la sanación física, que siempre debe pedirse, pero sí una profunda curación interior y un crecimiento en el Amor de Dios. Cuidar, es curar. Todos tenemos una profunda necesidad de sentirnos cuidados, acompañados, sostenidos en nuestros sufrimientos y multitud de veces nos sentimos desolados, porque quienes están a nuestro lado cimentan más sus acciones en la buena voluntad, y no en una relación profunda con el Señor que les haya hecho experimentar su misericordia para poder darla a los demás.
Hagamos un acto de empatía y reflexionemos respecto a que es lo que esperan o necesitan de nosotros los demás. Que seamos auténticas columnas en sus sufrimientos, que los cuidemos llenándolos del amor y la misericordia de Dios. ¿Cuando nos necesitan estamos enraizados realmente en una profunda relación con Dios para darnos en palabras y actos de Vida?
Nuestra mente interior, como la exterior de los fariseos, está llena de palabras de la Escritura, cuando las decimos nos dan prestigio ante los demás, pero muchas veces no las vivimos porque están adornadas con ideas (borlas) muy elaboradas para demostrar nuestros conocimientos intelectuales, para poner cargas pesadas a los otros con la excusa de que estamos llenos de argumentaciones y que somos más santos, más buenos, más sabios que ellos.
Nos gusta ser catequistas, formar parte de grupos de oración, pasearnos por el Templo o por nuestra comunidad para que reconozcan lo que hacemos. Las pinturas que hay en los Templos son bellas y es evidente que el arte religioso ha contribuido a una cierta devoción y a una transmisión cultural de la Historia Sagrada. Sin embargo, muchas personas entran a la iglesia a mirar los frescos de las paredes, las esculturas y los ornamentos de las columnas y se van tan vacíos como entraron. Nos quejamos de que la gente no se convierte, que nos mira a veces como arte abstracto. ¿No será que somos realmente pinturas u ornamentos sin estar fundamentados como las columnas en la Roca que Salva?.
Hay obras de arte religioso que incluso participan en exposiciones itinerantes. Muchas veces vamos diciendo que somos creyentes y hablando de justicia, paz, amor... Cuando alguien está enfermo no tenemos tiempo para él. Si es un pobre, nos molesta porque debería cambiar. Si despiden a un compañero de trabajo pensamos que seguro que se lo habrá buscado. Si un matrimonio se rompe, a lo mejor tenemos la ocurrencia de balbucear sólo que ya hace tiempo que lo suponíamos por como son los dos.
Estas actitudes nos convierten en meros decorados, cuadros que recuerdan la historia Sagrada de manera ambulante, pero que cuando se encuentran ante un sufrimiento real no tienen respuestas de misericordia porque no han dejado a Dios obrarla primero en sus corazones. Hemos sido creados para amar y cada vez que dejamos de hacer misericordia en alguien que grita a nuestro corazón que le cuidemos, nos dañamos a nosotros mismos, nos herimos y abandonamos la misión que el Señor nos ha encomendado: instaurar el Reino. Para hacerlo, Dios espera que deseemos ser las columnas que sostengan ese Reino, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Sólo la Palabra de Cristo resucitado puede convertirnos en columnas, está en nuestra mano desearlo y ser fieles en ésta función perseverando en el lugar donde seamos plantados.
Teresa, una joven columna
Nos telefonea un sacerdote que está llorando de emoción y alegría. Según él acaba de recibir el mayor regalo del Señor: el testimonio de la entrada a un convento contemplativo de Teresa, una joven de 18 años, de su parroquia. Nos sorprende en un primer momento que el padre nos diga que está tan impactado por ésta nueva vocación religiosa, sobretodo porque ha vivido muchas y algunas de su propia parroquia. La clave está en el testimonio de vida de Teresa que ha sido una prematura y firme columna al permanecer unida a Jesús desde bien pequeña y pese a las dificulatades y oposiciones que esto le ha supuesto.
Teresa sintió la llamada de Dios desde bien pequeña para ser religiosa y con toda naturalidad lo explicó a sus padres. Los progenitores nunca se opusieron pero no suponían que lo que manifestaba una niña pudiera tener raices tan profundas. A los 15 años, Teresa tiene claro que el Señor la llama a la orden contemplativa y de clausura del Carmelo para que ore especialmente por los sacerdotes. Ella lo vuelve a comentar a su familia con toda naturalidad y se dan cuenta de que su hija tiene una verdadera disposición para vivir intercediendo toda su vida.
El obispo, los sacerdotes y las carmelitas disciernen que está madura para poder entrar en el noviciado, pero parte de su familia, algunos con los que casi no se relacionan ni sus padres, amenazan con denunciar a sus progenitores si permiten que la niña entre en la clausura siendo menor de edad y apartándola de sus estudios obligatorios. Los padres son acusados de fundamentalistas, de forma calumniosa, cuando jamás han intervenido en su vocación, sino que simplemente han respetado el camino espiritual de su hija.
El día de la entrada en la clausura la joven ya ha cumplido los 18 años. El padre, ante decenas de personas, se despide repitiendo muchas veces: "hija, todo por Cristo!". Uno de los familiares que pensaba denunciar a los padres acude entre sollozos a despedir a Teresa y le dice: "Te quiero, siempre estaré contigo".
Nuestro amigo sacerdote nos cuenta que toda la despedida de Teresa le impactó, pero sobretodo la presencia de muchos padres y compañeros del colegio del pueblo, tanto creyentes como no, que pusieron de manifiesto la importancia de lo recibido en sus familias por la amistad con Teresa. El sentimiento era unánime en medio de los presentes y se escuchaba repetir las siguientes palabras: "Nuestros hijos han tenido un cambio en sus vidas cuando han conocido a Teresa. Nosotros estamos asombrados de ver como han madurado humanamente y han tenido una conversión profunda en su relación con Dios y en la fe. No ha habido ningún sacerdote, ni catequista, ni persona alguna, incluyéndonos nosotros que haya logrado un equilibrio emocional tan grande en nuestros hijos como ella. Sólo su presencia silenciosa transfiguraba el rostro de nuestros hijos". La relación personal, oculta y callada de ésta joven con Dios la han convertido en una columna robusta para cuantos la han conocido en sus pocos años de vida. Ahora ella desea ser columna de oración para sostener a los sacerdotes.
James, una regia columna, vestigio del Amor de Dios
Para ser columna en el sentido espiritual, lo único indispensable es desear crecer más y más en el conocimiento personal de Dios. Esa sed de la Santísima Trinidad es el fundamento que nos hará columnas y nos fortalecerá para dar amparo, apoyo, protección y sobre todo llevar la mirada misericordiosa del Padre a cualquier persona sufriente.
Durante 19 años hemos tenido una columna que nos ha mostrado la mirada de Cristo en todas las situaciones de nuestra vida, por muy difíciles que hayan sido. Se trata del padre James Burke o.p.. Él que viaja por todo el mundo continuamente, desde la lejanía, viéndonos alguna vez cada cierto tiempo, ha sido un fundamento sólido en los tiempos de gran oscuridad.
Hemos vivido momentos de gran desconcierto con el padre James Burke cuando nos decía cual era la voluntad de Dios para nuestras vidas y nosotros no podíamos entender. Pero siempre la misericordia poderosa del Padre ha acabado inundando nuestros corazones.
El P. James Burke es columna regia en el sentido de portar de forma suntuosa, grande, magnífica, el mayor vestigio que toda la humanidad necesita: el Amor de Dios. Un vestigio es un indicio por donde se infiere la verdad de algo o se sigue la averiguación de ello. James Burke proclama la verdad más sólida, la Palabra de Dios, que da vida abundante a cuantos la acogen. También vestigio significa memoria o noticia de las acciones de los antiguos que se observa para la imitación y el ejemplo. El padre James para ser columna para los demás permanece en oración muchas horas así el Señor le enseña ha vivir el evangelio y poder mostrar con su vida como desea Cristo que nosotros vivamos. Vivir en la voluntad de Dios para poder llevar a cabo su obra.
Y es evidente, que no sólo es columna para nosotros sino para miles de personas que ha encontrado en los millones de kilómetros que ha realizado por todo el mundo en los últimos 35 años, siendo heraldo de la Palabra de Vida, Amor y Misericordia.
Oremos para ser columnas y permanecer siempre en el Amor de Dios con el Salmo 27, 4-14:
Solo una cosa he pedido al Señor,
solo una cosa deseo:
estar en el templo del Señor
todos los días de mi vida,
para adorarle en su templo
y contemplar su hermosura.
Cuando lleguen los días malos,
el Señor me dará abrigo en su templo;
bajo su sombra me protegerá.
¡Me pondrá a salvo sobre una roca!
Entonces podré levantar la cabeza
por encima de mis enemigos;
entonces podré ofrecer sacrificios en el templo,
y gritar de alegría, y cantar himnos al Señor.
A ti clamo, Señor, ¡escúchame!
Ten compasión de mí, ¡respóndeme!
El corazón me dice:
“Busca la presencia del Señor.”
Y yo, Señor, busco tu presencia.
¡No te escondas de mí!
¡No me rechaces con ira!
¡Mi única ayuda eres tú!
No me dejes solo y sin amparo,
pues tú eres mi Dios y salvador.
Aunque mi padre y mi madre me abandonen,
tú, Señor, te harás cargo de mí.
Señor, muéstrame tu camino,
guíame por la buena senda
a causa de mis enemigos;
no me entregues a su voluntad,
pues se han levantado contra mí
testigos falsos y violentos.
Pero yo estoy convencido
de que llegaré a ver la bondad del Señor
a lo largo de esta vida.
¡Ten confianza en el Señor!
¡Ten valor, no te desanimes!
¡Sí, ten confianza en el Señor!