Cristo, el hombre histórico, es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías prometido a los judíos
En el tiempo en que vivió Jesús, más que nunca, se esperaba la venida del Mesías, pero se había falseado el concepto que de El habían dado los profetas. En su gran mayoría, los judíos contemporáneos de Jesús, esperaban un Mesías que les traería bonanza, un gran jefe político.
Las tres concepciones erróneas sobre el Mesías eran:
1) El reino mesiánico sería un período de prosperidad material obtenida sin cansancio ni molestias y en la liberación del dominio extranjero. Los mismos apóstoles no concibían que Jesús hablara de muerte en la cruz para atraer a sí todas las cosas.
2) Los rabinos concebían el Mesías futuro como un jefe político, el restaurador de la dinastía davídica.
3) La tercera corriente hacía coincidir la venida del Mesías con el fin del mundo. El reino mesiánico se realizaría en la otra vida (visión escatológica).
A pesar de estas concepciones falsas, había un "pequeño resto" de personas que tenían una idea exacta del Mesías: El Mesías, sacerdote y víctima al mismo tiempo, sacrificaría su vida para liberarnos del pecado y para restaurar la amistad entre Dios y los hombres. En este grupo encontramos con María a su prima Isabel (Lc. 1, 41-46), el viejo Simeón (Lc. 2, 30-32), la profetisa Ana (2, 38) y sobre todo Juan el Bautista (Mt. 3, 2-12) y a los esenios, secta que los recientes descubrimientos del Mar Muerto nos han permitido conocer mejor y a la que pertenecía Juan el Bautista.
A causa de estas deformaciones Jesús usó una táctica prudente para no despertar demasiado escándalo para demostrar su mesianidad. Toma el título de "Hijo del Hombre" (Dan. 7, 13-14).
Acepta en primer lugar el testimonio de Juan Bautista (Jn. 1, 29-30). Declara abiertamente su mesianidad ante la samaritana Jn.4.25-26), ante Nicodemo (Jn. 3, 13-18) y de una manera contundente ante Caifás, durante su propio juicio (Mt. 26, 63-64).
Al mismo tiempo, también se presenta ante el mundo como el Hijo de Dios: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt. 11, 27). Nos revela su íntima unión con el Padre con el cual se identifica. Esta afirmación, completamente original, no se encuentra en ningún otro fundador de religiones. La apreciamos en la profesión de fe de Pedro (Mt. 16,18). La manifestación más clara de la divinidad de Jesús que tenemos en los sinópticos está en la respuesta que El dio ante el sumo sacerdote Caifás en el Sanedrín:
"Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (Mt. 26, 63). Jesús respondió: "Tú lo has dicho. Y os declaro que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre, y venir sobre las nubes del cielo" (Mt.26,64).
Aún es más clara la divinidad de Jesús en el evangelio de San Juan. Citaremos algunos textos:
"Y el Verbo era Dios" (1,1)
"Yo y el Padre somos una sola cosa" (10-30)
"Os lo dije y no creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi
Padre testifican de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías" (10, 25-26).
Nos queda además como testimonio la misma actuación de Jesús durante su vida pública. En primer lugar habla de perfeccionar la Ley que Dios le dio al pueblo judío, y solamente El, que esos, puede apropiarse un dominio sobre las cosas de Dios (Mt. 34-36, Juicio Final). También se proclama el fin mismo de la ley moral, cosa que únicamente Dios puede pretender. Por otro lado se proclama más digno de amor que todos los seres queridos, más aún que de nuestra propia vida (Mt.10, 37; y Mt.16, 25). Por consiguiente: JESUS SE PRESENTA COMO DIOS.
El lenguaje de algunas expresiones evangélicas sólo se comprende si se tiene esta perspectiva de la divinidad de Cristo:
"Yo soy la resurrección y la vida" (Jn.11, 25).
"Yo soy la luz del mundo" (Jn.8, 12).
"Yo soy el camino y la verdad y la vida" (Jn. 14, 6).
"El que no recoge conmigo, desparrama" (Mt. 12, 30).
Cuando cura a los enfermos, etc., obra directamente por propia virtud: "Quiero, queda limpio" (Mt. 8,3). Asume también el derecho a perdonar los pecados que es algo que solamente compete a Dios:
"Confía, hijo, tus pecados te son perdonados" (Mt.9,2).
Actúa como Dios cuando la tempestad sacude la barca y amenaza con hundirla y Jesús despierta ordenando al mar: "¡Calla! ¡Cálmate!" (Mc.4,39).
Por último, durante toda su vida Jesús nunca tiene una duda, ni titubea. Pronuncia los juicios más decisivos y comprometidos sobre los problemas humanos más graves sin que nunca su inteligencia acuse el mínimo esfuerzo, sin verse obligado a reflexionar antes de responder, ya que lo que sabe no es en virtud del estudio o del razonamiento.
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Fuente: www.clerus.org
sábado, 22 de diciembre de 2007
Nacimiento de Cristo es mi nacimiento /Autor: Pedro García, misionero Claretiano
El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial.
El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie en el mundo. -
¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados de Dios!...
A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...
Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más elocuente y precisa.
San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.
Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.
Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad: -De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...
Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.
Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento. Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios. El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño que venía entre las alegrías navideñas, bautizado a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María Hofbauer...
Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños en el mismo día...
¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas Navidades más....
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Fuente: Catholic.net
El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie en el mundo. -
¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados de Dios!...
A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...
Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más elocuente y precisa.
San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.
Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.
Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad: -De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...
Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.
Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento. Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios. El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño que venía entre las alegrías navideñas, bautizado a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María Hofbauer...
Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños en el mismo día...
¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas Navidades más....
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Fuente: Catholic.net
viernes, 21 de diciembre de 2007
Navidad / Autor: P. Rafael Maroto Cifuentes
Navidad es tiempo de alegría, pese a las tristezas que nos llenan el corazón.
Navidad es tiempo de esperanza, pese al vacio que
nos rodea.
Navidad es tiempo de amor, pese al odio que divide a los hombres.
Jesús es nuestra alegría, nuestra esperanza, el amor que nos viene de Dios. Dejemos que venga a nuestro corazón, a nuestra alma, a nuestra vida. Que empape el yermo de nuestra existencia, que nos haga hermanos. Que nunca más no podamos decir a nadie: eres mi enemigo. Que veamos en cada rostro la imagen amable de Jesús, que nace hoy para hacerse semejante a nosotros.
Vivamos la Navidad como la oportunidad de escapar de todas las esclavitudes, de todas las ataduras que el dolor y la soledad nos han impuesto. Podemos nacer de nuevo como este niño, limpio y luminoso, sólo es necesario que no le neguemos la estancia y el calor dentro de nosotros. Amor, esperanza y alegría, es Navidad, Jesús que viene en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo acojamos con sinceridad.
Dejad nacer a Jesús.
Feliz Navidad.
Buen cambio de corazón.
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El P. Rafael Maroto Cifuentes es Rector de la Parroquia de la Inmaculada Concepción
de Vilanova i la Geltrú
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Navidad, «misterio del amor que nunca termina de sorprendernos» / Autor: Benedicto XVI
Palabras introductivas a la oración del Ángelus
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI este domingo antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor que nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo hijo del hombre para que nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesia se ha elevado con frecuencia una imploración: «Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, que tu presencia nos llene de alegría».
La misión evangelizadora de la Iglesia es la respuesta al grito «ven, Señor Jesús», que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue alzándose de los labios de los creyentes. «Ven, Señor, a transformar nuestros corazones para que en el mundo se difundan la justicia y la paz».
Esto es lo que pretende señalar la Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El documento quiere recordar a todos los cristianos, en una situación en la que con frecuencia ya no les queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la evangelización, que la acogida de la Buena Nueva en la fe lleva de por sí a comunicar la salvación recibida como un don.
De hecho, la verdad que salva la vida, que se hizo carne en Jesús, enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad para devolver lo que se ha recibido gratuitamente. Ser alcanzados por la presencia de Dios, que se hace como uno de nosotros en Navidad, es un don inestimable, un don capaz de hacernos vivir el abrazo universal de los amigos de Dios, en esa red de amistad con Cristo que une el cielo y la tierra, que orienta la libertad humana hacia su cumplimiento y que, si es vivida en su verdad, florece con un amor gratuito y lleno de atención por el bien de todos los hombres.
No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios.
No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de este exigente y fascinante compromiso. La alegría de la Navidad que ya experimentamos, al llenarnos de esperanza, nos empuja al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de nosotros.
La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no comunicó al mundo una idea, sino el mismo Jesús, el Verbo encarnado. Invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo a Cristo Salvador.
Cada cristiano y cada comunidad experimentan la alegría de compartir con los demás la buena noticia de que Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de Él. Este es el auténtico sentido de la Navidad, que siempre tenemos que redescubrir y vivir intensamente.
[Después del Ángelus, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, dijo:]
Dirijo mi cordial saludo a los trabajadores del diario vaticano «L'Osservatore Romano» que esta mañana, en la Plaza de San Pedro, proponen una iniciativa de solidaridad a favor de los niños de Uganda. Al expresar mi aprecio por la especial atención que «L'Osservatore Romano» presta a las emergencias humanitarias en todas las partes del mundo, alabo el hecho de que esta labor esté apoyada también con gestos concretos como éste al que deseó pleno éxito.
[En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, aquí presentes y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de la radio y de la televisión. Preparaos con fervor para celebrar el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, abrid vuestros corazones al Señor que ya llega, poniéndonos al servicio de todos, especialmente de los más necesitados. Feliz domingo.
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Traducción del original italiano por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI este domingo antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas:
Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor que nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo hijo del hombre para que nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesia se ha elevado con frecuencia una imploración: «Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, que tu presencia nos llene de alegría».
La misión evangelizadora de la Iglesia es la respuesta al grito «ven, Señor Jesús», que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue alzándose de los labios de los creyentes. «Ven, Señor, a transformar nuestros corazones para que en el mundo se difundan la justicia y la paz».
Esto es lo que pretende señalar la Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El documento quiere recordar a todos los cristianos, en una situación en la que con frecuencia ya no les queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la evangelización, que la acogida de la Buena Nueva en la fe lleva de por sí a comunicar la salvación recibida como un don.
De hecho, la verdad que salva la vida, que se hizo carne en Jesús, enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad para devolver lo que se ha recibido gratuitamente. Ser alcanzados por la presencia de Dios, que se hace como uno de nosotros en Navidad, es un don inestimable, un don capaz de hacernos vivir el abrazo universal de los amigos de Dios, en esa red de amistad con Cristo que une el cielo y la tierra, que orienta la libertad humana hacia su cumplimiento y que, si es vivida en su verdad, florece con un amor gratuito y lleno de atención por el bien de todos los hombres.
No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios.
No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de este exigente y fascinante compromiso. La alegría de la Navidad que ya experimentamos, al llenarnos de esperanza, nos empuja al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de nosotros.
La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no comunicó al mundo una idea, sino el mismo Jesús, el Verbo encarnado. Invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo a Cristo Salvador.
Cada cristiano y cada comunidad experimentan la alegría de compartir con los demás la buena noticia de que Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de Él. Este es el auténtico sentido de la Navidad, que siempre tenemos que redescubrir y vivir intensamente.
[Después del Ángelus, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, dijo:]
Dirijo mi cordial saludo a los trabajadores del diario vaticano «L'Osservatore Romano» que esta mañana, en la Plaza de San Pedro, proponen una iniciativa de solidaridad a favor de los niños de Uganda. Al expresar mi aprecio por la especial atención que «L'Osservatore Romano» presta a las emergencias humanitarias en todas las partes del mundo, alabo el hecho de que esta labor esté apoyada también con gestos concretos como éste al que deseó pleno éxito.
[En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, aquí presentes y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de la radio y de la televisión. Preparaos con fervor para celebrar el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, abrid vuestros corazones al Señor que ya llega, poniéndonos al servicio de todos, especialmente de los más necesitados. Feliz domingo.
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Traducción del original italiano por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
«Alegres en la esperanza» / Autor: Raniero Cantalamessa OFM Cap
Tercera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la tercera y última predicación de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia.
Eje de estas meditaciones es el tema «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2); han asistido también a este camino de preparación de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre.
Las predicaciones anteriores se publicaron íntegramente el 7 y el 14 de diciembre.
* * *
P. Raniero Cantalamessa
Tercera Predicación de Adviento
a la Casa Pontificia
Spe gaudentes, alegres en la esperanza
1. Jesús, el Hijo
En esta tercera y última meditación, dejando ya a los profetas y a Juan el Bautista, nos concentramos exclusivamente en el punto de llegada de todo: el «Hijo». Desde esta perspectiva, el texto de Hebreos evoca de cerca la parábola de los viñadores infieles. También ahí, Dios envía primero a siervos; después, «por último», envía al Hijo diciendo: «A mi Hijo le respetarán» (Mt 21, 33-41).
En un capítulo del libro sobre Jesús de Nazaret, el Papa ilustra la diferencia fundamental entre el título «Hijo de Dios» y el de «Hijo» sin más añadidos. El sencillo título de «Hijo», al contrario de cuanto se podría pensar, es mucho más rico de significado que «Hijo de Dios». Este último llega a Jesús tras una larga hilera de atribuciones: así había sido definido el pueblo de Israel y, singularmente, su rey; así se hacían llamar los faraones y los soberanos orientales, y de tal forma se proclamará el emperador romano. De por sí, no habría sido suficiente por eso para distinguir a la persona de Cristo de cualquier otro «hijo de Dios»
Es distinto el caso del título de «Hijo», sin otro añadido. Aparece en los evangelios como exclusivo de Cristo y es con él que Jesús expresará su identidad profunda. Después de los evangelios es precisamente la Carta a los Hebreos la que testimonia con más fuerza este uso absoluto del título «el Hijo»; está presente allí cinco veces.
El texto más significativo en el que Jesús se define a sí mismo «el Hijo» es Mateo 11, 27: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». La frase, explican los exégetas, tiene un claro origen arameo y demuestra que los desarrollos posteriores que se leen, al respecto, en el evangelio de Juan tienen su origen remoto en la conciencia misma de Cristo.
Una comunión de conocimiento tan total y absoluta entre Padre e Hijo, observa el Papa en su libro, no se explica sin una comunión ontológica o del ser. Las formulaciones posteriores culminantes en la definición de Nicea, del Hijo como «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», son por lo tanto desarrollos osados, pero coherentes con el dato evangélico.
La prueba más fuerte del conocimiento que Jesús tenía de su identidad de Hijo es su oración. En ella la filiación no está sólo declarada, sino vivida. Por el modo y la frecuencia con que recurre en la oración de Cristo, la exclamación Abbà da testimonio de una intimidad y familiaridad con Dios sin igual en la tradición de Israel. Si la expresión se ha conservado en su lengua originaria y se ha convertido en la característica de la oración cristiana (Ga 4,6; Rm 8,15) es porque hubo el convencimiento de que se trató de la forma típica de la oración de Jesús [1].
2. ¿Un Jesús de los ateos?
Este dato evangélico proyecta una luz singular sobre el debate actual en torno a la persona de Jesús. En la introducción de su libro, el Papa cita la afirmación de R. Schnackenburg según el cual «sin el arraigo en Dios la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable». «Éste -declara el Papa-- es también el punto de apoyo en que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad» [2].
Ello evidencia, en mi opinión, la problemática de una investigación histórica sobre Jesús que no sólo prescinda, sino que excluya de partida la fe; en otras palabras, la plausibilidad histórica de aquello que se ha definido a veces «el Jesús de los ateos». No hablo, en este momento, de la fe en Cristo y en su divinidad, sino de fe en la acepción más común del término, de fe en la existencia de Dios.
Lejos de mí la idea de que los no creyentes no tengan derecho a ocuparse de Jesús. Lo que desearía poner de manifiesto, partiendo de las afirmaciones del Papa citadas, son las consecuencias que se derivan de un punto de partida tal, esto es, cómo la «precomprensión» de quien no cree incide en la investigación histórica enormemente más que la del creyente. Lo contrario de lo que los estudiosos no creyentes piensan.
Si se niega o se prescinde de la fe en Dios, no se elimina sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, son también al Jesús histórico tout court; no se salva ni el hombre Jesús. Nadie puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de los evangelios no queda de Él absolutamente nada.
Así que si se parte del presupuesto, tácito o declarado, de que Dios no existe, Jesús no es más que uno de tantos ilusos que oró, adoró, habló con su propia sombra, o con la proyección de la propia esencia, en términos de Feuerbach. Jesús sería la víctima más ilustre de lo que el ateo militante Dawkins define «la ilusión de Dios» [3]. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre "haya cambiado el mundo" y que, a dos mil años de distancia, siga interpelando a los espíritus como ningún otro? Si la ilusión es capaz de obrar lo que hizo Jesús en la historia, entonces Dawkins y los demás tal vez deben revisar su concepto de ilusión.
Existe una sola vía de salida para esta dificultad, la que se abrió camino en el ámbito del «Jesus Seminar» de Berkeley, en los Estados Unidos. Jesús no era un creyente judío; en el fondo era un filósofo itinerante, al estilo de los cínicos [4]; no predicó un reino de Dios, ni un cercano final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al estilo de un maestro Zen. Su objetivo era reavivar en los hombres la conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de él ni de otro dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina [5]. ¡Se trata de las cosas -mira por dónde- que lleva décadas predicando la Nueva Era! Una enésima imagen de Jesús producto de la moda del momento. Es verdad: sin el arraigo en Dios, la figura de Jesús es «fugaz, irreal e inexplicable».
3. Preexistencia de Cristo y Trinidad
También en este punto, igual que en la reducción de Jesús a un profeta, el problema no se plantea sólo en la discusión con la crítica no creyente; se suscita, de manera y con espíritu distinto, incluso en el debate teológico dentro de la Iglesia. Veamos en qué sentido.
Acerca del título de Hijo de Dios se asiste a una especie de vuelta al origen en el Nuevo Testamento: al principio se pone en relación con la resurrección de Cristo (Rm 1, 4); Marcos da un paso atrás y lo sitúa en relación con su bautismo en el Jordán (Mc 1, 11); Mateo y Lucas lo remontan a su nacimiento de María (Lc 1, 35). La Carta a los Hebreos obra el salto decisivo, afirmando que el Hijo no empezó a existir en el momento de su venida entre nosotros, sino que existe desde siempre. «Por medio de Él --dice-- [Dios] hizo también el mundo», Él es «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia». Una treintena de años después Juan consagrará esta conquista iniciando su evangelio con las palabras: «En el principio era el Verbo...».
Pero sobre la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre se han planteado, en el ámbito de algunas de las llamadas «nuevas cristologías», tesis bastante problemáticas. En ellas se afirma que la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre es un concepto mítico derivado del helenismo. En términos modernos, esto significaría sencillamente que «la relación entre Dios y Jesús no se desarrolló sólo en un segundo tiempo y por así decirlo casualmente, sino que existe a priori y está fundada en Dios mismo».
En otras palabras, Jesús preexistía en sentido intencional, no real; esto es, en el sentido de que el Padre, desde siempre, había previsto, elegido y amado como hijo al Jesús que un día nacería de María. Preexistía, por lo tanto, no de manera distinta a la de cada uno de nosotros, dado que todo hombre, dice la Escritura, ha sido «elegido de antemano» por Dios como su hijo, ¡antes de la creación del mundo! (Ef 1,4).
Junto a la preexistencia de Cristo entra, en esta perspectiva, también la fe en la Trinidad. Ésta se reduce a algo heterogéneo (una persona eterna, el Padre, más una persona histórica, Jesús, más una energía divina, el Espíritu Santo); algo, además, que no existe ab aeterno, sino que se hace en el tiempo.
Me limito a observar que tampoco esta tesis es nueva. La idea de una preexistencia sólo intencional y no real del Hijo fue planteada, debatida y rechazada por el pensamiento cristiano antiguo. Así que no es verdad que venga impuesta por concepciones nuevas, ya no míticas, que tenemos de Dios, igual que no es cierto que la idea contraria, de una preexistencia eterna, era la única solución concebible en el contexto cultural antiguo y que los Padres no tenían, entonces, posibilidad de elección.
Fotino, en el siglo IV, ya conocía la idea de una preexistencia de Jesús «a modo de previsión» (kata prôgnosin) o «a modo de anticipación» (prochrestikôs). Contra él decretó un sínodo: «Si alguien dice que el Hijo, antes de María, existía sólo según previsión y que no es generado por el Padre antes de los siglos para ser Dios y por medio suyo hacer llegar a la existencia toda las cosas, que sea anatema» [6]. La intención de estos teólogos era elogiable: traducir a un lenguaje comprensible para el hombre de hoy el dato antiguo. Pero lamentablemente, una vez más, lo que se traduce en lenguaje moderno no es el dato definido por los concilios, sino el condenado por los concilios.
Ya san Atanasio observaba que la idea de una Trinidad formada de realidades heterogéneas compromete precisamente la unidad divina que con aquella se quiere asegurar. Si además se admite que Dios «se hace» en el tiempo, nadie nos asegura que su crecimiento y su transformación hayan terminado. Quien deviene, devendrá todavía [7]. ¡Cuánto tiempo y esfuerzo nos ahorraría un conocimiento menos superficial del pensamiento de los Padres!
Desearía concluir esta parte doctrinal de nuestra meditación con una nota positiva, a mi entender de extraordinaria importancia. Durante casi un siglo, desde que Wilhelm Bousset, en 1913, escribió su famoso libro sobre el Kyrios Christos [8], en el ámbito de los estudios críticos ha dominado la idea de que el origen del culto de Cristo como ser divino habría que buscarlo en el contexto helenístico, por lo tanto mucho después de la muerte de Cristo.
En el ámbito de la llamada «tercera investigación» sobre el Jesús histórico, recientemente ha retomado la cuestión desde sus fundamentos Larry Hurtado, profesor de lengua, literatura y teología del Nuevo Testamente en Edimburgo. He aquí la conclusión a la que llega, al término de una investigación de más de 700 páginas:
«La veneración de Jesús como figura divina irrumpió de improviso y rápidamente, no poco a poco y tardíamente, entre círculos de seguidores del siglo I. Más específicamente, los orígenes están en los círculos cristianos judaicos de los primerísimos años. Sólo un modo de pensar iluso sigue atribuyendo la veneración de Jesús como figura divina decisivamente a la influencia de la religión pagana y a la influencia de los gentiles conversos, presentándola como un desarrollo tardío y gradual. Más aún, la veneración de Jesús como "Señor", que encontraba expresión adecuada en la veneración cultual y en la obediencia total, era además general, no limitada ni atribuible a círculos particulares, por ejemplo los "helenistas" o los cristianos gentiles de un hipotético "culto de Cristo sirio". Con toda la diversidad del primer cristianismo, la fe en la condición divina de Jesús era sorprendentemente común» [9].
Esta rigurosa conclusión histórica debería poner fin a la opinión, aún dominante en una cierta divulgación, según la cual el culto divino de Cristo sería un fruto posterior de la fe (impuesto por ley por Constantino en Nicea, en el año 325, ¡según Dan Brown y su Código da Vinci!)
4. La «niña Esperanza»
Además del libro sobre Jesús de Nazaret, el Santo Padre este año nos ha hecho regalo igualmente de la encíclica sobre la esperanza. La utilidad de un documento pontificio, además de su altísimo contenido, está también en el hecho de que concentra en un punto la atención de todos los creyentes, estimulando sobre él la reflexión. En esta línea, querría hacer aquí una pequeña aplicación espiritual y práctica del contenido teológico de la encíclica, mostrando cómo el texto que hemos meditado de la Carta a los Hebreos puede contribuir a alimentar nuestra esperanza.
En la esperanza -escribe el autor de la Carta con una bellísima imagen destinada a hacerse clásica en la iconografía cristiana-- «tenemos como segura y sólida un ancla de nuestra alma, que penetra hasta más allá del velo del santuario, donde entró por nosotros como precursor Jesús» (Hb 6, 17-20). El fundamento de esta esperanza es precisamente el hecho de que «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo». Si nos ha dado al Hijo, dice san Pablo, «¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?» (Rm 8,32). He aquí por qué «la esperanza no falla» (Rm 5,5): el don del Hijo es prenda y garantía de todo lo demás y, en primer lugar, de la vida eterna. Si el Hijo es «heredero de todo» (heredem universorum) (Hb 1,2), nosotros somos sus «coherederos» (Rm 8,17).
Los viñadores inicuos de la parábola, viendo llegar al hijo, se dicen: «Éste es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia» (Mt 21,38). En su omnipotencia misericordiosa, Dios Padre ha transformado en un bien este proyecto criminal. ¡Los hombres han matado al Hijo y han alcanzado de verdad la herencia! Gracias a esa muerte, se han convertido en «herederos de Dios y coherederos de Cristo».
Nosotros, criaturas humanas, necesitamos de la esperanza para vivir como del oxígeno para respirar. Se dice que mientras hay vida hay esperanza, pero también es cierto al revés: mientras hay esperanza hay vida. La esperanza ha sido durante mucho tiempo, y lo es aún, de las tres virtudes teologales, la hermana menor, la pariente pobre. Se habla con frecuencia de la fe, aún más a menudo de la caridad, pero bastante poco de la esperanza.
El poeta Charles Péguy tiene razón cuando compara las tres virtudes teologales con tres hermanas: dos adultas y una niña pequeña. Van caminando de la mano (¡las tres virtudes teologales son inseparables!), las mayores a los lados, la niña en medio. Todos, viéndolas, están convencidos de que son las mayores -la fe y la caridad-- las que llevan a la niña esperanza. Se equivocan: es la niña esperanza la que tira de las otras dos; si ella se detiene, todo se para [10] .
Lo vemos también en el plano humano y social. En Italia se ha frenado la esperaza y con ella la confianza, el impulso, el crecimiento, también económico. El «declive» del que se habla nace de aquí. El miedo al futuro ha ocupado el lugar de la esperanza. La falta de nacimientos es su reflejo más claro. Ningún país necesita meditar la encíclica del Papa como Italia.
La esperanza teologal es el «hilo de lo alto» que sostiene desde el centro todas las esperanzas humanas. «El hilo de lo alto» es el título de una parábola del escritor danés Johannes Joergensen. Habla de la araña que se descuelga de la rama de un árbol a lo largo del hilo que ella misma produce. Posándose en un cercado teje su red, obra maestra de simetría y funcionalidad. Tensa por los lados por otros tantos hilos, todo se sostiene en el centro por ese hilo del que ha bajado. Si se truca uno de los filamentos laterales, la araña interviene, lo repara; pero si se rompe el hilo de arriba (una vez pude comprobarlo con mis propios ojos) todo se distiende y la araña desaparece porque ya no hay nada que hacer. Es una imagen de lo que sucede cuando se truca el hilo de lo alto que es la esperanza teologal. Sólo ésta puede «anclar» las esperanzas humanas a la esperanza «que no falla».
En la Biblia asistimos a verdaderos estremecimientos y sobresaltos de esperanza. Uno de ellos se encuentra en la tercera Lamentación: «Yo -dice el profeta-- soy el hombre que ha visto la miseria... Digo: "¡Ha fenecido mi vigor, y la esperanza que me venía de Yahveh!"».
Pero he aquí el impulso de esperanza que vuelca todo. En cierto momento, el orante se dice: «Pero las misericordias del Señor no se han acabado, ni se ha agotado su ternura; por ello esperaré»; desde el instante en que el profeta decide volver a esperar, el tono del discurso cambia por completo: la lamentación se transforma en súplica confiada. «Porque no desecha para siempre a los humanos el Señor: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor» (Cf. Lm 3, 1-32).
Nosotros contamos con un motivo mucho más fuerte para tener este sobresalto de esperanza. Dios nos ha dado a su Hijo: ¿cómo no nos dará todo junto a Él? A veces es necesario gritarse: «¡Dios existe y eso basta!». El servicio más precioso que la Iglesia en Italia puede hacer en este momento al país es ayudarle a tener un impulso de esperanza. Contribuye a este fin quien (como ha hecho Benigni en su reciente espectáculo en televisión) no teme contrarrestar el derrotismo, recordando a los italianos los muchos y extraordinarios motivos, espirituales y culturales, que poseen para tener confianza en sus propios recursos.
La vez pasada hablaba de una aromaterapia basada en el óleo de alegría que es el Espíritu Santo. Necesitamos esta terapia para curar la enfermedad más perniciosa de todas: la desesperación, el desaliento, la pérdida de confianza en sí, en la vida y hasta en la Iglesia. «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13): así escribía el Apóstol a los Romanos de su tiempo y lo repite a los de hoy.
No se abunda en la esperanza sin la virtud del Espíritu Santo. En un canto espiritual afro-americano no se hace más que repetir continuamente estas pocas palabras: «Hay un bálsamo en Gilead que cura las almas heridas» (There is a balm in Gilead / to make the wounded whole...). Gilead, o Galaad, es una localidad famosa en el Antiguo Testamento por sus perfumes y ungüentos (Jr 8,22). El canto prosigue: «A veces me siento desalentado y pienso que todo es inútil, pero llega el Espíritu Santo y devuelve la vida al alma mía». Gilead es para nosotros la Iglesia, y el bálsamo que sana es el Espíritu Santo. Él es la estela de perfume que Jesús ha dejado tras de sí, al pasar por esta tierra.
La esperanza es milagrosa: cuando renace en un corazón, todo es diferente, aunque nada haya cambiado. «Los jóvenes se cansan, se fatigan -se lee en Isaías--, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh él les renueva el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 30-31).
Donde renace la esperanza renace sobre todo la alegría. El Apóstol dice que los creyentes son spe salvi, «salvados en esperanza» (Rm 8, 24) y que por ello deben ser spe gaudentes, «alegres en la esperanza» (Rm 12, 12). No gente que espera ser feliz, sino gente que es feliz de esperar; feliz ya, ahora, por el simple hecho de esperar.
Que esta Navidad, Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas, el Dios de la esperanza, por virtud del Espíritu Santo y por intercesión de María «Madre de la esperanza», nos conceda estar alegres en la esperanza y abundar en ella.
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[1] J. D.G. Dunn, Christianity in the Making, I. Jesus remembered, Grand Rapids. Mich. 2003, parte III, cap. 12, trad. ital. Gli albori del Cristianesimo, I, 2, Paideia, Brescia 2006, p. 746 ss.
[2] Benedetto XVI, Gesú di Nazaret, Rizzoli 2007, p.10.
[3] R. Dawkins, God Delusion, Bantam Books, 2006.
[4] Sobre la teoría de Jesús cínico, v. B. Griffin, Was Jesus a Philosophical Cynic? [http://www-oxford.op.org/allen/html/acts.htm].
[5] V. el ensayo de Harold Bloom, "Whoever discovers the interpretation of these sayings...", publicado en apéndice a la edición del Evangelio copto de Tomás a cargo de Marvin Meyer: The Gospel of Thomas. The Hidden Sayings of Jesus, Harper Collins Publishers, San Francisco 1992.
[6] Fórmula del sínodo di Sirmio de 351, en A. Hahn, Bibliotek der Symbole und Glaubensregeln in der alten Kirche, Hildesheim 1962, p.197.
[7] Cf. S. Atanasio cf. Contro gli ariani, I, 17-18 (PG 26, 48).
[8] Wilhelm Bousset, Kyrios Christos, 1913.
[9] L. Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity, Grand Rapids, Mich. 2003, cit. en la edición italiana Signore Gesù Cristo, 2 vol. Paideia, Brescia 2007, p. 643.
[10] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, Oeuvres poétiques complètes, Gallimard, París 1975, pp. 531 ss.
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Traducción del original italiano por Marta Lago
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la tercera y última predicación de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia.
Eje de estas meditaciones es el tema «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2); han asistido también a este camino de preparación de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre.
Las predicaciones anteriores se publicaron íntegramente el 7 y el 14 de diciembre.
* * *
P. Raniero Cantalamessa
Tercera Predicación de Adviento
a la Casa Pontificia
Spe gaudentes, alegres en la esperanza
1. Jesús, el Hijo
En esta tercera y última meditación, dejando ya a los profetas y a Juan el Bautista, nos concentramos exclusivamente en el punto de llegada de todo: el «Hijo». Desde esta perspectiva, el texto de Hebreos evoca de cerca la parábola de los viñadores infieles. También ahí, Dios envía primero a siervos; después, «por último», envía al Hijo diciendo: «A mi Hijo le respetarán» (Mt 21, 33-41).
En un capítulo del libro sobre Jesús de Nazaret, el Papa ilustra la diferencia fundamental entre el título «Hijo de Dios» y el de «Hijo» sin más añadidos. El sencillo título de «Hijo», al contrario de cuanto se podría pensar, es mucho más rico de significado que «Hijo de Dios». Este último llega a Jesús tras una larga hilera de atribuciones: así había sido definido el pueblo de Israel y, singularmente, su rey; así se hacían llamar los faraones y los soberanos orientales, y de tal forma se proclamará el emperador romano. De por sí, no habría sido suficiente por eso para distinguir a la persona de Cristo de cualquier otro «hijo de Dios»
Es distinto el caso del título de «Hijo», sin otro añadido. Aparece en los evangelios como exclusivo de Cristo y es con él que Jesús expresará su identidad profunda. Después de los evangelios es precisamente la Carta a los Hebreos la que testimonia con más fuerza este uso absoluto del título «el Hijo»; está presente allí cinco veces.
El texto más significativo en el que Jesús se define a sí mismo «el Hijo» es Mateo 11, 27: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». La frase, explican los exégetas, tiene un claro origen arameo y demuestra que los desarrollos posteriores que se leen, al respecto, en el evangelio de Juan tienen su origen remoto en la conciencia misma de Cristo.
Una comunión de conocimiento tan total y absoluta entre Padre e Hijo, observa el Papa en su libro, no se explica sin una comunión ontológica o del ser. Las formulaciones posteriores culminantes en la definición de Nicea, del Hijo como «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», son por lo tanto desarrollos osados, pero coherentes con el dato evangélico.
La prueba más fuerte del conocimiento que Jesús tenía de su identidad de Hijo es su oración. En ella la filiación no está sólo declarada, sino vivida. Por el modo y la frecuencia con que recurre en la oración de Cristo, la exclamación Abbà da testimonio de una intimidad y familiaridad con Dios sin igual en la tradición de Israel. Si la expresión se ha conservado en su lengua originaria y se ha convertido en la característica de la oración cristiana (Ga 4,6; Rm 8,15) es porque hubo el convencimiento de que se trató de la forma típica de la oración de Jesús [1].
2. ¿Un Jesús de los ateos?
Este dato evangélico proyecta una luz singular sobre el debate actual en torno a la persona de Jesús. En la introducción de su libro, el Papa cita la afirmación de R. Schnackenburg según el cual «sin el arraigo en Dios la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable». «Éste -declara el Papa-- es también el punto de apoyo en que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad» [2].
Ello evidencia, en mi opinión, la problemática de una investigación histórica sobre Jesús que no sólo prescinda, sino que excluya de partida la fe; en otras palabras, la plausibilidad histórica de aquello que se ha definido a veces «el Jesús de los ateos». No hablo, en este momento, de la fe en Cristo y en su divinidad, sino de fe en la acepción más común del término, de fe en la existencia de Dios.
Lejos de mí la idea de que los no creyentes no tengan derecho a ocuparse de Jesús. Lo que desearía poner de manifiesto, partiendo de las afirmaciones del Papa citadas, son las consecuencias que se derivan de un punto de partida tal, esto es, cómo la «precomprensión» de quien no cree incide en la investigación histórica enormemente más que la del creyente. Lo contrario de lo que los estudiosos no creyentes piensan.
Si se niega o se prescinde de la fe en Dios, no se elimina sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, son también al Jesús histórico tout court; no se salva ni el hombre Jesús. Nadie puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de los evangelios no queda de Él absolutamente nada.
Así que si se parte del presupuesto, tácito o declarado, de que Dios no existe, Jesús no es más que uno de tantos ilusos que oró, adoró, habló con su propia sombra, o con la proyección de la propia esencia, en términos de Feuerbach. Jesús sería la víctima más ilustre de lo que el ateo militante Dawkins define «la ilusión de Dios» [3]. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre "haya cambiado el mundo" y que, a dos mil años de distancia, siga interpelando a los espíritus como ningún otro? Si la ilusión es capaz de obrar lo que hizo Jesús en la historia, entonces Dawkins y los demás tal vez deben revisar su concepto de ilusión.
Existe una sola vía de salida para esta dificultad, la que se abrió camino en el ámbito del «Jesus Seminar» de Berkeley, en los Estados Unidos. Jesús no era un creyente judío; en el fondo era un filósofo itinerante, al estilo de los cínicos [4]; no predicó un reino de Dios, ni un cercano final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al estilo de un maestro Zen. Su objetivo era reavivar en los hombres la conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de él ni de otro dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina [5]. ¡Se trata de las cosas -mira por dónde- que lleva décadas predicando la Nueva Era! Una enésima imagen de Jesús producto de la moda del momento. Es verdad: sin el arraigo en Dios, la figura de Jesús es «fugaz, irreal e inexplicable».
3. Preexistencia de Cristo y Trinidad
También en este punto, igual que en la reducción de Jesús a un profeta, el problema no se plantea sólo en la discusión con la crítica no creyente; se suscita, de manera y con espíritu distinto, incluso en el debate teológico dentro de la Iglesia. Veamos en qué sentido.
Acerca del título de Hijo de Dios se asiste a una especie de vuelta al origen en el Nuevo Testamento: al principio se pone en relación con la resurrección de Cristo (Rm 1, 4); Marcos da un paso atrás y lo sitúa en relación con su bautismo en el Jordán (Mc 1, 11); Mateo y Lucas lo remontan a su nacimiento de María (Lc 1, 35). La Carta a los Hebreos obra el salto decisivo, afirmando que el Hijo no empezó a existir en el momento de su venida entre nosotros, sino que existe desde siempre. «Por medio de Él --dice-- [Dios] hizo también el mundo», Él es «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia». Una treintena de años después Juan consagrará esta conquista iniciando su evangelio con las palabras: «En el principio era el Verbo...».
Pero sobre la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre se han planteado, en el ámbito de algunas de las llamadas «nuevas cristologías», tesis bastante problemáticas. En ellas se afirma que la preexistencia de Cristo como Hijo eterno del Padre es un concepto mítico derivado del helenismo. En términos modernos, esto significaría sencillamente que «la relación entre Dios y Jesús no se desarrolló sólo en un segundo tiempo y por así decirlo casualmente, sino que existe a priori y está fundada en Dios mismo».
En otras palabras, Jesús preexistía en sentido intencional, no real; esto es, en el sentido de que el Padre, desde siempre, había previsto, elegido y amado como hijo al Jesús que un día nacería de María. Preexistía, por lo tanto, no de manera distinta a la de cada uno de nosotros, dado que todo hombre, dice la Escritura, ha sido «elegido de antemano» por Dios como su hijo, ¡antes de la creación del mundo! (Ef 1,4).
Junto a la preexistencia de Cristo entra, en esta perspectiva, también la fe en la Trinidad. Ésta se reduce a algo heterogéneo (una persona eterna, el Padre, más una persona histórica, Jesús, más una energía divina, el Espíritu Santo); algo, además, que no existe ab aeterno, sino que se hace en el tiempo.
Me limito a observar que tampoco esta tesis es nueva. La idea de una preexistencia sólo intencional y no real del Hijo fue planteada, debatida y rechazada por el pensamiento cristiano antiguo. Así que no es verdad que venga impuesta por concepciones nuevas, ya no míticas, que tenemos de Dios, igual que no es cierto que la idea contraria, de una preexistencia eterna, era la única solución concebible en el contexto cultural antiguo y que los Padres no tenían, entonces, posibilidad de elección.
Fotino, en el siglo IV, ya conocía la idea de una preexistencia de Jesús «a modo de previsión» (kata prôgnosin) o «a modo de anticipación» (prochrestikôs). Contra él decretó un sínodo: «Si alguien dice que el Hijo, antes de María, existía sólo según previsión y que no es generado por el Padre antes de los siglos para ser Dios y por medio suyo hacer llegar a la existencia toda las cosas, que sea anatema» [6]. La intención de estos teólogos era elogiable: traducir a un lenguaje comprensible para el hombre de hoy el dato antiguo. Pero lamentablemente, una vez más, lo que se traduce en lenguaje moderno no es el dato definido por los concilios, sino el condenado por los concilios.
Ya san Atanasio observaba que la idea de una Trinidad formada de realidades heterogéneas compromete precisamente la unidad divina que con aquella se quiere asegurar. Si además se admite que Dios «se hace» en el tiempo, nadie nos asegura que su crecimiento y su transformación hayan terminado. Quien deviene, devendrá todavía [7]. ¡Cuánto tiempo y esfuerzo nos ahorraría un conocimiento menos superficial del pensamiento de los Padres!
Desearía concluir esta parte doctrinal de nuestra meditación con una nota positiva, a mi entender de extraordinaria importancia. Durante casi un siglo, desde que Wilhelm Bousset, en 1913, escribió su famoso libro sobre el Kyrios Christos [8], en el ámbito de los estudios críticos ha dominado la idea de que el origen del culto de Cristo como ser divino habría que buscarlo en el contexto helenístico, por lo tanto mucho después de la muerte de Cristo.
En el ámbito de la llamada «tercera investigación» sobre el Jesús histórico, recientemente ha retomado la cuestión desde sus fundamentos Larry Hurtado, profesor de lengua, literatura y teología del Nuevo Testamente en Edimburgo. He aquí la conclusión a la que llega, al término de una investigación de más de 700 páginas:
«La veneración de Jesús como figura divina irrumpió de improviso y rápidamente, no poco a poco y tardíamente, entre círculos de seguidores del siglo I. Más específicamente, los orígenes están en los círculos cristianos judaicos de los primerísimos años. Sólo un modo de pensar iluso sigue atribuyendo la veneración de Jesús como figura divina decisivamente a la influencia de la religión pagana y a la influencia de los gentiles conversos, presentándola como un desarrollo tardío y gradual. Más aún, la veneración de Jesús como "Señor", que encontraba expresión adecuada en la veneración cultual y en la obediencia total, era además general, no limitada ni atribuible a círculos particulares, por ejemplo los "helenistas" o los cristianos gentiles de un hipotético "culto de Cristo sirio". Con toda la diversidad del primer cristianismo, la fe en la condición divina de Jesús era sorprendentemente común» [9].
Esta rigurosa conclusión histórica debería poner fin a la opinión, aún dominante en una cierta divulgación, según la cual el culto divino de Cristo sería un fruto posterior de la fe (impuesto por ley por Constantino en Nicea, en el año 325, ¡según Dan Brown y su Código da Vinci!)
4. La «niña Esperanza»
Además del libro sobre Jesús de Nazaret, el Santo Padre este año nos ha hecho regalo igualmente de la encíclica sobre la esperanza. La utilidad de un documento pontificio, además de su altísimo contenido, está también en el hecho de que concentra en un punto la atención de todos los creyentes, estimulando sobre él la reflexión. En esta línea, querría hacer aquí una pequeña aplicación espiritual y práctica del contenido teológico de la encíclica, mostrando cómo el texto que hemos meditado de la Carta a los Hebreos puede contribuir a alimentar nuestra esperanza.
En la esperanza -escribe el autor de la Carta con una bellísima imagen destinada a hacerse clásica en la iconografía cristiana-- «tenemos como segura y sólida un ancla de nuestra alma, que penetra hasta más allá del velo del santuario, donde entró por nosotros como precursor Jesús» (Hb 6, 17-20). El fundamento de esta esperanza es precisamente el hecho de que «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo». Si nos ha dado al Hijo, dice san Pablo, «¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?» (Rm 8,32). He aquí por qué «la esperanza no falla» (Rm 5,5): el don del Hijo es prenda y garantía de todo lo demás y, en primer lugar, de la vida eterna. Si el Hijo es «heredero de todo» (heredem universorum) (Hb 1,2), nosotros somos sus «coherederos» (Rm 8,17).
Los viñadores inicuos de la parábola, viendo llegar al hijo, se dicen: «Éste es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia» (Mt 21,38). En su omnipotencia misericordiosa, Dios Padre ha transformado en un bien este proyecto criminal. ¡Los hombres han matado al Hijo y han alcanzado de verdad la herencia! Gracias a esa muerte, se han convertido en «herederos de Dios y coherederos de Cristo».
Nosotros, criaturas humanas, necesitamos de la esperanza para vivir como del oxígeno para respirar. Se dice que mientras hay vida hay esperanza, pero también es cierto al revés: mientras hay esperanza hay vida. La esperanza ha sido durante mucho tiempo, y lo es aún, de las tres virtudes teologales, la hermana menor, la pariente pobre. Se habla con frecuencia de la fe, aún más a menudo de la caridad, pero bastante poco de la esperanza.
El poeta Charles Péguy tiene razón cuando compara las tres virtudes teologales con tres hermanas: dos adultas y una niña pequeña. Van caminando de la mano (¡las tres virtudes teologales son inseparables!), las mayores a los lados, la niña en medio. Todos, viéndolas, están convencidos de que son las mayores -la fe y la caridad-- las que llevan a la niña esperanza. Se equivocan: es la niña esperanza la que tira de las otras dos; si ella se detiene, todo se para [10] .
Lo vemos también en el plano humano y social. En Italia se ha frenado la esperaza y con ella la confianza, el impulso, el crecimiento, también económico. El «declive» del que se habla nace de aquí. El miedo al futuro ha ocupado el lugar de la esperanza. La falta de nacimientos es su reflejo más claro. Ningún país necesita meditar la encíclica del Papa como Italia.
La esperanza teologal es el «hilo de lo alto» que sostiene desde el centro todas las esperanzas humanas. «El hilo de lo alto» es el título de una parábola del escritor danés Johannes Joergensen. Habla de la araña que se descuelga de la rama de un árbol a lo largo del hilo que ella misma produce. Posándose en un cercado teje su red, obra maestra de simetría y funcionalidad. Tensa por los lados por otros tantos hilos, todo se sostiene en el centro por ese hilo del que ha bajado. Si se truca uno de los filamentos laterales, la araña interviene, lo repara; pero si se rompe el hilo de arriba (una vez pude comprobarlo con mis propios ojos) todo se distiende y la araña desaparece porque ya no hay nada que hacer. Es una imagen de lo que sucede cuando se truca el hilo de lo alto que es la esperanza teologal. Sólo ésta puede «anclar» las esperanzas humanas a la esperanza «que no falla».
En la Biblia asistimos a verdaderos estremecimientos y sobresaltos de esperanza. Uno de ellos se encuentra en la tercera Lamentación: «Yo -dice el profeta-- soy el hombre que ha visto la miseria... Digo: "¡Ha fenecido mi vigor, y la esperanza que me venía de Yahveh!"».
Pero he aquí el impulso de esperanza que vuelca todo. En cierto momento, el orante se dice: «Pero las misericordias del Señor no se han acabado, ni se ha agotado su ternura; por ello esperaré»; desde el instante en que el profeta decide volver a esperar, el tono del discurso cambia por completo: la lamentación se transforma en súplica confiada. «Porque no desecha para siempre a los humanos el Señor: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor» (Cf. Lm 3, 1-32).
Nosotros contamos con un motivo mucho más fuerte para tener este sobresalto de esperanza. Dios nos ha dado a su Hijo: ¿cómo no nos dará todo junto a Él? A veces es necesario gritarse: «¡Dios existe y eso basta!». El servicio más precioso que la Iglesia en Italia puede hacer en este momento al país es ayudarle a tener un impulso de esperanza. Contribuye a este fin quien (como ha hecho Benigni en su reciente espectáculo en televisión) no teme contrarrestar el derrotismo, recordando a los italianos los muchos y extraordinarios motivos, espirituales y culturales, que poseen para tener confianza en sus propios recursos.
La vez pasada hablaba de una aromaterapia basada en el óleo de alegría que es el Espíritu Santo. Necesitamos esta terapia para curar la enfermedad más perniciosa de todas: la desesperación, el desaliento, la pérdida de confianza en sí, en la vida y hasta en la Iglesia. «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13): así escribía el Apóstol a los Romanos de su tiempo y lo repite a los de hoy.
No se abunda en la esperanza sin la virtud del Espíritu Santo. En un canto espiritual afro-americano no se hace más que repetir continuamente estas pocas palabras: «Hay un bálsamo en Gilead que cura las almas heridas» (There is a balm in Gilead / to make the wounded whole...). Gilead, o Galaad, es una localidad famosa en el Antiguo Testamento por sus perfumes y ungüentos (Jr 8,22). El canto prosigue: «A veces me siento desalentado y pienso que todo es inútil, pero llega el Espíritu Santo y devuelve la vida al alma mía». Gilead es para nosotros la Iglesia, y el bálsamo que sana es el Espíritu Santo. Él es la estela de perfume que Jesús ha dejado tras de sí, al pasar por esta tierra.
La esperanza es milagrosa: cuando renace en un corazón, todo es diferente, aunque nada haya cambiado. «Los jóvenes se cansan, se fatigan -se lee en Isaías--, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh él les renueva el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 30-31).
Donde renace la esperanza renace sobre todo la alegría. El Apóstol dice que los creyentes son spe salvi, «salvados en esperanza» (Rm 8, 24) y que por ello deben ser spe gaudentes, «alegres en la esperanza» (Rm 12, 12). No gente que espera ser feliz, sino gente que es feliz de esperar; feliz ya, ahora, por el simple hecho de esperar.
Que esta Navidad, Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas, el Dios de la esperanza, por virtud del Espíritu Santo y por intercesión de María «Madre de la esperanza», nos conceda estar alegres en la esperanza y abundar en ella.
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[1] J. D.G. Dunn, Christianity in the Making, I. Jesus remembered, Grand Rapids. Mich. 2003, parte III, cap. 12, trad. ital. Gli albori del Cristianesimo, I, 2, Paideia, Brescia 2006, p. 746 ss.
[2] Benedetto XVI, Gesú di Nazaret, Rizzoli 2007, p.10.
[3] R. Dawkins, God Delusion, Bantam Books, 2006.
[4] Sobre la teoría de Jesús cínico, v. B. Griffin, Was Jesus a Philosophical Cynic? [http://www-oxford.op.org/allen/html/acts.htm].
[5] V. el ensayo de Harold Bloom, "Whoever discovers the interpretation of these sayings...", publicado en apéndice a la edición del Evangelio copto de Tomás a cargo de Marvin Meyer: The Gospel of Thomas. The Hidden Sayings of Jesus, Harper Collins Publishers, San Francisco 1992.
[6] Fórmula del sínodo di Sirmio de 351, en A. Hahn, Bibliotek der Symbole und Glaubensregeln in der alten Kirche, Hildesheim 1962, p.197.
[7] Cf. S. Atanasio cf. Contro gli ariani, I, 17-18 (PG 26, 48).
[8] Wilhelm Bousset, Kyrios Christos, 1913.
[9] L. Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity, Grand Rapids, Mich. 2003, cit. en la edición italiana Signore Gesù Cristo, 2 vol. Paideia, Brescia 2007, p. 643.
[10] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, Oeuvres poétiques complètes, Gallimard, París 1975, pp. 531 ss.
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Traducción del original italiano por Marta Lago
«Rechazamos el aborto porque somos de izquierda» / Autor: Nieves San Martín
Movimientos sociales cristianos ante el posible cambio legal en España
MADRID, lunes, 24 diciembre 2007 (ZENIT.org).- «Rechazamos el aborto porque somos de izquierda», con este lema, diversos movimientos sociales cristianos españoles han lanzado una campaña contra las peticiones de cambiar los programas de los partidos, en precampaña electoral, respecto a la legislación española en materia de interrupción del embarazo.
La actual normativa, que data de 1985, no prevé el aborto libre o con plazos y sólo despenaliza el aborto en tres supuestos.
Uno de estos supuestos, el de la salud psíquica de la madre, como era de prever, se ha convertido en el «coladero» por el que se presuntamente se realizaron interrupciones en el último estadio del embarazo, contra toda ley, en clínicas privadas, según denunciaron los medios de comunicación.
Denuncias a las que siguió una cadena de detenciones de médicos, especialmente psiquiatras, en Madrid y Barcelona, y el cierre de varias clínicas privadas.
La campaña promovida por el Movimiento Cultural Cristiano (MCC), Camino Juvenil Solidario (CJS) y el partido Solidaridad y Autogestión Internacionalista (SAIn) afirma con fuerza que el tema de la interrupción del embarazo no es una cuestión de pertenencia política sino de ética ante el tema de la vida.
Por ello, aseguran estos movimientos, «nos oponemos a todo atentado contra la vida: pena de muerte, torturas, hambre, armamentismo, guerras, esclavitud...».
Aunque estos movimientos no se adscriben e ningún partido del arco parlamentario, a los que critican en este tema, se definen como de izquierdas y «socialistas» que se oponen «al aborto y a su legalización».
«El aborto --añaden-- es un odioso acto de violencia realizado contra los no-nacidos y contra las madres. El vientre de la madre ha de ser el lugar más protegido de la naturaleza. La sociedad también ha de proteger a los niños y a las madres antes y después de nacer».
En su manifiesto, difundido en: www.solidaridad.net indican que los actuales partidos parlamentarios son todos ellos «abortistas».
«No hay en nuestros días una afirmación más reaccionaria --contra todo lo que se diga-- que la del derecho de una persona sobre la vida del hijo no nacido. Es el derecho de propiedad más absoluto concebible, más allá del derecho del amo sobre el esclavo», se lee en el manifiesto.
«Rechazamos esa postura vergonzosa -añade--, de la que la izquierda, en la medida que han avanzado los conocimientos de la embriología, tiene que liberarse. No sólo somos izquierda y rechazamos el aborto, sino que lo rechazamos precisamente por serlo».
En el manifiesto, una ilustración expresiva resume la postura de estos grupos sociales cristianos. Un embrión en el momento que entra en el óvulo y una leyenda: «El primer día de vida».
«La vida humana es un valor supremo desde la concepción hasta la muerte natural. Y a partir de esta afirmación tenemos que desarrollar una acción decidida contra el hecho real del aborto combatiendo las causas, ayudando eficazmente a las familias, asistiendo legal y socialmente a la madre soltera, tanto a la que desee quedarse con su hijo como a la que quiera darlo en adopción», concluyen.
MADRID, lunes, 24 diciembre 2007 (ZENIT.org).- «Rechazamos el aborto porque somos de izquierda», con este lema, diversos movimientos sociales cristianos españoles han lanzado una campaña contra las peticiones de cambiar los programas de los partidos, en precampaña electoral, respecto a la legislación española en materia de interrupción del embarazo.
La actual normativa, que data de 1985, no prevé el aborto libre o con plazos y sólo despenaliza el aborto en tres supuestos.
Uno de estos supuestos, el de la salud psíquica de la madre, como era de prever, se ha convertido en el «coladero» por el que se presuntamente se realizaron interrupciones en el último estadio del embarazo, contra toda ley, en clínicas privadas, según denunciaron los medios de comunicación.
Denuncias a las que siguió una cadena de detenciones de médicos, especialmente psiquiatras, en Madrid y Barcelona, y el cierre de varias clínicas privadas.
La campaña promovida por el Movimiento Cultural Cristiano (MCC), Camino Juvenil Solidario (CJS) y el partido Solidaridad y Autogestión Internacionalista (SAIn) afirma con fuerza que el tema de la interrupción del embarazo no es una cuestión de pertenencia política sino de ética ante el tema de la vida.
Por ello, aseguran estos movimientos, «nos oponemos a todo atentado contra la vida: pena de muerte, torturas, hambre, armamentismo, guerras, esclavitud...».
Aunque estos movimientos no se adscriben e ningún partido del arco parlamentario, a los que critican en este tema, se definen como de izquierdas y «socialistas» que se oponen «al aborto y a su legalización».
«El aborto --añaden-- es un odioso acto de violencia realizado contra los no-nacidos y contra las madres. El vientre de la madre ha de ser el lugar más protegido de la naturaleza. La sociedad también ha de proteger a los niños y a las madres antes y después de nacer».
En su manifiesto, difundido en: www.solidaridad.net indican que los actuales partidos parlamentarios son todos ellos «abortistas».
«No hay en nuestros días una afirmación más reaccionaria --contra todo lo que se diga-- que la del derecho de una persona sobre la vida del hijo no nacido. Es el derecho de propiedad más absoluto concebible, más allá del derecho del amo sobre el esclavo», se lee en el manifiesto.
«Rechazamos esa postura vergonzosa -añade--, de la que la izquierda, en la medida que han avanzado los conocimientos de la embriología, tiene que liberarse. No sólo somos izquierda y rechazamos el aborto, sino que lo rechazamos precisamente por serlo».
En el manifiesto, una ilustración expresiva resume la postura de estos grupos sociales cristianos. Un embrión en el momento que entra en el óvulo y una leyenda: «El primer día de vida».
«La vida humana es un valor supremo desde la concepción hasta la muerte natural. Y a partir de esta afirmación tenemos que desarrollar una acción decidida contra el hecho real del aborto combatiendo las causas, ayudando eficazmente a las familias, asistiendo legal y socialmente a la madre soltera, tanto a la que desee quedarse con su hijo como a la que quiera darlo en adopción», concluyen.
Estrenar corazón / Autor: P. Jesús Higueras
"Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá
y dará a luz un hijo a quien pondrán
el nombre de Emanuel,
que traducido significa: "Dios con nosotros".
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,".
Mt 1, 18-24
En la vida pasan oportunidades como pasan los trenes. Perder una gran oportunidad, siempre llena el alma de pena y de desazón, y eso fue lo que sucedió a los habitantes de Belén cuando perdieron la oportunidad de alojar en su casa a la Sagrada Familia, y que fuera su hogar donde naciera el Verbo Encarnado. Todos decimos ¡qué tontos y que ingenuos los habitantes de Belén!, porque no supieron recibir a Jesús en su casa. Pero de algún modo, los habitantes de Belén somos todos aquellos que sabiendo que Jesús quiere volver a nacer, no estamos dispuestos a que entre en nuestros corazones, en nuestras casas. Porque la Navidad es un Misterio, que siendo histórico es a la vez actual. Es un misterio, que realizándose una vez en el tiempo, se sigue realizando real y espiritualmente en nuestro propio tiempo y en cada año. No solamente recordamos, sino que hacemos real y presente el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios.
Navidad no es tanto la luz, el color, la risa, sino sobre todo un Dios que ha querido nacer en mi pobre portal, que ha querido reposar en mis pobres penas, en mis pobres ilusiones, en mi pobre vida, porque es un Dios que quiere nacer en la pobreza. Sólo aquel que se reconoce y se sabe pobre, y está dispuesto a que Dios nazca en su propia pobreza, y no se avergüenza de ella ni la esconde o la disimula, está dispuesto a abrir el corazón para que sea Navidad.
Pregúntate con toda sencillez: Dios mío, ¿cuáles son mis pobrezas? Cuales son mis limitaciones, esos sueños que no he llegado a conquistar, esos defectos que tanto me humillan, o que incluso hacen daño a los demás. Y te pido que vengas, que nazcas, que provoques el misterio de la Navidad en mi vida, que yo sea portal de Belén y lugar donde la gente te pueda encontrar. Que al asomarse a mí los demás, encuentren incluso en mi debilidad esa humildad, esa fragancia tuya, ese buen olor que dejas en las almas que tú quieres visitar.
Navidad y novedad son hermanas que se dan la mano, pues recordamos y celebramos que vino al mundo una vida nueva, un nuevo niño que trajo al mundo y a las personas que le conocieron la posibilidad de dar un nuevo sentido a todas las cosas. No que sucedan cosas nuevas, sino teñir de novedad lo de cada día, mi “sí” renovado a mis amigos, a mi familia, a mi gente, e incluso a mi historia y a mi persona. A todos nos ilusiona la novedad, el estreno. Y Navidad es tiempo de estrenar corazón, de estrenar ilusiones, de renovar mi actitud ante la vida y los acontecimientos que la jalonan.
Cuantos deseos de Navidad tenemos que tener, y cuantas veces tenemos que quitarnos de encima todas aquellas mentiras sobre la falsa Navidad que nos ofrece el mundo, que nos ofrecen los demás. No es verdad que Navidad sea todo tan ilusorio y todo tan maravilloso.
Sólo será Navidad, si tú abres tu propio portal de Belén, tu propio corazón, y estas dispuesto a que Cristo nazca ahí. Ojalá que de tu corazón surja estos días esa súplica que la Iglesia ha hecho suya: “Ven Señor, no tardes en venir”. Necesito que cada día del año sea Navidad, que cada día del año saques lo mejor de mí mismo y lo pongas a disposición de los demás. Necesito que mi vida tenga un sentido, y que el sentido de esa vida sea que yo sea un lugar de encuentro para los demás contigo.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá
y dará a luz un hijo a quien pondrán
el nombre de Emanuel,
que traducido significa: "Dios con nosotros".
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,".
Mt 1, 18-24
En la vida pasan oportunidades como pasan los trenes. Perder una gran oportunidad, siempre llena el alma de pena y de desazón, y eso fue lo que sucedió a los habitantes de Belén cuando perdieron la oportunidad de alojar en su casa a la Sagrada Familia, y que fuera su hogar donde naciera el Verbo Encarnado. Todos decimos ¡qué tontos y que ingenuos los habitantes de Belén!, porque no supieron recibir a Jesús en su casa. Pero de algún modo, los habitantes de Belén somos todos aquellos que sabiendo que Jesús quiere volver a nacer, no estamos dispuestos a que entre en nuestros corazones, en nuestras casas. Porque la Navidad es un Misterio, que siendo histórico es a la vez actual. Es un misterio, que realizándose una vez en el tiempo, se sigue realizando real y espiritualmente en nuestro propio tiempo y en cada año. No solamente recordamos, sino que hacemos real y presente el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios.
Navidad no es tanto la luz, el color, la risa, sino sobre todo un Dios que ha querido nacer en mi pobre portal, que ha querido reposar en mis pobres penas, en mis pobres ilusiones, en mi pobre vida, porque es un Dios que quiere nacer en la pobreza. Sólo aquel que se reconoce y se sabe pobre, y está dispuesto a que Dios nazca en su propia pobreza, y no se avergüenza de ella ni la esconde o la disimula, está dispuesto a abrir el corazón para que sea Navidad.
Pregúntate con toda sencillez: Dios mío, ¿cuáles son mis pobrezas? Cuales son mis limitaciones, esos sueños que no he llegado a conquistar, esos defectos que tanto me humillan, o que incluso hacen daño a los demás. Y te pido que vengas, que nazcas, que provoques el misterio de la Navidad en mi vida, que yo sea portal de Belén y lugar donde la gente te pueda encontrar. Que al asomarse a mí los demás, encuentren incluso en mi debilidad esa humildad, esa fragancia tuya, ese buen olor que dejas en las almas que tú quieres visitar.
Navidad y novedad son hermanas que se dan la mano, pues recordamos y celebramos que vino al mundo una vida nueva, un nuevo niño que trajo al mundo y a las personas que le conocieron la posibilidad de dar un nuevo sentido a todas las cosas. No que sucedan cosas nuevas, sino teñir de novedad lo de cada día, mi “sí” renovado a mis amigos, a mi familia, a mi gente, e incluso a mi historia y a mi persona. A todos nos ilusiona la novedad, el estreno. Y Navidad es tiempo de estrenar corazón, de estrenar ilusiones, de renovar mi actitud ante la vida y los acontecimientos que la jalonan.
Cuantos deseos de Navidad tenemos que tener, y cuantas veces tenemos que quitarnos de encima todas aquellas mentiras sobre la falsa Navidad que nos ofrece el mundo, que nos ofrecen los demás. No es verdad que Navidad sea todo tan ilusorio y todo tan maravilloso.
Sólo será Navidad, si tú abres tu propio portal de Belén, tu propio corazón, y estas dispuesto a que Cristo nazca ahí. Ojalá que de tu corazón surja estos días esa súplica que la Iglesia ha hecho suya: “Ven Señor, no tardes en venir”. Necesito que cada día del año sea Navidad, que cada día del año saques lo mejor de mí mismo y lo pongas a disposición de los demás. Necesito que mi vida tenga un sentido, y que el sentido de esa vida sea que yo sea un lugar de encuentro para los demás contigo.
¡Feliz Navidad! / Autor: P Mariano de Blas LC
Si te sientes feliz en Navidad, no te extrañes.
Tienes derecho y razón de ser feliz.
Si en Navidad sientes deseos de hacer las paces con todo el mundo, hazlo sin dudar.
Los ángeles te lo indican:
Paz a los hombres de buena voluntad.
Si tienes deseos
de hacer las paces con Dios en Navidad,
¿por qué esperar?
Es el momento más adecuado.
No todos los días sientes los mismos deseos.
Es mejor pedir perdón a un Niño
que a un Hombre.
Mejor acudir al tribunal de la Misericordia
que al de la Justicia.
Si te sientes triste en Navidad,
no has entendido.
¿Triste cuando Dios viene a tu encuentro
lleno de amor y ternura?
Si sigues odiando en Navidad,
no has comprendido.
Navidad es la fiesta del Amor,
del Perdón, de la Paz,
por si no lo sabías.
Si sigues siendo un pecador en este tiempo,
la Navidad no existe para ti.
La Navidad te invita a recuperar tu alma de niño,
el niño inocente que fuiste alguna vez.
Al nacimiento de Jesús fueron invitados unos pastores,
gente sencilla y buena.
No fueron invitados los cortesanos de Herodes,
ni los fariseos, ni los miembros del Sanedrín.
No fueron los grandes de este mundo,
sino los pastores.
Por humildes y sencillos,
por ser dóciles al mensaje Divino.
Hoy siguen siendo invitados los humildes,
los que aceptan a Dios y sus mandamientos,
los sencillos, los pobres de espíritu.
Jesús es el patrón de los desamparados,
de los sin techo, de los emigrantes,
de todos los miserables, enfermos, hambrientos…
Cristo nace como un gitano.
Para el Creador del mundo un establo de animales.
No había lugar para Él en ninguna casa de Belén.
Para enseñarnos que las cosas materiales
no son la felicidad del hombre sino las celestiales.
¡Qué contraste tan brutal con ese afán nuestro
de poseer más y más cosas!
Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.
“He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir”…
Ojalá que esta Navidad,
tú también puedas decir eso:
He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir…
Porque de lo contrario,
“aunque Cristo naciese mil veces en Belén,
si no nace en ti, seguirás eternamente perdido”.
---------------------------------
Fuente: Catholic.net
Tienes derecho y razón de ser feliz.
Si en Navidad sientes deseos de hacer las paces con todo el mundo, hazlo sin dudar.
Los ángeles te lo indican:
Paz a los hombres de buena voluntad.
Si tienes deseos
de hacer las paces con Dios en Navidad,
¿por qué esperar?
Es el momento más adecuado.
No todos los días sientes los mismos deseos.
Es mejor pedir perdón a un Niño
que a un Hombre.
Mejor acudir al tribunal de la Misericordia
que al de la Justicia.
Si te sientes triste en Navidad,
no has entendido.
¿Triste cuando Dios viene a tu encuentro
lleno de amor y ternura?
Si sigues odiando en Navidad,
no has comprendido.
Navidad es la fiesta del Amor,
del Perdón, de la Paz,
por si no lo sabías.
Si sigues siendo un pecador en este tiempo,
la Navidad no existe para ti.
La Navidad te invita a recuperar tu alma de niño,
el niño inocente que fuiste alguna vez.
Al nacimiento de Jesús fueron invitados unos pastores,
gente sencilla y buena.
No fueron invitados los cortesanos de Herodes,
ni los fariseos, ni los miembros del Sanedrín.
No fueron los grandes de este mundo,
sino los pastores.
Por humildes y sencillos,
por ser dóciles al mensaje Divino.
Hoy siguen siendo invitados los humildes,
los que aceptan a Dios y sus mandamientos,
los sencillos, los pobres de espíritu.
Jesús es el patrón de los desamparados,
de los sin techo, de los emigrantes,
de todos los miserables, enfermos, hambrientos…
Cristo nace como un gitano.
Para el Creador del mundo un establo de animales.
No había lugar para Él en ninguna casa de Belén.
Para enseñarnos que las cosas materiales
no son la felicidad del hombre sino las celestiales.
¡Qué contraste tan brutal con ese afán nuestro
de poseer más y más cosas!
Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.
“He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir”…
Ojalá que esta Navidad,
tú también puedas decir eso:
He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir…
Porque de lo contrario,
“aunque Cristo naciese mil veces en Belén,
si no nace en ti, seguirás eternamente perdido”.
---------------------------------
Fuente: Catholic.net
jueves, 20 de diciembre de 2007
¿Paz o Guerra?: Tú eres la paz y Dios te necesita / Enviado por Carlos Leos
¿Cómo combatir la guerra? La creciente violencia en nuestras ciudades, es un mal que asuela tanto a países ricos como a pobres, del norte y del sur. ¿Existirá algún camino para eliminar esta peste que va dejando una secuela de asesinatos, frustraciones, rencores y heridas que muchas veces es imposible curar?
La guerra fue y sigue siendo el camino de la brutalidad, el sinsentido de la existencia, el refugio de los cobardes, el paraíso de los extraviados, la incubadora del salvajismo, el espacio de los seres sin valores; la guerra, el camino fácil y depravado para generar riqueza o el campo fértil para quienes han construido la vía de la protesta a través de la anarquía del terror, de los que reclamando justicia
cometen las mayores injusticias. Sí, eso es la guerra, la solución de los depravados que aduciendo mil razones no pueden justificar su fin a través del asesinato que cobra muchas vidas inocentes; es la arenga del demagogo que exalta y convoca a seres
semejantes para que se unan a la más trágica de las soluciones: matar para lograr reivindicar sus derechos y acabar con la injusticia.
Combatir la violencia con más violencia no es la solución, el único camino posible es promover la paz, valor que durante cinco mil años de civilización no hemos podido convertirla en virtud. No es ninguna utopía; la paz se puede alcanzar en la medida en que cada ser humano logre reconciliarse en primer lugar consigo mismo. La paz exterior no es nada más que el reflejo de nuestra paz interior. Cuando somos capaces
de perdonar sin rencor alguno, cuando logramos liberarnos a nosotros mismos del odio que nos encadena y que clama venganza, cuando a la ira la podemos convertir en comprensión, cuando asimilamos que el que gana es el que perdona (no tanto el perdonado el cual puede seguir por siempre equivocado) es cuando nosotros hemos encontrado la auténtica liberación, pues dejamos atrás en un remoto recuerdo la ofensa recibida y sin reclamo alguno podemos continuar en paz nuestro camino.
¿Cómo lograr la paz entre las naciones o dentro de nuestro propio país cuando no hemos logrado ejercer este valor con nuestra pareja, hijos, amigos y con
nosotros mismos?
«No hay caminos para la paz, la paz es el camino»
Gandhi.
Cuando se degrada la comunicación aparece la violencia, se hace necesario esforzarnos en dialogar para encontrar soluciones. Solamente a través de la
comprensión, de ponerse en lugar de otro, podremos buscar respuestas que nos permiten conciliamos, en la cual no haya perdedores, solamente ganadores.
La mayor marginación del ser humano es la marginación moral. El hambre, el abandono, la necesidad inminente, impulsan a mucha gente a la violencia, pero aún así existe la posibilidad de que el miserable, cuando tiene convicciones morales, busque otras alternativas no violentas. No sólo de pan vive el hombre, requiere además de valores para poder vivir. El dimensionar su humanidad lo llena de posibilidades, lo impulsa a
buscar su propia superación y con ella terminar su nivel de pobreza. Si logramos que aprecie la verdad como única forma para poder vivir, que sea consciente de que buscar el bien es un llamado universal que cada ser humano posee desde el momento de nacer y encuentre en la belleza su grandeza espiritual, estaremos ciertos que no se atreverá a asesinar a un ser semejante a su propia grandeza.
Paz
-El camino de la paz se inicia cuando el ser humano es
capaz de reconciliarse consigo mismo.
-Sólo con paz interior se puede construir la paz
exterior.
-Cuando logramos ejercer la paz con los seres más
cercanos a nosotros hacemos realidad esta virtud en
nuestras vidas.
-La paz la alcanzaremos cuando nos atrevamos
sinceramente a perdonar.
-El dar y perdonar son las más excelsas
manifestaciones del amor, y solamente amando
alcanzaremos finalmente la paz.
Cabe preguntarnos al final de nuestra vida si
consumimos nuestra existencia en amar u odiar, en dar
caricias o sufrimiento, en dar aliento y esperanza o
solamente ofrecimos ira y maldiciones.
-La solución de fondo es educar en valores al
marginado, al guerrillero, al político, al empresario,
al maestro, al niño, a la sociedad entera; es
necesario todo un pueblo para formar a un ser humano
integral.
Se requiere mucho más valor para vivir que para matar,
para construir que para destruir, para avanzar que
para retroceder, para ser testimonio de la bondad y no
de la maldad. Atreverse a ser hijo de Dios requiere
mayor grandeza viviendo en la bondad, la belleza y la
verdad; eso sí que es dignidad, es el llamado al que
solamente pueden acudir los seres con respeto y
nobleza, pues están conscientes que es la única forma
de vivir, de ser parte de la grandeza de Dios.
El mundo necesita la paz, y esta está en el corazón de
cada ser humano, ¡Dios te necesita, tú eres la paz!
"Se requiere de mucho más valor para no ser violento."
La Navidad no está en las tiendas / Autor: P. Mariano de Blas LC
La Navidad no está en el supermercado,
ni en las tiendas de regalo.
Allí se encuentran miles de objetos, de cosas , pero no a Él.
En este tiempo cualquier tienda por necesidad tiene que estar adornada de motivos navideños y debe vender cualquier cosa que tenga que ver con la Navidad. Y todas las familias, sin excepción sienten el compromiso de comprar algo para adornar a su vez la propia casa: un árbol, un nacimiento, foquitos, estrellas, coronas etc.
El peligro de llenarse de objetos navideños y olvidad la Navidad es muy común. Hasta se puede brindar y gritar Feliz navidad y mantenerse por dentro bien triste. En la primera Navidad no había cosas, sólo estaba Jesús. En nuestras navidades hay infinidad de cosas, ojalá también esté Jesús. De lo contrario celebramos a un personaje famoso y el personaje no está invitado a nuestra fiesta.
Yo no estoy en contra de todo el folklore que se utiliza en estas fiestas. Personalmente disfruto viendo las casas adornadas, las calles iluminadas, los nacimientos, los arbolitos, Todo es bienvenido, pero con la condición de que Jesús, María y José estén invitados. Podría faltar el buey y el burro, pero no pueden faltar los tres personajes principales, sobre todo Jesús.
La Navidad está en una cueva de animales.
La Navidad se encuentra junto a dos personas muy humildes:
José y María.
La Navidad está en un pesebre,
Sobre unas pajas.
La Navidad es el Niño Jesús.
Si es verdad lo que santa Teresa decía, que quien tiene a Dios nada le falta, sólo Dios basta, en el primer portal estaba Dios, por lo tanto nada falta. Pero en mucho hogares hoy están todas las cosas necesarias para el goce de los sentidos, para el disfrute del cuerpo, no falta ni él árbol, ni los regálalos, las tarjetas de felicitación, ni el pavo, ni el vino, el turrón. Puede incluso estar el nacimiento y una de sus piezas de barro o porcelana es el niño Jesús. Pero en los corazones de los miembros de esa familia puede no estar Dios. Entonces La navidad de estas personas no es Navidad, sino una caricatura de la fiesta.
Sabemos si Dios está en un corazón si la persona ama a Dios, vive en gracia y amistad con Él, si ama a su prójimo, si acepta con docilidad su palabra y sus mandamientos. Está Dios en un corazón, aunque sea un pecador, si tiene la capacidad de arrepentirse y pedir perdón.
La Navidad es el Niño Jesús. Hay la costumbre en algunas casas de preparar todo el nacimiento unos días antes del 24 de diciembre, pero la cunita de la cueva está vacía, aún no nace Jesús. Podríamos decir que todo ese nacimiento, con decenas de figuras, con montañas, pastores y animales y ríos y casillos, no tiene sentido sino hasta que la figura principal, que por cierto es una muy pequeña, la de Jesús, es colocada en el pesebre. Algo parecido sucede en las almas. Hasta que Jesús no nace en el corazón de los hombres, no es todavía navidad, sino sólo una esperanza de la misma. Lo más importante no es nacimiento de los hogares, aunque es algo hermoso, sino el nacimiento dentro del corazón donde nace Dios. La cueva donde nacería Jesús no era sino eso, una cueva sucia y fea, abandonada. Aquel pesebre había servido solamente para depositar heno y que lo comieran los animales.
Pero el momento en que la Santísima Virgen colocó a su niño en aquel pesebre, éste se convirtió en el trono de Dios y la cueva en el cielo. Nuestra alma es una cueva como aquella sucia y fea hasta que Dios la habita. Nuestro pesebre, nuestro corazón es sólo un lugar para almacenar sentimientos más o menos buenos. Pero cuando Dios habita en él también nuestro corazón y nuestra alma se convierten en un cielo. Eso es la Navidad, el cielo en nuestra alma, Jesús en nuestro corazón.
Veinticuatro de diciembre:
Día de las últimas apresuradas compras,
Para tener todo a punto.
Si los días anteriores a Navidad se suelen ver más o menos llenos los comercios y tiendas, el día 24 todo el mundo se echa a la calle, sobre todo los que no han sido previsores y han dejado como de costumbre todo para el final. Recuerdo haber estado un 24 de Diciembre en Santiago de Chile y haber salido a la ciudad sólo para ver el gentío y la fiesta. No se podía caminar, te tropezabas con gente cargando bolsas y más bolsas, entrando y saliendo de las tiendas. Los vendedores atareadísimos pero felices. Así como al día siguiente hay un gran silencio alrededor de las tiendas y los supermercados. Lo que se compró y se compro y lo que no, se quedó sin vender.
Que este día y esta noche
se derrame sobre nuestras familias
la paz que anunciaron los ángeles:
Paz a los hombres que ama el Señor.
Brindemos con nuestro vino y con nuestra comida de Navidad por la venida del Hijo de Dios. Si algún día tenemos razón para estar felices es el día de Navidad. Ha llegado la salvación en ese niño Dios, ha venido para todos.
¡Feliz Navidad para todos:
para los buenos y para los menos buenos!
Porque para todos viene Dios,
Ojalá que estos días
nos volvamos hombres de buena voluntad
Que haya más bondad, más sonrisas,
Más amor, más generosidad.
Y no olvidarnos de dar las gracias
Al protagonista de la fiesta, a Jesús.
Una invitación urgente: Así como sacamos a la calle en grandes botes la basura de la casa y del jardín, en estos días recojamos toda la basura de nuestro corazón: todos los rencores, todos los desalientos y desesperaciones, todos los malos sentimientos de envidia, de pereza, de vanidad y arrojémoslos bien lejos de nosotros. Disfrutemos de un corazón puro y lleno de amor hacia los demás. Démonos ese regalo y démoselo a Jesús.
Algunos van a necesitar un trailer para tanta basura del corazón. Bien, pidan un trailer para vaciar lo de tanta miseria y pidan otro para llenarlo de los regalos que El Niño Dios nos trae del cielo, como es la caridad, la bondad, la pureza, la confianza….
Cuanto trabajan los carteros en estos días de Navidad!
¡Cuanta felicidad y cuantos buenos deseos
se mandan los hombres unos a otros!
¿Quién no recibe una dos, decenas de tarjetas de Navidad?
Y todas las tarjetas tienen el mismo o parecido texto en los diferentes idiomas, un texto de felicidad, de amor. Todos son buenos sentimientos y buenos deseos. Como si de repente fuera verdad aquello de amaos los unos a los otros como Yo os he amado.
De tanto desear a los demás que lo pasen bien, algo se les pega, y realmente lo pasan mejor.
Y, así, se cumple una ley muy importante:
Feliz es el que regala felicidad,
el que desea sinceramente ver a los demás felices.
Es cierto que la felicidad se encuentra tratando de hacer felices a los demás. Decía el psicólogo Adler, discípulo del famoso Freud, que para curar la tristeza profunda había que hacer durante dos semanas un favor cada día a otra persona. Si alguno sufre de esta clase de tristeza puede hacer el experimento, un favor o un acto de bondad cada día a otra persona, durante dos semanas.
Imagínense lo que fue la vida de Cristo, cuando san Pedro la definió así: Pasó haciendo el bien. No dos semanas ni un acto de bondad cada día, sino toda una vida y actos de bondad a cada momento. Ese es el Dios Amor. Si ese Dios viene en Navidad, nuevamente pasará haciendo el bien a todos los hombres y a todas las familias que le abran la puerta.
Ahora pensemos que Dios viene en la pobreza, como un niño necesitado de cariño y atenciones. Ahora es el momento de tener caridad con Dios, de hacer con él al menos un acto de bondad cada uno de esos días. Sería muy triste que le ofreciéramos como toda mansión una cueva llena de suciedad y telarañas. Ofrezcámosle el calor de nuestro corazón, la amistad más entrañable a nuestro mejor Amigo.
Yo quisiera desde aquí
Enviar mi mejor deseo de feliz navidad
A los que no reciben una tarjeta,
A los que pasan la Navidad tras las rejas o en soledad…
O en una cama de hospital.
Dios irá también al hospital,
A la cárcel, a los caminos solitarios
Dios viene para todos. No te sientas excluido. A un ladrón que le pidió *Acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino*, le respondió: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Si te sientes pecador, recuerda que El dirá cuando sea adulto: Hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan convertirse.
Indudablemente que los que más pueden alegrar en esta Navidad a Dios son los que se arrepienten de su mala vida y se convierten a Él. Si alguna vez lo piensas hacer, ¿por qué no ahora? Y si dices que ahora no, ¿por qué dices que más adelante? ¿Tendrás tiempo, tendrás deseos de hacerlo? Es mejor enfrentar a Dios como niño que enfrentarlo como Juez. El tribunal de la misericordia es mejor que el tribunal de la justicia. Jesús viene es esta Navidad no como juez sino como Salvador, viene como Misericordia hecha carne de niño.
Dios se sabe el nombre de todos los infelices…
Y a todos les quiere dar su paz…
Si le abren la puerta del corazón.
No pide dinero, no pide grandes cosas; pide un poco de humildad y un poco de amor. ¿Quién no se lo puede dar? ¿Quién no se lo quiere dar? Lo poco que pide está en grande contraste con lo que nos da. El ciento por uno y la vida eterna. ¿Quién da más? Si Cristo asistiera a una subasta, ganaría todas, porque nadie se atreve a superar su oferta. Pues en esa subasta estamos. Cristo ofrece el ciento por uno a todos los que dejan algo por su Reino, además de premiar con la vida eterna.
Yo creo que los que dan las espaldas a Cristo son más tontos que malos, porque si creyesen en la oferta, todos se quedarían. Fíjate bien, si estás alejado de Cristo eres más tonto que malo, aunque seas también malo. Es demasiado lo que te pierdes, pero eres libre de perderlo y de seguirlo perdiendo. Si has estado toda una vida alejado de Dios, has perdido demasiado, demasiada paz, alegría, realización. Pero eres libre de seguir perdiendo demasiado por el resto de tus días. Tú verás lo que haces. Dios te ama, pero no te obliga, Dios te ofrece el cielo y la felicidad, pero no a la fuerza. Si quieres…
Hay que decirlo muy alto y muy claro: la mayor desgracia, la peor locura, la máxima torpeza es perder a Dios y su cielo para siempre. Los que viven habitualmente en pecado están en esta lista, a menos que tengan tiempo y humor para arrepentirse y volver a Dios.
Es precisamente el dueño de ese cielo el que lo ha dicho para el que lo quiera escuchar: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Te encuentras por la calle, corriendo a tu derecha e izquierda en la autopista, en el súper, a miles de gentes que se matan por ganar algunos centavos más y no mueven un dedo por el cielo, más aún miran con desprecio a los que alaban a Dios, a los que van a las iglesias, a los que invocan a María. ¿Quién les convencerá de que están en un grave error?
Los verdaderamente ricos no son los millonarios de dólares, sino los que aman a Dios, los que escuchan humildemente su palabra, los que tratan con todas sus fuerzas de cumplir sus mandamientos, los que se esfuerzan sinceramente en vivir la Navidad. Dios de los ejércitos se disfraza de niño, por eso se le puede pisar o empujar o despreciar. Pero han de saber todos que ese niño débil, impotente, que llora y tiene frío es el que ha creado los cielos y la tierra y todas las riquezas del mundo. Yo prefiero ser amigo de él que de los millones de dólares.
¡Qué contraste tan brutal ofrecen los santos, que se han despojado de todo, que han dejado todas las cosas para quedarse con Jesús sólo. Mi Dios y mi todo. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta. Sé en quien he creído y estoy muy tranquilo. Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en Ti.
Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi Padre, mi grande y único amor y la única razón de mi existencia.
Por último quiero recordar aquel soneto verdaderamente inspirado y además tan verdadero:
No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar, por eso, de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que, aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues, aunque lo que espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.
Cada uno tiene que decir su propia oración a Jesús, o su propio villancico en esta Navidad. Tú tienes que decirle, como los sanos, en tus propias palabras: Mi Dios y mi todo. Me quedo contigo.
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Fuente: Catholic.net
ni en las tiendas de regalo.
Allí se encuentran miles de objetos, de cosas , pero no a Él.
En este tiempo cualquier tienda por necesidad tiene que estar adornada de motivos navideños y debe vender cualquier cosa que tenga que ver con la Navidad. Y todas las familias, sin excepción sienten el compromiso de comprar algo para adornar a su vez la propia casa: un árbol, un nacimiento, foquitos, estrellas, coronas etc.
El peligro de llenarse de objetos navideños y olvidad la Navidad es muy común. Hasta se puede brindar y gritar Feliz navidad y mantenerse por dentro bien triste. En la primera Navidad no había cosas, sólo estaba Jesús. En nuestras navidades hay infinidad de cosas, ojalá también esté Jesús. De lo contrario celebramos a un personaje famoso y el personaje no está invitado a nuestra fiesta.
Yo no estoy en contra de todo el folklore que se utiliza en estas fiestas. Personalmente disfruto viendo las casas adornadas, las calles iluminadas, los nacimientos, los arbolitos, Todo es bienvenido, pero con la condición de que Jesús, María y José estén invitados. Podría faltar el buey y el burro, pero no pueden faltar los tres personajes principales, sobre todo Jesús.
La Navidad está en una cueva de animales.
La Navidad se encuentra junto a dos personas muy humildes:
José y María.
La Navidad está en un pesebre,
Sobre unas pajas.
La Navidad es el Niño Jesús.
Si es verdad lo que santa Teresa decía, que quien tiene a Dios nada le falta, sólo Dios basta, en el primer portal estaba Dios, por lo tanto nada falta. Pero en mucho hogares hoy están todas las cosas necesarias para el goce de los sentidos, para el disfrute del cuerpo, no falta ni él árbol, ni los regálalos, las tarjetas de felicitación, ni el pavo, ni el vino, el turrón. Puede incluso estar el nacimiento y una de sus piezas de barro o porcelana es el niño Jesús. Pero en los corazones de los miembros de esa familia puede no estar Dios. Entonces La navidad de estas personas no es Navidad, sino una caricatura de la fiesta.
Sabemos si Dios está en un corazón si la persona ama a Dios, vive en gracia y amistad con Él, si ama a su prójimo, si acepta con docilidad su palabra y sus mandamientos. Está Dios en un corazón, aunque sea un pecador, si tiene la capacidad de arrepentirse y pedir perdón.
La Navidad es el Niño Jesús. Hay la costumbre en algunas casas de preparar todo el nacimiento unos días antes del 24 de diciembre, pero la cunita de la cueva está vacía, aún no nace Jesús. Podríamos decir que todo ese nacimiento, con decenas de figuras, con montañas, pastores y animales y ríos y casillos, no tiene sentido sino hasta que la figura principal, que por cierto es una muy pequeña, la de Jesús, es colocada en el pesebre. Algo parecido sucede en las almas. Hasta que Jesús no nace en el corazón de los hombres, no es todavía navidad, sino sólo una esperanza de la misma. Lo más importante no es nacimiento de los hogares, aunque es algo hermoso, sino el nacimiento dentro del corazón donde nace Dios. La cueva donde nacería Jesús no era sino eso, una cueva sucia y fea, abandonada. Aquel pesebre había servido solamente para depositar heno y que lo comieran los animales.
Pero el momento en que la Santísima Virgen colocó a su niño en aquel pesebre, éste se convirtió en el trono de Dios y la cueva en el cielo. Nuestra alma es una cueva como aquella sucia y fea hasta que Dios la habita. Nuestro pesebre, nuestro corazón es sólo un lugar para almacenar sentimientos más o menos buenos. Pero cuando Dios habita en él también nuestro corazón y nuestra alma se convierten en un cielo. Eso es la Navidad, el cielo en nuestra alma, Jesús en nuestro corazón.
Veinticuatro de diciembre:
Día de las últimas apresuradas compras,
Para tener todo a punto.
Si los días anteriores a Navidad se suelen ver más o menos llenos los comercios y tiendas, el día 24 todo el mundo se echa a la calle, sobre todo los que no han sido previsores y han dejado como de costumbre todo para el final. Recuerdo haber estado un 24 de Diciembre en Santiago de Chile y haber salido a la ciudad sólo para ver el gentío y la fiesta. No se podía caminar, te tropezabas con gente cargando bolsas y más bolsas, entrando y saliendo de las tiendas. Los vendedores atareadísimos pero felices. Así como al día siguiente hay un gran silencio alrededor de las tiendas y los supermercados. Lo que se compró y se compro y lo que no, se quedó sin vender.
Que este día y esta noche
se derrame sobre nuestras familias
la paz que anunciaron los ángeles:
Paz a los hombres que ama el Señor.
Brindemos con nuestro vino y con nuestra comida de Navidad por la venida del Hijo de Dios. Si algún día tenemos razón para estar felices es el día de Navidad. Ha llegado la salvación en ese niño Dios, ha venido para todos.
¡Feliz Navidad para todos:
para los buenos y para los menos buenos!
Porque para todos viene Dios,
Ojalá que estos días
nos volvamos hombres de buena voluntad
Que haya más bondad, más sonrisas,
Más amor, más generosidad.
Y no olvidarnos de dar las gracias
Al protagonista de la fiesta, a Jesús.
Una invitación urgente: Así como sacamos a la calle en grandes botes la basura de la casa y del jardín, en estos días recojamos toda la basura de nuestro corazón: todos los rencores, todos los desalientos y desesperaciones, todos los malos sentimientos de envidia, de pereza, de vanidad y arrojémoslos bien lejos de nosotros. Disfrutemos de un corazón puro y lleno de amor hacia los demás. Démonos ese regalo y démoselo a Jesús.
Algunos van a necesitar un trailer para tanta basura del corazón. Bien, pidan un trailer para vaciar lo de tanta miseria y pidan otro para llenarlo de los regalos que El Niño Dios nos trae del cielo, como es la caridad, la bondad, la pureza, la confianza….
Cuanto trabajan los carteros en estos días de Navidad!
¡Cuanta felicidad y cuantos buenos deseos
se mandan los hombres unos a otros!
¿Quién no recibe una dos, decenas de tarjetas de Navidad?
Y todas las tarjetas tienen el mismo o parecido texto en los diferentes idiomas, un texto de felicidad, de amor. Todos son buenos sentimientos y buenos deseos. Como si de repente fuera verdad aquello de amaos los unos a los otros como Yo os he amado.
De tanto desear a los demás que lo pasen bien, algo se les pega, y realmente lo pasan mejor.
Y, así, se cumple una ley muy importante:
Feliz es el que regala felicidad,
el que desea sinceramente ver a los demás felices.
Es cierto que la felicidad se encuentra tratando de hacer felices a los demás. Decía el psicólogo Adler, discípulo del famoso Freud, que para curar la tristeza profunda había que hacer durante dos semanas un favor cada día a otra persona. Si alguno sufre de esta clase de tristeza puede hacer el experimento, un favor o un acto de bondad cada día a otra persona, durante dos semanas.
Imagínense lo que fue la vida de Cristo, cuando san Pedro la definió así: Pasó haciendo el bien. No dos semanas ni un acto de bondad cada día, sino toda una vida y actos de bondad a cada momento. Ese es el Dios Amor. Si ese Dios viene en Navidad, nuevamente pasará haciendo el bien a todos los hombres y a todas las familias que le abran la puerta.
Ahora pensemos que Dios viene en la pobreza, como un niño necesitado de cariño y atenciones. Ahora es el momento de tener caridad con Dios, de hacer con él al menos un acto de bondad cada uno de esos días. Sería muy triste que le ofreciéramos como toda mansión una cueva llena de suciedad y telarañas. Ofrezcámosle el calor de nuestro corazón, la amistad más entrañable a nuestro mejor Amigo.
Yo quisiera desde aquí
Enviar mi mejor deseo de feliz navidad
A los que no reciben una tarjeta,
A los que pasan la Navidad tras las rejas o en soledad…
O en una cama de hospital.
Dios irá también al hospital,
A la cárcel, a los caminos solitarios
Dios viene para todos. No te sientas excluido. A un ladrón que le pidió *Acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino*, le respondió: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Si te sientes pecador, recuerda que El dirá cuando sea adulto: Hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan convertirse.
Indudablemente que los que más pueden alegrar en esta Navidad a Dios son los que se arrepienten de su mala vida y se convierten a Él. Si alguna vez lo piensas hacer, ¿por qué no ahora? Y si dices que ahora no, ¿por qué dices que más adelante? ¿Tendrás tiempo, tendrás deseos de hacerlo? Es mejor enfrentar a Dios como niño que enfrentarlo como Juez. El tribunal de la misericordia es mejor que el tribunal de la justicia. Jesús viene es esta Navidad no como juez sino como Salvador, viene como Misericordia hecha carne de niño.
Dios se sabe el nombre de todos los infelices…
Y a todos les quiere dar su paz…
Si le abren la puerta del corazón.
No pide dinero, no pide grandes cosas; pide un poco de humildad y un poco de amor. ¿Quién no se lo puede dar? ¿Quién no se lo quiere dar? Lo poco que pide está en grande contraste con lo que nos da. El ciento por uno y la vida eterna. ¿Quién da más? Si Cristo asistiera a una subasta, ganaría todas, porque nadie se atreve a superar su oferta. Pues en esa subasta estamos. Cristo ofrece el ciento por uno a todos los que dejan algo por su Reino, además de premiar con la vida eterna.
Yo creo que los que dan las espaldas a Cristo son más tontos que malos, porque si creyesen en la oferta, todos se quedarían. Fíjate bien, si estás alejado de Cristo eres más tonto que malo, aunque seas también malo. Es demasiado lo que te pierdes, pero eres libre de perderlo y de seguirlo perdiendo. Si has estado toda una vida alejado de Dios, has perdido demasiado, demasiada paz, alegría, realización. Pero eres libre de seguir perdiendo demasiado por el resto de tus días. Tú verás lo que haces. Dios te ama, pero no te obliga, Dios te ofrece el cielo y la felicidad, pero no a la fuerza. Si quieres…
Hay que decirlo muy alto y muy claro: la mayor desgracia, la peor locura, la máxima torpeza es perder a Dios y su cielo para siempre. Los que viven habitualmente en pecado están en esta lista, a menos que tengan tiempo y humor para arrepentirse y volver a Dios.
Es precisamente el dueño de ese cielo el que lo ha dicho para el que lo quiera escuchar: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Te encuentras por la calle, corriendo a tu derecha e izquierda en la autopista, en el súper, a miles de gentes que se matan por ganar algunos centavos más y no mueven un dedo por el cielo, más aún miran con desprecio a los que alaban a Dios, a los que van a las iglesias, a los que invocan a María. ¿Quién les convencerá de que están en un grave error?
Los verdaderamente ricos no son los millonarios de dólares, sino los que aman a Dios, los que escuchan humildemente su palabra, los que tratan con todas sus fuerzas de cumplir sus mandamientos, los que se esfuerzan sinceramente en vivir la Navidad. Dios de los ejércitos se disfraza de niño, por eso se le puede pisar o empujar o despreciar. Pero han de saber todos que ese niño débil, impotente, que llora y tiene frío es el que ha creado los cielos y la tierra y todas las riquezas del mundo. Yo prefiero ser amigo de él que de los millones de dólares.
¡Qué contraste tan brutal ofrecen los santos, que se han despojado de todo, que han dejado todas las cosas para quedarse con Jesús sólo. Mi Dios y mi todo. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta. Sé en quien he creído y estoy muy tranquilo. Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en Ti.
Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi Padre, mi grande y único amor y la única razón de mi existencia.
Por último quiero recordar aquel soneto verdaderamente inspirado y además tan verdadero:
No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar, por eso, de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que, aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues, aunque lo que espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.
Cada uno tiene que decir su propia oración a Jesús, o su propio villancico en esta Navidad. Tú tienes que decirle, como los sanos, en tus propias palabras: Mi Dios y mi todo. Me quedo contigo.
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Fuente: Catholic.net
"Un regalo al Niño Jesús", proyecto parroquial / Autor: Ernesto Sánchez Cerda
El Proyecto "Regalo al Niño Jesús" es una iniciativa del Pbro. Enrique Loreto Martínez de la Parroquia San Pablo Apóstol, quien lleva varios años aplicándolo en su parroquia con grandes resultados y ahora invita a todas las parroquias del mundo a llevarlo a cabo.
¿En qué consiste el proyecto?
En darle un regalo al niño Jesús, lo que más quieras que sea de su agrado y regales de corazón en este próximo cumpleaños:
En tu parroquia, coloca a un lado del nacimiento, una caja de cartón con papel de regalo y un moño grande, haz una abertura en la parte superior por donde se puedan introducir papeletas con forma de tarjeta navideña mismas que se colocan sobre la caja.
En el costado de frente de la caja, se pone un letrero que diga "Regalos para el Niño Jesús" con las instrucciones para realizarlo y una leyenda que diga "Y no te olvides de felicitar a la Virgen María, Madre de Jesucristo por haber aceptado humildemente ser Madre de nuestro Salvador".
El diseño de la papeleta puede ser el que se muestra arriba a la derecha en el gráfico.
En ellas los miembros de la comunidad escribirán lo que le han regalado a Jesús, por ejemplo:
A.- Perdonar a los que me ofendieron
B.- Ser mejor estudiante, trabajador o ama de casa
C.- Ser mejor padre, madre, hermano etc.
D.- Hacer una obra de caridad
E.- Hacer un sacrificio
F.- Una oración
G.- Visitar a un enfermo
H.- Una palabra de cariño para un familiar que nos es antipático.
I.- Etc.
Recuerda que quien más regalos debe recibir en estas fechas es Jesús, anímate a participar con tu familia del 24 de diciembre al 6 de enero.
Gracias por atender a nuestra invitación y estamos a sus órdenes para cualquier duda:
Claudia Carrizales Peña
83-40-31-24, 83-40-31-34 EXT.9
e-mail claudiacp32@yahoo.com.mx
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Fuente: Parroquia San Pablo Apóstol
martes, 18 de diciembre de 2007
Mensaje de Navidad del patriarca latino de Jerusalén / Autor: Su Beatitud Michel Sabbah
JERUSALÉN, diciembre 2007 (ZENIT.org).-Publicamos el «Mensaje de Navidad» que ha escrito Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén.
* * *
¡Feliz y santa fiesta de Navidad!
1. «La gracia y el amor de Dios han aparecido a los hombres» (Tito 3,4). Celebramos Navidad con alegría. En la alegría fundada sobre nuestra esperanza de ver días mejores, con la ayuda de Dios, por nuestra contribución en todos los campos de la vida pública y por nuestro compartir todos los sacrificios que ella exige. Es por esto que, con ocasión de la Navidad, renovamos nuestra fe en Aquel en quien hemos creído, el Verbo de Dios hecho hombre, Jesús nacido en Belén, Príncipe de la paz y Salvador de la humanidad. El se ha hecho hombre para conducirnos a Dios nuestro Creador, a fin que sepamos que no estamos solos, que no estamos abandonados a nosotros mismos de frente a los múltiples desafíos de esta Tierra Santa. Dios está con nosotros: es por esto que nuestra esperanza permanece viva en nosotros, en medio de todas las dificultades cotidianas, bajo la ocupación y en la inseguridad y las privaciones que de ello provienen. Dios está con nosotros, para recordarnos que el mandamiento del amor que nos fue dado por Jesús, nacido en Belén, continúa siendo válido hoy, en nuestros difíciles días: nuestro amor de unos para con otros y por todos. Un amor que consiste en ver el Rostro de Dios en toda persona humana, de toda religión y de toda nacionalidad; un amor que es al mismo tiempo la capacidad de perdonar y la valentía de reclamar todos nuestros derechos, sobre todo aquellos que son dados por Dios a la persona y a toda la comunidad, tales como son el don de la vida, de la dignidad, de la libertad y de la tierra. Un amor que consiste en llevar las preocupaciones de todos, y por tanto de trabajar con todos por la construcción de la paz. Un amor que es don y un compartir con todos aquellos que sufren privaciones y pobreza, a fin que la vida, que es un don de Dios para todos nosotros de igual modo, sea una vida plenamente vivida, la «vida abundante» que Jesús ha venido a darnos.
2. Celebramos Navidad este año aún mientras nos encontramos en la constante búsqueda de una paz que parece imposible. No obstante, nosotros creemos que la paz es posible. Palestinos e israelíes son capaces de vivir juntos en paz, cada uno en su territorio, cada uno gozando de su seguridad, de su dignidad y de sus derechos. Pero para llegar a la paz, hace falta también creer que israelíes y palestinos son iguales en todo, con los mismos derechos y los mismos deberes y que, finalmente, hace falta tomar las sendas de Dios que no son las sendas de la violencia sea del Estado o del extremismo.
Toda la región, a causa del conflicto en Tierra Santa, está convulsionada. En el Líbano, en Irak, como aquí, parece que las fuerzas del mal están desencadenadas y decididas a continuar su marcha por las sendas de la muerte, de la exclusión y de la dominación. A pesar de todo eso, creemos que Dios no nos ha abandonado a todas estas fuerzas del mal: todo esto es una llamada a cada hombre y mujer de buena voluntad a retornar hacia las sendas de Dios a fin de establecer el reino del bien entre los hombres, el sentido y el respeto de toda persona humana. Creemos que Dios es bueno. El es nuestro Creador y nuestro Salvador y ha puesto su bondad en el corazón de cada persona humana. Todos son pues capaces de obrar por el bien y la paz en la tierra.
Un nuevo esfuerzo de paz ha sido comenzado en estas últimas semanas. Para que el mismo tenga éxito, hace falta que haya una voluntad decidida de hacer la paz. Hasta ahora, no ha habido paz, sencillamente por falta de voluntad de hacerla: «Ellos dicen paz, paz, en tanto que no hay paz» (Jer 6,14). El fuerte, que tiene todo en la mano, aquel que impone la ocupación a la otra parte, tiene la obligación de ver lo que es justo para todos y de tener valentía de cumplirlo. «¡Oh Dios, da al rey tu juicio!» concede tu justicia a nuestros gobernantes para que gobiernen tu pueblo con rectitud (Cf. Sal 71).
3. En estos días, algunos han hablado de la creación de estados religiosos en esta tierra. En la tierra, santa para las tres religiones y para los dos pueblos, Estados religiosos no pueden establecerse, porque un Estado religioso excluiría o pondría en condiciones de inferioridad a los creyentes de las otras religiones. Todo Estado que excluya al otro o discriminase contra él no es conveniente para la tierra hecha por Dios santa para toda la humanidad.
Los jefes religiosos e políticos deben empezar por comprender la vocación universal de esta tierra, en la que Dios nos ha reunido en el curso de la historia. Tienen que saber que la santidad de esta tierra consiste no en la exclusión de una u otra de las religiones, sino en la capacidad de cada religión, con todas las diferencias, de acoger, de respetar y de amar a todos aquellos que habitan esta tierra.
La santidad y la vocación universal de esta tierra exigen también el deber de acoger a los peregrinos del mundo, aquellos que vienen por una breve visita y aquellos que vienen para residir, bien sea para la oración, para el estudio o para ejercer el ministerio religioso requerido a cada fiel de toda religión. Desde hace años, no dejamos de sufrir un problema jamás resuelto, el de las visas de entrada en el país para los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que tienen, por su fe, en esta tierra, obligaciones y derechos. Todo Estado en este país no es un Estado como los otros, porque él tiene deberes particulares que provienen de la santidad de esta tierra y de su vocación universal. Un Estado en esta tierra debe comprender que la tierra le es confiada para respetar dichos deberes y promover su vocación universal, teniendo pues la capacidad de acogida correspondiente.
4. Le pido a Dios, que la gracia de Navidad, del Dios presente con nosotros, pueda iluminar a todos los gobernadores de esta tierra. Para todos nuestros fieles, en todas las partes de nuestra diócesis, que la Navidad sea una gracia que renueve su fe y les ayude a vivir mejor, y particularmente a vivir mejor todas sus obligaciones en sus sociedades.
Feliz y santa fiesta de Navidad para todos.
+ Michel Sabbah, Patriarca
Jerusalén, 19.12.2007
* * *
¡Feliz y santa fiesta de Navidad!
1. «La gracia y el amor de Dios han aparecido a los hombres» (Tito 3,4). Celebramos Navidad con alegría. En la alegría fundada sobre nuestra esperanza de ver días mejores, con la ayuda de Dios, por nuestra contribución en todos los campos de la vida pública y por nuestro compartir todos los sacrificios que ella exige. Es por esto que, con ocasión de la Navidad, renovamos nuestra fe en Aquel en quien hemos creído, el Verbo de Dios hecho hombre, Jesús nacido en Belén, Príncipe de la paz y Salvador de la humanidad. El se ha hecho hombre para conducirnos a Dios nuestro Creador, a fin que sepamos que no estamos solos, que no estamos abandonados a nosotros mismos de frente a los múltiples desafíos de esta Tierra Santa. Dios está con nosotros: es por esto que nuestra esperanza permanece viva en nosotros, en medio de todas las dificultades cotidianas, bajo la ocupación y en la inseguridad y las privaciones que de ello provienen. Dios está con nosotros, para recordarnos que el mandamiento del amor que nos fue dado por Jesús, nacido en Belén, continúa siendo válido hoy, en nuestros difíciles días: nuestro amor de unos para con otros y por todos. Un amor que consiste en ver el Rostro de Dios en toda persona humana, de toda religión y de toda nacionalidad; un amor que es al mismo tiempo la capacidad de perdonar y la valentía de reclamar todos nuestros derechos, sobre todo aquellos que son dados por Dios a la persona y a toda la comunidad, tales como son el don de la vida, de la dignidad, de la libertad y de la tierra. Un amor que consiste en llevar las preocupaciones de todos, y por tanto de trabajar con todos por la construcción de la paz. Un amor que es don y un compartir con todos aquellos que sufren privaciones y pobreza, a fin que la vida, que es un don de Dios para todos nosotros de igual modo, sea una vida plenamente vivida, la «vida abundante» que Jesús ha venido a darnos.
2. Celebramos Navidad este año aún mientras nos encontramos en la constante búsqueda de una paz que parece imposible. No obstante, nosotros creemos que la paz es posible. Palestinos e israelíes son capaces de vivir juntos en paz, cada uno en su territorio, cada uno gozando de su seguridad, de su dignidad y de sus derechos. Pero para llegar a la paz, hace falta también creer que israelíes y palestinos son iguales en todo, con los mismos derechos y los mismos deberes y que, finalmente, hace falta tomar las sendas de Dios que no son las sendas de la violencia sea del Estado o del extremismo.
Toda la región, a causa del conflicto en Tierra Santa, está convulsionada. En el Líbano, en Irak, como aquí, parece que las fuerzas del mal están desencadenadas y decididas a continuar su marcha por las sendas de la muerte, de la exclusión y de la dominación. A pesar de todo eso, creemos que Dios no nos ha abandonado a todas estas fuerzas del mal: todo esto es una llamada a cada hombre y mujer de buena voluntad a retornar hacia las sendas de Dios a fin de establecer el reino del bien entre los hombres, el sentido y el respeto de toda persona humana. Creemos que Dios es bueno. El es nuestro Creador y nuestro Salvador y ha puesto su bondad en el corazón de cada persona humana. Todos son pues capaces de obrar por el bien y la paz en la tierra.
Un nuevo esfuerzo de paz ha sido comenzado en estas últimas semanas. Para que el mismo tenga éxito, hace falta que haya una voluntad decidida de hacer la paz. Hasta ahora, no ha habido paz, sencillamente por falta de voluntad de hacerla: «Ellos dicen paz, paz, en tanto que no hay paz» (Jer 6,14). El fuerte, que tiene todo en la mano, aquel que impone la ocupación a la otra parte, tiene la obligación de ver lo que es justo para todos y de tener valentía de cumplirlo. «¡Oh Dios, da al rey tu juicio!» concede tu justicia a nuestros gobernantes para que gobiernen tu pueblo con rectitud (Cf. Sal 71).
3. En estos días, algunos han hablado de la creación de estados religiosos en esta tierra. En la tierra, santa para las tres religiones y para los dos pueblos, Estados religiosos no pueden establecerse, porque un Estado religioso excluiría o pondría en condiciones de inferioridad a los creyentes de las otras religiones. Todo Estado que excluya al otro o discriminase contra él no es conveniente para la tierra hecha por Dios santa para toda la humanidad.
Los jefes religiosos e políticos deben empezar por comprender la vocación universal de esta tierra, en la que Dios nos ha reunido en el curso de la historia. Tienen que saber que la santidad de esta tierra consiste no en la exclusión de una u otra de las religiones, sino en la capacidad de cada religión, con todas las diferencias, de acoger, de respetar y de amar a todos aquellos que habitan esta tierra.
La santidad y la vocación universal de esta tierra exigen también el deber de acoger a los peregrinos del mundo, aquellos que vienen por una breve visita y aquellos que vienen para residir, bien sea para la oración, para el estudio o para ejercer el ministerio religioso requerido a cada fiel de toda religión. Desde hace años, no dejamos de sufrir un problema jamás resuelto, el de las visas de entrada en el país para los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que tienen, por su fe, en esta tierra, obligaciones y derechos. Todo Estado en este país no es un Estado como los otros, porque él tiene deberes particulares que provienen de la santidad de esta tierra y de su vocación universal. Un Estado en esta tierra debe comprender que la tierra le es confiada para respetar dichos deberes y promover su vocación universal, teniendo pues la capacidad de acogida correspondiente.
4. Le pido a Dios, que la gracia de Navidad, del Dios presente con nosotros, pueda iluminar a todos los gobernadores de esta tierra. Para todos nuestros fieles, en todas las partes de nuestra diócesis, que la Navidad sea una gracia que renueve su fe y les ayude a vivir mejor, y particularmente a vivir mejor todas sus obligaciones en sus sociedades.
Feliz y santa fiesta de Navidad para todos.
+ Michel Sabbah, Patriarca
Jerusalén, 19.12.2007
Un regalo para el Recién Nacido / Autor: P. Sergio A. Córdova
Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre.
Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.
¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.
Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.
Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.
Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.
De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.
Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!
Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.
Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.
Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.
Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.
Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.
Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.
Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?
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Fuente. Catholic.net
Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.
¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.
Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.
Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.
Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.
De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.
Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!
Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.
Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.
Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.
Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.
Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.
Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.
Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?
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Fuente. Catholic.net
El sueño de María / Enviado por Carlos Leos
Tuve un sueño, José, y realmente no lo puedo
comprender, pero creo que se trataba del nacimiento de
nuestro Hijo.
La gente hacía los preparativos con seis semanas de
anticipación, decoraba las casas, compraba ropa nueva,
salía de compras muchas veces y adquiría elaborados
regalos.
Era un tanto extraño, ya que los regalos no eran para
nuestro Hijo; los envolvían en vistosos papeles, los
ataban con preciosos moños y todo lo colocaban debajo
de un árbol.
Sí, un árbol, José, adentro de sus casas; esta gente
había decorado el árbol, las ramas estaban llenas de
adornos brillantes y había una figura en lo alto del
árbol, me pareció que era un ángel, era realmente
hermoso.
Luego vi una mesa espléndidamente servida, con
platillos deliciosos y muchos vinos, todo se veía
exquisito y todos estaban contentos, pero no estábamos
invitados.
Toda la gente se veía feliz, sonriente y emocionada
por los regalos que intercambiaban unos con otros,
¿pero sabes, José?, no quedaba ningún regalo para
nuestro Hijo; me daba la impresión de que nadie lo
conocía, porque nunca mencionaron su nombre.
¿No te parece extraño que la gente trabaje y gaste
tanto en los preparativos, para celebrar el cumpleaños
de alguien a quien ni siquiera mencionan y que da la
impresión de que no conocen?
Tuve la extraña sensación de que si nuestro Hijo
hubiera entrado a esos hogares, para la celebración,
hubiera sido solamente un intruso.
Todo se veía tan hermoso y la gente se veía feliz,
pero yo sentía enormes deseos de llorar, porque
nuestro Hijo era ignorado por casi toda esa gente que
lo celebraba.
Qué tristeza para Jesús, no ser deseado en su propia
fiesta de cumpleaños.
Estoy contenta porque sólo fue un sueño, pero qué
terrible sería si esto se convierte en realidad.
comprender, pero creo que se trataba del nacimiento de
nuestro Hijo.
La gente hacía los preparativos con seis semanas de
anticipación, decoraba las casas, compraba ropa nueva,
salía de compras muchas veces y adquiría elaborados
regalos.
Era un tanto extraño, ya que los regalos no eran para
nuestro Hijo; los envolvían en vistosos papeles, los
ataban con preciosos moños y todo lo colocaban debajo
de un árbol.
Sí, un árbol, José, adentro de sus casas; esta gente
había decorado el árbol, las ramas estaban llenas de
adornos brillantes y había una figura en lo alto del
árbol, me pareció que era un ángel, era realmente
hermoso.
Luego vi una mesa espléndidamente servida, con
platillos deliciosos y muchos vinos, todo se veía
exquisito y todos estaban contentos, pero no estábamos
invitados.
Toda la gente se veía feliz, sonriente y emocionada
por los regalos que intercambiaban unos con otros,
¿pero sabes, José?, no quedaba ningún regalo para
nuestro Hijo; me daba la impresión de que nadie lo
conocía, porque nunca mencionaron su nombre.
¿No te parece extraño que la gente trabaje y gaste
tanto en los preparativos, para celebrar el cumpleaños
de alguien a quien ni siquiera mencionan y que da la
impresión de que no conocen?
Tuve la extraña sensación de que si nuestro Hijo
hubiera entrado a esos hogares, para la celebración,
hubiera sido solamente un intruso.
Todo se veía tan hermoso y la gente se veía feliz,
pero yo sentía enormes deseos de llorar, porque
nuestro Hijo era ignorado por casi toda esa gente que
lo celebraba.
Qué tristeza para Jesús, no ser deseado en su propia
fiesta de cumpleaños.
Estoy contenta porque sólo fue un sueño, pero qué
terrible sería si esto se convierte en realidad.
Contenidos y liturgia de la Navidad / Autor: Jesús de las Heras Muela
I. La Navidad es la celebración, memoria y actualización del acontecimiento salvífico histórico del nacimiento de Jesucristo, de la manifestación de la salvación de Dios en Jesús de Nazaret.
II. El centro de la Navidad lo constituye el alumbramiento de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, en Belén de Judá. Es el insondable misterio de un Dios nacido en la carne. El que ha nacido de la Virgen es Hijo de Dios e Hijo de hombre. Afirmamos las dos realidades juntas, sin merma de ninguna de ellas, sin deterioro, sin que deje de ser realmente Dios y realmente hombre.
III. Navidad es adentrarse en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. La fe descubre, sin escándalo, a la Majestad divina humillada; a la Omnipotencia, débil; a la Eternidad, mortal; al Impasible, padeciendo; al Bendito, maldecido; al Santo, hecho pecado por nosotros; al Rico, empobrecido para enriquecernos; al Señor, tomando forma de siervo para liberarnos de la esclavitud.
IV. La Navidad, con toda su sencillez y ternura, con su misterio y su gracia, es mucho más que un tiempo ingenuo o explotado por la sociedad de consumo. Es el tiempo de Dios y el tiempo del hombre. El clima creado por la liturgia de estos días pretende provocar la fe en la manifestación divina, la apertura a la gracia, la necesidad del amor y del seguimiento a Jesucristo.
V. La liturgia de la Iglesia prolonga el tiempo de Navidad hasta la Epifanía, que se fija en el sentido y significado de este acontecimiento. Navidad es la eclosión de la luz y la luz es para alumbrar, para calentar, para guiar.
VI. La liturgia de Navidad y Epifanía se subdivide, a su vez, en la semana dentro de la Navidad, la semana de la octava y las ferias de los días de Epifanía hasta la celebración de la festividad del Bautismo del Señor. Durante toda la octava de la Navidad se debe rezar o cantar el Gloria en la Eucaristía y el Te Deum en el oficio de lecturas de la Liturgia de la Palabra. Igualmente, se recomienda cantar el Aleluya, previo a la proclamación del Evangelio, en la Misa, o, en la Liturgia de las Horas, donde se prescriba como Responsorio breve.
VII. La liturgia de Navidad y Epifanía, desde el Nacimiento hasta el Bautismo en el Jordán, va desgranando las primeras manifestaciones de la salvación de Dios en Jesús: a los pastores, a los magos, en el templo, a los discípulos en Caná de Galilea.
VIII. Desde las celebraciones vespertinas de la Navidad (tarde del 24 de diciembre) hasta la festividad del Bautismo del Señor (este año 2008, el domingo día 12 de enero) discurre el tiempo litúrgico de Navidad y Epifanía. Su color litúrgico es el blanco. La alegría, el gozo y la celebración de la Natividad y de la Manifestación de Jesucristo son sus características principales.
IX. Dentro de la octava de la Navidad hay otros dos grandes fiestas: la Sagrada Familia y Santa María Madre de Dios. El domingo dentro de la octava de la Navidad es la festividad de la Sagrada Familia, que, en la Iglesia Católica en España, coincide con el día de la familia y de la vida. Este año es el día 29 de diciembre. En el día de la octava de la Navidad (1 de enero), toda la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Maternidad divina de la Virgen María. Desde 1968, por disposición del Papa Pablo VI, es también el día de la Jornada Mundial de oración por la paz, que conlleva siempre mensaje papal.
X. La Epifanía es una fiesta más conceptual. Celebra el mismo misterio de la Navidad, pero va más directamente a su significación salvadora. Palabras claves de este tiempo son: iluminación, manifestación, aparición, desvelamiento. El día 6 de enero la Iglesia celebra la Epifanía del Señor. Este misterio complementa al de Navidad. Este año cae en lunes. En España se une a este día la popularmente llamada festividad de los Reyes Magos. El evangelio de esta solemnidad litúrgica es precisamente la adoración de los magos de oriente. La Iglesia Católica en España, en el contexto de esta solemnidad de marcado carácter misional, celebra el día 6 de enero el día de los catequistas nativos y del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME). El ciclo litúrgico de la Navidad concluye la fiesta del Bautismo del Señor, el comienzo de su vida pública.
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Fuente: www.revistaecclesia.com
II. El centro de la Navidad lo constituye el alumbramiento de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, en Belén de Judá. Es el insondable misterio de un Dios nacido en la carne. El que ha nacido de la Virgen es Hijo de Dios e Hijo de hombre. Afirmamos las dos realidades juntas, sin merma de ninguna de ellas, sin deterioro, sin que deje de ser realmente Dios y realmente hombre.
III. Navidad es adentrarse en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. La fe descubre, sin escándalo, a la Majestad divina humillada; a la Omnipotencia, débil; a la Eternidad, mortal; al Impasible, padeciendo; al Bendito, maldecido; al Santo, hecho pecado por nosotros; al Rico, empobrecido para enriquecernos; al Señor, tomando forma de siervo para liberarnos de la esclavitud.
IV. La Navidad, con toda su sencillez y ternura, con su misterio y su gracia, es mucho más que un tiempo ingenuo o explotado por la sociedad de consumo. Es el tiempo de Dios y el tiempo del hombre. El clima creado por la liturgia de estos días pretende provocar la fe en la manifestación divina, la apertura a la gracia, la necesidad del amor y del seguimiento a Jesucristo.
V. La liturgia de la Iglesia prolonga el tiempo de Navidad hasta la Epifanía, que se fija en el sentido y significado de este acontecimiento. Navidad es la eclosión de la luz y la luz es para alumbrar, para calentar, para guiar.
VI. La liturgia de Navidad y Epifanía se subdivide, a su vez, en la semana dentro de la Navidad, la semana de la octava y las ferias de los días de Epifanía hasta la celebración de la festividad del Bautismo del Señor. Durante toda la octava de la Navidad se debe rezar o cantar el Gloria en la Eucaristía y el Te Deum en el oficio de lecturas de la Liturgia de la Palabra. Igualmente, se recomienda cantar el Aleluya, previo a la proclamación del Evangelio, en la Misa, o, en la Liturgia de las Horas, donde se prescriba como Responsorio breve.
VII. La liturgia de Navidad y Epifanía, desde el Nacimiento hasta el Bautismo en el Jordán, va desgranando las primeras manifestaciones de la salvación de Dios en Jesús: a los pastores, a los magos, en el templo, a los discípulos en Caná de Galilea.
VIII. Desde las celebraciones vespertinas de la Navidad (tarde del 24 de diciembre) hasta la festividad del Bautismo del Señor (este año 2008, el domingo día 12 de enero) discurre el tiempo litúrgico de Navidad y Epifanía. Su color litúrgico es el blanco. La alegría, el gozo y la celebración de la Natividad y de la Manifestación de Jesucristo son sus características principales.
IX. Dentro de la octava de la Navidad hay otros dos grandes fiestas: la Sagrada Familia y Santa María Madre de Dios. El domingo dentro de la octava de la Navidad es la festividad de la Sagrada Familia, que, en la Iglesia Católica en España, coincide con el día de la familia y de la vida. Este año es el día 29 de diciembre. En el día de la octava de la Navidad (1 de enero), toda la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Maternidad divina de la Virgen María. Desde 1968, por disposición del Papa Pablo VI, es también el día de la Jornada Mundial de oración por la paz, que conlleva siempre mensaje papal.
X. La Epifanía es una fiesta más conceptual. Celebra el mismo misterio de la Navidad, pero va más directamente a su significación salvadora. Palabras claves de este tiempo son: iluminación, manifestación, aparición, desvelamiento. El día 6 de enero la Iglesia celebra la Epifanía del Señor. Este misterio complementa al de Navidad. Este año cae en lunes. En España se une a este día la popularmente llamada festividad de los Reyes Magos. El evangelio de esta solemnidad litúrgica es precisamente la adoración de los magos de oriente. La Iglesia Católica en España, en el contexto de esta solemnidad de marcado carácter misional, celebra el día 6 de enero el día de los catequistas nativos y del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME). El ciclo litúrgico de la Navidad concluye la fiesta del Bautismo del Señor, el comienzo de su vida pública.
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Fuente: www.revistaecclesia.com
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