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jueves, 19 de marzo de 2009

Testimonio de Bosco Gutierrez: Historia de mi secuestro

Bosco Gutiérrez, víctima de un secuestro:

“Los meses que pasé en el zulo fueron un regalo de Dios”
"Rezar es el trabajo más productivo que puede hacerse"
19 de marzo de 2009.-Las dos primeras semanas de secuestro -verano de 1990- quiso morirse. Los secuestradores, viendo que la ‘mercancía’ se les averiaba, le ofrecieron un trago para celebrar el día de México. Pidió Chivas, en vaso alto, con hielo. Cuando se lo iba a llevar a los labios, oyó una voz -la de su conciecia- que le decía: “Ofrécemelo”. Lo hizo, a regañadientes, tirándolo por el desagüe. Pero después de echarse un rato, se levantó mejor. Y escribió: “Hoy vencí mi primera batalla. Soy libre porque puedo ofrecer lo que quiera. Hoy empiezo a vivir un poco en paz”. Esto, lo que sigue y más lo cuenta Gutiérrez en el documental Bosco: la historia de mi secuestro, que publicamos en seis vídeos.


(Gonzalo Altozano / Alba / Escuchar la Voz del Señor)


-Nueve meses en un zulo de tres metros por uno. ¿Cómo mantuvo viva su fe?
-Traté de seguir el plan que, como miembro del Opus Dei, me sugerían mis directores espirituales en la vida diaria: un rato de oración por la mañana, otro por la tarde y otro por la noche; el rezo del rosario; la lectura espiritual…

-¿Le dejaban tener libros?
-Tenía ‘derecho’ a uno y les pedí una biblia católica. Luego les pediría otro: cualquiera de Escrivá de Balaguer; me trajeron Forja.

-En su plan faltaba, claro, la misa.
-Pero sabía que en algún lugar del mundo, a cualquier hora, empezaba una, a la que me unía mentalmente.

-¿Y en el momento de la consagración?
-Me hincaba y decía: “¡Dios mío, cómo quisiera recibirte! Permíteme vivir sólo para volver a comulgar como podemos los hombres y no pueden los ángeles. Y deja que lo haga con la devoción más grande que tuve: la de mi Primera Comunión”.

-En circunstancias tan duras, ¿se sentía con ganas de rezar?
-El sentimiento no tiene por qué ir a la par de la disciplina. El sentimiento es bueno, pero a veces lo tenemos y a veces no. Yo rezaba porque tenía que rezar, no porque quisiera o fuese bonito.

-¿Cuál fue el resultado de su perseverancia?
-Me di cuenta de que vivir así me iba capitalizando en una mayor paz interior.

-¿Lo sigue pensando?
-La solución a toda inestabilidad está en la oración, que es el trabajo más productivo que puede hacer un ser humano.

-¿De verdad lo cree?
-Sí, lo que pasa es que la frialdad de la rutina puede hacer que nos olvidemos.

-¿Qué ayuda a recordar?
-A veces una enfermedad, a veces la crisis económica, a veces un secuestro…

-Habla del suyo como si fuera un regalo de Dios.
-Lo fue. Es como si, en vez de en el vientre de mi madre, Dios me metiera nueve meses en aquel cuartito.

-¿Con qué fin?
-Con el de reflexionar sobre lo que había hecho y sobre lo que no, con el de sacar propósitos suficientes para vivir la segunda oportunidad que se me daba…

-Tremenda responsabilidad.
-Por eso le rezo: “Ya no me pertenezco, pues me debo a ti, Señor, y a mis hermanos. Ayúdame a vivir esta responsabilidad de deudor, nueva y vieja, pero ahora comprendida. Estoy de paso y estoy en deuda”.

-Por cierto, los propósitos que se hizo…
-Continuamente los repaso… y son para acalambrarse; a veces no tengo cara para leerlos.

-Volvamos al zulo. A lo largo del secuestro, algo le echaría en cara a Dios, ¿no?
-Al principio sí, pero después ese reclamo se fue traduciendo en alabanza y agradecimiento.

-¿Qué suavizó su corazón?
-Ser consecuente con mi creencia en Él. Si crees en Dios, tienes que aceptar su voluntad, venga como venga. Él sabe más que tú y quiere lo mejor para ti. Abandónate. Punto. No le discutas.

-Bonita idea.
-Después de nueve meses meditándola consideré que un cristiano que se abandona en las manos de Dios es invencible.

-¿Habló de esto con sus secuestradores?
-Una vez le dije a uno: “No te tengo miedo. ¿Sabes por qué? Porque no voy a morir ni un minuto antes ni un minuto después de que Dios -y no tú- quiera”.

-Supongo que le respetaban.
-Empezaron llamándome “burgués”, “hijo de tal”, y terminaron haciéndome llegar notas que decían: “Arquitecto Bosco: díganos, por favor, de dónde saca tanta fortaleza”.

-¿Es cierto que hizo apostolado con ellos?
-El día de Navidad les pedí que rezaran conmigo. Cuando terminé de platicarles, se acercaron uno a uno… ¡para estrechar mi mano! Las suyas ya no eran manos crispadas, sino de respeto. Fue la Navidad más feliz de mi vida.

-¿Por qué lo hizo?
-Porque recuperé un sueño de mi infancia: yo en el Infierno y un tipo insultándome. “¿Por qué me insultas?”, le preguntaba. Y él me respondía: “Porque si me hubieras sacado de mi error, ahora estaríamos los dos en el Cielo”.

-Y usted no quería ir al Infierno…
-Y que los que me insultaran fuesen los secuestradores.

-No los odia, pero tampoco tiene síndrome de Estocolmo. Si no, no se hubiera escapado. Por cierto, en su huida, ¿anotó la dirección del zulo?
-Calle 15 Oriente 1803, en la ciudad de Puebla, México. Ahí tiene usted su casa

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