* «Por lo tanto, es necesario proceder con un cuidadoso discernimiento de las complejas diferencias fundamentales de la vida humana: del hombre y de la mujer, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, de la sociabilidad y también de todas las diferentes edades de la vida. Al igual que de todas las condiciones difíciles y todos los pasajes delicados o peligrosos que requieren una sabiduría ética especial y una valiente resistencia moral: sexualidad y generación, enfermedad y vejez, insuficiencia y discapacidad, privación y exclusión, violencia y guerra:” La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte “(Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, 101)»
* «La sabiduría cristiana debe reabrir con pasión y audacia el pensamiento del destino del género humano a la vida de Dios, que ha prometido abrir al amor de la vida, más allá de la muerte, el horizonte infinito de cuerpos amorosos de luz, ya sin lágrimas. Y sorprenderlos eternamente con el encanto siempre nuevo de todas las cosas “visibles e invisibles” que están escondidas en el seno del Creador»
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