* «Yo me opuse al legrado ya que no había una ultra que respaldara que el corazón de mi bebé de nueve semanas de gestación se había detenido. Mi instinto de madre me decía que mi bebé aún estaba vivo, que tenía que tener una ultra para diagnosticar aborto espontáneo. El mal llamado médico me dijo: “yo no voy a gastar recursos en hacer una ultra por un feto muerto”. Me levanté, me vestí y salí de ahí. Me hice la ultra y claramente se veía a mi bebé con su corazoncito latiendo, sus manitas unidas, su cabecita… ¡un bebé! No era un feto para mí, era mi bebé. Me endeudé, pero jamás regresé a ese hospital. Mi ángel bello, mi bebé del cielo, mi tesoro que Dios me mando nació perfecta, completa, sanita a las 40 semanas, con muchos cuidados, pero sin mayores complicaciones para mi salud. Dios no me desamparó, no tengo bonanza económica. No tenemos lujos ni abundancia, pero no llueven bendiciones cada día y puedo ver la mano de Dios»
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