* «Yo seguía pidiéndole a Dios amigos. Y llegó un momento, después de un verano entero que me pasé llorando, que le dije: “O Tú me vienes a salvar o yo te dejo”. Porque me habían enseñado que la vida de un cristiano es una fiesta, y la mía no lo era. Le di un ultimátum. Y Dios me respondió. Pues bien, al día siguiente de hacer esta oración, llegó a clase una nueva profesora de religión. Era una religiosa, y nos propuso participar de un grupo juvenil ligado a su congregación y cuyo tema anual era “hagamos fiesta”, porque “la vida de un cristiano tiene que ser una fiesta”. Es decir, las mismas palabras que yo había usado la noche anterior cuando le di el ultimátum a Dios. Y esto me hizo entender que Alguien me había escuchado»
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