* «Al elevarse la Hostia, el pequeño mareo que había sentido se convirtió en un terremoto. Mi corazón se abrió en pedazos, mis ojos explotaron, y aunque veía la Hostia en sus manos, ya no era un pedazo de pan. No sé cómo, pero supe instantáneamente, más profunda y verdaderamente de lo que he sabido nunca nada, que aquello era, de hecho, Jesucristo. Nunca he querido nada con más plenitud en mi vida. Quería postrarme largo en el suelo de esa habitación de fluorescentes. Quería asaltar el altar y consumirle a Él. Quería contemplar ese extraño pedazo plano de pan hasta mi último aliento… y a la vez pensaba que no podría resistirlo ni un momento más. Me pareció una eternidad. Si esa chaladura era verdad (afrontémoslo, esta verdad es una locura de la forma más hermosa posible) entonces todo eso era verdad. Me arrodillé abrumado mientras esos católicos iban hacia el altar, al lugar del sacrificio, al sacerdote que representa a Dios, a recibir a Jesús. ¡A mi Jesús!»
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