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sábado, 27 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Llamados a reconstruir el tesoro de la familia con las armas del amor, el servicio, la humildad y el perdón / Por P. José María Prats

* «La autoridad del padre de familia es legítima cuando, como en el caso de San José, expresa la justicia y la voluntad de Dios. El padre debe ser obedecido en la medida en que él, a su vez, es obediente a Dios»

Domingo de la Sagrada Familia - A

Eclesiástico 3, 2-6.12-14  /  Salmo 127  /  Colosenses 3, 12-21  / San Mateo 2, 13-15.19-23

P. José María Prats / Camino Católico.-  El evangelio de hoy narra la huida de la Sagrada Familia a Egipto y su retorno posterior a Nazaret tras la muerte del rey Herodes, que había intentado asesinar al Niño Jesús.

El gran protagonista de este evangelio es San José. Es a él a quien Dios pide por medio de su ángel que lidere a la Sagrada Familia según sus designios: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto ... levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel».

En la segunda lectura, San Pablo confirma esta autoridad del padre dentro de la familia: «Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor». Algunos comentaristas creen que esta atribución de la autoridad al padre es meramente un reflejo de la sociedad patriarcal de aquella época. Sin embargo, en la carta a los Efesios, San Pablo desmiente esta tesis al afirmar que el marido y la mujer son respectivamente sacramento de Cristo y de su Iglesia, por lo que «el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia». (Ef 5,23).

La Escritura, por tanto, sostiene que, según el designio de Dios, la vocación del padre conlleva asumir la autoridad y el liderazgo de la familia. Muchas personas consideran que esta afirmación es inaceptable y acusan por ello a la Biblia de machismo. Detrás de esta acusación se esconde, en realidad, una comprensión nada cristiana de la autoridad que la confunde con autoritarismo.

En primer lugar hay que aclarar que la autoridad es un bien que promueve la unidad y la paz en la familia. Cuando hay que tomar una decisión, después de dialogar y de escuchar el parecer de cada miembro, es necesario que alguien tenga la última palabra y los demás la asuman con respeto; de lo contrario la familia se romperá o se deteriorará mucho la convivencia.

Pero lo que más subraya Jesús es que la autoridad no es un privilegio o un instrumento para imponerse, sino una exigencia de servir y velar por los demás: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt 20,25-26). La autoridad del padre en la familia no es, por tanto, un privilegio, sino más bien una carga, una responsabilidad exigente y preciosa a la vez que debe ejercerse desde el amor y el servicio. Y los demás miembros de la familia deben ayudar al padre a llevar esta carga con su obediencia y su colaboración al bien de todos.

Finalmente, la autoridad del padre es legítima cuando, como en el caso de San José, expresa la justicia y la voluntad de Dios. El padre debe ser obedecido en la medida en que él, a su vez, es obediente a Dios.

La figura del padre y su autoridad dentro de la familia ha sido atacada ferozmente. El espíritu de confrontación marxista que alentaba la lucha de clases entre proletarios y burgueses se ha reeditado en nuestra sociedad postindustrial como lucha de sexos, presentando al padre como explotador de la madre e instigando la revolución feminista. La consecuencia de destruir la autoridad del padre que, bien ejercida, era fuente de unidad y cohesión, ha sido destruir también la propia familia, que es el mayor bien de la sociedad.

Frente a este modelo de confrontación tan destructivo, los cristianos estamos llamados a reconstruir el tesoro de la familia con las armas del amor, el servicio, la humildad y el perdón. Así nos lo ha pedido San Pablo en la segunda lectura: «vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».

P. José María Prats


Evangelio: 

Después que se fueron los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:


«Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». 


Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.


Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: 


«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño».


Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».


San Mateo 2, 13-15.19-23

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