Profundo, serio y revelador estudio presentado por el Dr. Brian Clowes en el que muestra varios de los efectos de la pornografía.
AVISO: Parte de la información que presentamos a continuación es de contenido escabroso y no apta para menores de edad ni para personas moralmente vulnerables a este tema.
"La recuperación del control moral y el retorno del orden espiritual se han convertido en la actualidad en las condiciones indispensables de la supervivencia humana" -- Christopher Dawson, historiador cultural (1).
Lo que dicen los que sostienen una ideología antivida
"No creo que la pornografía degrade a las mujeres. Las mujeres que la practican quieren hacerlo. Nadie les está apuntando con una pistola a la cabeza. No entiendo cuál es el problema" -- Madonna, Sex, 1992 (2).
Otras personas, tan despistadas como Madonna, afirman que la pornografía es simplemente una "válvula de escape" que las personas usan para disipar sus impulsos sexuales. Su efecto, dicen ellos, es "catártico". Ello quiere decir, afirman estos ilusos, que las personas que de otra forma hubieran expresado, por medio de su actuación, sus violentas fantasías sexuales, de esta manera, en cambio, usan su material pornográfico sin causar daño.
Introducción
Los nocivos efectos de la pornografía, tanto la mal llamada "leve" como la fuerte, son extensos y permanentes. Hay grupos de investigadores que han realizado más de 500 estudios sobre estos efectos y sus conclusiones son concretas, coherentes e irrefutables.
A través de estos estudios aparecen consistentemente muchas relaciones importantes. Las seis conclusiones en relación con el impacto de la pornografía que se encuentran en la lista más abajo también se presentan en el estudio sumario de David Scott: Pornography, Its Effects on the Family, Community, and Culture ("La pornografía, sus efectos en la familia, la comunidad y la cultura") (3). Obsérvese que estas conclusiones no son el resultado de estudios aislados o de estudios que han sido agrupados al azar. Los números de los estudios que arrojan cada una de las conclusiones encabezan los párrafos correspondientes a través de este artículo y han sido tomados de la obra de Scott.
La lista de referencias bibliográficas de todos estos estudios aparece también al final del libro de Scott. Esa lista sería de gran valor para el que esté interesado en llevar a cabo una investigación seria sobre los efectos de la pornografía.
A continuación ofrecemos la lista sumaria de los principales efectos de la pornografía, cada uno de los cuales es descrito en los párrafos subsiguientes:
* 1. Aún la pornografía "leve" hace daño a cualquiera.
* 2. Toda pornografía insensibiliza al que la ve.
* 3. La pornografía causa adicción.
* 4. La pornografía degrada al matrimonio.
* 5. La pornografía aumenta la intención criminal de delincuentes peligrosos.
* 6. La pornografía impulsa a realizar otros crímenes y los facilita.
1. Aún la pornografía "leve" hace daño a cualquiera
Dieciocho estudios distintos han demostrado que la pornografía "leve", que exhibe actos entre adultos, aun con su consentimiento, definitivamente insensibiliza a todos sus videntes, y puede provocar un comportamiento extremadamente violento (4).
La pornografía afecta adversamente a toda persona que la ve y no sólo a los peligrosos criminales sexuales que aparecen en las tiras cómicas. La pornografía interfiere en las relaciones interpersonales y en el desarrollo moral de todas las personas que la ven.
De hecho, la pornografía "leve" ha sido un factor que ha estado presente en numerosos suicidios de adolescentes varones. El FBI ha informado de muchos casos de jóvenes que se han colgado del cuello y se han masturbado mientras sostenían una revista de pornografía "leve". No es sorprendente que estas muertes (que se clasifican como "asfixia autoerótica") a menudo no son dadas a conocer al público. Se calcula que alrededor de 1.000 de estos suicidios accidentales ocurren en Estados Unidos todos los años. (5).
En muchos casos, hasta ha habido jovencitos que sin quererlo han matado a sus amigos y hermanos por seguir las sugerencias que se encontraban en las revistas de pornografía "leve". Ello demuestra que no son solamente los pervertidos y los criminales endurecidos los que han sido afectados adversamente por la pornografía. Por ejemplo, Zachariah Hurt, de 13 años, leyó una revista de pornografía y luego colocó con cuidado unos cordones de zapato alrededor del cuello de dos niños: su hermanito de 8 años, Benjamin, y Todd Pigg, Jr., de 7 años, luego tiró de los cordones y accidentalmente estranguló a los chicos.
2. Toda pornografía insensibiliza al que la ve
Toda pornografía, "leve", fuerte y aun los materiales de "educación" sexual "neutral", insensibilizan al vidente y lo condicionan a los actos sexuales, violentos o no, como parte integral de la conducta humana --26 estudios distintos han llegado a esta conclusión (4).
Una encuesta de Gallup de 1984 arrojó que dos tercios de los que respondieron creían que el ver violencia en la televisión era dañino para otros, pero sólo el 5% de ellos creía que era dañino para ellos mismos (4).
Neil Malamuth, Ed Donnerstein y Dolf Zillman, tres de los principales investigadores de la violencia sexual, han declarado que, en general: "La pornografía insensibiliza. El ver estos materiales, sean estos violentos o no, coactivos o no, aumenta experimentalmente la conducta agresiva del hombre contra la mujer, y disminuye la sensibilidad, de tanto el hombre como la mujer, hacia la violación sexual y hacia la situación deplorable de las víctimas. Tanto los hombres como las mujeres, después de haber visto este material, creen que la mujer que ha sido víctima de una violación sexual ha sido menos perjudicada, es menos digna y hasta es responsable de su propio sufrimiento (6).
Esta investigación demostró que, luego de haber visto brevemente un material pornográfico, las dos terceras partes de los varones universitarios estarían más dispuestos a obligar a una mujer a realizar actos sexuales, si se les pudiera asegurar que no serían atrapados o castigados. Un tercio de los estudiantes expresó sentir un aumento del deseo de cometer una violación sexual (6). Estos son cambios escalofriantes de la actitud, tomado en cuenta que la mayoría de las violaciones sexuales no se reportan.
La pornografía es particularmente eficaz en insensibilizar a personas emocionalmente perturbadas. Por lo menos 26 estudios han demostrado de forma definitiva que las personas emocionalmente perturbadas y aquellas con una tendencia hacia los actos violentos pueden llegar a ser significativamente insensibilizadas durante varias semanas luego de haber visto películas pornográficas y/o violentas durante tres horas (4).
3. La pornografía es adictiva
Varios estudios han demostrado que todas las personas, normales o desajustadas, que ven pornografía desarrollan el deseo de ver material pornográfico cada vez más perverso, así como los adictos a las drogas desean drogas cada vez más fuertes. Todas las personas fantasean acerca de materiales pornográficos y actos más perversos y aun muchos de ellos los incorporan en sus relaciones sexuales. Muchas personas comienzan a emplear métodos cada vez más violentos en sus relaciones sexuales.
Los psiquiatras británicos Martin Roth y Edward Nelson han declarado que "lejos de tener un efecto catártico, el ver pornografía produce un mayor interés en la desviación sexual" (7).
Donnerstein, Zillman y Malamuth informan que "el ver prolongadamente pornografía común, no violenta y no coactiva, creó el apetito de materiales más inusuales, extravagantes y desviados, incluyendo los violentos en un contexto sexual, como la exhibición del sadomasoquismo y la violación sexual".
Como ocurre con el caso de los drogadictos, aquellos que consumen pornografía llegan a sentir que necesitan materiales más y más perversos para mantener su nivel anterior de excitación sexual (4).
4. La pornografía degrada al matrimonio
Los que consumen pornografía generalmente ven material que muestra a mujeres atractivas que realizan casi cualquier tipo de acto con cualquier número de hombres (o animales). Los usuarios de la pornografía comienzan a creer que sus esposas también deberían realizar actos que sean por lo menos un poquito más "aventurados" o "experimentales" que aquellos a los cuales están acostumbradas. Cuando las esposas de estos irresponsables no satisfacen las fantasías que la pornografía les ha producido, entonces dichos usuarios se sienten insatisfechos. Puede que se sientan aún más insatisfechos con las imperfecciones físicas de sus esposas. Las esposas, por supuesto, se sentirán disgustadas y rechazarán el comportamiento cada vez más pervertido de sus esposos.
Entonces los esposos a menudo buscan a las prostitutas, quienes están acostumbradas a lidiar con estas peticiones tan extravagantes y perversas (3,8).
5. La pornografía aumenta la intención criminal de delincuentes peligrosos
Hay más de 65 estudios que demuestran que los criminales peligrosos (pederastas, asesinos, violadores, padres incestuosos) no sólo son más propensos a cometer sus delitos si consumen pornografía, sino que también son más propensos a usar extensamente la pornografía poco antes de cometer sus crímenes (4). Los hombres delicuentes que usan pornografía pronto comienzan a manifestar un comportamiento adictivo y compulsivo. Todos sus mecanismos para liberar tensión pronto se llegan a relacionar con las perversiones sexuales y su conducta se hace cada vez más criminal.
Cerca de dos millones de pederastas, violadores, sádicos y practicantes de relaciones sexuales con adolescentes o prostitutas infantiles cometen más de 2 millones de delitos al año. Esta cifra se refiere solamente a los incidentes que se reportan, el número total es evidentemente mucho más elevado.
Los ingenuos que creen que la pornografía "no tiene víctimas" deberían bajarse de la nube en que se encuentran durmiendo y darse cuenta de los hechos. Miles de personas han sido torturadas, violadas y asesinadas por seres humanos perturbados como resultado directo de la pornografía. Miles de estos casos abarrotan los archivos de la policía en todo Estados Unidos.
Jeffrey Dahmer, condenado por pederastia y al mismo tiempo un practicante confeso del homosexualismo, logró convencer a 17 jovencitos que fuesen a su apartamento. Una vez allí tuvo relaciones sexuales con ellos y luego los mató y los desmembró.
Este individuo fue un activista en organizaciones que defienden los "derechos de los homosexuales" y participó en desfiles para promover el "orgullo homosexual". La policía también encontró una enorme cantidad de pornografía fuerte y de videocintas en su apartamento (9).
El 24 de enero de 1988, el día antes de ser ejecutado por asesinato, Ted Bundy declaró, en una entrevista que le hizo el Dr. James Dobson de la organización Enfoque en la Familia, que: "Al principio, la pornografía enciende este tipo de corrientes de pensamiento... Como en el caso de las adicciones, sientes deseos de algo que sea más fuerte, más fuerte, algo que te provoque una excitación más intensa, hasta que llegas a un punto en que la pornografía ya no te ofrece más, llegas a un punto de salto en el cual te comienzas a preguntar si a lo mejor el hacerlo te daría aquello que está más allá de sólo leerlo o verlo".
Cuando Enfoque en la Familia publicó los resultados de esta importante entrevista, se encontró con la burla de aquellos que no acaban de aceptar las dañinas consecuencias de la pornografía, pero que en el fondo reconocieron cuán cierto fue lo que arrojó el diálogo de Dobson con Bundy. Evidentemente, las únicas personas que atacaron esta entrevista fueron aquellas que apoyan o lucran inmensamente con la pornografía.
Arthur Gary, que fue ejecutado en el Estado de Utah en 1983 por violar y matar a cinco niños, entre las edades de 4 y 13 años, declaró lo siguiente: "La pornografía no fue la única influencia negativa en mi vida, pero sus efectos en mí fueron devastadores. Yo soy un homosexual pederasta condenado por asesinato, y la pornografía fue el factor determinante de mi caída".
Los científicos del FBI de Quantico, Estado de Virginia, hicieron unos comentarios del papel que desempeñó la pornografía y sus efectos en el violador de Miami, Estado de la Florida, del caso de "la funda de la almohada". "Adquirió revistas [pornográficas] ... y soñó con realizar violaciones sexuales. Luego cruzó el umbral que separaba la fantasía de la realidad de los asaltos sexuales."
Ray Bauer, un adicto a la pornografía de St. Louis, Estado de Missouri, a menudo obligaba a su esposa de 29 años de edad a mirar películas de pornografía fuerte y luego la ataba y la torturaba. Finalmente, en abril de 1986, la Sra. Bauer no pudo aguantar más este maltrato y mató a su esposo a balazos después de un episodio de tortura particularmente violento. La espalda, el pecho y las posaderas tenían profundas marcas de latigazos. Los agentes del orden registraron la casa y encontraron la extensa colección que su esposo tenía de pornografía violenta y sadomasoquista, también encontraron instrumentos de tortura (10).
Los negociantes de la pornografía dicen que ésta no hace daño. El siguiente caso los desmiente.
En enero de 1986, Linda Lee Daniels, de 22 años de edad, de Albuquerque, Estado de Nuevo México, fue secuestrada en pleno día del estacionamiento de su propia casa por tres jóvenes, cuyo propósito era usarla, contra su voluntad, en una película pornográfica.
El productor de la película, Johnny Zinn, dijo a los tres secuestradores, a quienes él mismo había empleado, que quería un "producto" rubio para su película y que les pagaría $1.500 si encontraban a una mujer con esas características.
Después de raptar a Daniels, los jóvenes la drogaron y la violaron durante toda la noche y filmaron toda la secuencia de las violaciones. Los diarios matutinos del día siguiente mostraron una foto de Daniels. Entonces Zinn ordenó a sus compinches que la mataran. Ellos le dispararon repetidas veces, mientras la pobre víctima suplicaba que no le quitasen la vida.
A Zinn lo condenaron a cadena perpetua. Dos de sus cómplices, aunque los encontraron culpables de violación, ya están en libertad rondando las calles, quizás en búsqueda de más "productos" (11).
El FBI ha encontrado que el 80% (29 de 36) de los más recientes asesinos en masa utilizaron la pornografía extensamente como parte integral de sus crímenes sexuales, los cuales incluían violaciones y asesinatos en serie (4).
Algunos de estos asesinos fotografiaban a sus víctimas ya muertas, recortaban las fotos de sus rostros y los pegaban sobre fotos de pornografía fuerte como preparación para su próximo asesinato.
El FBI y la policía de toda la nación estadounidense han informado que han encontrado extensas colecciones de pornografía en las casas de prácticamente cada asesino en masa y pederasta que han arrestado.
El capítulo 18 del estudio, realizado en 1986, de la Comisión sobre la Pornografía del Fiscal General de Estados Unidos señala que las principales revistas pornográficas para hombres (Playboy, Penthouse, Hustler, Chic, Club, Gallery, Genesis y Oui) tienen una tasa de circulación cinco veces más elevada en los Estados de Alaska y Nevada que en el de Dakota del Norte (12). Es muy significativo que las tasas de violaciones sexuales de Alaska y Nevada son ocho veces más elevadas que la de Dakota del Norte.
Otros investigadores han confirmado que el 64% de todos los pederastas que son practicantes del homosexualismo y el 86% de todos los violadores usaron pornografía durante el momento en que cometían sus crímenes o inmediatamente antes.
Un sondeo de más de 400 criminales jóvenes en prisión demostró que los presidiarios que habían visto grandes cantidades de pornografía eran mucho más propensos a cometer actos violentos y sexualmente perversos que los otros presidiarios que no habían visto pornografía (3).
6. La pornografía impulsa a realizar otros crímenes y los facilita
Los que promueven la pornografía también promueven la pederastia al trivializar los actos sexuales entre niños y adultos.
Organizaciones como la Asociación de Norteamérica para el Amor entre Hombres y Niños o NAMBLA (North American Man-Boy Love Association) y la Rene Guyon Society están muy involucradas en el movimiento en pro del homosexualismo y en la pornografía fuerte. Ambas organizaciones también cabildean para que se eliminen las leyes que prohíben las relaciones sexuales con menores de edad.
Es un hecho que los magnates de la pornografía usan su gran riqueza e influencia para promover directamente los actos ilegales en sus revistas, incluyendo el uso de drogas peligrosas. Ello coincide con su ideología hedonista de que "todo es aceptable".
Según la Dra. Judith Reisman, presidenta del Institute for Media Education (Instituto para la Formación de los Medios de Comunicación Social), con sede en Washington, DC, la legalización de todos los tipos de uso de drogas ha sido una de las metas principales, a nivel económico, editorial y legislativo del imperio de la revista pornográfica Playboy desde 1966. La primera indicación de que Playboy iba a promover el uso de drogas y su legalización tuvo lugar en el número de septiembre de 1966 de esta revista. En ese número, Playboy publicó una entrevista que hizo a Timothy Leary, en la cual la revista se congració sobremanera con este portavoz del movimiento en pro de la legalización de las drogas.
En 1970, la Fundación Playboy formalmente subscribió el establecimiento, por parte del abogado Keith Stroup, de la National Organization for the Repeal of Marijuana Laws o NORML (Organización Nacional para la Anulación de las Leyes que prohiben el uso de la Mariguana). A finales de 1871, la Fundación contribuyó con $100.000, la primera de una larga series de donativos periódicos a NORML para su campaña en pro de las drogas de 1972.
Playboy ha continuado proporcionando una gran cantidad de asistencia, tanto editorial como económica, a la legalización de las drogas desde 1970. En 1973 y en 1975, los esfuerzos de NORML, con el respaldo de Playboy, tuvieron un triste éxito al lograr abolir la criminalidad legal de la mariguana en los Estados de Oregon y Alaska. La revista Playboy ha publicado anécdotas ficticias agasajando muchísimo a los que usaban drogas, ha impreso cuadros sinópticos sobre el uso de las drogas y ha servido de plataforma para numerosos portavoces a favor de las drogas, incluyendo a Timothy Leary y a la estrella de fútbol estadounidense Don Rogers --que luego murió de una sobredosis (13).
Según fuentes del Congreso de Estados Unidos, las drogas ilícitas constituyen un negocio de $70 mil millones al año. En la actualidad tenemos 20 millones de personas que fuman mariguana con frecuencia, 7 millones que usan cocaína con frecuencia y medio millón de adictos a la heroína (14). Nuestra sociedad se está realmente ahogando en un diluvio de drogas y ningún niño está plenamente protegido de las drogas y de la pederastia (¡incluyendo el suyo!)
Lo último que necesitamos es que venga un grupo de libertinos ricos a instigar a los que promueven el uso de drogas con sus ilógicos argumentos publicados en costosas revistas a colores.
Brian Clowes, Ph.D. es el Director del Instituto de Capacitación Pro vida de Human Life International y autor de la monumental obra en inglés Pro-Life Activist´s Encyclopedia (Stafford, Virginia: American Life League, Inc., 1993). Este artículo es la traducción del capítulo 133 de esta enciclopedia. La enciclopedia es distribuida por la American Life League, Inc., P.O. Box 1350, Stafford, VA 22555, USA, tel.: (540) 659-4171, página web: www.all.org y por Human Life International, 4 Family Life Lane, Front Royal, VA 22630-6453, USA. Tel. (540) 635-7884. Fax: (540) 636-7363. Email: hli@hli.org. Página web. http://www.hli.org.
Human Life International (HLI) es la organización católica más grande del mundo dedicada a la defensa de la vida humana y la familia, con más de 80 oficinas en 5 continentes. HLI realiza su labor en total fidelidad al Magisterio de la Iglesia Católica, por medio de la oración, el servicio al prójimo y la educación.
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Notas: 1. Christopher Dawson, durante las Conferencias Gifford de 1947, en Edinburgh, Escocia. Citado en la National Federation for Decency Journal (noviembre-diciembre, 1987). 2. Madonna, Sex (1992). Citado en Suzan Bibisi, Los Angeles Daily News, "Madonna: Sex Has Some Raunchy Text, Artistic Photography." The Vancouver [Washington] Columbian, 22 de octubre de 1992, B2. 3. David A. Scott, Pornography. Its Effects on the Family, Community and Culture. Publicado por Child and Family Protection Institute y por Contact America. Pida su ejemplar (en inglés) a Family Policy Insights, 721 Second Street NE, Washington, DC 20002. 4. The Hill-Link Minority Report of the Presidential Commission on Obscenity and Pornography. Este informe se puede pedir a Morality In Media, 475 Riverside Drive, New York, New York 10115. 5. R. Hazelwood, P. Dietz, y A. Burgess. "The investigation of Autoerotic Fatalities." Journal of Police Science and Administration. September 1981, 404-411. Véase también el Post-Dispatch de St. Louis, 25 de agosto de 1990. 6. P. Zimbardo. "Sexual Murderers." Psychology Today, noviembre de 1977, 69-76 y 148. 7. "Porn Traffickers Share Guilt in Sexual Murders." The Wanderer, 9 de marzo de 1989, 2. 8. Frank Morris. "Pornography and the Degradation of Society." The Wanderer, 9 de febrero de 1989, 4. 9. Michael C. Buelow. "Police Believe Suspect Killed 17." The Oregonian, 26 de julio, 1991, A1 y A24. También: "Relative in Dahmer Case Sues." USA Today, 6 de agosto de 1991, 3A. Véase también la Carta, publicada (en inglés) mensualmente por Focus on the Family, de octubre de 1991. 10. "Woman Kills Porn Addict Husband." National Federation for Decency Journal, mayo-junio, 1986, 7. 11. Dixie L. Gallery, madre de la víctima. "Co-ed Picked at Random is Kidnapped, Raped, Murdered By Pornographers." National Federation for Decency Journal, abril, 1987, 5. 12. Final Report of the Attorney General´s Commission on Pornography. Rutledge Hill Press, 513 Third Avenue South, Nashville, Tennessee 37210, USA, 1986. 13. "American Drug Culture Has Roots in Playboy." National Federation for Decency Journal, noviembre-diciembre de 1986, 4. 14. News of Interest. "Drug Use Continues to Grow." National Federation for Decency Journal, agosto, 1987, 15.
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Fuente: Mscperu.org
viernes, 4 de enero de 2008
Todos educamos mal… pero unos peor que otros / Autor: Tomás Melendo
1. Presentación
Ahora
Cuando escribo estas líneas, tengo 55 años. Si las predicciones del ginecólogo se cumplen, mi hija mayor, María, dará a luz el 7 de septiembre próximo, el mismo día en que la menor, María José, cumplirá 15 años, y mi madre, nada menos que 90.
Curiosamente, Lourdes y yo lo haremos, los dos, el 8 de ese mismo mes, fiesta de la Natividad de la Virgen. Yo, según acabo de sugerir, cumpliré 56; y Lourdes, «alrededor de 35, como de costumbre».
Y entre los 30 de María y los futuros 15 de María José, se sitúan mis otros cinco hijos, haciendo un total de siete.
Aun cuando, en principio, quede mucho camino por recorrer, los 55 años permiten ya echar una mirada atrás y ver lo que has ido haciendo con tu vida y, en concreto, cómo te has desenvuelto como educador.
Empiezo por confirmar desde el fondo del alma que, en el momento presente, me siento muy orgulloso de todos y cada uno de mis hijos y espero que nos sigan dando, junto con alguna que otra preocupación —que tampoco han faltado y vienen bastante bien—, tantas alegrías como hasta ahora.
Anoche
Como anoche llegó María de Irlanda, con idea de pasar las últimas semanas de embarazo y el parto junto a Lourdes, nos reunimos, además del matrimonio, cuatro de los hijos, la novia de uno de ellos y María Josefa, la madre de Lourdes (lo de «mi suegra» no le gusta que lo diga, pero así se entendería mejor).
Eran casi las 12 cuando María entró en casa. Antes, además de las dos del viaje, había estado una hora y media dentro del avión, clavado en la pista de despegue, con un calor sofocante, agravado por la presencia del pequeño —dos kilos, ochocientos, por entonces— en una tripa descomunal. Pero eso no impidió que la velada se prolongara has bien cumplidas las dos de la madrugada.
Disfruté como siempre que, en familia, recordamos tiempos pasados. Hacía mucho que no me reía tanto y con tantas ganas. Lo mismo que suele ocurrirme cada vez que salen a relucir anécdotas de «cuando éramos pequeños» (y digo «éramos» porque de ordinario son ellos los que las cuentan).
¡Y es que hay pocas cosas que ayuden más a la buena marcha de una familia y de cada uno de los que la componen como la alegría y el buen humor!
Todos educamos mal… pero unos peor que otros
El título y subtítulo del libro —que anoche me rondaron una y otra vez por la cabeza— tienen su pequeña historia. Surgieron hace alrededor de medio año en México. Iba a pasar poco más de un mes en ese país, dando cursos y conferencias en distintas ciudades, pero con la sede central en Guadalajara, la capital y la «novia» de Jalisco.
(«♫ ♫ ♫ Jalisco, Jalisco, Jalisco, tú tienes tu novia, que es Guadalajaaaaaara; muchachas bonitas, la perla más rara de todo Jalisco es mi Guadalajaaaaaara… ♪ ♪ ♪»).
En las últimas ocasiones, cuando el viaje va a ser largo, suelo vivir en casa de antiguos amigos… o de amigos de mis amigos, que todavía no conozco, pero que me reciben, como sucede siempre en México —país acogedor donde los haya—, con todo el cariño del mundo.
Esta vez se trataba de personas a las que no había visto nunca. No quiero dar muchos detalles, porque no les he pedido aún permiso, y tienen todo el derecho a preservar su intimidad. Diré solo que, entre los cuatros hijos, la segunda era una adolescente, no de libro, que eso es poco, sino de auténtica exposición: es decir, como debe ser toda adolescente que se precie.
Y, además, cosa que no supe horrorizado hasta que entré en su habitación, quien esto escribe —es decir, un servidor— era el causante de que la «hubieran arrojado» de su cuarto, dispuesto desde entonces para que yo pudiera dormir y establecer en él mi «centro de operaciones».
Tengo que decir, y ojalá no me equivoque, que entre «la adolescente» y yo se creó muy pronto un clima de complicidad y —de nuevo espero no fantasear— de auténtico cariño.
Al día siguiente de llegar, la dueña de la casa, encantadora, coincidió a solas conmigo durante un buen rato. Como uno se dedica a temas de amor y familia (que no «de amor y lujo», no confundamos), los demás dan por supuesto que «debe de hacerlo bien». Ella, por el contrario, tenía la impresión de ser una pésima educadora.
Charlamos algo más de dos horas, y tuve que concluir con lo que ya era para mí una convicción muy honda, y de entonces a hoy se ha venido afianzando, conforme más pensaba en ello y observaba lo que ocurre en mi entorno:
1. Que todos los padres educamos mal… y no pasa nada.
2. Pero que algunos lo hacen muy mal, y entonces es cuando suele haber problemas.
Por supuesto que mi anfitriona no se contaba entre los «muy mal», sino que se desenvolvía, más o menos, como cualquiera de nosotros. La diferencia era, simplemente, de edad y profesión. En concreto: yo ya había pasado por lo que ella estaba entonces viviendo (recuerden mis 55-56 años)… y había reflexionado mucho sobre el asunto (de profesión: filósofo).
Quede claro que, al igual que Zattoni y Gillini —a los que citaré más de una vez—, cuando digo esto no lo hago «… para alimentar reductos de sentido de culpa (“si me meto, entonces me sentiré culpable de algo”) y refugiarnos acaso en un deprimente: “¡Me he equivocado en todo!”; sino para darnos algunas oportunidades. Hay actitudes que nos vienen “espontáneas” a los padres y que han de ser reforzadas en su validez natural; es mucho mejor fortalecer estas que llorar por lo que ya no tiene remedio: es mucho más útil fortificar lo que hacemos de bueno que darse golpes de pecho por las culpas.»
Los malos y los peores
Para volver a lo nuestro, la conclusión que saqué de aquel rato de fascinante «plática a la mexicana» se resume en pocas palabras: si educar es ayudar a nuestros hijos a que cumplan su misión en esta tierra, y si su tarea es la de prepararse para llegar a ser interlocutores del Amor de Dios por toda la eternidad, ¿puede haber algún ser humano, varón o mujer, que realmente «lo haga bien»? ¿No se trata de algo que, por definición, supera nuestras fuerzas?
Tranquilidad, por tanto, porque hay Quien se encarga de que, a pesar de los pesares —de ti y de mí—, «al final de la jornada…» las aguas lleguen a su cauce. Se trata, simplemente, de no poner excesivas trabas.
(Aunque eso no quite, como veremos con calma, que a todos los padres nos incumba la obligación de hacerlo un poco menos mal… y disfrutar de lo lindo mientras educamos.
Como explica Macià, «… lo importante es que se puede aprender a ser padres, basta un mínimo grado de motivación, estar dispuesto a esforzarse, a dedicar parte de nuestro tiempo y contar con los instrumentos adecuados. Educar es sinónimo de exigencia, puede exigir esfuerzo y privación, pero es una tarea llena de maravillosas recompensas.»)
Si educar es ayudar a nuestros hijos a prepararse para llegar a ser interlocutores del Amor de Dios por toda la eternidad, ¿puede haber algún ser humano, varón o mujer, que realmente «lo haga bien»?
Primer espejismo
¿Por qué, entonces, la preocupación recurrente y la sensación de estar haciéndolo muy mal, justo entre quienes luchamos por llevarlo a cabo lo mejor que sabemos y podemos?
Dosificaré la respuesta a lo largo del escrito. Anticipo un par de ideas.
Fue precisamente en esa conversación de Guadalajara donde, en un tono de lo más distendido, caí en la cuenta y comenté a mi amiga, casi con estas palabras y una punta de ironía hacia mí mismo: «es delicioso que, mientras son pequeños, nuestros hijos hagan libremente… lo que nosotros queremos que hagan».
Uno o una se sienten como en las nubes, con la alegría del deber cumplido, muchas ganas de seguir adelante y sin nada serio que turbe la paz interior. Hay cansancio, momentos en que estamos hartos, ganas de tirar la toalla o de ahogar a alguno de los críos («¡bendito Herodes!», que diría una de mis cuñadas)… pero siempre en tono menor.
La cosa cambia de raíz con la adolescencia, cuando empiezan a hacer, un poco menos libremente de lo que ellos piensan y bastante más de los que nosotros creemos y desearíamos, lo que realmente a ellos o a ellas les da la gana.
Es un tema apasionante, que me entusiasma: volveré sobre él con detenimiento.
Es «encantador» que, mientras son pequeños, nuestros hijos hagan libremente… lo que nosotros queremos que hagan.
La cosa cambia cuando empiezan a crecer y a hacer lo que realmente les da la gana.
Segundo espejismo
No sé si, dentro del contexto que estoy dibujando, el lector habrá tenido la terrible desgracia que muchos hemos padecido. La de que amigos menos ocupados por la educación de los suyos nos repitan, entre admirados y sanamente envidiosos: «¡hay que ver la suerte que has tenido con tus hijos!; si te hubieran tocado los míos…»
Ante lo que uno —o, al menos, ese uno que soy yo— se siente muy tentado de responder que suerte, suerte, lo que se dice suerte, puede que haya habido, pero que también son muchas horas de reflexión y de diálogo con la esposa, de atenciones a ella y a los críos, de juegos compartidos y un etcétera casi infinito, que de ordinario prefiero silenciar en aras de una amistad que debe seguir madurando para el bien de todos.
Peor que terrible es lo mío. María Josefa, la madre de mi mujer (mi «suegra», para entendernos de nuevo), concretaba más el asunto. En este caso, tomaba como punto de comparación a sus restantes nietos y a sus respectivos padres y madres, entre los que uno de cada pareja es, lógicamente, hijo o hija suyos. Y el resultado no podía ser más contundente: no era Lourdes, sino yo, el que sabía educar y educaba de maravilla a nuestros hijos.
Cada vez que lo repetía, yo intentaba convencerla y convencerme de que eso era una bobada, aunque, como mandan las normas, la última palabra era siempre la suya. Entonces tenía la impresión de no hacerle ningún caso, pues creía conocer bien mis errores. De un tiempo a esta parte empecé a darme cuenta de que, en el fondo-fondo, no estaba del todo en desacuerdo con ella: yo lo hacía bastante bien.
Ahora, por el contrario, cuando todos han pasado o se encuentran en plena adolescencia, veo con nitidez que lo hacía… normalito, que es la mejor manera de hacer las cosas.
¡Hay que ver la suerte que has tenido con tus hijos…!
Para concluir
Y normalito equivale en este caso, lo repito con plena conciencia, a bastante mal… aunque no «peor que la media». Tras lo cual, resumo, por si sirve de ayuda a alguien.
Suelen hacerlo menos mal:
1. Quienes, dándose cuenta o no, procuran desaparecer discretamente, de acuerdo con el cónyuge y sin bajar por ello la guardia, y dejan la iniciativa a quienes realmente les corresponde. Es decir:
1.1. A cada hijo, progresivamente, según va pasando el tiempo.
[Los niños, como sabemos (¿lo sabemos?), tienen sus propios recursos, que hay que aprender a descubrir y apoyar; y lo peor que puede hacer un adulto —y lo que normalmente hacemos, si no nos andamos con tiento— es impedir que los desarrollen, tratar de imponerles los nuestros y medirlos por nuestro rasero.]
1.2. Y al auténtico Autor de cualquier mejora humana, que solo nos pide —pero nos lo pide, ¡ojo!— que no estorbemos demasiado.
[En este caso no quiero ni mencionar la disparidad entre nuestras estrategias y nuestra lógica de adultos y los absurdos medios que se Le ocurre emplear a Quien —¡mira por dónde!— nos animó a hacernos como niños.]
Y lo hacen francamente mal:
2. Los que se consideran protagonistas en la educación de los hijos. Es decir:
2.1. Quienes asfixian a los críos y ya-no-tan-críos con constantes reflexiones, prohibiciones y consejos… dictados por los años y la experiencia.
2.2. Y quienes están convencidos de hacerlo muy bien (¡que Dios —que nos alienta a hacernos como niños— nos libre de ellos!)
Lo hacen bastante mal quienes creen ser los protagonistas en la educación de sus hijos
2. Contenido básico
¿Ser o subjetividad?
Después de esta breve introducción, y con conciencia de que apenas voy a ser entendido durante tres o cuatro páginas —y de que, para tranquilidad del lector, tampoco importa demasiado—, paso a exponer las líneas de fuerza de todo el escrito.
La idea que le sirve de base no es muy distinta de la que ha presidido estudios anteriores y, en fin de cuentas, casi todo lo que he publicado hasta el día de hoy: la prioridad absoluta del ser sobre la subjetividad humana (es decir, de la realidad-real sobre los deseos arbitrarios, ligerezas, caprichos, pretensiones, veleidades, desvaríos… de los distintos sujetos humanos: usted y yo, de nuevo).
Apenas cuentan nuestros gustos… ni tampoco los del hijo
Lo que cambia, en este caso, son las «traducciones» de semejante principio.
1. A saber, y antes que nada, que la referencia primordial de todo quehacer educativo, el ideal al que hay que atender en cualquier momento de la biografía de una persona, lo constituye lo que esa persona es y, consecuentemente, lo que está llamada a ser.
Y no —sería la otra posibilidad— lo que «alguien» (él mismo o cualquier otro) ambicione o desee, o le apetezca o le disguste o le horrorice… si todo ello no concuerda con la concreta condición personal de quien se está formando.
2. Con lo que este principio básico se aplica tanto a quienes deben educar como a quienes han de ser educados. Y lo hace de maneras muy diversas y con un sinfín de manifestaciones, que iré señalando en su momento.
2.1. Por ejemplo, la atención prioritaria al (modo de) ser de cada uno de nuestros hijos lleva consigo que los sueños y las novelas que hemos forjado respecto a ellos —en principio, nobilísimos e incluso imprescindibles— deban ceder el paso a lo que vamos descubriendo que exigen las reales cualidades y el entorno de ese chico o esa chica… que no tienen por qué coincidir con los del hermano o la hermana de solo un año más o menos que él o que ella.
¡Y no digamos nada con nuestras ambiciones, antojos, pretensiones, apetencias, aspiraciones… y cuanto se sitúa en la misma línea!
En el fondo, es el principio que preside, juntos con muchos otros, este excelente consejo: «Cuando reconocemos los sentimientos de un niño, le prestamos un gran servicio. Le ponemos en contacto con su realidad interior. Y una vez ha definido esa realidad, podrá acopiar fuerzas para hacerle frente» (Faber, Adele y Mazlish, Elaine).
Y también el que mencionaré de inmediato, de Gottman y Silver, que recogen a su modo lo que un santo del pasado siglo llamaba «mística ojalatera» o «del ojalá»: «¡ojalá no me hubiera casado!», «¡ojalá no me hubiera quedado soltero!», «¡ojalá tuviera menos —o más— años!», «¡ojalá fuera más inteligente, más guapo, más fuerte, más delgado…!»
En palabras de Gottman y Silver: «Muchas veces nos quedamos atascados en frases condicionales del tipo: “Si tan solo...” Si tan solo mi pareja fuera más alta, más lista, más atractiva... todos mis problemas desaparecerían. Mientras prevalezca esta actitud, será muy difícil resolver los conflictos. A menos que aceptes los defectos y debilidades [¡la realidad!] de tu pareja no podrás llegar a ningún acuerdo. En lugar de esto te lanzarás a una campaña para hacer cambiar a tu cónyuge. Para resolver un conflicto no hace falta que una persona cambie.»
2.2. Algo bastante parecido sucede con el educando en relación consigo mismo: también él ha de saber adecuar sus ilusiones y anhelos a lo que, respecto a las vías de su más cabal desarrollo, le van sugiriendo su propio (modo de) ser y las circunstancias en que su vida de hecho se desenvuelve.
Para lo cual nosotros, los padres y educadores, tenemos que permitirle y ayudarle a que se conozca y a que descubra lo mejor que en él se encierra, para que de este modo, sabiendo quién es, pueda obrar en consecuencia.
Lo que supone, como apuntaré, no olvidarnos del niño que cada uno fuimos… y del que, en cierto modo, seguimos siendo, si no nos hemos empeñado en sofocarlo.
Llegar a ser quienes somos
En fin de cuentas, todo lo anterior remite a una de las afirmaciones más repetidas a lo largo de la historia del pensamiento occidental, desde Píndaro hasta Jaspers.
Uno y otro sostienen, con palabras casi coincidentes, que «el hombre es aquel ser que debe llegar a ser hombre».
Una afirmación que hoy expresaríamos más a gusto, con el más preciso lenguaje de los personalistas, diciendo que «cada persona humana debe llegar a ser quien es».
A saber: «alguien» —con toda la carga ponderativa que en la actualidad suele atribuirse a este término— dotado de una sublime grandeza y, a la vez, único e irrepetible; pero ese «alguien»… habiendo desarrollado el sinnúmero de perfecciones que virtualmente se encierran en su ser. Y tales perfecciones son extraordinarias.
Cada persona humana está llamada a ser quien es
Interlocutores del Amor de Dios
Efectivamente, según he considerado en otras ocasiones, en el mismo instante en que un nuevo sujeto humano es concebido, el (acto de) ser que Dios infunde junto con el alma apunta y estimula ya el despliegue futuro del inmenso conjunto de facultades y acciones que lo dirigirán, siempre que esa persona asuma libremente semejante impulso, hasta el Interior del propio Dios, para transformarse —como acabo de sugerir— en un interlocutor eterno del Amor divino: en un acto (participado) de amor de Dios.
El «Término» al que todos los hombres deben dirigirse es, pues, el Mismo Dios que amorosamente los ha creado.
Los caminos resultan, en cierto sentido, paralelos o, más bien, coincidentes. No obstante, se configuran como radicalmente únicos, en función del particular y no reiterable modo de ser de cada persona y del sucederse de situaciones y coyunturas, también únicas, con que se topará a lo largo de su existencia.
La labor de educación, de la que el propio educando acabará por ser el principal artífice, se compone del cúmulo de auxilios que le permitirán alcanzar la Meta anhelada.
Y la clave de todo el proceso, como veremos hasta quedar hartos —ya verán como sí: ¡hartos!—, es el amor, en su acepción más genuina.
La clave de las claves de las claves de las claves… es el amor
Ser y hacer
Todavía me parece conveniente esbozar otro punto, que tal vez asombre o incluso moleste a más de uno.
Sin duda, el problema más extendido hoy día en muchas familias es que a casi todos nos gustaría hacer bien de padres… sin esforzarnos seriamente por ser buenos padres.
O, si se prefiere, sin esforzarnos seriamente o simplemente sin esforzarnos… sin más añadidos: lo que casi siempre equivale a «que nuestros hijos no nos den quebraderos de cabeza».
Y esto resulta, sencillamente, imposible.
La filosofía clásica y el sentido común están de acuerdo en que el obrar sigue al ser y el modo de obrar al modo de ser. Lo expresan cientos de dichos populares: «el árbol se conoce por sus frutos», «no se pueden pedir peras al olmo», etcétera.
Y lo ha resumido egregiamente, para nuestro tema, Cornelio Fabro, en unas cuantas palabras que darían pie a un cúmulo de reflexiones:
«La única pedagogía es la profundidad de nuestro ser»
O, lo que viene a ser lo mismo, que cada cual educamos o deseducamos en función de lo que somos.
[En versión light: la grandeza del propio ser, que hoy traduciríamos por «personalidad», en el sentido más noble y hondo de este término, nos confiere la auctoritas —hoy, prestigio o ascendencia: auténtica autoridad—, que hace innecesario el recurso a la potestas —hoy, violencia, fuerza bruta, descalificaciones, castigos, reprimendas…— y facilita enormemente el proceso educativo.]
Pero la mayoría de los padres no queremos enterarnos. No estamos dispuestos a poner los medios imprescindibles para llegar a ser buenos padres —cosa nada sencilla— y, sin embargo, pretendemos educar a nuestros hijos, lo que significa hacer bien de padres.
Conclusión: ser y hacer —o no-ser, pero aspirar a sí-hacer e incluso a sí-hacer-y-muy-bien— no siempre van de la mano.
[En definitiva, la que vengo exponiendo es la convicción que subyace al estupendo libro de Monika Murphy-Witt, Padres consecuentes, niños felices, que cabría resumir inicialmente en este par de frases literales: «Los objetivos educativos deben ser adecuados a las ideas acerca de los valores de los padres; solo entonces se pueden perseguir de forma consecuente.»
Idea que debe ser completada con estas otras:
«El problema es que mientras los padres mismos no poseamos un sistema de valores firme, no podemos tomar ninguna postura clara frente a nuestros hijos. Nos tambaleamos de un lado a otro igual que nuestra agrietada imagen del mundo. Solo quien está verdaderamente convencido de algo puede presentarse con rectitud ante su vástago y seguir su línea de forma consecuente. Y además lo deja de manifiesto con su actitud en el día a día y su firmeza en situaciones críticas. Quien quiere ser consecuente, por lo tanto, necesita valores, ya que cuando se toma una decisión por convicción es inamovible. Los pequeños se dan cuenta de ello rápidamente.»]
Resumen
No tengo que multiplicar los comentarios. Tal vez baste con sentar dos afirmaciones:
1. El crecimiento de cada hijo guarda una relación muy estrecha con el empeño real y constante de sus padres por ser mejores personas y, como consecuencia, también mejores padres. Si ellos no luchan eficazmente por corregirse día a día y en aceptar en ese combate la leal ayuda del cónyuge, es prácticamente imposible que logren una mejora en los hijos.
2. La diferencia más honda entre quienes simplemente lo hacemos mal y los que lo hacen aún peor estriba justo ahí: en que los primeros batallamos por crecer como personas, mientras los segundos aspiran a forjar las personas de sus hijos sin esforzarse por reformar la propia.
El problema más extendido en la educación actual es que a muchos nos gustaría hacer bien de padres… sin esforzarnos seriamente por ser buenos padres
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Tomás Melendo
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director de los Estudios Universitarios en Ciencias para la Familia
Universidad de Málaga
Fuente: http://www.edufamilia.com/
Visita diaria a Jesús / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.
La triste realidad es que la mayoría de los fieles no sienten deseos de visitar a Jesús durante la semana. Por lo cual, tampoco se ve la necesidad de dejar abiertas las iglesias. Y Jesús se pasa horas y horas, solitario, esperando a alguna alma piadosa, que venga a consolarlo y darle la alegría de pedirle sus bendiciones.
"Cristo, personalmente presente junto a la luz vacilante de la lámpara solitaria, sigue exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a los que adoran con fe" (Pablo VI al Congreso eucarístico del Perú, 30-8-65). Cristo no está en el sagrario de modo estático, como si estuviera durmiendo, sino está vivo y dinámico. Su presencia real no es un "estar ahí", sino "estar por ti". Te está esperando ¿hasta cuándo?.
En los primeros tiempos del cristianismo, se guardaba la Eucaristía en las casas para llevarla a los enfermos o a los cristianos que iban a padecer el martirio o a otras Iglesias en señal de comunión. ¡Con cuánto amor la guardaban! Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la lámpara, piensa que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa está el milagro más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede comprender, porque es un milagro de amor.
Él te sigue esperando desde hace dos mil años, escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de Nazaret. Acércate a El con amor y devoción como los pastores, como los magos, como lo hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y comunión, la mejor receta que puedo darte para que crezcas en santidad es: ¡Cinco minutos de sagrario cada día! Cuando necesites a Jesús, búscalo en el sagrario de nuestras iglesias, míralo a los ojos, ten sed de no perderlo de vista, ten sed de quedarte a sus pies, ten sed de amarlo con todo tu corazón.
No te canses de amarlo día y noche. A todas horas, levanta tu mirada hacia el sagrario más cercano. Allí está tu amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida. Allí está la Salud y la Paz. Allí está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se encierran allí! ¡Cuánta luz sale del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser el centro de tu vida, el amigo más querido, el tesoro más preciado. En El encontrarás la ternura de Dios.
Mira a Jesús en el sagrario y déjate amar por El. Vete cada día a visitarlo. Allí aprenderás más que en los libros. Escucha su Palabra como la Magdalena, que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus manos tus problemas y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo entero, pues todo le interesa. Y sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. El sosegará tu ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo. El te dirá como a Jairo: "No tengas miedo, solamente confía en Mí" (Mc 5,36).
¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús en el sagrario! ¡Cómo ayudan a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos momentos, no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está cerrada, dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y salúdalo con una sonrisa. En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay corrientes de vida, manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está Jesús, el Dios de la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios Omnipotente, que quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus hermanos.
"Cristo, personalmente presente junto a la luz vacilante de la lámpara solitaria, sigue exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a los que adoran con fe" (Pablo VI al Congreso eucarístico del Perú, 30-8-65). Cristo no está en el sagrario de modo estático, como si estuviera durmiendo, sino está vivo y dinámico. Su presencia real no es un "estar ahí", sino "estar por ti". Te está esperando ¿hasta cuándo?.
En los primeros tiempos del cristianismo, se guardaba la Eucaristía en las casas para llevarla a los enfermos o a los cristianos que iban a padecer el martirio o a otras Iglesias en señal de comunión. ¡Con cuánto amor la guardaban! Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la lámpara, piensa que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa está el milagro más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede comprender, porque es un milagro de amor.
Él te sigue esperando desde hace dos mil años, escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de Nazaret. Acércate a El con amor y devoción como los pastores, como los magos, como lo hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y comunión, la mejor receta que puedo darte para que crezcas en santidad es: ¡Cinco minutos de sagrario cada día! Cuando necesites a Jesús, búscalo en el sagrario de nuestras iglesias, míralo a los ojos, ten sed de no perderlo de vista, ten sed de quedarte a sus pies, ten sed de amarlo con todo tu corazón.
No te canses de amarlo día y noche. A todas horas, levanta tu mirada hacia el sagrario más cercano. Allí está tu amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida. Allí está la Salud y la Paz. Allí está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se encierran allí! ¡Cuánta luz sale del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser el centro de tu vida, el amigo más querido, el tesoro más preciado. En El encontrarás la ternura de Dios.
Mira a Jesús en el sagrario y déjate amar por El. Vete cada día a visitarlo. Allí aprenderás más que en los libros. Escucha su Palabra como la Magdalena, que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus manos tus problemas y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo entero, pues todo le interesa. Y sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. El sosegará tu ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo. El te dirá como a Jairo: "No tengas miedo, solamente confía en Mí" (Mc 5,36).
¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús en el sagrario! ¡Cómo ayudan a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos momentos, no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está cerrada, dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y salúdalo con una sonrisa. En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay corrientes de vida, manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está Jesús, el Dios de la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios Omnipotente, que quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus hermanos.
Desde el pozo, hacia el cielo / Autor: P. Fernando Pascual L.C.
No ocurre sólo en las películas. Unos soldados cansados, un capitán extenuado, tristeza, rabia y desesperanza... De repente, una música, un chiste, un discurso inspirado, y todos recobran energías: vuelve cada uno a su puesto de batalla, con la ilusión de hacer su parte, de cumplir su misión...
No ocurre sólo en las películas. También en la vida real muchos de nosotros hemos vivido situaciones parecidas.
En grupo o en soledad, como familia o entre los amigos, en una actividad ocasional o en el trabajo... hay momentos en los que parece que todo se hunde, que no hay esperanza, que la vida ha perdido su sentido.
Son momentos que no quisiéramos repetir. Todo iba bien, todo caminaba sobre ruedas. De repente, pasa algo, grande o pequeño, imprevisto o preanunciado. El panorama, de improviso, ha dado un vuelco. ¿La causa? Un error humano o un terremoto, un choque o un resbalón, un virus gripal o un virus electrónico, una llamada por teléfono o un aviso de las cuentas del banco, una negativa de un contrato o una nota de despido.
Son momentos en los que todo parece oscuro. Días, meses, años, tirados, de repente, por la borda. Parece que no hay esperanza, que no hay salida, que no quedan motivos para seguir la lucha...
Pero hay otros momentos en los que algo, alguien, irrumpe en nuestras almas. Será una música que nos evoca nuestra infancia, o la llamada por teléfono de un amigo que tiende la mano, o la sonrisa sincera de quien antes nos miraba con desprecio, o simplemente el recuerdo de un consejo repetido tantas veces por la abuela: en la vida encontrarás gente buena y gente mala...
Será, tal vez, un instante. Suficiente como para que todo el panorama cambie, de golpe. Como si se corriesen las cortinas y un viento fuerte alejase tinieblas que oprimían el alma.
Algo, alguien, ha permitido que, desde el pozo de un fracaso, levantemos los ojos hacia lo alto. Arriba sigue, sereno, limpio, luminoso, el cielo. Sobre todo, “arriba” y “dentro”, susurra Dios que no nos deja, que está siempre a nuestro lado, que quiere que dejemos de buscar seguridades vanas para abrirnos, con esperanza, al Reino. Un Reino que poseen los pobres, los justos, los limpios, los misericordiosos, los que se hacen como niños. Un Reino que también es para mí, pobre creatura hundida en un pozo de fracasos pero abierta a la esperanza.
Entonces somos capaces de mirar adentro, a los corazones, para descubrir que tengo, a mí lado, más manos que ayudan que manos que arrojan piedras.
No ocurre sólo en las películas. Quizá hoy puede ser el día decisivo para cambiar mi vida. Quizá hoy asumiré con valor el pasado, con sus lastres y sus derrotas, para tomar nuevamente el arado ante el surco de mi existencia, para servir a mis hermanos, para ofrecer este pobre tiempo en la vocación más hermosa que Dios ofrece al ser humano: dejarse amar y amar sin límites...
------------------------------
Fuente: Catholic.net
No ocurre sólo en las películas. También en la vida real muchos de nosotros hemos vivido situaciones parecidas.
En grupo o en soledad, como familia o entre los amigos, en una actividad ocasional o en el trabajo... hay momentos en los que parece que todo se hunde, que no hay esperanza, que la vida ha perdido su sentido.
Son momentos que no quisiéramos repetir. Todo iba bien, todo caminaba sobre ruedas. De repente, pasa algo, grande o pequeño, imprevisto o preanunciado. El panorama, de improviso, ha dado un vuelco. ¿La causa? Un error humano o un terremoto, un choque o un resbalón, un virus gripal o un virus electrónico, una llamada por teléfono o un aviso de las cuentas del banco, una negativa de un contrato o una nota de despido.
Son momentos en los que todo parece oscuro. Días, meses, años, tirados, de repente, por la borda. Parece que no hay esperanza, que no hay salida, que no quedan motivos para seguir la lucha...
Pero hay otros momentos en los que algo, alguien, irrumpe en nuestras almas. Será una música que nos evoca nuestra infancia, o la llamada por teléfono de un amigo que tiende la mano, o la sonrisa sincera de quien antes nos miraba con desprecio, o simplemente el recuerdo de un consejo repetido tantas veces por la abuela: en la vida encontrarás gente buena y gente mala...
Será, tal vez, un instante. Suficiente como para que todo el panorama cambie, de golpe. Como si se corriesen las cortinas y un viento fuerte alejase tinieblas que oprimían el alma.
Algo, alguien, ha permitido que, desde el pozo de un fracaso, levantemos los ojos hacia lo alto. Arriba sigue, sereno, limpio, luminoso, el cielo. Sobre todo, “arriba” y “dentro”, susurra Dios que no nos deja, que está siempre a nuestro lado, que quiere que dejemos de buscar seguridades vanas para abrirnos, con esperanza, al Reino. Un Reino que poseen los pobres, los justos, los limpios, los misericordiosos, los que se hacen como niños. Un Reino que también es para mí, pobre creatura hundida en un pozo de fracasos pero abierta a la esperanza.
Entonces somos capaces de mirar adentro, a los corazones, para descubrir que tengo, a mí lado, más manos que ayudan que manos que arrojan piedras.
No ocurre sólo en las películas. Quizá hoy puede ser el día decisivo para cambiar mi vida. Quizá hoy asumiré con valor el pasado, con sus lastres y sus derrotas, para tomar nuevamente el arado ante el surco de mi existencia, para servir a mis hermanos, para ofrecer este pobre tiempo en la vocación más hermosa que Dios ofrece al ser humano: dejarse amar y amar sin límites...
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Fuente: Catholic.net
Sigue la estrella que brilla para ti / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Todos hemos oído contar la leyenda del joven escalador, que aquel fin de semana se echó la mochila a la espalda y se fue a caminar, a caminar lejos... Sube a las alturas y descubre horizontes cada vez más vastos, más lejanos, y también más encantadores y maravillosos. ¡Adelante, adelante!, se dice a sí mismo. Llega ya el anochecer, y se encuentra en la cima de una montaña altísima. A sus pies, un abismo inmenso que le detenía los pasos.
¡Bueno! Me quedaré aquí. En esta altura pasaré la noche, y mañana veremos.
Desenrolla su tienda de campaña, y a dormir. De repente, al querer despedirse de las estrellas que van a velar su sueño, contempla en la lejanía una estrella de singular belleza. Nunca había visto una estrella semejante. Le pareció que había explotado una estrella novísima, y se dijo:
¡Esa estrella será mía! ¡Yo no me la pierdo! Voy a clavar allí mis pies, mejor que una bandera, y esa estrella no me la quita nadie. ¡Esa estrella será mía, será mía!...
Pero no podía esperar al día siguiente. El camino de una estrella sólo se puede seguir de noche. Y antes había contemplado el abismo inmenso que tenía a sus pies. ¿Quién lo podía saltar? Era un imposible. ¿Qué camino seguir para vadearlo? No se veía ninguno. Y la estrella seguía allí en el horizonte, donde se juntan casi el cielo y la tierra, llamándole como un desafío:
¡Ven! ¡Acércate hacia aquí! Y después, sube, sube...
Ante el imposible, el muchacho empieza a llorar calladito, como si se avergonzara de sus lágrimas. Cuando, de repente, ve a su lado un niño luminoso, que le pregunta:
¿Por qué lloras?
Porque quiero llegar hasta aquella estrella y no puedo, no puedo pasar este abismo y acercarme allí.
¡Si es muy fácil cruzar este abismo! Si quieres, te llevo yo.
¿Tú? ¿Tú, un niño tan pequeño, me llevas hasta aquella estrella? Pues, ¿quién eres tú?
Aquella estrella es Dios, y yo soy la oración ¿Quieres que te lleve yo en un instante?...
La leyenda hermosa no necesita explicación ninguna, porque es clarísima la lección que de ella se desprende.
Dios, ese Dios en quien pensamos como término de todas nuestras ilusiones, se nos presenta, igual que al joven escalador, como algo grande y deslumbrador, de hermosura singular y término de todas nuestras aspiraciones. ¡Dios tiene que ser mío! Hasta que descanse en Él, no estaré nunca en paz, nos decimos tantas veces. Pero, ¿está Dios tan lejos que no lo podremos alcanzar nunca?
Es cierto que entre Dios y nosotros existe un abismo insondable, porque Dios está sobre todas las cosas. Y, sin embargo, en nuestras manos tenemos el poder para agarrarlo, para asirnos a Él, para meternos en Él, para no soltarlo nunca.
La oración, que en nuestros días es un signo inequívoco de renovación en la Iglesia, es para nosotros algo ya tan familiar, que, gracias a Dios, pronto no vamos a saber prescindir de ella.
La oración, que nos puede salir del corazón y de los labios en cada momento, si nosotros queremos, nos une con nuestro Dios y nos hace vivir en Él más que en nosotros mismos.
La oración es la respiración de la vida cristiana. ¿Quién tiene mejor salud que quien respira bien, con unos pulmones siempre oxigenados, con una sangre siempre pura?
La oración es un consuelo singular en medio de las dificultades. ¿Quién triunfa en la vida como aquel que siempre cuenta con Dios?
La oración es unión con Dios. ¿Quién tiene más segura su salvación, que aquel que no hace más que hablar con Dios, y se sumerge de continuo en la vida divina?
La oración, por otra parte, no es privilegio de algunos nada más. La oración es de todos.
Es del niño, que le habla a Dios con candor de ángel.
Es de la persona adulta, que se siente tanto más pequeñita ante Dios cuanto más crece.
Es de esa persona santa, que no sabe vivir sin su Dios día y noche.
Es de esa persona que siente sobre sí toda la carga insoportable de la culpa, y descubre que Dios, y sólo Dios, es quien la comprende, la sigue amando y la quiere salvar.
La oración no es una ciencia misteriosa que necesite de muchas explicaciones. Lo sería, si Dios no la hubiera hecho tan fácil para nosotros. Y digo para nosotros, los cristianos, que desde nuestro Bautismo llevamos dentro el Espíritu Santo, cuya acción dentro del alma se manifiesta precisamente por la oración.
El Espíritu Santo es quien nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios nuestro Padre, a clamar continuamente por el Señor Jesús. San Pablo lo dice con palabras que llegan a emocionar, cuando nos asegura que nosotros no sabríamos ciertamente cómo dirigirnos a Dios, pero el Espíritu Santo ora de continuo en lo más secreto del corazón con gemidos inenarrables...
Llevar una vida de oración es llevar una vida escondida en Dios.
Es hacerse con el Dios creador de las estrellas.
Y dirigir una oración a Dios cuesta menos, mucho menos, que escalar una alta montaña y vadear un abismo muy hondo.
Elevar una oracioncita a Dios no cuesta nada, nada.
Ahora mismo lo podemos hacer, y lo hacemos, cada uno de nosotros.
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Fuente: Catholic.net
¡Bueno! Me quedaré aquí. En esta altura pasaré la noche, y mañana veremos.
Desenrolla su tienda de campaña, y a dormir. De repente, al querer despedirse de las estrellas que van a velar su sueño, contempla en la lejanía una estrella de singular belleza. Nunca había visto una estrella semejante. Le pareció que había explotado una estrella novísima, y se dijo:
¡Esa estrella será mía! ¡Yo no me la pierdo! Voy a clavar allí mis pies, mejor que una bandera, y esa estrella no me la quita nadie. ¡Esa estrella será mía, será mía!...
Pero no podía esperar al día siguiente. El camino de una estrella sólo se puede seguir de noche. Y antes había contemplado el abismo inmenso que tenía a sus pies. ¿Quién lo podía saltar? Era un imposible. ¿Qué camino seguir para vadearlo? No se veía ninguno. Y la estrella seguía allí en el horizonte, donde se juntan casi el cielo y la tierra, llamándole como un desafío:
¡Ven! ¡Acércate hacia aquí! Y después, sube, sube...
Ante el imposible, el muchacho empieza a llorar calladito, como si se avergonzara de sus lágrimas. Cuando, de repente, ve a su lado un niño luminoso, que le pregunta:
¿Por qué lloras?
Porque quiero llegar hasta aquella estrella y no puedo, no puedo pasar este abismo y acercarme allí.
¡Si es muy fácil cruzar este abismo! Si quieres, te llevo yo.
¿Tú? ¿Tú, un niño tan pequeño, me llevas hasta aquella estrella? Pues, ¿quién eres tú?
Aquella estrella es Dios, y yo soy la oración ¿Quieres que te lleve yo en un instante?...
La leyenda hermosa no necesita explicación ninguna, porque es clarísima la lección que de ella se desprende.
Dios, ese Dios en quien pensamos como término de todas nuestras ilusiones, se nos presenta, igual que al joven escalador, como algo grande y deslumbrador, de hermosura singular y término de todas nuestras aspiraciones. ¡Dios tiene que ser mío! Hasta que descanse en Él, no estaré nunca en paz, nos decimos tantas veces. Pero, ¿está Dios tan lejos que no lo podremos alcanzar nunca?
Es cierto que entre Dios y nosotros existe un abismo insondable, porque Dios está sobre todas las cosas. Y, sin embargo, en nuestras manos tenemos el poder para agarrarlo, para asirnos a Él, para meternos en Él, para no soltarlo nunca.
La oración, que en nuestros días es un signo inequívoco de renovación en la Iglesia, es para nosotros algo ya tan familiar, que, gracias a Dios, pronto no vamos a saber prescindir de ella.
La oración, que nos puede salir del corazón y de los labios en cada momento, si nosotros queremos, nos une con nuestro Dios y nos hace vivir en Él más que en nosotros mismos.
La oración es la respiración de la vida cristiana. ¿Quién tiene mejor salud que quien respira bien, con unos pulmones siempre oxigenados, con una sangre siempre pura?
La oración es un consuelo singular en medio de las dificultades. ¿Quién triunfa en la vida como aquel que siempre cuenta con Dios?
La oración es unión con Dios. ¿Quién tiene más segura su salvación, que aquel que no hace más que hablar con Dios, y se sumerge de continuo en la vida divina?
La oración, por otra parte, no es privilegio de algunos nada más. La oración es de todos.
Es del niño, que le habla a Dios con candor de ángel.
Es de la persona adulta, que se siente tanto más pequeñita ante Dios cuanto más crece.
Es de esa persona santa, que no sabe vivir sin su Dios día y noche.
Es de esa persona que siente sobre sí toda la carga insoportable de la culpa, y descubre que Dios, y sólo Dios, es quien la comprende, la sigue amando y la quiere salvar.
La oración no es una ciencia misteriosa que necesite de muchas explicaciones. Lo sería, si Dios no la hubiera hecho tan fácil para nosotros. Y digo para nosotros, los cristianos, que desde nuestro Bautismo llevamos dentro el Espíritu Santo, cuya acción dentro del alma se manifiesta precisamente por la oración.
El Espíritu Santo es quien nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios nuestro Padre, a clamar continuamente por el Señor Jesús. San Pablo lo dice con palabras que llegan a emocionar, cuando nos asegura que nosotros no sabríamos ciertamente cómo dirigirnos a Dios, pero el Espíritu Santo ora de continuo en lo más secreto del corazón con gemidos inenarrables...
Llevar una vida de oración es llevar una vida escondida en Dios.
Es hacerse con el Dios creador de las estrellas.
Y dirigir una oración a Dios cuesta menos, mucho menos, que escalar una alta montaña y vadear un abismo muy hondo.
Elevar una oracioncita a Dios no cuesta nada, nada.
Ahora mismo lo podemos hacer, y lo hacemos, cada uno de nosotros.
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Fuente: Catholic.net
Cristianos durmientes / Autor: José Manuel Domínguez Prieto
Antaño se enseñaba que los miembros de la Iglesia católica formaban tres grandes grupos: el militante, que «peregrina» en la Tierra trabajando por el Reino; el purgante, formado por aquellos que, tras su muerte, están purificándose para poder entrar en la Vida Eterna, y el triunfante, formado por aquellos bienaventurados que ya están en la presencia del Padre.
Pues bien, hoy podríamos añadir otra categoría más: la Iglesia de los cristianos durmientes.
Pertenecen a este grupo los que bautizan a sus hijos por la Iglesia y gustan de convocar a un montón de sacerdotes para celebrar el funeral del padre o de la madre (pues hasta esto cuantifican y toman como criterio de distinción y clase), pero pasan el resto de su vida ignorando a esa Iglesia a la que dicen pertenecer. Espiritualistas el domingo de doce a doce y media y materialistas el resto de la semana, viven con desgana todo lo que suene a religioso.
Intercambian ritos por seguridad, buscadores de precauciones, de prudencias, de virtudes adornadas de adormidera. Falsos creyentes a los que su tibieza les llevó a considerar virtuoso lo que no es sino la dimisión de sí mismos. Y así terminan por llamar mansedumbre a la debilidad de carácter, humildad a su impotencia, resignación a su cobardía. Y son los que, al final, terminan por protestar y enfadarse cuando Dios no se pliega a su voluntad: Hágase mi voluntad, así en el cielo como en mis tierras.
Se acuerdan de la Iglesia-institución sólo para criticarla. Y en esto andan bien despiertos en no dejar títere con cabeza. Son especialistas en criticar al Papa: si viaja, porque viaja; si no, porque no viaja. Si es viejo, porque es viejo. Y si es viejo y viaja, aún peor. Y critican al obispo, y al cura de la parroquia y a este y aquel movimiento. Sólo ellos, más allá del bien y del mal, parecen estar en la verdad sobre lo que la Iglesia debiera ser. Pero a la vez que critican, no mueven un dedo por hacer las cosas bien. Ni por hacerlas mal. Y a quien hace, se le asaetea, se le somete a todo tipo de críticas, enmiendas, correctivos y sermones. Ni hacen ni dejan hacer. No quieren compromisos pero no soportan el compromiso de otros. Y desde su mirador, critican, se quejan, exigen y pontifican ex cathedra.
Despiertan sólo para asistir, tediosamente, a alguna procesión, al rito de alguna boda, o para «hacerle la primera comunión» al niño (lo cual cada vez consiste más en la copiosa comida postsacramental que en el mismo sacramento, no faltando nunca quien aconseje al cura que «termine rapidito» que les esperan en el restaurante).
Asisten "religiosamente" a ver el partido de fútbol del sábado y el domingo, pero a la Eucaristía asistirán si apetece y se ponen bien las cosas. Amodorrados el sábado y el domingo y estresados durante la semana, pondrán siempre todo tipo de excusas para asistir a alguna reunión formativa. Pero siempre tendrán tiempo para un viajecito de fin de semana, para ir de rebajas o para echar alguna horita extra en la empresa. El euro es el euro.
Rechazan toda opinión que venga de la «jerarquía católica», como "imposición intolerable", pero se abrirán de par en par, acrítica y atolondradamente, a cualquier opinión ajena, dicha por cualquier persona en cualquier lugar, especialmente a aquellas que atacan a su propia Iglesia, sin hacer el mínimo esfuerzo de cotejar en las fuentes la verdad de lo que se dice. Siempre atentos al cotilleo acerca de los desmanes del cura de tal o cual pueblo, nunca tendrán ojos ni oídos para reconocer el trabajo intenso y fecundo hecho por católicos militantes.
Cristianos tibios, desencantados, tristes, porque ya no creen en nada, no conocen la alegría de la Salvación, porque ya nada quieren saber de salvación ni de "kerigmas".
Esta iglesia durmiente perdió su primer impulso, su entusiasmo, su vigor. No es ni fría ni caliente. Ya no sabe quién es ni se acuerda de lo que recibió. Es una iglesia de corazones cobardes y manos débiles. Ni milita, ni hace penitencia, ni goza.
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(Resumen de un artículo para la prensa de José Manuel Domínguez Prieto. www.almudi.org)
Pues bien, hoy podríamos añadir otra categoría más: la Iglesia de los cristianos durmientes.
Pertenecen a este grupo los que bautizan a sus hijos por la Iglesia y gustan de convocar a un montón de sacerdotes para celebrar el funeral del padre o de la madre (pues hasta esto cuantifican y toman como criterio de distinción y clase), pero pasan el resto de su vida ignorando a esa Iglesia a la que dicen pertenecer. Espiritualistas el domingo de doce a doce y media y materialistas el resto de la semana, viven con desgana todo lo que suene a religioso.
Intercambian ritos por seguridad, buscadores de precauciones, de prudencias, de virtudes adornadas de adormidera. Falsos creyentes a los que su tibieza les llevó a considerar virtuoso lo que no es sino la dimisión de sí mismos. Y así terminan por llamar mansedumbre a la debilidad de carácter, humildad a su impotencia, resignación a su cobardía. Y son los que, al final, terminan por protestar y enfadarse cuando Dios no se pliega a su voluntad: Hágase mi voluntad, así en el cielo como en mis tierras.
Se acuerdan de la Iglesia-institución sólo para criticarla. Y en esto andan bien despiertos en no dejar títere con cabeza. Son especialistas en criticar al Papa: si viaja, porque viaja; si no, porque no viaja. Si es viejo, porque es viejo. Y si es viejo y viaja, aún peor. Y critican al obispo, y al cura de la parroquia y a este y aquel movimiento. Sólo ellos, más allá del bien y del mal, parecen estar en la verdad sobre lo que la Iglesia debiera ser. Pero a la vez que critican, no mueven un dedo por hacer las cosas bien. Ni por hacerlas mal. Y a quien hace, se le asaetea, se le somete a todo tipo de críticas, enmiendas, correctivos y sermones. Ni hacen ni dejan hacer. No quieren compromisos pero no soportan el compromiso de otros. Y desde su mirador, critican, se quejan, exigen y pontifican ex cathedra.
Despiertan sólo para asistir, tediosamente, a alguna procesión, al rito de alguna boda, o para «hacerle la primera comunión» al niño (lo cual cada vez consiste más en la copiosa comida postsacramental que en el mismo sacramento, no faltando nunca quien aconseje al cura que «termine rapidito» que les esperan en el restaurante).
Asisten "religiosamente" a ver el partido de fútbol del sábado y el domingo, pero a la Eucaristía asistirán si apetece y se ponen bien las cosas. Amodorrados el sábado y el domingo y estresados durante la semana, pondrán siempre todo tipo de excusas para asistir a alguna reunión formativa. Pero siempre tendrán tiempo para un viajecito de fin de semana, para ir de rebajas o para echar alguna horita extra en la empresa. El euro es el euro.
Rechazan toda opinión que venga de la «jerarquía católica», como "imposición intolerable", pero se abrirán de par en par, acrítica y atolondradamente, a cualquier opinión ajena, dicha por cualquier persona en cualquier lugar, especialmente a aquellas que atacan a su propia Iglesia, sin hacer el mínimo esfuerzo de cotejar en las fuentes la verdad de lo que se dice. Siempre atentos al cotilleo acerca de los desmanes del cura de tal o cual pueblo, nunca tendrán ojos ni oídos para reconocer el trabajo intenso y fecundo hecho por católicos militantes.
Cristianos tibios, desencantados, tristes, porque ya no creen en nada, no conocen la alegría de la Salvación, porque ya nada quieren saber de salvación ni de "kerigmas".
Esta iglesia durmiente perdió su primer impulso, su entusiasmo, su vigor. No es ni fría ni caliente. Ya no sabe quién es ni se acuerda de lo que recibió. Es una iglesia de corazones cobardes y manos débiles. Ni milita, ni hace penitencia, ni goza.
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(Resumen de un artículo para la prensa de José Manuel Domínguez Prieto. www.almudi.org)
El mejor don de los Magos fue su fe / Autor: P. Fintan Kelly
El seguimiento de Cristo significa dejar algo y buscar algo
Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe al llamado de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino.
Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar.
No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José...
La fe siempre es una opción y ésta a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es la veracidad y fidelidad de Dios.
Para mí creer es lanzarme en la oscuridad de la noche, siguiendo una estrella que un día vi, aunque no sepa a dónde me va a llevar. Para mí creer es sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi fidelidad. Para mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él.
La fe se templa con las dificultades
Para templar una espada hay que meterla en el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin lastimarse nunca.
La fe es un camino hermoso tapizado de rosas que están llenas de espinas. Los Magos tuvieron una experiencia profunda de la fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de duda...
Sin embargo, siempre venció su fe. De hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino la luz de su fe encendida en sus almas.
En nuestros momentos de dificultad, también tiene que prevalecer la luz de la fe. Creer cuando todo va viento en popa es fácil; creer cuando el temporal de la adversidad choca cruelmente contra nuestra pequeña embarcación es más difícil. Pero, esto es lo que nos hace gigantes en la fe. Nunca ha existido un santo sin una fe probada, como nunca ha existido un atleta que haya tenido éxito sin esforzarse en los momentos de desánimo.
Este mundo es como un gran gimnasio en el cual, el cristiano tiene que ejercitarse en la fe: un día puede ser la penuria económica, otro día el sufrir el látigo cruel de la maledicencia propagada por nuestro mejor amigo, otro día el desamor de un ser querido...
La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas
Después de viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en una cueva de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de Jerusalén.
Era suficiente para obligar al corazón bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba.
El Catecismo nos habla del sentido de la Epifanía (manifestación de Cristo) en el n.528:
La epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la encarnación, la Buena Nueva de la salvación.
Un día alguien dijo a un amigo que había encontrado el teléfono de Dios. El amigo se sorprendió y muy irónicamente le preguntó cual era. Recibió una respuesta sublime: el teléfono de Dios es la fe.
Con la fe puede uno “conectarse” con Dios en cualquier momento. Al contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre los árboles... se puede ver a Dios si uno tiene fe.
También se le puede ver en el sacerdote que se sienta en el confesionario para escuchar nuestra miseria moral y darnos con seguridad el perdón de Dios. Con la fe se ve a Cristo presente en el Pan sagrado, en las manos del ministro en la Misa. La fe permite ver a Cristo en su Vicario en la tierra, el Santo Padre....
La fe abre horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la razón. Nuestra pobre razón es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un creyente: es un nuevo ojo para ver. En lo que parece sólo un trozo de pan le permite ver el Cuerpo de Cristo; en el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la presencia del Cristo Místico; en el jefe enojón que da un mandato, la manifestación de la Voluntad de Dios...
El mejor don de los Magos fue su fe
Impresiona el regalo costoso del oro, incienso y mirra. Pero más impresionante todavía fue la fe, tamaño gigante, de estos hombres. Aquel día cuando los Magos se acercaron a la cueva de Belén y pidieron permiso para traspasar el dintel más pobre que habían visto en su vida, los papás del Niño accedieron a la petición de personas tan ilustres. Se maravillaron al verlos caer al suelo, manchar su ropa, e inclinar la cabeza delante del Bebé.
Cuando nosotros lleguemos al Cielo, ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y un bote de mirra. Lo que vamos a llevar va a ser, como dijo San Pablo, nuestra fe, esperanza y caridad.
No juzguemos el valor de nuestra vida por las cosas que tenemos o las obras que hacemos. Lo que es la fe y el amor con que obramos eso es lo que vale delante de Dios. Mejor ir pobre al Cielo que rico al Infierno; mejor ir analfabeta al Cielo que con un doctorado al Infierno. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe.
Unas preguntas
1. ¿Cómo es nuestra fe? ¿lánguida? ¿depende de como nos sentimos? ¿una fe fuerte?
2. ¿Si la fe exige dejar algo para seguir más de cerca a Cristo, ¿qué nos está pidiendo Cristo que dejemos?
3. ¿Está nuestra fe basada en la Palabra de Dios o en una serie de sentimientos movedizos?
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Fuente: Catholic.net
Cartas a los reyes magos / Autores: P. Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma
Carta al Rey Melchor
Reconocida Majestad:
Un saludo. Permítenos tutearte. Eso del vos y del usted ya no se lleva hoy día...
Esta carta, Majestad, como bien te habrás percatado no está escrita con garabatos infantiles. No. Está hecha a computadora. Y está impresa a todo color en una impresora de la última generación. ¿Qué te parece? Te gusta, ¿verdad? Claro, nosotros somos gente moderna. Estamos al día. Además queremos ahorrarte el trabajo de estar descifrando caligrafías de patas de mosca. Un poco de seriedad, ¿no?
Como ves, a pesar de ser gente “seria y moderna”, nos hemos animado a escribirte. Y es que, también nosotros queremos este año recibir nuestro “regalo de Reyes”.
Porque también la gente “seria y moderna”, que pretende controlar el mundo con una computadora desde su alfombrada oficina, tiene tantas o más necesidades que los niños, tantos o más caprichos que los niños. Sí, es verdad. No lo podemos negar. Así somos.
Oye, Melchor, hemos estado repasando tu historia. Siempre nos ha admirado tu fe, Majestad. Dejaste tu tierra, tu reino, tu familia. Te aventuraste al desierto siguiendo una estrella durante meses. Llegaste a una cueva miserable y te postraste en adoración ante un recién nacido que yacía entre pajas. Reconociste en Él a un gran Rey, a un Mesías, a un Salvador...
También nos sigue admirando tu generosidad, Melchor. Pusiste a los pies de esa pobre familia el cofre de tu oro. Era evidente que ellos lo necesitaban. Y lo dejaste todo como si a ti ya no te importase en lo más mínimo. Aunque te quedaba aún el camino de regreso...
Sabemos que fuiste a Belén sobre todo por ese Niño. Pero también comprendiste, al encontrar esa entrañable familia, que el oro que llevabas lo iban a agradecer más José y María. Los pobrecillos no es que anduviesen en muy buenas condiciones económicas.
Melchor, nosotros ya tampoco somos niños. Y hemos de admitir que tampoco necesitamos tu oro. Tenemos bastante más que la Sagrada Familia de Belén. Aunque, siendo sinceros, en un principio sí te lo íbamos a pedir, pues a la gente “seria y moderna”, como nosotros, el oro es el regalo que más nos gusta.
Sin embargo, no; no nos des tu oro. Dáselo a los más necesitados, que los hay muchos.
Majestad, pero sí necesitamos de las otras cosas que tú tienes. Necesitamos un poco de tu gigantesca fe. Necesitamos un poco de tu enorme generosidad.
Como regalo de Reyes eso es lo que te pedimos, Melchor: más fe y más generosidad. Fe para arrodillarnos también nosotros, la “gente seria y moderna”, ante el Niño Dios. Generosidad para dejar a los pies de tantas familias pobres parte de nuestro oro y aliviar así un poco sus penurias. Como tu lo hiciste y lo sigues haciendo cada Navidad.
Unos agentes de bolsa.
Carta al Rey Gaspar.
¡Hola, Gaspar!
Al saber que tú eres el del incienso, no hemos pensado dos veces empezar la carta así. Mira, te lo decimos porque el incienso en la actualidad acompaña sólo a los grandes estadistas, a los artistas famosos, a los futbolistas estrellas, a los dueños de las multinacionales... Así que, al enterarnos que eras tú el del incienso, hemos pensado que también deberías ser alguien grande. Y, ya sabes, hoy día el saludar con un ‘hola’ tan familiar a alguien así de importante, como que da nivel y categoría... como que a uno se le pega algo del humillo del incienso que lleva el otro... Además todo el que lo viera pensaría sin duda: ¿quién será éste que saluda así a alguien tan famoso y tan importante?
Ciertamente tienes de verdad motivos muy válidos para llevar incienso. Eres un gran Rey. Eres un sabio genial. Eres un hombre poderoso. Eres alguien muy importante. Lo que nos parece extraño es que no se te haya subido el incienso a la cabeza llevando tanto como llevas. Hoy a otros, con mucho menos, ya les ha puesto bastante tontos.
Pero tú, Gaspar, no eres de esos. Hasta en esto eres medio especial. No dejaste que te despidieran con reverencias y honores los grandes de tu reino. No has permitido que te persiguiese ningún corro de periodistas. No has tolerado el asalto de ninguna cámara de televisión. No has consentido que mandasen en onda, vía satélite, tu salida de Oriente y tu llegada a Belén (ni siquiera en diferido). No has querido, por ningún motivo, que se te inmortalizara en la primera página de la prensa internacional.
Eres un tipo raro, Gaspar. Muy raro. Tanto, que nos parece que llevas todo ese incienso en balde. Hasta se nos ha ocurrido pedirte, como “regalo de Reyes”, -visto que no lo usas- que nos dejes un poco de ese incienso. A nosotros, ya lo habrás leído en nuestros corazones, nos gusta mucho el incienso: nos encanta que nos digan que somos letrados, que somos poderosos, que somos de nivel; que nos digan que somos bonitas, que somos elegantes, que somos famosas...
Pero ahora, acordándonos de ti, nos damos cuenta de que, en el fondo, no somos más que unos pobres estúpidos.
Rey Gaspar, sabemos por tu historia que todo ese incienso lo tenías por completo destinado al Dios niño de Belén. No gastaste ni un granito en ti mismo. Sabías que Él era el único que merecía de verdad todo el incienso del mundo, y tú no le ibas a quitar ni una mínima porción.
Nos has dado una gran lección, Rey Gaspar. Y tienes toda la razón. Ya no hace falta que nos des nada de incienso. En realidad, tampoco lo merecemos.
Pero déjanos ir contigo y ofrecérselo todo al Niño de Belén imitando tu humildad y sencillez.
Algunos y algunas que queríamos ser importantes.
Carta al Rey Baltasar
Amigo Rey Baltasar:
Este año también me he decidido a escribirte. Pero esta vez es distinto. Verás. Tengo un amigo que las está pasando muy mal. Iba a decir que las está pasando negras; pero me acordé de que tú eres el Rey negro... Perdona... Aunque no creo que por eso te sientas ofendido. Eres demasiado bueno.
Pues, resulta que este amigo me escribió hace poco para contarme qué es de su vida. Creo que sus palabras son más elocuentes que las mías. Te las transcribo a continuación. En seguida intuirás lo que quiero pedirte.
Estoy en el hospital. En cancerología. En la habitación número 201 frente a la número 202 donde había un muchacho de poco más de 20 años. Yo ya he cumplido 45. Tengo un cáncer quién sabe dónde y llevo aquí un par de semanas.
Soy un desgraciado y vivo amargado en medio de dolores que no se puede decir lo grandes que son. No puedo dejar de quejarme y retorcerme en la cama maldiciendo el día que me llegó esta enfermedad. Los únicos momentos de tregua son los ratos que dura el efecto de los calmantes. Es realmente desesperante.
Pero en la habitación de enfrente yo notaba algo muy raro. Cuando en algunos momentos al día coincidían las dos puertas abiertas, la de él y la mía, yo no entendía lo que veía. Aquel chaval nunca se quejada, ni lo más mínimo. Lo veía, sí, a veces retorcerse por los dolores, pero nunca le oí una queja ni una maldición. En su cara yo veía siempre un algo de serenidad, de paz, de gran temple. Al enterarme que tenía un cáncer bastante más doloroso y avanzado que el mío y que los calmantes que le ponían eran como los míos, lo entendía menos aún.
Todo esto al inicio me daba rabia. ¿Cómo era posible que un chaval enclenque como ese fuera capaz de soportar y sobrellevar así esa enfermedad? Rabia porque yo, un veterano cuarentón, curtido por el duro trabajo de largos años, me derretía ante dolores incluso más leves que los suyos.
Un buen día no aguanté más y le dije a una enfermera que por favor me resolviera mi interrogante. La respuesta inmediata de la enfermera me dejó aún más perplejo todavía: "Porque tiene una fe en Dios como una catedral", me dijo rotundamente.
Después yo mismo pude comprobar que era verdad lo que me dijo la enfermera. Lo comprobé cuando supe que diariamente recibía la comunión. Lo comprobé cuando lo veía con el rosario en las manos o leyendo la Biblia. Lo comprobé también la noche que lo vieron morir con la sonrisa en los labios gracias a esa fe y ese amor a Dios que no cabían en el hospital entero.
No tengo más que decir. Sólo que yo nunca habría imaginado que la fe tuviese la fuerza de hacer feliz incluso al hombre que más sufre en la tierra. Pero ahora ya lo sé. Y ya no me da rabia de aquel muchacho. Ahora me da verdadera envidia.
Rey Baltasar, tú eres el de la mirra. Tu tienes ese bálsamo de la fe y de la confianza en Dios que tanto necesita este buen señor, amigo mío. Date una vuelta estas Navidades por la 201 de ese hospital de cancerología. Date una vuelta también por todas las habitaciones del mundo donde hay alguien que sufra sin fe, sin amor, sin confianza. Vete repartiendo de ese bálsamo que suaviza el dolor y lo hace más llevadero.
No creo que se enfade el Niño Jesús si al presentarle el frasco de mirra a la mitad, le explicas en qué la has usado. Al contrario, verás que en su inocente carita se dibuja una sonrisa muy parecida a la que arrancaste de aquel buen hombre de la 201.
Gracias, mi amigo Rey Baltasar.
El autor de estas cartas
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Fuente: Catholic.net
Reconocida Majestad:
Un saludo. Permítenos tutearte. Eso del vos y del usted ya no se lleva hoy día...
Esta carta, Majestad, como bien te habrás percatado no está escrita con garabatos infantiles. No. Está hecha a computadora. Y está impresa a todo color en una impresora de la última generación. ¿Qué te parece? Te gusta, ¿verdad? Claro, nosotros somos gente moderna. Estamos al día. Además queremos ahorrarte el trabajo de estar descifrando caligrafías de patas de mosca. Un poco de seriedad, ¿no?
Como ves, a pesar de ser gente “seria y moderna”, nos hemos animado a escribirte. Y es que, también nosotros queremos este año recibir nuestro “regalo de Reyes”.
Porque también la gente “seria y moderna”, que pretende controlar el mundo con una computadora desde su alfombrada oficina, tiene tantas o más necesidades que los niños, tantos o más caprichos que los niños. Sí, es verdad. No lo podemos negar. Así somos.
Oye, Melchor, hemos estado repasando tu historia. Siempre nos ha admirado tu fe, Majestad. Dejaste tu tierra, tu reino, tu familia. Te aventuraste al desierto siguiendo una estrella durante meses. Llegaste a una cueva miserable y te postraste en adoración ante un recién nacido que yacía entre pajas. Reconociste en Él a un gran Rey, a un Mesías, a un Salvador...
También nos sigue admirando tu generosidad, Melchor. Pusiste a los pies de esa pobre familia el cofre de tu oro. Era evidente que ellos lo necesitaban. Y lo dejaste todo como si a ti ya no te importase en lo más mínimo. Aunque te quedaba aún el camino de regreso...
Sabemos que fuiste a Belén sobre todo por ese Niño. Pero también comprendiste, al encontrar esa entrañable familia, que el oro que llevabas lo iban a agradecer más José y María. Los pobrecillos no es que anduviesen en muy buenas condiciones económicas.
Melchor, nosotros ya tampoco somos niños. Y hemos de admitir que tampoco necesitamos tu oro. Tenemos bastante más que la Sagrada Familia de Belén. Aunque, siendo sinceros, en un principio sí te lo íbamos a pedir, pues a la gente “seria y moderna”, como nosotros, el oro es el regalo que más nos gusta.
Sin embargo, no; no nos des tu oro. Dáselo a los más necesitados, que los hay muchos.
Majestad, pero sí necesitamos de las otras cosas que tú tienes. Necesitamos un poco de tu gigantesca fe. Necesitamos un poco de tu enorme generosidad.
Como regalo de Reyes eso es lo que te pedimos, Melchor: más fe y más generosidad. Fe para arrodillarnos también nosotros, la “gente seria y moderna”, ante el Niño Dios. Generosidad para dejar a los pies de tantas familias pobres parte de nuestro oro y aliviar así un poco sus penurias. Como tu lo hiciste y lo sigues haciendo cada Navidad.
Unos agentes de bolsa.
Carta al Rey Gaspar.
¡Hola, Gaspar!
Al saber que tú eres el del incienso, no hemos pensado dos veces empezar la carta así. Mira, te lo decimos porque el incienso en la actualidad acompaña sólo a los grandes estadistas, a los artistas famosos, a los futbolistas estrellas, a los dueños de las multinacionales... Así que, al enterarnos que eras tú el del incienso, hemos pensado que también deberías ser alguien grande. Y, ya sabes, hoy día el saludar con un ‘hola’ tan familiar a alguien así de importante, como que da nivel y categoría... como que a uno se le pega algo del humillo del incienso que lleva el otro... Además todo el que lo viera pensaría sin duda: ¿quién será éste que saluda así a alguien tan famoso y tan importante?
Ciertamente tienes de verdad motivos muy válidos para llevar incienso. Eres un gran Rey. Eres un sabio genial. Eres un hombre poderoso. Eres alguien muy importante. Lo que nos parece extraño es que no se te haya subido el incienso a la cabeza llevando tanto como llevas. Hoy a otros, con mucho menos, ya les ha puesto bastante tontos.
Pero tú, Gaspar, no eres de esos. Hasta en esto eres medio especial. No dejaste que te despidieran con reverencias y honores los grandes de tu reino. No has permitido que te persiguiese ningún corro de periodistas. No has tolerado el asalto de ninguna cámara de televisión. No has consentido que mandasen en onda, vía satélite, tu salida de Oriente y tu llegada a Belén (ni siquiera en diferido). No has querido, por ningún motivo, que se te inmortalizara en la primera página de la prensa internacional.
Eres un tipo raro, Gaspar. Muy raro. Tanto, que nos parece que llevas todo ese incienso en balde. Hasta se nos ha ocurrido pedirte, como “regalo de Reyes”, -visto que no lo usas- que nos dejes un poco de ese incienso. A nosotros, ya lo habrás leído en nuestros corazones, nos gusta mucho el incienso: nos encanta que nos digan que somos letrados, que somos poderosos, que somos de nivel; que nos digan que somos bonitas, que somos elegantes, que somos famosas...
Pero ahora, acordándonos de ti, nos damos cuenta de que, en el fondo, no somos más que unos pobres estúpidos.
Rey Gaspar, sabemos por tu historia que todo ese incienso lo tenías por completo destinado al Dios niño de Belén. No gastaste ni un granito en ti mismo. Sabías que Él era el único que merecía de verdad todo el incienso del mundo, y tú no le ibas a quitar ni una mínima porción.
Nos has dado una gran lección, Rey Gaspar. Y tienes toda la razón. Ya no hace falta que nos des nada de incienso. En realidad, tampoco lo merecemos.
Pero déjanos ir contigo y ofrecérselo todo al Niño de Belén imitando tu humildad y sencillez.
Algunos y algunas que queríamos ser importantes.
Carta al Rey Baltasar
Amigo Rey Baltasar:
Este año también me he decidido a escribirte. Pero esta vez es distinto. Verás. Tengo un amigo que las está pasando muy mal. Iba a decir que las está pasando negras; pero me acordé de que tú eres el Rey negro... Perdona... Aunque no creo que por eso te sientas ofendido. Eres demasiado bueno.
Pues, resulta que este amigo me escribió hace poco para contarme qué es de su vida. Creo que sus palabras son más elocuentes que las mías. Te las transcribo a continuación. En seguida intuirás lo que quiero pedirte.
Estoy en el hospital. En cancerología. En la habitación número 201 frente a la número 202 donde había un muchacho de poco más de 20 años. Yo ya he cumplido 45. Tengo un cáncer quién sabe dónde y llevo aquí un par de semanas.
Soy un desgraciado y vivo amargado en medio de dolores que no se puede decir lo grandes que son. No puedo dejar de quejarme y retorcerme en la cama maldiciendo el día que me llegó esta enfermedad. Los únicos momentos de tregua son los ratos que dura el efecto de los calmantes. Es realmente desesperante.
Pero en la habitación de enfrente yo notaba algo muy raro. Cuando en algunos momentos al día coincidían las dos puertas abiertas, la de él y la mía, yo no entendía lo que veía. Aquel chaval nunca se quejada, ni lo más mínimo. Lo veía, sí, a veces retorcerse por los dolores, pero nunca le oí una queja ni una maldición. En su cara yo veía siempre un algo de serenidad, de paz, de gran temple. Al enterarme que tenía un cáncer bastante más doloroso y avanzado que el mío y que los calmantes que le ponían eran como los míos, lo entendía menos aún.
Todo esto al inicio me daba rabia. ¿Cómo era posible que un chaval enclenque como ese fuera capaz de soportar y sobrellevar así esa enfermedad? Rabia porque yo, un veterano cuarentón, curtido por el duro trabajo de largos años, me derretía ante dolores incluso más leves que los suyos.
Un buen día no aguanté más y le dije a una enfermera que por favor me resolviera mi interrogante. La respuesta inmediata de la enfermera me dejó aún más perplejo todavía: "Porque tiene una fe en Dios como una catedral", me dijo rotundamente.
Después yo mismo pude comprobar que era verdad lo que me dijo la enfermera. Lo comprobé cuando supe que diariamente recibía la comunión. Lo comprobé cuando lo veía con el rosario en las manos o leyendo la Biblia. Lo comprobé también la noche que lo vieron morir con la sonrisa en los labios gracias a esa fe y ese amor a Dios que no cabían en el hospital entero.
No tengo más que decir. Sólo que yo nunca habría imaginado que la fe tuviese la fuerza de hacer feliz incluso al hombre que más sufre en la tierra. Pero ahora ya lo sé. Y ya no me da rabia de aquel muchacho. Ahora me da verdadera envidia.
Rey Baltasar, tú eres el de la mirra. Tu tienes ese bálsamo de la fe y de la confianza en Dios que tanto necesita este buen señor, amigo mío. Date una vuelta estas Navidades por la 201 de ese hospital de cancerología. Date una vuelta también por todas las habitaciones del mundo donde hay alguien que sufra sin fe, sin amor, sin confianza. Vete repartiendo de ese bálsamo que suaviza el dolor y lo hace más llevadero.
No creo que se enfade el Niño Jesús si al presentarle el frasco de mirra a la mitad, le explicas en qué la has usado. Al contrario, verás que en su inocente carita se dibuja una sonrisa muy parecida a la que arrancaste de aquel buen hombre de la 201.
Gracias, mi amigo Rey Baltasar.
El autor de estas cartas
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Fuente: Catholic.net
Misión País 2008: Más de 2 500 universitarios chilenos participan de gran campaña evangelizadora
SANTIAGO, Ene. 08 / (ACI).- Bajo el lema: "Por el encuentro con Cristo, mi entrega hacia un Chile misionero", más de dos mil 500 universitarios chilenos iniciaron la campaña Misión País que tiene como objetivo "compartir a Cristo con el prójimo, siendo instrumentos suyos para dar testimonio de su profundo Amor".
Para iniciar la campaña de evangelización, dos mil de los misioneros se congregaron hoy viernes 4 de enero en el campus San Joaquín de la Universidad Católica de Chile, luego partieron al Templo Votivo de Maipú para participar de la "Misa de envío" presidida por el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz. Los otros 500 misioneros partieron a sus respectivas zonas de misión desde Viña del Mar, Concepción y Temuco.
La Misión País, de la que participan representantes de 56 universidades, durará hasta el 14 de enero, "sin embargo no se excluye que universidades que realicen misiones en otras fechas durante el verano", señalaron los organizadores. Además se busca evangelizar las 13 regiones de Chile, para lo que se han dividido en 60 zonas.
Para más información puede ingresar a: http://www.misionpais.cl
Para iniciar la campaña de evangelización, dos mil de los misioneros se congregaron hoy viernes 4 de enero en el campus San Joaquín de la Universidad Católica de Chile, luego partieron al Templo Votivo de Maipú para participar de la "Misa de envío" presidida por el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz. Los otros 500 misioneros partieron a sus respectivas zonas de misión desde Viña del Mar, Concepción y Temuco.
La Misión País, de la que participan representantes de 56 universidades, durará hasta el 14 de enero, "sin embargo no se excluye que universidades que realicen misiones en otras fechas durante el verano", señalaron los organizadores. Además se busca evangelizar las 13 regiones de Chile, para lo que se han dividido en 60 zonas.
Para más información puede ingresar a: http://www.misionpais.cl
No eres superhumano / Autor: P. Felipe Santos SDB
"Somos hombres de la misma naturaleza que vosotros" (Hechos de los Apóstoles 14,15)
Eres un ser humano ante todo. No hay en eso ninguna vergüenza ni tristeza. Tu conversión a Jesucristo, tu fe en él no han hecho de ti un héroe que nunca haya tenido miedo de nada, un superhombre, que no pueda alcanzar nunca ni nadie; un semi-dios invencible e insensible. Y mucho menos un robot frío y mecánico, que actúa por reflejos.
No, eres un ser humano y no hay vergüenza en reconocer que tienes puntos débiles, a veces miedos de ser humano. Es ciertamente humillante, pero al mismo tiempo formidablemente seguro. El Evangelio de Jesucristo no ha hecho de ti un espíritu puro que nada puede lograr. De vez en cuando es bueno que te acuerdes de ello.
Sin incluso hablar de pecado vulgar y grosero, tus puntos débiles pueden estar simplemente ahí, que vuelven puntualmente a la carga para recordarte tres cosas:
- Necesitas siempre del Señor para salvarte de tus miserias de lo cotidiano.
- Con tus puntos débiles, miedos, aprehensiones, límites es como Dios te ama y espera de ti que seas un héroe siendo fuertes contra esos males.
- La gracia del Señor te será suficiente y vendrá a colmar tus lagunas en todo momento.
He crecido en un contexto de iglesia (muy bueno por otra parte) y en una época en la que estaba bien, me dejé llevar por mis inclinaciones. Y nadie podía hacer nada conmigo.
Los mismos dirigentes laicos y los sacerdotes eran seres normales, no superiores como alguno se puede creer. No están en pedestales. Cuando uno de ellos caía, muchos otros lo seguían. En estas circunstancias he vivido un tiempo. Mal, me encontraba muy mal. Me atreví a decirles al grupo de mi comunidad seglar. Les dije que no era el héroe que se suponía. Me entendieron, aceptaron y les dije que no hagan héroe a nadie. Uno es lo que es por Dios, siéndole fiel.
No eres más fuerte que los demás. Deja de representar al héroe y date cuenta de lo que te hace daño., desalienta y molesta y asusta. Sólo desde la humildad puedes encontrar ayuda al lado de los otros y de Dios.
Una oración para hoy
Señor, no soy un héroe; mi fe es pequeña, mis progresos limitados; mis puntos débiles los he disimulado con un lenguaje estereotipado... Ven a socorrerme, tengo miedo de mi situación actual y me da vergüenza salir. Ven en mi ayuda, te necesito. En el nombre de Jesús, amén.
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Fuente: Catholic.net
Eres un ser humano ante todo. No hay en eso ninguna vergüenza ni tristeza. Tu conversión a Jesucristo, tu fe en él no han hecho de ti un héroe que nunca haya tenido miedo de nada, un superhombre, que no pueda alcanzar nunca ni nadie; un semi-dios invencible e insensible. Y mucho menos un robot frío y mecánico, que actúa por reflejos.
No, eres un ser humano y no hay vergüenza en reconocer que tienes puntos débiles, a veces miedos de ser humano. Es ciertamente humillante, pero al mismo tiempo formidablemente seguro. El Evangelio de Jesucristo no ha hecho de ti un espíritu puro que nada puede lograr. De vez en cuando es bueno que te acuerdes de ello.
Sin incluso hablar de pecado vulgar y grosero, tus puntos débiles pueden estar simplemente ahí, que vuelven puntualmente a la carga para recordarte tres cosas:
- Necesitas siempre del Señor para salvarte de tus miserias de lo cotidiano.
- Con tus puntos débiles, miedos, aprehensiones, límites es como Dios te ama y espera de ti que seas un héroe siendo fuertes contra esos males.
- La gracia del Señor te será suficiente y vendrá a colmar tus lagunas en todo momento.
He crecido en un contexto de iglesia (muy bueno por otra parte) y en una época en la que estaba bien, me dejé llevar por mis inclinaciones. Y nadie podía hacer nada conmigo.
Los mismos dirigentes laicos y los sacerdotes eran seres normales, no superiores como alguno se puede creer. No están en pedestales. Cuando uno de ellos caía, muchos otros lo seguían. En estas circunstancias he vivido un tiempo. Mal, me encontraba muy mal. Me atreví a decirles al grupo de mi comunidad seglar. Les dije que no era el héroe que se suponía. Me entendieron, aceptaron y les dije que no hagan héroe a nadie. Uno es lo que es por Dios, siéndole fiel.
No eres más fuerte que los demás. Deja de representar al héroe y date cuenta de lo que te hace daño., desalienta y molesta y asusta. Sólo desde la humildad puedes encontrar ayuda al lado de los otros y de Dios.
Una oración para hoy
Señor, no soy un héroe; mi fe es pequeña, mis progresos limitados; mis puntos débiles los he disimulado con un lenguaje estereotipado... Ven a socorrerme, tengo miedo de mi situación actual y me da vergüenza salir. Ven en mi ayuda, te necesito. En el nombre de Jesús, amén.
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Fuente: Catholic.net
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